Autores del Romanticismo y sus obras

EL Romanticismo:

Contexto histórico:

El Siglo XIX se caracteriza por los enfrentamientos entre los partidarios del Antiguo Régimen y los liberales, el surgimiento del nacionalismo como factor político, y el inicio de los primeros movimientos y revueltas obreros. Esta situación culmina en torno al medio siglo, con las revoluciones de 1848 (año, además, de la publicación del Manifiesto comunista, que se extienden por toda Europa, y culminan con el surgimiento de los movimientos socialistas. En España, el Siglo XIX es particularmente convulso. Se abre con la invasión francesa de 1808, que lleva a la Guerra de Independencia y a la promulgación de la Constitución de Cádiz (1812), sigue con el reinado de Fernando VII (interrumpido por el trienio liberal, 1820-23), reforzado por la ayuda francesa (los famosos Cien mil hijos de San Luis), que abrieron la Década Ominosa (1823-33); se producen también los movimientos independentistas en América. Al reinado de Fernando VII siguió una pugna por el trono entre los partidarios de Isabel, hija de Fernando, y los que prefieren en el trono a su hermano Carlos (y que provocarán las guerras carlistas: ver los Episodios Nacionales, o las novelas de Valle-Inclán).

La ideología del Romanticismo

El Romanticismo es un movimiento cultural (pues se extiende mucho más allá del marco artístico-literario) que surge como oposición a los principios carácterísticos de la Ilustración, y que es el resultado de los profundos cambios que se suceden entre la segunda mitad del Siglo XVIII y el comienzo del XIX (las “tres revoluciones”: la Americana, la Francesa y la Industrial). Surge de Alemania (la filosofía idealista), y a partir de la nueva sensibilidad que se expresaba en la obra del alemán Goethe (Las penas del joven Werther) o del francés Rousseau (La nueva Eloísa), o de movimientos como el Sturm und Drang (“Tormenta y Pasión”). Los rasgos más carácterísticos del Romanticismo son los siguientes:

Libertad

“El Romanticismo no es más que el liberalismo en literatura” (V. Hugo). Esta frase del escritor francés resume el más importante principio para la mentalidad ROMántica: la defensa de la libertad, tanto en lo político y social, como en la creación artística. De ahí su falta de fe en las reglas del arte, la desconfianza en la razón, y la búsqueda del propio conocimiento (la exploración del Yo). Conviene señalar, sin embargo, que en lo político existe un Romanticismo conservador (el de Chateaubriand o, entre nosotros, el del Duque de Rivas o Zorrilla), junto con Romanticismo liberal y moderno (Lord Byron, o Espronceda y Larra).

Irracionalismo

En abierta oposición a la Ilustración, los ROMánticos creen que la razón no basta para explicar la realidad, que es caótica y cambiante. Hay que considerar la importancia del elemento subjetivo: la imaginación, los sentimientos.

Subjetivismo

Además de la razón, el hombre tiene la intuición, la imaginación y el instinto. Por eso la literatura ROMántica se caracteriza por el recurso a la fantasía, lo inconsciente o lo sobrenatural. La literatura ROMántica es una literatura del YO, surge del genio individual (de ahí el rechazo a la teoría neoclásica de la imitación), pues se prefiere lo concreto (el sentimiento de un individuo particular) frente a lo general (la universalidad de la razón).

Idealismo

El hombre ROMántico prefiere lo absoluto y lo ideal (en realidad, todo el Romanticismo no es más que la expresión del conflicto entre la realidad y el deseo, cómo los anhelos de mi yo chocan siempre con las restricciones de lo real). Como la satisfacción del deseo es imposible (amores frustrados por la muerte o los impedimentos sociales: uno de los temas predilectos), los ROMánticos son esencialmente pesimistas e insatisfechos (para que lo entendáis: son como los emos, o los góticos, etc.: todas esas tribus, tanto en ideas como en estética, son herederas del Romanticismo).

Individualismo

El ROMántico es plenamente consciente de su Yo, busca la afirmación de su propia personalidad; de ahí la tendencia al aislamiento y la soledad, los paisajes desérticos, o agrestes y salvajes, que suelen aparecer en sus obras.

El genio creador

El artista ROMántico no crea con reglas (nueva oposición al neoclasicismo), ni tampoco imitando, pues lo que le interesa es explorar su propio genio individual, y expresarla. De ahí la preferencia por todo lo subjetivo: sentimientos e intuición.

La evasión

Si la realidad es poco satisfactoria, y la insatisfacción de los deseos produce pesimismo y desengaño, para el arte sólo queda el refugio de lo exótico y lejano (ya sea en el tiempo: preferencia de los ROMánticos por géneros como la novela histórica –Larra o Espronceda en España, Walter Scott o Víctor Hugo en Inglaterra y Francia- o por ambientar sus obras en otros periodos de la historia  -sobre todo la Edad Media-:  ya sea en el espacio, situando sus obras en Oriente o en América), para huir de la asfixiante vida real. Por eso la literatura ROMántica es literatura de la imaginación.

La naturaleza

Para los neoclásicas, la naturaleza no era más que un escenario bucólico (metáfora: para la mente ilustrada, la naturaleza es un reloj), un conjunto de estáticas leyes mecánicas estudiadas por la ciencia; para los ROMánticos, la Naturaleza es esencialmente dinámica, y el Hombre está en una estrecha relación con ella (metáfora: para la mente ROMántica, la naturaleza es un árbol). Por eso, en las obras ROMánticas, la Naturaleza refleja los sentimientos de los personajes: tempestades, niebla, montañas solitarias, lo nocturno, etc.).

El estilo

El estilo de los ROMánticos es, a diferencia de la claridad y sencillez neoclásica, muy retórico. Prefieren un léxico culto y sonoro (palabras favoritas: pasión, lúgubre, tétrico, trémulo, ruina, tiniebla, muerte, amor, etc.), una sintaxis compleja (hipérbatos, enumeraciones…), gran variedad oracional (recurso a las exclamaciones o interrogaciones retóricas para expresar sentimientos, siempre extremos), en el teatro prefieren el verso a la prosa, y utilizan abundantes recursos literarios: metáforas, antítesis, etc.


La literatura ROMántica en España


Lo primero que hay que tener en cuenta es que el Romanticismo llegó a España de un modo tardío, cuando ya se empezaban a apagar sus ecos en la literatura europea. Se considera convencionalmente que el Romanticismo se inicia en la década de los 30 de Siglo XIX (1834: estreno de La conjuración de Venecia, de Martínez de la Rosa; 1835: estreno de Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas), y puede hablarse de varias causas: en 1833 muere Fernando VII y se produce el regreso de muchos de los exiliados (como el propio Duque de Rivas), que habían estado en contacto con las novedades de la literatura europea en Francia e Inglaterra, y difunden aquí la nueva literatura; otra es la llamada “querella calderoniana”, un debate en torno a la figura de Calderón de la Barca, autor denostado por los neoclásicos y reivindicado como un escritor fundamental por el Romanticismo alemán, entre Nícolás Böhl de Faber (defensor de Calderón y del teatro Barroco) y José Joaquín de Mora, defensor de los principios neoclásicos. Esta disputa sirvió para difundir las nuevas ideas ROMánticas.

La prosa

Los ROMánticos prefieren, en novela, el género de la novela histórica (Larra: El doncel de don Enrique el Doliente; Espronceda: Sancho Saldaña; Gil y Carrasco: El señor de Bembibre), o las narraciones fantásticas o de terror (Bécquer: Leyendas). Además, se produce la aparición de un nuevo género narrativo, el costumbrismo, tipo de relato, generalmente breve, que se dedica a satirizar, o simplemente documentar, escenas o costumbres típicas de algún lugar. Pueden dedicarse a describir tipos (retratos de individuos carácterísticos: como “El castellano viejo”, de Larra), o escenas (se describe alguna costumbre peculiar (como en las Escenas matritenses, de Mesonero Romanos). El autor ROMántico español en prosa más importante es Mariano José de Larra:
Aunque Larra cultivó otros géneros (ya hemos citado su novela histórica de ambiente medieval El doncel de don Enrique el Doliente, pero también escribíó para el teatro: Macías es su obra más destacada), nos dejó sus mejores páginas en la prosa periodística, en la que se inició desde muy joven (publicó una revista unipersonal, El duende satírico del día con 19 años, y más tarde El pobrecito hablador; a partir de ahí, son numerosos sus artículos en diversas publicaciones. Podemos dividirlos en tres categorías: los artículos de crítica literaria y cultural, en los que comenta el teatro de su tiempo, o defiende una postura entre neoclásica y ROMántica (la libertad por encima de todo); los artículos políticos, en los que adopta una actitud liberal progresista (contra los carlistas y los moderados); y los artículos de costumbres, que son los que más fama le han dado (“El castellano viejo”, “El casarse pronto y mal”, “Vuelva usted mañana”), y en los que mantiene siempre un tono satírico carácterístico. También habría que mencionar la obra en prosa del ROMántico tardío Gustavo Adolfo Bécquer.
Su vida, tan corta como la de Larra o Espronceda, fue suficiente para que publicara dos obras importantes: las Leyendas, conjunto de relatos de ambiente fantasmal, que pertenecen al género de la literatura fantástica (“El Miserere”, “El monte de las ánimas”, “Los ojos verdes”, “El rayo de luna”, son algunas de las más conocidas), y que llevan la prosa ROMántica a su vertiente más poética.

La poesía

En el periodo plenamente ROMántico no encontramos más poeta importante que José de Espronceda, que retrata en sus muchos de sus poemas a esas figuras marginales que tanto atraen a los ROMánticos, unos marginados del espíritu ellos mismos, como la famosa “Canción del pirata”, o la “Canción del verdugo”, con las que comparte el sentimiento de apartamiento e incomprensión. Sus obras mayores son El estudiante de Salamanca, recreación del mito de don Juan, relato de fantasmas y de un viaje al infierno, que tiene como tema principal el sentimiento de rebeldía y de rechazo de la razón que tanto seducía a los escritores ROMánticos; su obra más importante es El Diablo Mundo, extenso poema publicado por entregas en el que destaca el canto II, el “Canto a Teresa”, una larga elegía en homenaje a su amante muerta. Aquí encontramos al Espronceda más metafísico y existencial. Y, dentro de la generación de ROMánticos tardíos, está la figura por antonomasia de la poesía ROMántica española, el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, que con tan sólo una breve obra de poesía logra mantener vivo el Romanticismo en la poesía española aun a mediados del Siglo XIX. Toda su obra poética está recogida en las Rimas, que narran la historia de un amor en su fase feliz y en su fase de desengaño y ruptura, y que reflejan gran parte de la ideología del Romanticismo (la persecución de un ideal, como en la leyenda “El rayo de luna”, el amor imposible, la imposibilidad de que las palabras expresen por completo el sentimiento, etc.). También se puede mencionar entre los ROMánticos tardíos a Rosalía de Castro (En las orillas del Sar, Follas novas –en gallego-).

El teatro

El Romanticismo en España pudo abrirse camino gracias a los estrenos de las obras teatrales La conjuración de Venecia (Martínez de la Rosa), el Macías, de Larra y, sobre todo, de Don Álvaro o la fuerza del sino (Duque de Rivas), tal vez la mejor obra del Romanticismo español. En ellas se hacía una apuesta por superar el teatro neoclásico, así como una reivindicación del teatro Barroco: se rompen deliberadamente las reglas aristotélicas, se vuelve al verso retórico y expresivo, se da mucha importancia al decorado y se escriben obras sobre amores imposibles y trágicos, ambientadas en periodos históricos lejanos. Así, triunfaron autores como Antonio García Gutiérrez, con El trovador, Juan Eugenio de Hartzenbusch, con Los amantes de Teruel. Este ciclo del teatro español del XIX se cierra con la figura de José Zorrilla, autor de la más célebre y representada obra del teatro ROMántico español, Don Juan Tenorio, basda en la obra atribuida a Tirso de Molina, El burlador de Sevilla.

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