Fortunata y jacinta comentario de texto

BENITO PEREZ GALDOS


La producción literaria de Benito
Pérez Galdós (1843-1920) está formada por novelas, cuentos, piezas teatrales, prólogos y artículos literarios. Como novelista destaca por la creación de personajes y su capacidad para integrar la historia del país en la vida de esas personas individualizadas, que adquieren la categoría de arquetipos sin dejar de ser concretos y actuales (esta es la razón por la cual nos identificamos con ellos, con sus virtudes y defectos, sus triunfos y sus fracasos). Antes de resumir la trayectoria de Galdós, es importante señalar que acometió una hercúlea tarea imposible, tratar de interpretar literariamente la historia del XIX en España, a la que dedicó 46 relatos (Episodios Nacionales) distribuidos en 5 series. Son narraciones comparativamente breves cuyos títulos dan fe de su proyecto: “Trafalgar”, “Bailén”, “La batalla de Arapiles”… Las novelas de la primera época reflejan los intereses temáticos y estilísticos de su obra posterior: La Fontana de Oro (1870), La sombra (1870) y El audaz (1871). A partir de Doña Perfecta (1876), Galdós escribe novelas de tesis [Gloria  (1877), La familia de León Roch (1878) y Marianela (1878)] que exponen conflictos ideológicos y presentan temas religiosos desde una perspectiva claramente anticlerical. Los personajes están sometidos a las ideas del autor y sirven para ejemplificarlas: carecen de autonomía y complejidad psicológica y caen en el maniqueísmo (son rematadamente buenos, como Pepe Rey y Rosario, o rematadamente malos, como doña Perfecta o don
Inocencio). Los ideales de libertad, de tolerancia y progreso que defiende Galdós se enfrentan al conservadurismo, la intolerancia y una religiosidad tradicional que niega valores auténticamente cristianos (pues, como en el caso de Doña Perfecta, puede llegar a condonar el asesinato para preservar un conjunto de valores caducos). En las novelas contemporáneas, Galdós inventa un mundo ficticio, reflejo de la realidad de la época y en el que Madrid adquiere un papel protagonista (es, con todo, el centro de Madrid en el que está situado nuestro instituto). Entre ellas podemos citar La desheredada (1881), El amigo Manso (1883), El doctor Centeno (1883), Tormento (1884), Lo prohibido (1885), Miau (1888) y Fortunata y Jacinta (1886-1887). Galdós desarrolla una serie de técnicas narrativas en todas estas novelas: narrador omnisciente o cronista de los hechos; diálogos, que permiten ofrecer perspectivas diversas sobre la realidad y caracterizar a los personajes según sus usos lingüísticos; monólogo interior, estilo indirecto libre y escenas teatrales dialogadas en las que los parlamentos de los personajes son presentados sin intervención del narrador y con acotaciones (no hay que olvidar que Galdós tuvo que adaptar algunos de sus relatos para el teatro, como medio de aumentar sus ingresos, y que murió en la indigencia, a pesar de haber sido candidato no declarado al premio Nobel de Literatura y pese a su vasta y profunda obra literaria). También es un maestro del humor, de la parodia y de la fina ironía. En las novelas espiritualistas prevalecen los valores evangélicos: el amor y la caridad cristiana. Estos relatos constatan la desilusión ideológica del autor por el fracaso de la burguesía en transformar la sociedad y su recurso a la trascendencia. Entre ellas podemos citar Nazarín (1895), Halma (1895), Misericordia (1897) y El abuelo (1905) [de la que existe una versión cinematográfica de José Luis Garci, con Fernando Fernán-Gómez como protagonista; Galdós se presta fácilmente a su adaptación al cine: Luis Buñuel: Tristana y Pedro Olea: Tormento son buenos ejemplos). Las últimas novelas mezclan el realismo con lo maravilloso y fantástico. En ellas hay puntos de contacto con la ideología de los escritores finiseculares: conocimiento y retrato de la geografía castellana e intrahistoria (Unamuno), la vida cotidiana de los seres anónimos: Casandra (1905), El caballero encantado (1909), La razón de la sinrazón (1915). Es también autor de la serie Torquemada, compuesta por 4 novelas protagonizadas por un usurero con este nombre. Por último, su obra más extensa y conocida es Fortunata y Jacinta, cuyos protagonistas son dos mujeres casadas y sus respectivos maridos (Maximiliano Rubín y Juan Santa Cruz) y en la que, a través del mecanismo temático del triángulo amoroso se ofrece una visión panorámica de la España de la época, socialmente transversal, y un estudio psicológico universal de la condición humana.

TEATRO ROMÁNTICO


 Desde el punto de vista literario, el siglo XIX comprende dos grandes movimientos de gran influencia en la constitución y el desarrollo de la sociedad moderna: el romanticismo y el realismo (con su derivación naturalista). El romanticismo, que abarca en Europa la primera mitad del siglo (y tiene su mejor manifestación poética en España en la obra tardía de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro), se caracteriza por el ansia de libertad, el subjetivismo extremado y el dilema del hombre atrapado en un mundo burgués que lo rechaza y que él mismo aborrece, por lo que busca la evasión en el espacio (exotismo) y en el tiempo (la edad dorada primitiva). El romanticismo se manifiesta preferentemente en la poesía y en el teatro. 
La representación teatral ofrece un marco a la vez preciso y verosímil para la proyección de las ideas y tensiones presentes en la sociedad de la época. Los autores dividen la obra dramática en jornadas; mezclan el verso y la prosa; rompen con la regla de las 3 unidades (típica del teatro neoclásico, utilizada por Moratín en El sí de las niñas); se incluyen episodios secundarios, escenas costumbristas y saltos temporales) y mezclan lo cómico y lo trágico. Los protagonistas acaban siendo víctimas de la fatalidad, de un destino inexorable, aciago e infeliz. Las mujeres están condenadas al sufrimiento amando apasionadamente (Leonor, en Don Álvaro o la fuerza del sino; Inés, en Don Juan Tenorio). Junto a ellos aparecen numerosos personajes secundarios. Los autores concedieron gran importancia a la puesta en escena, utilizando acotaciones y apartes. Los temas más recurrentes eran, entre otros, la fatalidad y el amor apasionado y desenfrenado, la venganza, el poder y la autoridad, el adulterio y el suicidio; la naturaleza inhóspita, las noches tormentosas, los crímenes, los cadáveres, las sombras y los fantasmas. Entre los autores más representativos del teatro romántico cabe citar a los siguientes: Francisco Martínez de la Rosa (La conjuración de Venecia, 1834); Mariano José de Larra (Macías, 1834), Ángel de Saavedra, duque de Rivas (Don Álvaro o la fuerza del sino, 1835), Antonio García Gutiérrez (El trovador, 1836), Juan Eugenio de Hartzenbusch (Los amantes de Teruel, 1837) y, sobre todo, José Zorrilla (Don Juan Tenorio, 1844). No se debería concluir un resumen del drama romántico sin hacer algún somero comentario sobre las dos obras cumbre de este movimiento [Don Álvaro o la fuerza del sino y Don Juan Tenorio], analizando sus analogías y diferencias. Ambas recurren al pasado histórico (siglos XVIII y XVI); en ambas se sitúa la acción en Sevilla, aunque en la 1ª nos vemos transportados a Italia, y en la 2ª a casas y calles, una hostería y un cementerio; en las dos aparece el convento como lugar sagrado. Mientras que en la 1ª la acción tiene lugar durante más de 5 años, en la 2ª se lleva a cabo en solo 2 noches (de 1545 y 1550) separadas por 5 años. Rivas estructura su drama en 5 actos; Zorrilla lo hace en 2 partes de 4 y 3 actos respectivamente. En ambas se utiliza la polimetría y se mezclan los estilos elevado y popular. En ambas se usan recursos lingüísticos y estilísticos propios de la exageración romántica: interrogaciones, exclamaciones, hipérboles, antítesis y adjetivos enfáticos. Finalmente, sus protagonistas reflejan las actitudes propias de la confusión entre la subjetividad del héroe y su difícil encaje en el mundo, aunque la solución propuesta por ambos autores es diametralmente opuesta: Don Álvaro es un mestizo rechazado por su entorno que se suicida tras conocer la muerte de su amada apuñalada y esta es la amante apasionada que encarna a la heroína romántica; Don Juan es el seductor arrepentido, salvado “in extremis” por la sombra de su amada, joven hermosa, inocente y dulce que simboliza la fuerza redentora del amor, ya fallecida, por la cual alcanza la salvación de su vida pecaminosa. De este modo Zorrilla se opone a la solución adoptada por la mayoría de las tragedias románticas. La 1ª perdura en la historia fundamentalmente por la música que inspiró a Giuseppe Verdi para la ópera La forza del destino, estrenada en San Petersburgo en 1862. La segunda se ha convertido en uno de los mitos fundamentales de la literatura española (Ramiro de Maeztu: Don Quijote, Don Juan y La Celestina). 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *