La casa de Bernarda Alba personajes

El presente fragmento comienza in media res, ya que la introducción al conflicto precede a la escena (Adela y Martirio luchan), ruptura temporal que se corresponde con las innovaciones formales de la literatura europea del Siglo XX. La introducción de elementos modernos, propia de García Lorca y de la Generación del 27, se entremezcla con la división de la obra en tres actos, siguiendo el esquema clásico de planteamiento-nudo-desenlace. No obstante, el tiempo varía en cada una de ellas (mañana-tarde-noche) y su transcurrir se convierte en otro elemento de asfixia. Esto es, el tiempo interno de las protagonistas discurre lentamente, reflejando el tedio sus vidas: condenadas a 8 años de encierro, sin ilusiones y bordando día tras día sin esperanza. 


Por su parte, los actos repiten `paralelamente la misma secuencia: calma inicial, sucesión de conflictos y violencia final. Además, los actos y las escenas conforman una unidad de sentido global gracias a una progresión temática de estructura ascendente en la que las acciones y las escenas se encadenan, de modo que una escena conduce a la otra. Se trata del recurso empleado por Lorca con el fin de lograr que la intensidad dramática aumente a medida que avanza la obra. Esta gradación ascendente culmina en la última escena.


En efecto, nos hallamos ante la escena de violencia final del tercer acto. Poco antes del desenlace asistimos a la discusión entre Martirio y Adela, interrumpida por la entrada de Bernarda; a continuación, interviene el resto de las mujeres de la casa.
La acción se desenvuelve a un ritmo vertiginoso: Adela cree muerto a su amado y se suicida, Bernarda reprime los llantos de todas. En esta escena, asimismo, confluyen los temas que recorren la obra: las apariencias, el odio, la envidia, el autoritarismo, la rebelión, la resignación, la represión de la sexualidad y el sometimiento de la libertad individual a la preceptiva social.
Todos los temas se reflejan simbólicamente en los personajes, es decir, el odio y la envidia se materializan en Martirio; la dominación en Bernarda; la rebelión en Adela… La intensidad dramática del final de la obra recae sobre Adela, Bernarda y Pepe el Romano, aunque el origen reside en la envidia y el odio de Martirio, elementos desencadenantes de la tragedia final (“¿Estaba con él!..”).  

La trama de La Casa de Bernarda Alba se desarrolla en torno a la dominación tiránica de una madre sobre sus hijas, consecuencia de un sistema social totalmente represivo. Lorca plantea dicha temática mezclando elementos de la tradición literaria española con rasgos procedentes de las vanguardias europeas. La tradición literaria se manifiesta en la opresión ejercida sobre las mujeres en el ámbito rural de la Andalucía de los años treinta, contenido que liga con temas propios del teatro del Siglo de Oro español. Al mismo tiempo, la profusión de símbolos encaja con las vanguardias y con la Generación del 27.  Por lo tanto, tradición y vanguardia confluyen en La casa de Bernarda Alba y se entretejen con un magistral empleo del lenguaje que plasma tanto el conservadurismo de la burguésía rural como la injusticia social de la Andalucía del momento. 


 La crítica de Lorca hacia el retraso de España deriva de la profunda crisis política, económica y social que atraviesa el país desde la Restauración monárquica iniciada por Cánovas del Castillo en 1876. Tras la dictadura de Primo de Rivera (1923-1931), el período iniciado por la II República Española (1931-1936) dio lugar a una etapa de apertura cultural, política y social que, sin embargo, terminó con el estallido de la Guerra Civil (1936-1939). Lorca describe la situación estática y atávica de la vida rural española a la que critica y califica de drama: Drama de mujeres de los pueblos de España.


La crítica social se lleva a cabo mediante unos personajes que se convierten en estereotipos de una época, de modo que cada uno de ellos encarna un determinado concepto. Bernarda defiende un código moral basado en la posesión de la tierra, el matrimonio, la honra y el predominio moral del varón. Ella personifica la normativa masculina y conservadora imperante en la época, por la que el ejercicio de libertad individual se castiga con la locura (María Josefa) o con la muerte. El suicidio de Adela supone la forma extrema de rebelión, pero su desafío elimina cualquier afán de libertad para el resto de la familia: “A callar he dicho, las lágrimas cuando esté sola, nos hundiremos todas en un mar de luto”. Además, el silencio exigido por Bernarda se dirige tanto a sus hijas y criadas como a los vecinos, hecho que pone de relieve el grado de rigidez exigido en el cumplimiento de la normativa social: “ella la hija de Bernarda Alba ha muerto virgen ¿Me habéis oído? Silencio, silencio. He dicho ¡Silencio!”. 


Martirio es uno de los personajes más complejos de la obra: su madre frustró  su boda con el joven Enrique Humanes por ser hijo de un gañán y su insatisfacción sexual se revela en su gusto por la ropa interior y en el robo del retrato de Pepe. Se siente atraída por Pepe el  Romano (“Dichosa ella que lo pudo tener”), circunstancia que explica sus celos y la mordacidad de sus comentarios dirigidos a Angustias y, especialmente, a Adela (“¡Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza!”). La frustración originada por la envidia alcanza tal nivel que no duda en delatar a Adela, convirtiéndose en un factor clave del suicidio de su hermana. 


Adela, por su parte, es la más joven y representa al “héroe trágico” de la tragedia griega. Su nombre significa “de carácter noble”. No se somete a la tiranía materna ni al destino que la sociedad le reserva dada su condición de mujer. El deseo de libertad de Adela emerge tanto en acciones mínimas (usa un abanico de flores, un vestido verde, contempla las estrellas) como en otras de mayor envergadura (se fuga en medio de la noche para acostarse con Pepe el Romano) e incluso desafía la moral establecida (“¡Mi cuerpo será de quien yo quiera!”) manteniendo relaciones con Pepe: “…enaguas de paja y trigo”.  Adela transgrede unas normas de conducta social para las que el concepto de “honra” se sustenta en la sumisión de la mujer y en la represión sexual (“¡deshonra de nuestra casa!”) y niega su destino (“Una mujer no sabe apuntar”) a través de su muerte y rebelándose contra la extrema opresión ejercida sobre la mujer (“¡Nadie podrá conmigo!”).


Respecto a Bernarda, su nombre significa “con fuerza o empuje del oso” y de ello da cuenta el bastón que recuerda al cetro de Júpiter: “¡Qué pobreza la mía no llevar un rayo entre las manos!”. Al igual que en la tragedia griega, sus errores provocan la destrucción familiar; la hybris de Bernarda consiste en negar la realidad que se fragua alrededor, circunstancia advertida por Poncia. La obsesión de Bernarda por la limpieza (la honra) y por el blanco de las paredes (su apellido alude a lo blanco “Alba”) representan su excesiva preocupación por las apariencias. De hecho, Bernarda asume los códigos sociales hasta el punto de acallar su dolor ante la muerte de su propia hija. 


Pepe el Romano no aparece en escena, sabemos de su intervención por uno de los efectos acústicos típicamente lorquianos: el silbido. Sin embargo, su estela invade por completo el mundo interior de la casa: proyecta casarse con angustias por su dinero, es amado secretamente por Martirio y mantiene relaciones amorosas con Adela. Se trata del elemento catalizador de las fuerzas latentes y términos como “corral” o “jaca” aluden a Pepe como símbolo de lo sexual. Además, aglutina la fuerza masculina y el anhelo erótico tal y como se observa a través de la calificación de Adela al caballo semental como “hermoso, blanco” y su visión hiperbólica de este: “un gigante” o “un león”. En resumen, ejerce una función doble: por un lado, representa la encarnación de los anhelos ocultos de las hijas de Bernarda y, por otro lado, conduce a la tragedia final.


El último acto de la obra desvela los encuentros entre Adela y Pepe, que Martirio, rota de celos y envidia, rebela a su madre. En representación del hombre de la casa a quien corresponde lavar la honra mancillada, Bernarda dispara a Pepe el Romano y Adela se suicida, creyéndolo muerto. Al igual que el resto de la obra, este fragmento desarrolla el universo dicotómico que envuelve La casa de Bernarda Alba, a saber: la opresión contra la libertad (“¡Aquí se acabaron las voces de presidio!”); la vida contra la muerte (“La muerte hay que mirarla cara a cara””); las normas y convenciones sociales contra los deseos instintivos (“¡Esa es la cama de las malnacidas!; “No creas que esos muros defienden de la vergüenza”; “¡Se han levantado los vecinos!”). Bernarda, haciendo gala de una autoridad irracional fruto de la tradición y los convencionalismos sociales, exige silencio tal y como ocurre al inicio de la obra: “¡Silencio!”. La irracionalidad de Bernarda se origina en la transformación de la realidad que lleva a cabo en tanto la tergiversa con el fin de dibujar una realidad que coincida con sus propósitos: ”Aquí no pasa nada!”. En suma, la descripción hiperbólica de su tiranía denota que Lorca quiso hacerse eco de una España se resiste al progreso y vive anclada en los vestigios de un pasado caduco.


La obra, por lo tanto, comienza y termina con silencio y muerte, aspectos que Lorca fusiona simbolizando la opresión mediante el silencio que, de no mantenerse, desemboca indefectiblemente en la muerte. El personaje de Adela conjuga el enfrentamiento a la autoridad y la liberación de las pasiones; ella exterioriza su ansia de libertad a través de la elección del color verde en un vestido o mediante su negativa a coser junto con sus hermanas quienes, por el contrario, obedecen a Bernarda. Todas las actitudes de Adela (el vestido verde, erotismo y muerte para Lorca) anticipan un final trágico (elemento de la tragedia griega). Adela rompe el bastón de Bernarda (“¡Esto hago yo con la vara dominadora!”) producíéndose una catarsis propia del héroe de tragedia griega que desata su individualidad, porque se desmarca del mundo que le rodea y desobedece las normas fijadas por una moral contraria a las pasiones inherentes al ser humano.


Por consiguiente, el enfrentamiento que se establece entre lo natural y lo social, entre la realidad y el deseo, entre la autoridad y la libertad, acaba de manera trágica. Tan es así que del choque de voluntades nace la tensión dramática. Adela se suicida utilizando la cuerda con la que su madre, simbólicamente, quiere atarlas a todas tras la conversación con Martirio y una vez descubierta su relación con Pepe. El suicidio de Adela implica la vuelta a la realidad de Bernarda o, lo que es lo mismo, la realidad social y el mantenimiento de las apariencias por encima del dolor: “Nos hundiremos todas en un mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”. Así concluye la obra, con la misma palabra con la que Bernarda interviene en escena por primera vez. 


En definitiva, el teatro de Lorca confronta el teatro de su época y los atavismos de la sociedad española. Insatisfecho con la obra dramática de sus contemporáneos, Federico García Lorca escribe un teatro literario-metafórico, en el que música y poesía se combinan con la prosa para desrealizar el argumento y conferirle una dimensión humana y universal. Tal idea explica la recurrencia de temas derivados del choque entre las pasiones elementales del individuo y la sociedad. Asimismo, García Lorca se aleja de concepciones que reservan la literatura para una minoría intelectual (Ortega y Gasset) cultivando un teatro que recoge el drama de la vida y dirigiendo sus obras a un público heterogéneo proveniente de todas clases sociales. 


La mencionada concepción del teatro redunda en la ligazón entre Realismo y poesía que cristalizan en la doble dimensión de las escenas. Lorca otorga a las palabras la categoría de símbolos, de forma que estas refieren un significado distinto al que se observa a primera vista., configurando un lenguaje poético que según avanza la obra, se va desprendiendo de los matices realistas hasta que, finalmente, lo poético impregna todo el lenguaje. Muestra de lo antedicho es el último parlamento de Bernarda en el que la intensidad dramática se consigue mediante la dimensión simbólica del lenguaje: “Nos hundiremos en un mar de luto”. El negro representa la muerte frente al blanco virginal de la mortaja de Adela, contraste presente durante toda la obra [simbolismo del blanco (la luz, la pureza), frente al negro (la pena)].


Finalmente, cabe recordar que La casa de Bernarda Alba es considerada por la crítica como la obra maestra de Lorca y el cénit de su producción dramática. No en vano el grado de intensidad dramática nos retrotrae a la tragedia griega al tiempo otros aspectos como la creación de prototipos universales (Bernarda) o la hondura en el tratamiento del libre albedrío en un contexto que subyuga las pasiones humanas evocan a grandes autores de la literatura universal como Shakespeare. La casa de Bernarda Alba, escrita por Federico García Lorca, fue su último gran drama, ya que lo detuvieron al estallar la Guerra Civil Española (1936) y, diez días más tarde, el 19 de Agosto de 1936, lo fusilaron junto a un maestro de escuela republicano. 

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