El periodista y la inmoralidad de la prensa

•6- “Yo quisiera poder recordar una colección de hechos de mi vida de funcionario, y narrarles anécdotas por docenas; pero no elegiré ninguna extrema: tomaré simplemente uno o dos casos sencillos, que me servirán para insistir después sobre lo que yo deseo que noten, esto es, sobre el estado de espíritu común del periodista en estos casos, que no es propiamente un caso de inmoralidad consciente, sino más bien de descuido o de desatención, como lo dejo bien explicado.”


•“Recuerdo un caso en que cierto diario había atacado muy severamente a la Dirección de Instrucción Pública, corporación de que yo formo parte. Se hacían allí gran cantidad de cargos, los cuales (lo que no sucede siempre) eran concretos y de hecho, de modo que su rectificación o ratificación era sumamente fácil: se trataba, por ejemplo, de inversión de fondos, y esa inversión de fondos estaba perfectamente, claramente documentada por expedientes de contaduría.”


•“Publiqué, entonces, una carta en la cual hacía saber al director del diario que yo permanecería todo el día siguiente en la contaduría de la corporación, donde estaba dispuesto a mostrarle todos los expedientes, por cuanto de ellos, afirmaba yo, resultaba la falsedad de las informaciones. Con la mayor inocencia preparé los expedientes, y permanecí en la oficina todo aquel día. Absolutamente nadie apareció. Y, al día siguiente, los cargos continuaron sobre la misma base.”


Segundo caso

“Segundo caso: cuando yo era Decano de Enseñanza Secundaria en la Universidad, un periódico —y se trataba precisamente de un periódico estudiantil— me dirigió ataques; se trataba también de hechos. Llamé a uno de los directores del periódico y le expliqué cuáles habían sido las causas (no propias para escritas, porque eran personales) que habían dado lugar a mi actitud; y, terminada la explicación, pregunté al estudiante redactor: “En mi lugar, ¿qué hubiera hecho usted?”; la respuesta fue ésta: “En todo, salvo en tal detalle, lo mismo que usted hizo”. — Esperé, entonces, el número próximo del periódico: no dijo nada…”

•“Lo que tienen de particular —y es sobre esto sobre lo que deseo llamar la atención de ustedes— es que yo conozco a los autores de los sueltos, y son dos personas dignas de estima. Su actitud no tendría nada de extraño si se tratara de personas moralmente ligeras o inferiores; pero, no: son personas estimables.”


¿Cómo obraron así?

“¿Cómo obraron así?… Debido a un estado de espíritu especial, que es más o menos profesional, y que, salvo a aquellos que son, moralmente, ¿cómo diré?… atentos: esto es, los que se vigilan, juzgan todo lo que hacen, y lo pesan, y lo sienten, desde el punto de vista moral; salvo a los que están en ese estado de espíritu, se contagia.”

•“Bien saben que con estas conferencias yo estoy procurando, ante todo, enseñarles que hay dos clases de inmoralidades: las que se cometen por falta de moralidad—y esas no tienen fácil remedio, pedagógico por lo menos— y las que se cometen por descuido. Ahora bien: esta clase de inmoralidad habitual de la prensa, esto es, el no ofrecer una facilidad amplia y una lealtad abierta para las rectificaciones, es justamente un caso de descuido moral: descuido que se propaga en ese medio, que se contagia, y que es necesario combatir.”


En los diarios debería suceder…

“En los diarios debería suceder… lo que debería suceder con las personas, y no sucede ni con las personas ni con los diarios; a saber, que, en las discusiones, personas y diarios se convencieran a veces, y lo dijeran. Hay cosas que nos parecen sumamente naturales, y que sólo merced a casualidades psicológicas nos hieren de repente como absurdas e inconcebibles”

•“Ustedes que leen diarios desde hace ya tantos años, ¿podrían citar muchos casos en que, después de una polémica, apareciera en uno algo parecido a esto: “hemos sido convencidos por tal y cual razón del adversario, o hemos modificado nuestra opinión en tal sentido o la atenuamos o la completamos de tal o cual manera”? Y, sin embargo, sería tan fácil hacer un diario de ese carácter… Hasta como negocio podría ser recomendado. A la larga, tras períodos probables de descrédito, y de burla, una parte considerable del público, por lo menos, iría a buscar en un diario de ese género una especie de descanso y de apoyo…”


Naturalmente, una de las causas

“Naturalmente, una de las causas que hacen más difícil la realización de ese ideal, es que, por regla general, hay diarios que están de antemano embanderados en una causa y condenados a opinar de una manera que puede preverse por anticipado. (Entre paréntesis, esta actitud puede en rigor ser perfectamente sincera, y lo es en ciertos casos: cuando se trata, por ejemplo, de un diario religioso, del órgano de un partido político, aun de un diario que defiende o ataca un gobierno determinado; es claro que, como ese partido religioso o político o ese gobierno están inspirados, en su actuación general, por ideas determinadas, cabe, en rigor, una actitud de aquel género; pero, aun en esos casos, lo que falta generalmente es la energía que se necesita para apartarse de esa regla cuando haya de imponerse al periodista una sincera y justificada desviación de actitud).”

•“Es esta la razón por la cual, muy sinceramente, yo no deseo que los jóvenes a quienes quiero se formen en la prensa; sin perjuicio de que puedan ingresar en ella después de formados, ya con el carácter y la inteligencia hechos; y digo “la inteligencia” porque el peligro (naturalmente, y esto no tengo nunca necesidad de decirlo: de él se salvan los que están excepcionalmente bien dotados), el peligro, decía, no es de orden puramente moral: es también de orden intelectual en cierto sentido.”

•“Leí hace poco el resumen de una opinión de Anatole France, muy favorable a la formación de las inteligencias en la prensa. Los escritores, decía, que han sido periodistas, adquieren una agilidad, una facilidad de que, por regla general, quedan privados los otros; son más fuertes, al mismo tiempo, más prontos… — Ignoro hasta qué punto tendrá razón, en Europa.” “La Observacion sincera de nuestro medio me ha mostrado, y debo decirlo, puesto que el único mérito de estas conferencias es la sinceridad, que la prensa ha matado aquí una inmensa cantidad de escritores. Veamos de qué modo y por qué proceso:

•“El joven que escribe para los diarios adquiere, y en poco tiempo, una facilidad que generalmente le resulta engañosa; siente que su capacidad para el trabajo ha aumentado. Efectivamente, no era capaz antes, tal vez, de escribir dos o tres párrafos en una hora; después de algún ejercicio en la prensa es capaz de escribir en ese tiempo media columna, o una entera, con facilidad, con corrección, y muy a menudo, con brillo. Siente entonces la sensación de que es más capaz que antes para el trabajo; y en cierto sentido, naturalmente, lo es; pero esta mayor facilidad tiene generalmente una compensación muy triste; a medida que se va adquiriendo la capacidad para el trabajo fácil, se va perdiendo la disposición, y al fin hasta la misma aptitud, para el trabajo concentrado, fuerte, difícil; tanto el estilo, como el mismo pensamiento, se van acostumbrando a la falta de resistencia. “

•“Ahora bien, ese es justamente un mal sudamericano; por eso decía que, sean cuales sean los hechos en los medios europeos, en nuestros medios (aquí, como en todo, hay que observar directamente) tenemos ya demasiada tendencia a ese estado de espíritu; y, por consiguiente, lo que tal vez no es peligroso allá, aquí puede serlo; y es, a mi juicio, lo que la experiencia demuestra.

•“Las inteligencias jóvenes, salvadas siempre las excepciones, tienen aquí tendencia a la producción fácil. No sólo las jóvenes: algunas conozco que ya estaban hechas, y a las cuales, sin embargo, esa tarea diaria de la prensa, que obliga a la producción fácil, ligera, sin esfuerzo, les ha quitado la capacidad de concentración. Si mis afirmaciones resultaran violentas, podría demostrarlas; pero no aquí, donde sería triste y molesto nombrar a tantos “que hubieran sido y que no fueron”…

•“Naturalmente, me hubiera sido sumamente fácil arreglar todo esto más o menos inteligentemente, y demostrar a ustedes que hay medios de combatir con facilidad el mal; pero hubiera sido poco sincero. Lo más que creo, es que el periodista podría hacer una especie de separación (y este va a ser mi consejo práctico): hacer una especie de separación entre su personalidad de periodista y su personalidad intelectual propiamente dicha: reservarse una o dos horas diarias para un trabajo difícil, para concentrar, para corregir, para pulir, para ahondar, para condensar, en resumen; pero debo declararles que ello es mucho más difícil cuando el trabajo que constituye nuestra profesión es del mismo género, esto es, del género intelectual.”


•“Ustedes oirán decir muy a menudo que es inexplicable cómo algunas personas pueden, por ejemplo, ser poetas y ganarse la vida en un empleo administrativo ínfimo e ininteligente o sumando números en un Banco. Pues bien, hay aquí un error; mientras más diferente es el trabajo profesional del intelectual propiamente dicho, menos lo perjudica; justamente el inconveniente del trabajo de la prensa está en que se parece mucho al trabajo intelectual. Ser empleado de Banco o auxiliar de oficina, y autor de libros, es más fácil; y más fácil sería todavía ser carpintero, desempeñar un trabajo manual cualquiera, y reservarnos entonces nuestra inteligencia completamente libre para el trabajo intelectual intenso.”

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