Poesía arraigada de José García nieto


Entre los autores que cultivaron el teatro experimental y simbólico destacan José Ruibal, Antonio Gala ( autor de culto entre las damas de cierto poder adquisitivo, nivel social medio-alto y algún grado de cultura, cuyas obra más representativa es Anillos para una dama, protagonizada por una doña Jimena, viuda del Cid, que está enamorada del amigo de su difunto y decide vencer las convenciones sociales), Francisco Nieva ( autor del llamado teatro furioso- ir contra todo y contra nada y a favor de todo y de nada- y del teatro de farsa y calamidad; dentro del primer grupo se encuentran La carroza de plomo candente, que de forma impactante presenta ante el espectador la realidad histórica de España, retratada entre el humor, el esperpento y la ironía; y El combate de Ópalos y Tasia, donde el autor expone con total libertad su concepto transgresor del sexo; del grupo de farsa y calamidad sobresale Malditas sean Coronada y sus hijas y El baile de los ardientes, que recogen el complejo mundo de las pasiones, la transgresión, la culpa y el conocimiento, verdaderos pilares del mundo dramático de este autor) y Fernando Arrabal ( heredero del teatro del absurdo y del teatro de la crueldad, que compone el teatro pánico- se caracteriza por la confusión, el humor, el terror, el azar y la euforia, y por la incorporación de elementos surrealistas en el lenguaje, en la línea del Surrealismo-, obras más destacadas son El triciclo, de la etapa prepánico y dentro del teatro pánico: El gran ceremonial (el deforme Cavanosa seduce cada noche a una mujer en una ceremonia sadomasoquista, en que la ofrece a su madre o la asesina entre los mayores placeres ), La juventud ilustrada ( muestra a una anciana, a quien de joven libraron de un sádico que la amaba, buscando quien la maltrate en su vejez) y su obra maestra, El arquitecto y el Emperador de Asiria (1966) (un arquitecto semisalvaje y su mentor, un emperador asirio caído del cielo en una isla desierta, intercambian personalidades y asumen roles, hasta que, tras un juicio sumarísimo, el Emperador pide al arquitecto que lo devore a su muerte. Cumplida la ceremonia, el arquitecto se convierte en emperador, que correrá asustado al ver caer desde el cielo a un arquitecto).


Centrándonos en la España de posguerra, tres son las corrientes que se dan en la poesía de los años 40, tendencias todas ellas vinculadas a diversas revistas literarias:

* La poesía clásica o arraigada.
Las revistas fundamentales de la corriente poética clásica fueron “Escorial” y “Garcilaso”. Sus colaboradores, complacientes con el régimen franquista, adoptan una forma clasicista (al estilo de los sonetos de Garcilaso) y un tono heroico, cuando recurren al pasado imperial español para ensalzar el orden presente, e intimista, cuando ensalzan el sentimiento religioso. Porque tres son los temas que cultivaron: el amor, la religiosidad y el Imperio. Entre los poetas adscritos a este grupo encontramos a Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, José García Nieto y Dionisio Ridruejo.

* La poesía existencialista o desarraigada. 1944 es una fecha significativa en el cambio poético español. Se publican dos obras fundamentales: Hijos de la ira de Dámaso Alonso y Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre, que marcan el inicio de una poesía crítica con el mundo que los rodea. Esta lírica se transmite a través de las revistas “Proel” (Santander) y “Espadaña” (León). Encuadrados en esta poesía que aborda temas como la soledad, la tristeza y la desesperación, la injusticia, la muerte, se encuentran Eugenio de Nora, Carlos Bousoño, el primer Blas de Otero y Victoriano Crémer.

* La poesía vanguardista. Aparecen en mitad de la década dos movimientos que reivindicaron la poética vanguardista de preguerra: el Postismo (Carlos Edmundo de Ory) y el Grupo “Cántico”, que surge en torno a la revista cordobesa del mismo nombre y cuyo autor más sobresaliente fue Pablo García Baena.

En los años 50, como en los demás géneros literarios, domina la poesía social. Se trata de una poesía continuista, en cierto modo, con la poesía

desarraigada del período anterior. Los autores de dicha tendencia, como en narrativa o teatro, pretenden denunciar el dolor y las injusticias sociales e intentar a través de la literatura un cambio político y social.


Dicha poesía social se caracterizó por su preocupación por la realidad y la vida colectiva, su rechazo del formalismo anterior, el tono narrativo, un lenguaje cotidiano y una cierta tendencia al prosaísmo, para llegar a un público amplio. Palabras como “compromiso” y “solidaridad” son las que mejor expresan el sentimiento de estos poetas que buscan compartir sus versos con el pueblo y que su obra no sea suya, sino de todos. Sobresalen Gabriel Celaya con Tranquilamente hablando, Cantos iberos, Blas de Otero (Pido la paz y la palabra, En castellano y Que trata de España), Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, cultivadores anteriormente de la lírica desarraigada. A finales de los 50 irrumpíó un grupo de poetas que, sin dejar los temas sociales, buscaba una mayor elaboración del lenguaje poético y un desplazamiento de lo colectivo a lo personal. Mediante un acto creador, el poeta indaga en la realidad y descubre ·”lo encubierto”. El grupo de los 50 (así llamados) incluye a poetas que fueron niños durante la Guerra y que iniciaron su trayectoria poética en la década de los cincuenta, en la órbita de la poesía social. Como su obra se consolida en la década siguiente, se conocen también como promoción de los sesenta y se asientan en torno a dos núcleos: -Grupo de Barcelona: Carlos Barral, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma. -Grupo de Madrid: Claudio Rodríguez, Francisco Brines, Ángel González, José Ángel Valente y José Manuel Caballero Bonald.

Los temas comunes son: el tiempo (su fluir, la fugacidad de la vida y sus efectos destructores; como contrapunto, se evoca con nostalgia el paraíso perdido de la infancia y la adolescencia), el amor (erotismo, poemas intimistas, la amistad) y la creación poética (reflexiones sobre la propia poesía). Son poemas de carácter reflexivo y mantienen el lenguaje coloquial y el verso libre, el humor y la ironía. Tienen una actitud humanista puesto que sienten preocupación por los problemas morales, sociales, existenciales y políticos del ser humano; ahora bien, en ningún momento hacen bandera o proclama política abierta, como los autores del Realismo social. Para ello, practican una consciente voluntad de estilo y un esmero por el lenguaje y las formas poéticas.

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