literatura

Tomás: es el protagonista.
Su situación y su actitud anterior al comienzo de la acción lo han trastornado y ha transformado la realidad para poder soportarla. Su mente está librando una batalla, ayudada por el auxilio externo que representa la actitud de sus compañeros, en la que la realidad va penetrando entre las grietas que aparecen en la Fundación imaginada. Su locura, nacida como coartada ante el miedo por su situación y la vergüenza de haber sido débil y delatado a los compañeros, se alimenta también de su imaginación, pues él aspiraba a ser escritor. Al final de la obra asume el papel desempeñado por Asel y repite sus ideas, aceptando luchar por un cambio “que despertará toda la grandeza de los hombres”. Se atreve también a pensar en el futuro, un mañana en el que las atrocidades no existan. Ese universo abre el drama a una perspectiva visionaria que también encierra la locura. El proceso de transformación de la realidad que realiza el protagonista como huida de lo cotidiano y el de fingimiento por parte de sus compañeros que finalmente lo acerca a lo real, nos lleva a recordar al personaje cervantino. Don Quijote se crea un mundo a su medida, a la medida de sus sueños, se inventa una amada, Dulcinea, como Tomás hace con Berta. Todo comenzará a derrumbarse cuando los demás intervengan desde fuera en este proceso personal de alucinaciones. Su recuperación y el reconocimiento de su denuncia constituye el clímax de la fábula.Berta: es una investigadora científica producto de la locura de Tomás. Puede interpretarse como un desdoblamiento de la personalidad del protagonista. De hecho, lleva su misma identificación (C-72). Aborrece la fundación. Todo lo que expresa es lo que Tomás empieza a intuir o temer. Es un refugio para él, pero a través de ella se van filtrando fragmentos de la realidad que él conoce pero preferiría ignorar. La crítica ha advertido en ella la influencia cervantina a través del personaje de Dulcinea del Toboso y la oposición “ser y parecer”. Son varias las apariciones en escena y una más a la que se alude pero no se presencia. Su valor simbólico es fundamental y está relacionado con el ratón que lleva en sus manos el cual representa al protagonista. Berta lo deja caer muerto en su última aparición, al final del primer cuadro de la primera parte, inmediatamente después de que Tomás reconozca la realidad en la que se halla. 


Asel: es un médico en la mente de Tomás cuya función es la del líder del grupo, es el más maduro y reflexivo. Con su serenidad logra salvar situaciones difíciles que se producen en las primeras escenas. En la segunda mitad del drama aumenta su complejidad. Cuando cae Tulio tiene momentos de desaliento. Sabe que la esperanza de un mundo mejor debe ser buscada en el presente. Hay que trabajar y “mancharse”. Asel también se presenta como la voz de la conciencia de Tomás: “Vivimos en un mundo civilizado al que le sigue pareciendo el más embriagador deporte la viejísima páctica de las matanzas. (…) ¿Habré de recordarte dónde estamos y con cuál de esas matanzas nos enfrentamos nosotros? No. Tú lo recordarás.” Asel sabe distinguir entre la necesaria violencia, inevitable para cambiar el mundo, y la crueldad que sólo añade dolor gratuito. Por eso afirma la vida, la necesidad de vivir y luchar para modificar el mundo. Sólo aceptando la conciencia de sus posibilidades y limitaciones entiende Asel que es posible avanzar. Se quitará la vida para no descubrir el proyecto de fuga, tratando de salvar a sus compañeros, de posibilitar el futuro para ellos, ya que sabe que las autoridades de la cárcel no le dejarán compartir la celda de castigo. Lino: ingeniero en la mente de Tomás, aunque tornero en realidad, es un joven que al principio del drama se muestra inhibido pero que progresivamente se volverá impetuoso y desdeñará la prudencia. Por eso se contrapone a la reflexión y prudencia de Asel. Tan pronto como descubre que Max es el delator, quiere desenmascararlo y anularlo. Pero, al obrar así, se equipara sin darse cuenta a los carceleros. Su interrogatorio al espía lo iguala a ellos y Max, espantado, pide auxilio. Lino se ha convertido momentáneamente en alguien más temible que los mismos agentes de la represión. Finalmente asesinará a Max. Desde el punto de vista ideológico, la posición aparentemente más moderada o posibilista de Asel, que se opone al radicalismo encarnado por Lino, puede ser entendida como producto de la reflexión surgida ya en el período de encarcelamiento del autor.


Tulio: fotógrafo, se muestra impaciente e iracundo frente a la enfermedad de Tomás. Esto contribuye a la vuelta a la cordura del protagonista y complementa la figura y la labor de Asel. Es el personaje que provoca más rupturas entre el mundo real y el transformado o fingido por sus compañeros. Así ocurre cuando finge recoger unos inexistentes vasos de cristal, invisibles para todos, con excepción de Tomás; aquél sólo hace los ademanes y su mímica resulta normal para sus compañeros, pero Tomás ve que realmente no está consiguiendo nada. Al ser conducido no se sabe si a otra celda o a cumplir su condena a pena de muerte, Tulio se despide de sus camaradas y le aconseja a Tomás que abandone sus sueños porque soñar es un error. Poco después Tomás reconocerá su verdadera identidad. Max: Es un tenedor de libros transformado en matemático por la mente de Tomás. Es educado y diligente con los demás e incluso da muestras de su sentido del humor a veces irónico. Pero cuando sus compañeros de celda descubren su culpa él la niega y finalmente será aesinado por Lino, quien lo tira por la barandilla. En realidad, su mentira es uno de los desencadenantes del desenlace del drama. Hombre: Es el compañero de celda, enfermo para Tomás, con el que este habla hasta que descubre, cuando se lo llevan, que está muerto. Tiene una doble función: representa a las víctimas del sistema represivo y es el primer eslabón en el proceso de curación de Tomás. Además de los personajes centrales del drama, hay otros que, solamente aludidos, abren la cerrada perspectiva de la celda a un horizonte más amplio de solidaridad humana. Son los “compañeros a toda prueba” que se arriesgarán para que desde el sótano puedan cavar el túnel hacia la libertad, o los “barrenderos de la galería” que diseminarán la tierra, “porque son compañeros”, o el “cojo de la celda de enfrente” que descubre a un egoísta, o cualquiera de los miles de ojos que miran y ayudan. Esa colectividad que está en el fondo se hará presente en escena, cuando un “coro de voces”, según dice la acotación, grite al unísonó “Asesinos”, como última despedida a Asel, a la vez que revela de qué modo la situación que afecta a los cinco protagonistas trasciende sus casos personales y se convierte en testimonio de una represión generalizada.


La propia autora se refiere a la técnica narrativa elegida con estas palabras: «El gran reto de esta novela fue crear una voz como la de Nino, capaz por un lado de sostener la inocencia de un niño pero, por otro, de servir como testigo eficaz de la realidad. […] Al final, opté por un recurso propio de las novelas de aventuras: Nino, como el Jim de La isla del tesoro, cuenta su historia cuando es un adulto, pero desde la perspectiva que tenía de niño. El reto consistía en no destruir la inocencia de la voz que cuenta la historia.» El narrador es Nino, el protagonista. Se trata de un narrador interno que cuenta los hechos en 1ª persona, adoptando un punto de vista retrospectivo, pues construye su relato desde su etapa de adulto, tiempo después de las primeras elecciones generales de la democracia, celebradas en 1977. Desde este momento de su vida, recuerda su experiencia como niño en Fuensanta de Martos, y como joven, en Granada, en la cárcel y ya liberado por la aplicación de la amnistía parcial por preso político. En los tres primeros capítulos predomina el punto de vista del Nino niño, quien cuenta, bien como narrador protagonista, bien como narrador testigo, su experiencia durante el Trienio del Terror (1947-1949) en el pueblo jienense de Fuensanta de Martos. Pero en muchos fragmentos se deja ver el rastro del Nino adulto que adelanta sucesos futuros o que interpreta situaciones con cierta madurez impropia de un niño. Además, el punto de vista del narrador principal se sustituye en ocasiones por el punto de vista de otros personajes, casi siempre mediante el discurso directo, bien con los rasgos formales tradicionales del verbo dicente y la raya, bien sin ellos. A veces el narrador se refiere a hechos, situaciones o pareceres que le contaron, del pasado o el presente, y que puede combinar con su punto de vista sobre ellos. En algunos fragmentos narrativos podría observarse incluso que el narrador protagonista o testigo adopta leves rasgos propios de uno omnisciente.


Ejemplo de narrador interno protagonista que expresa sentimientos: «Paquito no se sabía las tablas de multiplicar, pero daba igual, porque era muy alto, y daría la talla, y sería guardia civil como su padre, como su abuelo. Miguel, el hijo del boticario, no era ni tan burro ni tan alto como él, tampoco tan estudioso como yo, pero heredaría la farmacia, y le llamarían don Miguel, y viviría tranquilo, despachando aspirinas. Y yo… Yo no quería ser secretario del Ayuntamiento, ni oficinista en la Diputación, yo quería conducir coches de carreras, y si no, arrendar un molino, como el Portugués, y tener un huerto, y un caballo, y vivir lejos del pueblo para subir al monte cuando me diera la gana, a coger setas y a pescar truchas, y sin embargo iba a tener que aprender a escribir a máquina, y a hablar francés, y las matemáticas se me daban bien, se me daban bien la gramática y las ciencias naturales, pero no sabía si iba a poder con la máquina, y sin embargo sabía que tenía que poder, porque lo que no podía era decepcionar a mi padre dos veces seguidas». Ejemplo de narrador interno testigo que cuenta lo que ve o lo que oye, sin participar: «A veces me levantaba y les miraba por la rendija de la puerta. Él, tiritando en invierno, empapado en otoño o sudando en verano, pero agotado de cansancio en cualquier estación del año, se desplomaba encima de una silla para que ella le quitara las botas y contaba siempre lo mismo,…” Ejemplo de narrador interno con algún rasgo omnisciente: “Marisol siempre hablaba de sí misma completando su nombre con sus dos apellidos, Rodríguez Peñalva, pero en el pueblo todo el mundo la conocía como Mediamujer. El mote se lo había puesto Cuelloduro, en una de esas tardes tontas en las que cultivaba la malevolencia mientras mataba el tiempo recostado contra la puerta de su taberna. La pereza solía afinar su ingenio, nunca tanto como en aquel momento, mientras Marisol bajaba la cuesta con su hermana, las dos muy tiesas, cogidas del brazo y apresurando el paso a duras penas sobre sus zapatos de tacón altísimo, estiletes pensados para las lisas aceras de las ciudades y no para los chinos redondos que atribulaban las calles de mi pueblo, donde no los llevaba nadie excepto ellas, tambaleándose siempre con más riesgo que elegancia.”


Ejemplo de discurso directo tradicional, con intervención del narrador, presencia de la raya y en ocasiones, verbo dicente: “―Y la señorita Ascensión… ―ya estábamos saliendo del pueblo cuando me atreví a preguntar―. ¿Cómo es que no sabe que eres el novio de Paula? ―Pues porque no. No lo sabe casi nadie ―me cogíó del brazo para obligarme a mirarle―, así que no vayas tú ahora contándolo por ahí, ¿eh?” Ejemplos de discurso directo inserto en la narración principal, sin seguir las formas tradicionales del mismo: «Has vuelto a comprarle huevos a Filo, Mercedes, decía solamente, y mi madre lo confirmaba sin inmutarse, pues sí, porque no tienen ni punto de comparación con los de la Piriñaca, y además, de alguna manera tendrá que ganarse la vida la muchacha, ¿o no?, para que mi padre insistiera con la boca llena, lo que tú digas, pero yo soy guardia civil y un día de estos vamos a tener un disgusto…» «Y cuando la señorita Ascensión nos pagó por fin, hay que ver, Pepe, qué caro te vendes, no sé cómo puede gustarte vivir tan solo, en el molino, sin alternar en el pueblo, no sé, sin venir al baile ni cultivar amistades, con la cantidad de solteras guapas y agradables que hay por aquí…, seguí riéndome con él». Ejemplo de combinación del discurso directo con una reflexión del narrador protagonista: “[…] nada, que no hay manera, me cago en la puta que paríó a Cencerro y en toda su parentela, y yo sabía que tenía razones para hablar así, sabía que tenía razones para maldecirle, y un destino de mierda, un sueldo de mierda, una vida de mierda, como decía después, pero cuando volvía a la cama, me quedaba dormido enseguida porque habían sobrevivido los dos, mi padre y su enemigo, y sabía que lo que hacía estaba mal, muy mal, que no debería pensar, sentir así». Ejemplo de narrador que relata una opinión que le contaron, combinada con su punto de vista actual: “En el pueblo contaban que había sido muy guapa, más que cualquiera de sus hijas, y aún era posible adivinarlo al contemplar su rostro anguloso…” Aunque la narración de los hechos es lineal, pues se respeta su orden cronológico, a veces se producen analepsis y prolepsis. En el primer caso se reconstruyen episodios anteriores que el protagonista conoce porque se los contó otro personaje o porque los recuerda. En el segundo, se adelantan episodios posteriores que el protagonista también conoce de oídas. Esto acerca al narrador al Nino adulto.


Ejemplo de analepsis: “Faltaba menos de una semana para Navidad y era domingo. Aquel año la secretaria del alcalde le había encargado a Pepe el Portugués que le trajera cortezas cubiertas de verdín, musgo y helechos de los que crecían río arriba, para decorar el belén del ayuntamiento. […] A finales de Noviembre tres hombres con pinta de braceros desocupados, que parecían andar tranquilamente por una carretera, se habían liado a tiros con una patrulla de la guardia Civil que les dio el alto. […] Mi padre dijo que el encuentro había sido casual, que no habían recibido ningún chivatazo.” Ejemplo de prolepsis y analepsis: “El mando estaba dispuesto a pagar cualquier precio a cambio de enterrar la verdad sobre la heroica muerte de Miguel Sanchís. Muchos años después, yo acabé enterándome, por caminos que jamás podría revelar a mi madre, y mucho menos a mi padre, de que en realidad no había sido así. Pastora llegó a Madrid, se instaló en casa de su hermana, y vivíó tranquila poco más de tres meses, hasta que recibíó una notificación de la Dirección General de la Guardia Civil que le informaba de que había sido investigada en orden a confirmar su derecho a percibir los haberes que se le habían venido abonando hasta entonces. Dicha investigación había determinado que su conducta previa al Glorioso Alzamiento Nacional, no solo la hacía indigna de seguir percibíéndolos, sino que la obligaba a devolver todo lo que había recibido hasta entonces […] Michelín la había interrogado antes del entierro pero no se había atrevido a hablar claro, no había podido preguntarle qué sabía, y ella se había limitado a decir que no a todo…” También se utiliza la simultaneidad que consiste en presentar varias acciones, producidas en el mismo momento, alternando fragmentos de las mismas consecutivamente.


Ejemplo de simultaneidad: “¿de verdad es una película, Nino?, pues claro, ¿qué iba a ser si no?, y sabía cuándo les pegaban puñetazos y cuándo eran patadas, ¿puedo acostarme aquí, contigo?, cuándo se caían y cuándo los tiraban, sí, anda, ven, y hasta percibía el roce de la tela arrastrándose sobre el suelo, pantalones o faldas que se escurrían hasta encontrar el muero, un rincón que ya no les dejaba retroceder más, vamos a cantar, ¿quieres?, mi hermana lloraba y yo seguía escuchándolo todo, sabiéndolo todo, ahora que vamos despacio, y era imposible porque los calabozos no estaban lejos, pero había paredes, puertas cerradas, ahora que vamos despacio, y ya no sabía lo que oía y lo que me imaginaba, vamos a contar mentiras, tralará, pero cuando empezaba a dudar de mis oídos, vamos a contar mentiras, tralará, todo volvía a empezar, vamos a contar mentiras, no me peguéis más,…” El pensamiento del protagonista se expresa mediante soliloquios (monólogos) que presentan diferentes reflexiones de Nino con palabras textuales, o intercalado en los diálogos, en los que alternan sus palabras con sus sentimientos o estados de ánimo, o combinado con el relato de la acción. Ejemplo de soliloquio: “Eso tendríais que hacer, matar a tanta gente que sus cadáveres lo cubrieran todo, lo pudrieran todo, y en España no se pudiera respirar, nadie podría volver a andar por las calles ni a cultivar los campos, y cuando las aguas de los ríos tiñeran el mar de rojo, y sólo entonces, por fin estaría claro, pero de momento aquí estamos todos, ellos y nosotros, de momento, aquí vivimos todos, ellos y nosotros, aquí vives tú y aquí vivo yo, que ya no sé de quién soy, pero sé que haré lo que me parezca.” Ejemplo del pensamiento intercalado en los diálogos, en los que alternan sus palabras con sus sentimientos o estados de ánimo: “―Muy bien, padre ―adiós a los coches de carreras, adiós a una casa como el molino viejo, adiós a los trucos de los hombres solos que no se casan nunca―. Me parece una idea buenísima. (…)”

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