Eloy Sánchez rosillo la vida

El verano


Es la estación de la juventud y el pasado, por lo tanto, la estación de la
plenitud vital. Alude con él el poeta a sus recuerdos de infancia y juventud. Se
manifiesta mediante una intensa luminosidad que evoca una existencia feliz y
alegre.
Desde el primer poema, va definiendo Rosillo el carácter simbólico de ese
verano, sin principio ni final, es decir, mítico, inseparable de sus recuerdos de
infancia y juventud, de ese ALLÍ / ENTONCES que, con ese verano mítico se
convierte en espacio de plenitud.
Los poemas en los que más se pone de manifiesto este recurrente símbolo
son: “Desde aquí” Pág. 11 y “Despedida”, Pág. 61.

El invierno
El invierno aparece, como la última estación, es decir, la última edad, la
vejez anterior a la muerte. No obstante, el tema se trata con cierta distancia,
usando un lenguaje coloquial que evita dramatismos en un tema tan repetido.
El poema en el que más se pone de manifiesto este símbolo es:
“Septiembre” Pág.67.

La luz


Es el otro gran símbolo que ya desde el principio aparece también ligado al
verano y al pasado feliz es la luz, esa “luz primera” que se rememora “desde la
oscuridad”, oponiendo así simbólicamente los dos tiempos: pasado-luz / presentesombra.
Las connotaciones del campo semántico de “luz” (claridad, sol, aurora, día…)
son siempre positivas para el autor, emergen cuando él se siente feliz y viceversa,
cuando la luz aparece, él es un poco más feliz. No podemos olvidar, en este sentido
que es un autor mediterráneo y su obra, lógicamente, está absolutamente
impregnada de este luminoso mundo.
Los poemas en los que más se pone de manifiesto este símbolo son: “La
luz”, Pág. 33, “En el atardecer”, Pág.69 Y “Cuando abrimos los ojos”, Pág. 59.
La naturaleza
Es la vida plena y sin complicaciones ni recovecos, como lo son el niño y el
adolescente, puros, seres que viven su plenitud sin otra preocupación que vivirla.
Los poemas en los que más se pone de manifiesto este símbolo son:
“Cuando abrimos los ojos, Pág. 59, “Un jilguero”, Pág. 35, “Despedida”, Pág. 61,
“Septiembre”, Pág. 67 Y “Volver”, Pág. 31.

La ciudad


Es el encargado, junto con el invierno y la noche, de hablar de la rutina, el
trabajo y la oscuridad como proximidad de vejez. Hay varios poemas donde la
ausencia de luz, el invierno y todo lo urbanita son el marco del presente en el que
se escriben los recuerdos en soledad.
Podemos encontrar poemas como Volver, en el que se insiste más en la
oposición ciudad-naturaleza como paralelo simbólico de la oposición vejezjuventud,
pues establece una comparación clásica entre las edades del hombre y
las estaciones de la naturaleza.
La madurez, simbolizada en la ciudad, la rutina, el trabajo y el otoño, se
considera como una vida falsa comparada con la vida del verano (simbólicamente,
la juventud) que se considera como una vida plena.
Los poemas en los que más se pone de manifiesto este símbolo son:
“Volver”, Pág. 31, “Septiembre”, Pág. 67.

La oscuridad


Todo un campo de oscuridad es el contrapunto poético de algunos temas de
La Vida: la esterilidad creativa, el presente lleno de recuerdos melancólicos, la
monotonía diaria e incluso la muerte; de hecho durante la noche se produce la
muerte de su padre, de ahí los tintes negativos que para él adquiere la oscuridad.
Los poemas en los que más se pone de manifiesto este símbolo son:
“Acaso”, Pág. 15 y “Septiembre”, Pág. 67.

La escritura


La actividad poética es vista como algo positivo, con una función redentora,
como la única actividad que salva ese presente oscuro, iluminándolo con la luz del
pasado. Esta idea aparece en varios poemas, pero es especialmente intensa en
Acaso. En este poema la voz poética se reencuentra con la poesía tras un largo
tiempo de silencio, y ese encuentro es visto como la llegada de la luz (con todo lo
que ese símbolo tiene de positivo para Rosillo) que hace que se retire la oscuridad.
Ahondando en este tema, de una forma estremecedora tras la que se
adivina la sinceridad y la necesidad de la escritura, encontramos el poema El
abismo. En él la escritura aparece como la última tabla a la que agarrarse para
sobrevivir, lo único que da sentido a su vida. Fuera de la escritura lo único que hay
es solamente la nada, el vacío. El dramatismo del poema estriba precisamente en
su falta de dramatismo. La voz poética aparece distanciada, fría, mientras nos
explica su terrible situación: está jugando con el abismo, se está negando
voluntariamente a escribir y está sintiendo la atracción de esa nada, de ese vacío
que es el que se nota en su voz cargada de indiferencia, de hastío
Los poemas en los que más se pone de manifiesto este símbolo son:
“Acaso”, Pág. 15 Y “El abismo”, Pág.53.

El hijo, la infancia


Pero la infancia también está en la figura de su hijo, elemento de cierta
importancia dentro del libro. El hijo del poeta aparece en ese primer poema que es
una especie de recorrido por el pasado de la voz poética. En ese recorrido el hijo es
la última presencia positiva (las otras han sido, cronológicamente, su propia
infancia, su juventud y el amor) y también la última pérdida, porque todo en La
vida está sometido al tiempo, a la pérdida, especialmente la infancia. En este
primer poema la imagen de su hijo desaparece, como todas las demás, desvanecida
en la niebla del tiempo, cerrando el círculo del recuerdo en el que también había un
niño, pero era él mismo.

Tiempo y muerte son, según Rosillo, las dos cosas ajenas a la infancia, lo
que el niño no debe conocer para seguir siendo niño. Pero este poema tiene otro
punto importante: el presente en el que se escribe, ese círculo que ya hemos
explicado con el que se intenta atrapar el tiempo dentro del poema, tiene aquí un
sentido más concreto y amenazador
Los poemas en los que más se pone de manifiesto este símbolo son: ”Desde
aquí”, Pág. 11, “Un jilguero”, Pág. 35, “En mitad de la noche”, Pág. 37, “Al mirar
atrás”, Pág. 43.

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