La renovación narrativa del siglo XX en España

Dos tendencias conviven a principios de siglo

A comienzos del siglo XX, la narrativa española se encontraba dividida en dos corrientes principales. Por un lado, persistía la estética realista y naturalista heredada del siglo XIX, con autores como Vicente Blasco Ibáñez, conocido por su gusto por los ambientes sórdidos en obras como «La barraca» y «Arroz y tartana». Otros autores, como Felipe Trigo con «Jarrapellejos», se centraron en la novela erótica dentro de esta tendencia.

Por otro lado, surgía una nueva narrativa que buscaba romper con el realismo y abrazar las inquietudes modernistas de crear una «prosa de arte». Si bien ya se habían dado casos de renovación anteriormente, fue en 1902 cuando aparecieron cuatro novelas que marcaron el inicio de esta transformación: «La voluntad» de Azorín, «Amor y pedagogía» de Unamuno, «Camino de perfección» de Baroja y «Sonata de otoño» de Valle-Inclán. Esta renovación se caracterizó por la sencillez (Baroja, Azorín), la precisión (Azorín, Unamuno) y la belleza (Valle-Inclán). Todas estas obras compartían el rechazo por la estética realista, evidente en la presencia del subjetivismo (la importancia de la visión del artista sobre la realidad) y la preocupación artística por renovar el estilo y las estructuras de la novela.

Innovaciones formales

Entre las innovaciones formales de esta nueva narrativa, destaca la pérdida de importancia de la trama en favor de la forma en que se cuenta la historia. Como resultado, las obras rompen con la estructura tripartita del argumento (planteamiento, nudo, desenlace), las acciones suelen ser mínimas, el tiempo es subjetivo y el espacio no está definido. La novela pierde sus características tradicionales y se acerca a lo poético y ensayístico, centrándose en el mundo interior del protagonista y dejando de lado la realidad externa. La narración se fragmenta en estampas que reflejan las percepciones del protagonista, y se produce una dramatización mediante diálogos, discursos indirectos y largos monólogos que sustituyen al narrador omnisciente.

Temáticas de la Generación del 98

Los escritores de la Generación del 98, como Azorín, Unamuno, Baroja y Valle-Inclán, abordaron temas como la crisis de los valores burgueses, el fracaso, el problema de España (con una mezcla de dolor y amor por el país, y un interés especial por los paisajes, la vida rural y la historia), la «intrahistoria» (el día a día de las personas comunes que hacen la historia más profunda), la apertura a Europa y la revitalización de los valores propios. También exploraron las preocupaciones existenciales, como el sentido de la vida, el tiempo y la muerte, lo que generó una profunda angustia en sus personajes. En cuanto a sus creencias religiosas, Azorín y Maeztu adoptaron posturas católicas con el tiempo, Unamuno se debatió entre la razón y la fe, y Baroja mantuvo su agnosticismo a lo largo de su trayectoria.

Grandes figuras de la renovación narrativa

Valle-Inclán

Valle-Inclán representó una de las grandes rupturas con el género novelístico heredado del siglo XIX. Comenzó con un estilo plenamente modernista en las «Sonatas» (cuatro novelas: «Sonata de otoño», «Sonata de estío», «Sonata de primavera» y «Sonata de invierno»), donde recrea las andanzas de un don Juan feo, católico y sentimental. Luego evolucionó hacia la deformación de la realidad creando esperpentos, como en «Tirano Banderas», una sátira sobre la dictadura que influyó mucho en la literatura hispanoamericana, y en las novelas de la trilogía «El ruedo ibérico».

Azorín

Azorín (José Martínez Ruiz) se centró en los paisajes y la gente de España, por la que siempre sintió una especial preocupación. Empleó una prosa lírica, con abundantes descripciones y acción mínima, y borró la frontera entre novela y ensayo. Sus tres primeras obras, cuyo protagonista le proporcionó el seudónimo, tienen carácter autobiográfico: «La voluntad», «Antonio Azorín» y «Las confesiones de un pequeño filósofo».

Miguel de Unamuno

Unamuno cultivó todos los géneros literarios, pero se decantó por la novela y el ensayo. Fue un hombre contradictorio que expresaba diferentes ideas con la cabeza y el corazón. Su obra gira en torno a dos ejes temáticos: el problema de España y el sentido de la vida. En la novela, fue uno de los grandes renovadores al plasmar los conflictos existenciales. Comenzó con una novela «intrahistórica»: «Paz en la guerra», obra que tardó más de 12 años en preparar.

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