Amor en la poesia de miguel hernandez

Evolucion poetica


En su trayectoria literaria se pueden apreciar varias etapas
:poesía pura, neorromántica, de compromiso y popular.Como homenaje al estilo de Luis de Góngora -uno de los autores más destacados del siglo XVII-, Hernández escribe en 1932 su primer poemario, Perito en lunas, uno de los exponentes más originales de la poesía pura.
Formado por una colección de cuarenta y dos octavas reales, estos poemas constituyen una sucesión de acertijos poéticos en los que el autor ostenta una gran destreza verbal e imaginativa y en los que incorpora una amplia gama de recursos característicos del creador del Polifemo. Se trata, en síntesis, de un volumen hermético cuyos poemas constituyen imágenes vanguardistas
Oda a Vicente Aleixandre»

Tras Perito en lunas,El rayo que no cesa, de estética neorromántica.
Se trata de un poemario de temática amorosa compuesto principalmente por sonetos y otras composiciones memorables como la Elegía a Ramón Sijé. En esta obra, el amor aparece tratado de un modo que resulta cercano al de los cancioneros medievales, en especial al Cancionero de Petrarca, donde la amada es idealizada y presentada como la causa del sufrimiento del poeta.
Durante esta etapa, Hernández se debate entre una moral rígida que ahoga cualquier manifestación amorosa y una libertad deseada, dualidad que será decisiva para comprender el poemario: por un lado, se produce una exaltación del amor como fuerza benefactora; pero por otro, se lamenta enérgicamente de las limitaciones, las represiones y la frustración que supone la insatisfacción plena de ese deseo amoroso.


Llegada de guerra civil española, Miguel se adentra en la poesía comprometida con Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939). Durante estos años, Hernández cree necesario convertir el arte en un arma de combate y en un instrumento útil para mantener bien alta la moral del soldado.Viento del pueblo, cuya primera edición salió a la venta en Valencia en 1937, es un poemario épico y optimista que recoge diversas composiciones escritas a lo largo de doce meses y publicadas en revistas, diarios de diferentes ciudades o periódicos impresos en el frente. Obra comprometida, está formada por múltiples poemas que denuncian las injusticias y se solidarizan con el pueblo oprimido. La voz poética se alza para proclamar el amor a la patria, para educar a los suyos en la lucha por la libertad y para increpar a quienes tiranizan al ser humano.El hombre acecha, por su parte, presenta un giro hacia el pesimismo intimista:
Ahora el poeta se aflige no solo por la muerte colectiva que acarrea el conflicto bélico, sino también por los heridos, las cárceles y el odio entre hermanos.En Cancionero y romancero de ausencias, entronca con ese neopopularismo.
En 1938 a raíz de la muerte de su primer hijo, esta obra póstuma se fue nutriendo con poemas escritos desde la cárcel que los editores recogieron posteriormente. El oriolano alcanza así la madurez poética con unas composiciones que beben de la sencillez de la lírica popular y abordan los temas más obsesionantes de su mundo lírico: el amor, la vida y la muerte, sus «tres heridas».La obra de Miguel no muy extensa,


pero sí muy variada no solo fusiona gongorismo, simbolismo y ultraísmo (Perito en lunas), sino que también explora los territorios del surrealismo y de la poesía impura (El rayo que no cesa), sin olvidar su incursión en la poesía social y cívica (Viento del pueblo) o su aproximación al neopopularismo del Cancionero y romancero de ausencias.

Comp.soc y pol:

Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27.
El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias.Cuando en marzo de 1934 viaja por segunda vez a Madrid, comienza para él una nueva etapa en la que se introducirá en la intelectualidad de la capital y se desprenderá definitivamente del influjo del ambiente oriolano, lo que provocará una crisis personal y poética de la que saldrá su voz definitiva. Empezará a colaborar en la revista Cruz y raya y entablará amistad con algunos miembros de la Generación del 27, sobre todo con Vicente Aleixandre, cuyo poemario La destrucción o el amor se convertirá en su libro de cabecera, con lo que se decantará por la poesía impura.
En 1931 se incorporará a las «Misiones Pedagógicas», un proyecto educativo español creado en el seno de la Segunda República para difundir la cultura general en aldeas y villas, donde los índices de analfabetismo eran altísimos. Es así como comienza el compromiso social del autor de


Perito en lunas (1932).El estallido de la guerra civil en julio de 1936 obliga a Hernández a dar el paso al compromiso político.
Ingresa como voluntario en el Quinto Regimiento5 y más tarde es nombrado Jefe del Departamento de Cultura, puesto desde el que se encargará de la edición de varias publicaciones, de la organización de la biblioteca y de la propagación de su poesía en el frente a través de los altavoces.Esta poesía quedará recogida en Viento del pueblo, obra publicada en Valencia en 1937 que demuestra que Hernández comprende el poder transformador de la palabra así como su función social y política. Se trata de un poemario comprometido formado por múltiples composiciones que denuncian las injusticias y se solidarizan con el pueblo oprimido. La voz poética se alza ahora para proclamar el amor a la patria, para educar a los suyos en la lucha por la libertad y para increpar a quienes tiranizan al ser humano.El optimismo de Miguel Hernández comienza a diluirse al comprobar la insensibilidad de Europa hacia el drama que se vive en España. Esto, unido al cruento espectáculo de un conflicto bélico que se dilata en el tiempo, le provoca una profunda depresión que intensifica su vena antiburguesa. Pese a la alegría por el nacimiento de su primer hijo, la poesía hernandiana deriva hacia un progresivo pesimismo intimista, con lo que su fe en el hombre se va debilitando. A esta etapa pertenece El hombre acecha (1939), un volumen donde el poeta pasa de cantar a susurrar amargamente; o dicho de otra manera, de exaltar a los héroes a lamentarse por las víctimas.Al acabar la guerra, Miguel Hernández es detenido


En septiembre de 1939, al salir provisionalmente de la cárcel y antes de volver a ella de manera definitiva, entregó a su esposa, Josefina Manresa, un cuaderno manuscrito que había titulado Cancionero y romancero de ausencias, que contenía poemas que comenzó a escribir en 1938 a raíz de la muerte de su primer hijo. Se trata de un libro unitario pero inconcluso que se fue ampliando con poemas escritos desde la cárcel que los editores recogieron posteriormente. Con este último poemario, el oriolano alcanza la madurez poética con unas composiciones que beben de la sencillez de la lírica popular y abordan los temas más obsesionantes de su mundo poético: el amor, la vida y la muerte, sus «tres heridas».En síntesis, el compromiso social y político de Miguel Hernández se percibe con nitidez en su voz poética, que exalta a los hombres que luchan por la justica, lamenta el dolor de las víctimas oprimidas y reprende a los explotadores de la patria.

Leng.poetico

Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27.
El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias.Su universo poético se va forjando a medida que evoluciona su concepción del mundo, creando así una obra propia y personal que lo convierte en un artista complejo y original que no solo se somete a la


influencia de la imaginería de los clásicos del Siglo de Oro o de los grandes poetas contemporáneos, modelos líricos de Hernández desde bien temprano.Grosso modo, su lenguaje poético atraviesa por las siguientes fases:1) El gongorismo presente en Perito en Lunas (1932), donde el autor ostenta una gran destreza verbal e imaginativa e incorpora una amplia gama de recursos característicos del creador del Polifemo: hermetismo, complejidad metafórica, léxico culto, bruscos hipérbatos que quiebran la sintaxis lógica…2) El neorromanticismo de El rayo que no cesa (1936), poemario de temática amorosa que nos remite al Cancionero de Petrarca y en el que emplea la metáfora surrealista. Se trata de un volumen especialmente rico en recursos retóricos: aliteraciones, hipérboles, epanadiplosis, rimas internas…3) El lenguaje directo y claro de Viento del pueblo (1937), formado por una serie de poemas comprometidos que pretenden defender la libertad e increpar a los tiranos.4) El neopopularismo de Cancionero y romancero de ausencias, integrado por composiciones de verso corto y de rima asonante que beben de la sencillez de la lírica popular y que concentran, por consiguiente, recursos que favorecen la musicalidad (anáforas, paralelismos, estribillos, estructuras circulares…) o la expresividad (símiles, personificaciones…).Con respecto a los símbolos que le sirven a Hernández como vehículo expresivo, se aprecia que varían en intensidad y significado según la etapa evolutiva y la trayectoria poética del vate de Orihuela.  


La crítica establece dos fuentes esenciales en la simbología hernandiana, y ambas proceden de la naturaleza. La primera nos conecta con lo telúrico, es decir, con los elementos terrenales (toro, tierra…); la segunda, en cambio, se vincula con lo cósmico (luna, rayo, lluvia, viento…).La luna, motivo central en la obra de Miguel Hernández, adquiere dos significados claramente diferenciados: por una parte, sugiere el paso del tiempo o el ciclo de la vida; por otra, es signo de fatalidad y de muerte, en contraposición al sol, emblema de luz y vida.A partir de su segunda etapa, aparecen elementos punzantes como el rayo, el cuchillo, la navaja o la espada, asociados al dolor, a la frustración amorosa o al deseo no satisfecho. Con todo, en los poemas pertenecientes a la etapa bélica, el rayo se transmuta en símbolo de la fuerza y el coraje de los soldados.La lluvia y el viento son también dos de las metáforas constantes en Hernández. Elemento vital para la vida, la lluvia se relaciona con la pena que provoca el amor; y el viento, que se alza como símbolo predominante en uno de los poemarios del oriolano, se vincula, esencialmente, con la fuerza del pueblo y la voz del poeta, quien anima a los oprimidos a luchar por su libertad.Por último, la tierra y el toro son otras referencias características del autor. Metonimia de la naturaleza, la tierra es la madre, la cuna y sepultura del hombre.
El toro, símbolo hernandiano por excelencia, ha sido representación de la muerte en Perito en lunas, de la virilidad o el impulso erótico en El rayo que no cesa y del valor del combatiente en Viento del pueblo.En definitiva, el lenguaje poético de Miguel


Hernández experimenta una serie de cambios a lo largo de la trayectoria del poeta; transformaciones que afectan del mismo modo a una métrica que varía en función de la temática y la intención expresiva del autor.
Octavas reales, sonetos, tercetos encadenados, romances, silvas o versos carentes de rima inundan las composiciones de una de las figuras más representativas de las letras castellanas del siglo pasado.

Temas

Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27.
El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias. Desde siempre ha estado muy ligado a la naturaleza, como poeta y como persona. Su labor como cabrero, asignada por un padre de talante severo, le llevará a aprender a cuidar el rebaño, a limpiar el establo, a recolectar fruta, a repartir leche… No es de extrañar su arraigo al terruño y la presencia constante de la naturaleza en su imaginario poético.En sus versos de adolescencia plasma la belleza de la realidad circundante. Todo este material inicial le llevará a la publicación de su primer poemario, Perito en lunas (1932), en el que mantiene esa tendencia de reflejar una naturaleza embellecida a través del empleo de inagotables recursos literarios.Pero a partir de El rayo que no cesa (1936), la naturaleza se convierte en parte sustancial del imaginario poético hernandiano;



ya no se trata tan solo de una fuente de inspiración, sino que se integra en la temática creando símbolos y sistemas de asociaciones. Así, las flores, vergeles y vegas remiten al amor; el huerto, a la fecundidad; y el oasis, a la amada. Lo mismo sucede con los fenómenos atmosféricos, ligados a la fuerza de los sentimientos. Surge de este modo el campo asociativo del viento, que encarna las ansias de libertad, o de la tormenta, representación del dolor.La poesía hernandiana se nutre, además, de símbolos del animalario.
Desde El rayo que no cesa hay un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro de lidia, destacando en ambos su destino trágico de dolor y de muerte, su virilidad, su corazón desmesurado, la fiereza y la pena. En contraposición al toro, el buey representará después, en «Vientos del pueblo me llevan«, la mansedumbre, la sumisión y la cobardía. En esta poesía de guerra, el ruiseñor, símbolo de la primavera en el huerto hernandiano de la producción poética anterior, se convertirá en el trasunto del poeta-cantor del pueblo.Por otra parte, la poesía del oriolano se modula en torno a otros tres grandes motivos, tres grandes asuntos que todo lo invaden y que constituyen tres grandes temas de la poesía de siempre: el amor, la vida y la muerte.
El rayo que no cesa, su principal poemario amoroso, nos remite al Cancionero de Petrarca, de ahí que este sentimiento universal se perciba como fatal tortura. Los ejes dominantes de este volumen son, pues, la queja dolorida, el desdén de la amada y el amor como muerte.
El agitado ambiente de la República y el estallido de la guerra civil en julio de 1936 arrastran a Hernández


a una poesía de testimonio y denuncia que se materializará en el volumen Viento del pueblo (1937), en el que el tema del amor se funde con una poética de combate y se supedita al enfoque político-social. A medida que avanza el conflicto bélico, la posibilidad de la victoria se aleja y el espectáculo cruento del enfrentamiento fratricida se intensifica. El tono vigoroso, entusiasta, combativo y vital de Viento del pueblo se atempera en El hombre acecha (1939), un texto donde el poeta pasa de cantar a susurrar amargamente; o dicho de otra manera, de exaltar a los héroes a lamentarse por las víctimas.
Las últimas vivencias del poeta -el fallecimiento de su hijo, la derrota, la caída de la República, su encarcelamiento, su soledad- se plasman en su último poemario:

Cancionero y romancero de ausencias

. Iniciado en 1938 a raíz de la muerte de su primer hijo, esta obra póstuma se fue nutriendo con poemas escritos desde la cárcel que los editores recogieron posteriormente. El oriolano alcanza así la madurez poética con unas composiciones que beben de la sencillez de la lírica popular y abordan los temas más obsesionantes de su mundo lírico: el amor, la vida y la muerte, sus «tres heridas».Se puede concluir que en la obra de Miguel Hernández se origina una clara simbiosis entre tradición y vanguardia, y que el predominio de una u otra influencia viene determinado por la propia evolución del artista y por las necesidades expresivas de cada etapa. El trayecto del poeta oriolano es, en consecuencia, una acertada recopilación de todas las tendencias poéticas del momento, lo cual enriquece sobremanera la obra de una de las figuras más representativas de las letras castellanas del siglo pasado.Vida y muerte: Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas  del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27.
El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias. Podríamos decir que toda su producción es una constatación de la terrible definición del filósofo alemán Heidegger:

El hombre es un ser para la muerte

. En efecto, en la poesía de Miguel se da perfectamente un discurrir dramático que comienza con la vida más elemental y balbuceante, una vida casi festiva,


inconsciente y de ficción, que poco a poco, conforme se va configurando el sufrimiento y se va desarrollando la funesta historia personal del poeta, acaba por deslizarse por la pendiente de la tragedia.
La mayor parte de los primeros poemas contiene un soporte de cierta despreocupación consciente, de vitalismo despreocupado y hasta, en ciertas ocasiones, de optimismo natural: en esta época su vida va por un camino (sueña con poder vivir para dedicarse a la poesía) y su obra por otro (contempla el mundo desde la perspectiva de sus poetas leídos y admirados). Podríamos afirmar que el primer espacio poético hernandiano estaría contagiado por la idea del primer Jorge Guillén, el de Cántico, el de la armonía esencial, el que proclamaba que el mundo estaba bien hecho. En su primera etapa,amor y muerte se plasman en los símbolos del toro y la sangre, a los que se une una constelación de elementos cortantes e hirientes como la espada, el cuchillo, el rayo, los cuernos o el puñal, instrumentos fulminadores para el poeta.Estos instrumentos del dolor que proporcionan alguna suerte de herida adquieren una expresividad dramática, agónica y desesperanzada en la «Elegía» dedicada a su amigo Ramón Sijé.
En ella aparecen unos términos que, acompañados por sus correspondientes adyacentes, configuran un mosaico de rabia y de malestar inconsolables: manotazo duro, golpe helado, hachazo invisible y homicida, empujón brutal, tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes, dentelladas secas y calientes…Estos versos coléricos contra la muerte, con el poeta andando sobre rastrojos de difuntos, nos hablan de la concepción de M. Hernández en este poemario y este momento de su vida:

Vivir es amar, penar y morir

Con la llegada de la guerra, la voz poética adquiere un tono combativo en Viento del pueblo (1937), donde la muerte se convierte en parte de la lucha por la victoria. Pero el optimismo inicial deriva en dolor y pesimismo por la dilatación y crudeza del conflicto bélico. Así se aprecia en El hombre acecha (1939), donde los muertos ya no son héroes sino víctimas y donde el último estertor rige el destino de los oprimidos. Sin embargo, es en Cancionero y romancero de ausencias, su último volumen, donde los poemas se oscurecen definitivamente con el desengaño y la carencia


de todo. La muerte de su primer hijo, la pérdida de la guerra, el odio de la posguerra, la condena a muerte, la posterior enfermedad y la soledad configuran este poemario de la desolación, cercano a la desnudez de la verdad más dura y terrible. Calificado como «genial epígono» del 27 por Dámaso Alonso, Miguel Hernández se inspira en la tradición literaria.
Garcilaso, Quevedo, Lope de Vega y, sobre todo, Luis de Góngora se convierten así en sus principales referentes desde bien temprano. De hecho, el gongorismo es una tendencia que ya se aprecia en su primer poemario de 1932, Perito en lunas, una obra que se inserta en la corriente de la poesía pura y que incorpora una amplia gama de recursos característicos del creador del Polifemo: hermetismo, complejidad metafórica, léxico culto, bruscos hipérbatos… Se trata, en síntesis, de un volumen hermético cuyos poemas se transforman en verdaderos acertijos poéticos, es decir, en imágenes vanguardistas cercanas a la greguería, lo que lo aproxima a Ramón Gómez de la Serna, autor novecentista que sirvió de inspiración al poeta de Orihuela.
El rayo que no cesa, su segunda publicación, de 1936, entronca no solo con el surrealismo, como veremos inmediatamente, sino también con la tradición, de la que toma la métrica clásica -domina el soneto quevedesco- y los motivos temáticos, que nos remiten al Cancionero de Petrarca, donde la amada es idealizada y presentada como la causa del sufrimiento del poeta.Gustavo Adolfo Bécquer influyó igualmente en Miguel Hernández. En este sentido, Cancionero y romancero de ausencias representa un hito en la utilización del cantar, enlazando de esta manera con una corriente revitalizadora que se inicia con los posrománticos españoles y que continúa con Machado y la Generación del 27.
Iniciado en 1938 a raíz de la muerte de su primer hijo, esta obra póstuma se fue nutriendo con poemas escritos desde la cárcel que los editores recogieron posteriormente.Otra de las influencias de la poesía hernandiana es el neopopularismo, presente no solo en su último poemario, sino también en Viento del pueblo (1937). Hernández busca ahora una poesía más directa y cercana a los oprimidos; una poesía que pone de manifiesto, en muchos momentos, su carácter oral y épico
De hecho,



algunas composiciones eran leídas para recitarse en el frente-. De ahí que emplee preferentemente el romance y el verso octosilábico, un metro popular e inmediato que hunde sus raíces en la poesía tradicional.Por otra parte, en los años treinta llega una nueva vanguardia: el surrealismo, que va a producir una «rehumanización del arte», un nuevo romanticismo e irracionalismo que dará cabida no solo a lo humano sino también a lo social y político. En la poesía de Miguel Hernández, esta rehumanización se aprecia en El rayo que no cesa
-que fusionará la poesía impura y la metáfora surrealista con la tradición literaria española- y en Viento del pueblo, que plasma con mayor evidencia el giro hacia la poesía impura: una poesía comprometida y combativa de tono eminentemente épico.
Se puede concluir que en la obra de Miguel Hernández se origina una clara simbiosis entre tradición y vanguardia, y que el predominio de una u otra influencia viene determinado por la propia evolución del artista y por las necesidades expresivas de cada etapa. El trayecto del poeta oriolano es, en consecuencia, una acertada recopilación de todas las tendencias poéticas del momento, lo cual enriquece sobremanera la obra de una de las figuras más representativas de las letras castellanas del siglo pasado.

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