El teatro en los años 70

El teatro es el género más afectado negativamente por la Guerra Civil: han muerto los grandes renovadores (Valle-Inclán y Lorca) y se imponen mayores restricciones de posguerra que en otros géneros, precisamente por su necesidad de ser representado en público. Durante la larga posguerra (1939-1975) diferentes tendencias dan fe de la evolución política e intelectual del país: hay teatro del exilio, conservador, de humor, realista, experimental y vanguardista. Con la democracia se estrena de todo según dos tendencias: la neorrealista y la neovanguardista.

Los escritores en el exilio no podrán ver sus obras representadas en España hasta finales de los años 60 en adelante. En los años 40, su teatro presenta tintes poéticos, bien con elementos grotescos: El adefesio de Alberti (sobre la intolerancia del poder) o simbólicos: La dama del alba de Alejandro Casona (con la Muerte como un personaje más en la vida). Max Aub está contra el antisemitismo europeo (A la deriva) y la vida de los desterrados (El puerto).

Hasta los años 50 predomina un teatro conservador que pretende entretener y moralizar. Se cultiva la alta comedia benaventina, el sainete costumbrista y el drama burgués. La crítica de las costumbres es muy súperficial y nunca hiere al espectador. Títulos como ¿Dónde vas, Alfonso XII? Y la continuación ¿Dónde vas, triste de ti? De Luca de Tena son fieles a los ambientes aristocráticos, monárquicos. Si se abordan temas escabrosos para la época se hace desde fuera y así José María Pemán habla del adulterio (La verdad) o de la discriminación de un diplomático casado con una republicana (Callados como muertos); Joaquín Calvo Sotelo refleja, pero no critica, los abusos de poder y el catolicismo superficial en La muralla (1954) por medio de un oficial del ejército que quiere devolver su fortuna a su legítimo dueño más por miedo a la condenación de su alma que por puro arrepentimiento. En esta línea están los autores del teatro de evasión, de felicidad o del amor -según Ruiz Ramón-, que en los año
50 hacen sonreír para compensar las limitaciones y amarguras de la realidad: Edgar Neville, José López Rubio, Víctor Ruiz de Iriarte y Agustín de Foxá.

Cierta innovación representa el teatro del humor sin acidez y bienpensante de Enrique Jardiel Poncela cuyo teatro de lo inverosímil fue muy criticado. Eloísa está debajo de un almendro (1940) es una comedia de humor negro, incoherente, en la que al final se explican los personajes y las situaciones. El protagonista pasa treinta años encerrado en una habitación dentro de la cual se ha fabricado su propio mundo sin guerras (ni civil ni mundial). Siempre hay en su teatro criados fieles a sus señores, impasibles ante lo absurdo, que encarnan el sentido común.


Por su parte, Miguel Mihura escribíó en 1932 Tres sombreros de copa y si no hubiera tardado veinte años en estrenarla, habría sido considerado un revolucionario del teatro europeo, concretamente del teatro del absurdo. En la obra, el serio y formal Dionisio se enamora la víspera de su boda de Paula, una desenfadada actriz de variedades. A pesar de que descubre que su vida de casado promete ser convencional y aburrida, opta por casarse y seguir las convenciones sociales antes que su propia realización personal. El verdadero mérito de la obra estriba en lo que Bousoño llama ruptura del sistema, es decir, en una comicidad insólita de situaciones, personajes y de lenguaje verbal.

El teatro realista intentó renovar la escena española y manifestar su oposición a la dictadura. Las obras plantearon temas como la injusticia social, la explotación, la vida de la clase media y baja, la condición humana de los humillados, los marginados…

Destacan dramaturgos como: Alfonso Sastre (Escuadrón hacia la muerte, 1953; La mordaza, 1954). Lauro Olmo (La camisa, 1962; es un drama sobre la emigración) y Antonio Buero Vallejo.

El teatro del compromiso activo se abre en 1949 con Historia de una escalera de Antonio Buero Vallejo. La obra presenta la vida de unas familias madrileñas, vecinas todas de una escalera, que ven cómo sus fracasos y miserias se perpetúan en la siguiente generación, la cual repite los mismos comportamientos. En 1953 Alfonso Sastre estrena Escuadrón hacia la muerte en que denuncia el belicismo de la época a través de la rebeldía de cinco soldados en misión suicida en una hipotética tercera guerra mundial. Ambos autores intentan remover conciencias a través del teatro: Buero es menos fatalista que Sastre, más existencialista, y su Realismo es simbólico.

En las obras de Antonio Buero Vallejo se pueden distinguir tres etapas:

Etapa existencial: reflexión sobre la condición humana. En Historia de una escalera, 1949, los protagonistas son cuatro jóvenes, vecinos en el último piso de una vieja casa: Urbano, obrero de una fábrica; Fernando, dependiente de una papelería; Carmina y Elvira. La obra refleja un mundo gris donde las frustraciones se repiten, no sólo por el peso del medio social sino también por la debilidad personal. En 1950 escribe En la ardiente oscuridad que trata de ciegos que viven felices hasta que son conscientes de sus limitaciones

Teatro social: denuncias de injusticias que atañen a la sociedad. Un soñador para un pueblo (hace referencia a la historia de Esquilache, el ministro ilustrado y reformista de Carlos III); en El concierto de San Ovidio (1962) denuncia la explotación de un grupo de ciegos en el París de los años previos a la Revolución francesa; El tragaluz (1967) centrada en unos personajes marcados inexorablemente por la Guerra Civil.

Etapa de innovaciones: Quizá la novedad técnica más llamativa es lo que se han denominado “efectos de inmersión”, corporeización escénica de sueños o visión de la escena por parte del espectador a través de los personajes. OBRAS: El sueño de la razón, Llegada de los dioses, La fundación (1974), en la que nos encontramos en un lujoso lugar que resulta ser la celda de una prisión con cinco condenados a muerte; La detonación (1977) drama histórico centrado en la figura de Larra.

Sus obras últimas son: Jueces en la noche (1979); Lázaro en el laberinto (1986); Música cercana (1989) y Las trampas del azar (1994).

Alfonso Sastre funda junto con José Mª de Quinto el G. T. R. (Grupo de Teatro Realista), un teatro de rebelión con más expectativas que éxito. Con él se ha abierto la vía al teatro realista de los años 60, con autores como Lauro Olmo (La camisa, sobre el paro y la emigración al extranjero); José María Rodríguez Méndez (Los inocentes de la Moncloa, sobre opositores víctimas de la España del momento); José Martín Recuerda (Las salvajes en Puente San Gil, sobre el puritanismo y la hipocresía social); Carlos Muñiz (El tintero, sobre un oficinista fracasado que se suicida).


Dentro del teatro comercial, siguen triunfando las comedias de Mihura, Jaime Salom, Jaime de Armiñan, Ana Diosdado. Entre los nuevos sobresale Antonio GALA: En 1963 estrena su primera comedia, Los verdes campos del Edén. Durante los años setenta goza del favor del público con obras como Anillos para una dama, Las cítaras colgadas de los árboles, ¿Por qué corres, Ulises? Posteriormente estrena obras como El hotelito, Séneca y El beneficio de la duda.

La experimentación. Como ocurre con la narrativa y la poesía, los nuevos autores consideran acabado el Realismo social y buscan nuevas propuestas que se caracterizan por su oposición estética a los “realistas”, aunque en bastantes ocasiones las obras tampoco están exentas de crítica social. Muchas de estas obras no encontraron facilidades para ser representados, o por problemas con la censura, o porque sus audacias formales no encontraron fácil eco en el público. Se habla de “teatro soterrado”, “teatro del silencio”, “teatro underground”, “teatro vanguardista”.

Quizá lo más peculiar es el teatro de Fernando ARRABAL. Imaginación, elementos surrealistas, lenguaje infantil, ruptura con la lógica son las carácterísticas del primer conjunto de las obras de Arrabal: un ejemplo es su obra El triciclo de 1953. Exiliado en Francia desde 1955, sus obras (generalmente, estrenadas en Francia y publicadas en francés antes que en castellano) se encuadrarían dentro del llamado “teatro pánico” (del griego ‘pan’  todo) y pretenden ser un teatro total que exalta la libertad creadora y persigue la provocación y el escándalo del espectador. Otras obras son: El laberinto; Oye, Patria, mi aflicción; Pic-nic, El cementerio de automóviles, El Arquitecto y el emperador de Asiria, etc.

En el panorama del teatro bajo los últimos años del franquismo no puede faltar la mención del fenómeno del “teatro independiente”. El teatro universitario, el de Cámara y el de Arte y ensayo se transforman en el llamado teatro independiente (al margen del teatro comercial) que sin dejar de ser crítico ante el sistema, busca nuevas formas de expresión y prepara a sus propios actores según las técnicas de Stanislavski y Bretch. Estos grupos dan a conocer en España obras y tendencias proscritas (Bretch, Sastre, Pinter Weis), crean el texto en grupo, colectivamente; utilizan todos los recursos escénicos posibles (luz, sonido, música, danza, mimo, formas del circo, de la comedia musical, del teatro de títeres, etc.) y rompen la barrera entre escenario y patio de butacas. Se impuso el teatro de calle, el de objetos… Con más espectáculo que texto. La temática coincide con la de la posmodernidad: parodias de la televisión, publicidad y mitos; críticas a la propiedad, el imperialismo, la burguésía; reflexiones sobre el conflicto generacional, el sexo, la guerra de Vietnam, el hambre en la India…

Con el tiempo, algunos de estos grupos se profesionalizan y proliferan hasta nuestros días: Teatro universitario de Murcia; Los Goliardos y Tábano en Madrid; Teatro Estudio Lebrijano y La Cuadra en Sevilla; Els Joglars, Els Comediants, Dagoll Dagom, El tricicle, La Fura dels Baus y La Cubana en Cataluña; Teatro Circo en Galicia…

En la democracia, confluyen todas las tendencias: hay un teatro underground y alternativo (que o no se representa o lo hace en salas pequeñas). Se funda en 1983 la Compañía Nacional de Teatro Clásico; se adaptan novelas conocidas (Cinco horas con Mario de Delibes) y surgen nuevos autores-actores: Fernando Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano, 1982) o se recupera a los exiliados (Alberti, Arrabal) y olvidados (Lorca, Valle-Inclán). Los realistas consagrados siguen teniendo éxito: Martín Recuerda (Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca de 1970 y estrenada en 1977); Sastre (La taberna fantástica de 1966 y estrenada en 1985); Antonio Gala (Petra Regalada, 1980). También tiene éxito la comedia burguesa, cuyas representaciones permanecen muchos años en cartel: Alfonso Paso (Enseñar a un sinvergüenza), Adolfo Marsillach (Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?) y hablan de la transición: Ana Diosdado, en Los ochenta son nuestros, y Juan José Alonso Millán en Capullito de Alhelí (1984) en que dos homosexuales deciden conocerse personalmente la noche del 23 F en Valencia.

En nuestros días, no hay novedades significativas, salvo que el texto se revaloriza y se produce un boom inusitado del género del musical (El hombre de la Mancha, Mamma Mía, Hoy no me puedo levantar, El rey león, Los miserables, Billy Elliot…). Hay dos líneas diferenciadas: la realista (teatro asunto) y la vanguardista (teatro imagen).

Los neorrealistas o “generación del 82” proceden del teatro independiente y ambientan sus obras tanto en el presente como en el pasado histórico: José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas y Bajarse al moro sobre delincuencia urbana y la droga respectivamente); Fermín Cabal (Caballito del diablo y ¡Esta noche, gran velada!, sobre la droga y la corrupción en el boxeo); Ignacio Amestoy (Pasionaria; De Jerusalem a Jericó, 2004) y José Sanchís Sinisterra (¡Ay, Carmela! Sobre una pareja de actores republicanos en bando nacional que opta por sobrevivir -él- o morir con dignidad -ella-; de igual ambientación son: Terror y miseria en el primer franquismo de 2002 y Flechas del ángel del olvido de 2004).

Las últimas promociones también recrean el pasado:

Ernesto Caballero en su obra En la roca (2009) muestra a dos espías que intentan matar a Franco.

Hablan de la guerra de sexos: Paloma Pedrero (La llamada de Lauren (1984), Loca de amor (1998); Carmen Resino en Los eróticos sueños de Isabel Tudor (1992); J. L. Alonso de Santos en Cuadros de amor y humor, al fresco (2006), En el oscuro corazón del bosque (2009);

Expresan el fracaso y desencanto contemporáneos: Juan Mayorga La paz perpetua (2008); Antonio Álamo, Cantando bajo las balas (2007); Paloma Pedrero en Caídos del cielo (2008).

Los neovanguardistas hacen montajes espectáculo; por ejemplo, La Fura dels Baus; La Cuadra de Salvador Távora, que saca un caballo al ruedo en Carmen, y Rodrigo García y Carnicería Teatro, que va más allá de la performance.Espectáculo de carácter vanguardista en el que se combinan elementos de artes y campos diversos, como la música, la danza, el teatro y las artes plásticas.í!

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