Despertar de un Misterio: Carmen, Cartas y Secretos del Pasado

Capítulo 1

En el primer capítulo del libro, la protagonista, Carmen, está tratando de conciliar el sueño y nos describe lo que ella ve, lo que siente antes de dormirse. Entre lo que sale de la cesta encuentra un **papel doblado**, en el que hay escrita una **carta “romántica”** que se dirige hacia ella. El que escribe la carta dice en ella que está sentado en una playa mirando el mar, y que se acuerda de ella y que le gustaría tenerla con él. Carmen se mete tan dentro de la carta que le parece estar viendo la situación del que la escribió. De repente, el hombre se levanta y echa a andar con los zapatos en la mano.

Le dio pena que se alejara, porque no había conseguido identificar a aquel hombre que se dirigía a ella tan cariñosamente y esperaba poder verle la cara, pero el hombre ya se perdía en la lejanía. A través del **recuerdo de su infancia**, se ve a ella misma leyendo una carta en el suelo, rodeada de objetos. Poco después se durmió.

Capítulo 2

Se despierta asustada con el sonido del teléfono y va a cogerlo a tientas. El que llama es un señor que dice tener una **entrevista concertada** con ella a las doce y media, pero ella no se acuerda de ninguna entrevista, aunque le parece mal decírselo, por lo que accede y se baja a la puerta para abrirle. Una vez se han saludado, le invita a pasar, avisándole de la cucaracha.

Ya en el salón, el hombre deja su sombrero sobre la mesa y se ponen a hablar sobre la **literatura de misterio**. Ella se sorprende porque el hombre se ha sentado sin esperar su invitación. Como ve que ella está un poco impresionada con la visita, la invita a sentarse en su propio sofá. El hombre de negro le pregunta qué es lo que está escribiendo en estos momentos, ya que ha visto unas líneas en la máquina de escribir. Ella sinceramente le responde que no lo sabe, pero la insistencia de aquel hombre le hace saltar y contestarle de mala manera. Una tormenta envuelve su casa, lo que le hace recordar lo que hacían en su niñez.

Ambos personajes empiezan a tomarse confianzas. A ella le gustaría poder apoyar la cabeza en su hombro y distender por completo aquella extraña situación, pero no lo hace. Al preguntar el hombre sobre su lugar de trabajo, acaban hablando de un viaje que ella hizo a Portugal, en el que se enamoró de un muchacho que le enviaba unas bonitas cartas de amor, las que acabó quemando, como ella dice: porque se vio condenada a repasar para siempre nostálgicas cartas. Le comenta el hombre que no debe buscar refugio en la lectura, como él cree que ella hace, lo que le recuerda a Carmen los **refugios de la época de la guerra**, donde por aquel entonces iba con ignorancia y pocas ganas.

En esto, le ofrece un poco de té de limón al visitante, que acepta, así que ella se va a la cocina a prepararlo.

Capítulo 3

Ya en la cocina, se pone a recoger los platos, limpiar el hule, etc., para recuperar un poco el orden. Al ver un **espejo de marco marrón**, empieza a recordar la **casa en la calle Mayor** en la que pasaba algunas temporadas con sus abuelos, donde esperaba que el ascensor subiera hasta su piso, brindándole alguna visita “nueva”. Pero no, todos los que llegaban eran personas forzadas a actuar de una determinada manera, por lo que se ponía a dibujar y se aislaba de la conversación.

Recuerda también a las dos criadas que habían servido toda su vida a la familia de sus abuelos.

Su madre le contaba historias que ella sabía que le gustaban y por eso se las contaba, y ella se sorprendía ante el común final feliz de todos, y deseaba que alguien osara acabar una historia de modo triste. ¿Qué más triste que el servicio social, que recuerda que intentaba hacer a todas las mujeres según el **canon de Isabel la Católica**: cuidando de la familia, feliz, sin ambiciones y conformista?

Capítulo 4

Al entrar al salón, ve que el hombre ha cambiado de postura, y nada más entrar, le sorprende al preguntarle si cree en el diablo. Ella ve que tiene el **grabado de Lucero** que estaba colgado en la pared de su cuarto en la mano, y le dice molesta que no le gusta que entren en su cuarto, pero el hombre dice que el grabado ya estaba fuera. Alguien tiene que haberlo sacado porque ella no lo recuerda. Se vuelve a sorprender mucho al ver que la frase que antes estaba en el folio que salía de la máquina de escribir sobre el hombre de la playa había desaparecido; ha sido sustituida por otra, y llevaba el número 79. Se preguntaba de dónde habían salido esos 78 folios.

Lo compara con Isabel la Católica: querían que todas las mujeres fueran como ella, y eso, como las leyes de los objetos, era imposible. En esto, el señor de negro se sacó una cajita dorada del bolsillo y le dio una **píldora, según él, para la memoria**.

El coche de su padre estaba destrozado, pero le iban a indemnizar bien, lo que hizo soñar a Carmen con repetir el paseo por la ciudad con ese dinero en el bolsillo y esta vez sin su prima que la frenara.

Quería apuntarlo porque le había parecido bonito, y se levantó a buscar un **cuaderno de la guerra y la posguerra** para apuntarlo, pues era de entonces. Pero un cuaderno color garbanzo se abrió y las fotos y los recortes del interior se cayeron. El hombre le preguntó que para qué se levantaba y le dijo que para apuntar lo de Burgos, pero el señor de negro no sabía de lo que le hablaba. No lo había dicho en voz alta; desde que sufre del oído no diferencia lo que en realidad dice de lo que piensa.

Esto no parece gustarle a Carmen, que recuerda ese adjetivo como algo muy peyorativo, que decían las marujas cotillas tras los visillos cuando veían a las parejas, o a los que simplemente recapacitaban o buscaban la soledad en algún momento.

Quería ella escribir un libro sobre la guerra española, pero la **confusión de sus recuerdos** no se lo permitía. Además, los libros de memoria la aburrían y no quería ella aburrir a nadie. El hombre, intrigado, le pidió que le hablara del libro. El hombre encontró un artículo que ella misma había escrito y ella se lo leyó. Su corazón se aceleró porque se quedaron mirándose fijamente.

El teléfono se puso a sonar y el hombre supo que era una llamada para él. Le pidió a Carmen que no le dijera a la persona que llamaba que estaba aún ahí, que le dijera que ya se había ido, y ella…

Capítulo 5

Al descolgar el teléfono, una mujer con acento canario o quizás andaluz le deletrea su propio número y le pregunta si es allí adonde ha llamado. Carmen le dice que sí y la otra mujer le pregunta si está ahí **Alejandro**. Ella, que aún no sabía cómo se llamaba su extraño visitante, se le escapó un “me lo figuraba”. ¿A qué había ido a su casa?

A esta última pregunta, Carmen le contestó que suponía que a verla. Había encontrado las cartas cuando subió al cuchitril un día que él no estaba y descubrió el **doble fondo**, pero él le pilló “in fraganti”, y le miraba con los ojos llenos de ira, y según contaba la mujer que había llamado, le pegó.

Tras conversar bastante, Carmen le pide a Carola (ya había obtenido su nombre tras los minutos de conversación) que le lea las **cartas que decía tener firmadas por ella**. Carola accedió, aunque le avisó que tardaría, pero a Carmen no le importaba esperar.

Tras oír un silencio vacío, comenzó a escuchar una **discusión** entre Carola y otro hombre. De repente, se encontró la voz del hombre en el teléfono que le preguntaba quién era. Ella respondió que una amiga de Carola, pero antes de que pudiera reaccionar, Carola cogió el auricular y se disculpó porque no iba a poder leerle las cartas que se supone que ella había escrito. Se despidieron, no sin antes decir que le encantaría que fuera ella la que escribiera las cartas, y a Carmen le encantaría serlo.

Capítulo 6

Al descolgar el teléfono, se acercaron con cuidado a la cortina y ve al hombre de negro, que parece estar leyendo unos **recortes de prensa**. Hace un símil con la preparación de una **obra de teatro**: ella debe repasar su papel, al igual que el hombre de negro está haciendo, aunque finja leer esos recortes. Antes de salir, se percata de que va a hablar con un hombre capaz de pegar a una mujer, pero que a ella no se lo ha demostrado. De todas formas, no le va a contar lo que sabe; lo usará como una baza más para defenderse en su conversación. Levanta la cortina y sale al salón. Él no hace nada, sigue leyendo el artículo de Concha Piquer y ella se pone a recoger los recortes que cayeron del cuaderno color garbanzo. Al ir a meter la carpeta en el cajón, ve el **cuaderno en que escribió sobre Franco**, el que había estado buscando. Lo coge y se pone a ojearlo frente al hombre de negro.

Él rompe el hielo con una sugerencia para su libro, a lo que ella responde con una alusión a Robinson Crusoe. Poco después, le pregunta por el cuaderno que tiene en las manos y ella le dice que es en el que escribió lo que pensaba de Franco, el que buscaba antes, y del que sacó la idea de responderle usando a Robinson.

Ella le empieza a hablar de **Bergai**, una isla para evadirse que crearon ella y su amiga de instituto, con la que también escribía una novela a medias.

En casa de Carmen había un cuarto que, como no se usaba para nada, lo usaban ellas para jugar. Allí podían hacer de todo; todo era para jugar. Ese cuarto era como su paraíso, pero no duró para siempre. Pronto empezaron a poner cosas en el armario que había y poco a poco se fue convirtiendo en despensa. Como no podían acceder a los bienes primarios siempre, se compraban y cocinaban grandes cantidades que luego había que guardar en algún sitio y, claro: “las niñas en el cuarto de atrás tienen mucho sitio”. Y así, poco a poco, fueron perdiendo su **cuarto de jugar** hasta que se convirtió en despensa.

Otra muestra de la madurez de su amiga es que ella, como no tenía padres “disponibles”, no podía tener juguetes propiamente dichos y se los tenía que fabricar. Así pues, una **cocinita de porcelana** que le gustaba mucho a Carmen, cuando ella la vio, no le emocionó en absoluto, sino que le produjo una indiferencia. Ella prefería los juguetes que se fabricaba para sí misma; una teja podía hacer mucho mejor de plato que esos platos decorados de porcelana que había que pagar para poder jugar con ellos. La tarde que le enseñó la cocina de porcelana fue cuando inventaron la isla de Bergai.

Al día siguiente, ella y su amiga ya hacían planos y notas sobre Bergai. Carmen la admiraba mucho.

El hombre, impresionado, le pregunta qué fue de los diarios de Bergai y ella dice que seguramente los quemó, que siempre se idealiza lo que no está y que ahora quizás le defraudarían. A ella le entran ganas de nombrarle a Carola. Pero no. Tras una intensa pausa, el hombre le pide que le deje el cuaderno, aunque ella le advierte que no va a entender nada y se sincera con ella diciéndole que lo que más le agradece es que le haya contado lo de Bergai.

Carmen está temblando y él se da cuenta de que le ha entrado mucho miedo del susto. Le dice si puede ordenar sus folios, pero ella le da una respuesta de indiferencia. El hombre de negro ayuda a Carmen a subir las piernas al sofá y le pone un **cojín** debajo de la cabeza.

Capítulo 7

Carmen se despierta cuando siente un **beso sobre su frente**. Su hija ya ha llegado y le pregunta si no la habrá estado esperando, que ya le advirtió y que por qué se ha dormido vestida. Su hija le dice que son las cinco, pero que ya le avisó que iba a tardar.

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