Discurso literario características

La teoría de la Desautomatización:


 El objetivo de los formalistas sobre la lengua literaria era aislar los procedimientos que la constituían en una manifestación diferenciada de la lengua cotidiana, se trataba para ellos de superar la vieja noción de que la literatura era “un pensamiento con imágenes” y se plantearon por el contrario el estudio, no de la literatura, si no de la literariedad esto es, en palabras de Jabcoson “lo que hace de una obra dada una obra literaria”. Para los formalistas la especificidad de lo literario no se encontraba ni en la persona del poeta ni en los temas que se trataban, si no que consideraban que lo específicamente literario tenía que ser de naturaleza verbal.

Uno de los primeros intentos de explicar en qué consiste lo literario fue la teoría de la desautomatización en la que aparece por primera vez el concepto de extrañamiento proporcionado por V. Sklovski, 1925. Sosténía que nuestra percepción del mundo y del lenguaje se encuentra automatizada, las palabras que utilizamos nos resultan indiferentes porque fijamos nuestra atención en las cosas nombradas, ello hace que el lenguaje se automatice porque la relación signo realidad se convierte en habitual; para Sklovski esta propiedad automatizada del lenguaje ordinario es la que el artista mediante el lenguaje poético pretende contrarrestar, para ello el escritor aumenta o intenta aumentar la duración de la percepción mediante el oscurecimiento de la forma, dicho de otra manera, mediante la utilización de artificios que hace que fijemos nuestra atención en la propia forma del lenguaje.

En un primer momento los formalistas se detuvieron en los recursos verbales se trataba de destacar la enorme importancia que tenía en la configuración de la lengua literaria el uso de una serie de procedimientos artísticos, pero otros ampliaron notablemente el concepto de automatización y consideraron que no es la suma de artificios lo que otorga la poeticidad sino la función de los mismos. Esta función no podría medirse únicamente frente al lenguaje cotidiano si no que habría que establecerla referida a la tradición literaria, y es que la desaumatización no es un principio absoluto si no que resulta relativo a la función que cada elemento literario ocupa en el conjunto, un conjunto estético que además ira variando conforme avanza las corrientes artísticas.

La teoría de la función poética:


Román Jabcoson clausuró el famoso congreso de Indiana con una conferencia titulada “Lingüística y poética” en 1959. En realidad la tesis central de esta conferencia es una nueva respuesta a la vieja pregunta formulada en 1919 ¿qué hace de un texto dado un texto literario?. Jabcoson dirá que el factor dominante en la lengua dominante en la lengua literaria es la propia forma del mensaje, la palabra es sentida como tal palabra ya que el lenguaje poético privilegia el mensaje sobre cualquier otro factor. Precisamente en la lengua literaria la palabra no es un simple sustituto del objeto nombrado, ni tampoco es la expresión de una emoción si no que adquiere “relevancia” por su carácter fónico, morfosintáctico y léxico.

Junto a Jabcoson otros autores han profundizado en la tesis originaria, entre ellos cabe destacar a Samule R. Levin que ha aportado la tesis más difundida y afortunada de la función poética, considera este autor que los textos literarios presentan dos carácterísticas fundamentales que son las que caracterizan la función poética, por un lado la unidad fondo-forma y por otro la carácterística de la “memorabilidad de la poesía”.

En suma la tesis sobre la función poética ha servido de pauta para ampliaciones posteriores, pero sobre todo para proporcionar un modelo unitario y un punto de partida extraordinariamente valido para nuevas lecturas de viejos fenómenos.


Pacto ficcional:


El problema de la ficción en la literatura es de naturaleza pragmática y afecta al propio espacio enunciativo, ello supone que el universo ficcional es creado en el propio acto comunicativo y viene dado por el conjunto de presupuestos compartidos por los interlocutores. Este acuerdo al que llegan emisor y receptor en la comunicación literaria precisa de una condición ineludible: el universo ficcional es creíble si es estéticamente convincente.

A esta teoría se la denomina pacto ficcional y consiste en la voluntaria suspensión del descreimiento mediante el cual en tanto receptores de una obra, suprimimos nuestras cautelas racionales mediante este pacto aceptamos la creación de un mundo que existe mientras dura el proceso de la comunicación literaria.

En la novela, en la narrativa en general, este fenómeno se produce gracias a las posibilidades que el género presenta de reproducir en su interior el mismo proceso comunicativo que lo general, es decir, fuera de ese universo creado se da un proceso comunicativo similar al que se reproduce dentro del universo creado. Félix Martínez Bonati (1978) “El acto de escribir ficciones”. Por otro lado ese mundo ilusorio adquiere una poderosa presencia en el espíritu humano y no es un entretenimiento intrascendente si no que es una experiencia sumamente valiosa, en el proceso de lectura la narración desaloja nuestra percepción del mundo para sustituirla por otra de carácter imaginario que es vivida transitoriamente como verdadera aunque tengamos conciencia de su carácter ficcional. A través de este fenómeno, el lector se apropia psíquicamente de un universo ficcional, ideado por el autor, para luego volver con esa experiencia adquirida en la lectura a su mundo real, que se enriquece y llena con otra clase de vida.

De todo esto se deduce dos consecuencias:

  • Que la ficción es una realidad esencial en la existencia humana, que deja una profunda huella en nosotros, porque siendo la obra una estructura esquemática formada por niveles con lugares de indeterminación ha de ser completada por el lector en sus diferentes lecturas; de este modo se produce un encuentro entre texto y lector mediante el cual se activa la creación de imágenes mentales y construimos nuestro personal mundo imaginario.
  • Ese pacto de lectura es a la vez un horizonte de mundo de lo que se concluye que el juego ficcional no es solo un juego interpretativo sino que a través de la fusión de horizontes contribuye la narrativa a ensanchar mi mundo. Entre el horizonte de la obra y el mío media una distancia que en el acto de lectura se acorta mediante la fusión de horizontes.

En el 1955 N. Friedman establece una clasificación de ochos elementos donde converge los conceptos de voz y punto de vista: 

  • Omnisciencia editorial. Es el narrador carácterístico de la novela del XIX, sabe absolutamente todo de sus personajes y emite juicios de valor sobre lo que está contando, lo que hace que en ocasiones se exprese en primera persona. 
  • Omnisciencia neutral. Tiene los mismos rasgos que el narrador anterior pero nunca se expresa en primera persona y no emite juicios de valor sobre las acciones que narra. 
  • Yo testigo. Es el narrador que ha presenciado los hechos que narra pero no los ha protagonizado. 
  • Yo protagonista. Narra los hechos que el mismo ha protagonizado. 
  • Omnisciencia multiselectiva. El punto de vista va pasando de un personaje a otro aunque uno o dos de ellos predomine sobre los demás, esta narración se hace siempre en tercera persona. 
  • Omnisciencia selectiva. Tiene la misma carácterística que el yo protagonista pero la narración se hace en tercera persona. 
  • Modo dramático. El narrador se limita a transmitir las palabras pronunciadas por los personajes pero no tiene presencia efectiva (El Coloquio de los Perros). 

Cámara. El narrador que existe a lo que ocurre y los transcribe como si fuera un espectador

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