El juicio ordinario

Ignacio de Luzán nacíó en el seno de una familia noble en Zaragoza el 28 de Marzo de 1702, y fue llevado por su familia a Barcelona, donde quedó huérfano en 1706, y al amparo de su abuela, y después de un tío eclesiástico que le llevó a Mallorca en 1715 y en cuya compañía visitó Italia. Aprendíó el italiano, comenzó los estudios de latín y retórica, además del inglés y el alemán. Se graduó de doctor en Derecho en la Universidad de Catania (1727). Dos años después muerto su tío, volvíó a Nápoles en donde vivíó hasta 1733, en que volvíó a España. Habitó en Monzón, pasando temporada en Huesca. Se le nombró miembro honorario de la Real Academia Española (1741) y después académico de la Historia y de la de San Fernando. Secretario de la embajada de España en París (1747-1750) y fundador de la Academia del Buen Gusto, ocupó varios cargos políticos y fue tesorero de la Real Biblioteca. Después de ser admitido por la Academia de Buenas Letras de Barcelona, murió en Madrid el 19 de Mayo de 1754. 

En 1737 se publicó la primera edición de La poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies. Luzán consideraba, en general, a nuestro siglo XVII como de decadencia y de corrupción literaria respecto al Siglo XVI, atacando a Góngora y al culteranismo y conceptismo. Respecto al teatro nacional es curioso que el mismo autor recortó algunos juicios que podían parecerle demasiados elogiosos al avanzar el siglo, en la segunda edición de su Poética que dejó preparada, y se publicó después de su muerte. 


Fue su obra, la Poética, la que introdujo en España las ideas del neoclasicismo. Inspirada en el tratado Della perfetta poesía, de Muratori, recoge las influencias francesas de Boileau, Lamy, Rapint, etc., y divide sus materiales en cuatro partes o libros que hablan del origen, progreso y esencia de la poesía; de su utilidad y deleite; de su fin; de la poesía dramática (tragedia y comedia) y de la poesía heroica y la lírica. No fue inmediata su influencia, es más, fue probablemente la segunda edición preparada en 1789 con importantes modificaciones por su hijo, la que actuó como base firme del neoclasicismo que por entonces comenzaba a declinar.

Luzán describe la belleza, fin de la poesía, como «una luz y resplandor de la verdad que, iluminando nuestra alma y desterrando de ella las tinieblas de la ignorancia, la llena de suavísimo placer». En tal definición utilitarista se basaría la estética del setecientos. La poesía, según Luzán, no es sino imitación de la naturaleza para la utilidad y deleite de los hombres. Para Luzán, el fin de la poesía era el mismo que el de la filosofía moral, sino que expuesto con cierta amenidad y con rigurosa musicalidad concertada. Si la poesía no alecciona, no tiene razón de existir, porque la moral es la única verdad.

Luzán cree que la imitación es el género de la poesía. Las artes tienden a la imitación. El verso es solo un instrumento. En el objeto de la poesía y de la imitación poética admite los tres mundos de Muratori, el celestial, el humano y el material, con lo cual no se reduce el campo amplio del poema. En la estética de Luzán influye especialmente Muratori, aunque no faltan las huellas de L’Art Poétique de Boileau.


Como poeta, Luzán es muy inferior a su obra estética. Podemos citar algunas anacreónticas, algún romance burlesco, sonetos -entre ellos algunos traducidos del italiano-, la razón del Pange Lingua, la canción A la conquista de Orán y El juicio de París, fábula épica dedicada a la entrada de Fernando VI en Madrid en 1746. Tras su regreso de Francia, publicó Memorias literarias de París, que trata sobre la literatura y el teatro del momento. Fue también traductor de obras italianas y francesas, como La razón contra la moda, de Nivelle de la Chaussée, y escribíó una comedia, La virtud coronada. Luzán admite la teoría de las tres unidades por las que debe regirse el teatro. Finalmente citaremos otras obras suyas, tales como, Diario de los Literatos de España, Retórica de las conversaciones, Tratado de ortografía española y Método breve para enseñar y aprender las lenguas.

Lo que Luzán hubiera querido era lo que modernamente hubiésemos llamado europeizar la literatura española, darle cierta uniformidad con la italiana, principalmente, y con la francesa, que había estudiado. En este concepto, puede calificársele de precursor. Cuando menos, predicó el buen gusto, el sentido común, y atacó la audacia ignorante de los malos escritores. Fue, en suma, un hombre de talento y de vasta cultura.

La Poética de Luzán decidíó decisivamente la culminación del nuevo estilo, pese a la opinión de Leandro Fernández de Moratín, que decía que «celebrada de los muy pocos que quisieron leerla y se hallaban capaces de conocer su mérito, no fue estimada del vulgo de los escritores».

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