El milagro de la primavera en «A un olmo seco» de Machado: esperanza y simbolismo

Contexto biográfico y literario

Tras la muerte de su esposa Leonor, Antonio Machado se traslada a Andalucía y, posteriormente, a Segovia. Allí conoce a Pilar de Valderrama, un amor de senectud que aparece en sus versos con el nombre de «Guiomar» en su libro Nuevas canciones. Entre sus últimas obras destacan Poesías completas, Juan de Mairena y los poemas de La guerra.

El poema y la enfermedad de Leonor

El poema «A un olmo seco» fue compuesto en Soria en 1912, cuando Leonor ya estaba gravemente enferma, motivo por el cual no se incluyó en la primera edición de Campos de Castilla (1912), sino en la de 1917. Durante uno de sus paseos, el poeta observa cómo del tronco de un viejo olmo carcomido brota una rama verde, un hecho que interpreta como una señal de esperanza y una nueva oportunidad de vida. Este hallazgo le lleva a pensar en su mujer y a anhelar un «milagro» similar para su recuperación.

El tema central: un canto a la esperanza

Esa rama verde se convierte en el eje temático de la composición: la esperanza del poeta en una recuperación milagrosa de su esposa. Esta idea se manifiesta de forma explícita en los versos finales: «mi corazón espera… / otro milagro de la primavera». Así, el reverdecer del árbol se erige como un símbolo del milagro anhelado.

Estructura del poema

Para transmitir este anhelo, Machado emplea una estructura muy clara, diseñada para sorprender al lector en la conclusión del poema. Se puede dividir en tres partes:

Primera parte (versos 1-4)

El poeta describe el milagro inesperado: el «olmo viejo» ha reverdecido a pesar de estar casi muerto, gracias a las «lluvias de abril y el sol de mayo», una bella perífrasis de la primavera. Este renacer se concreta en el verso: «algunas hojas verdes le han salido».

Segunda parte (versos 5-27)

Se describe el estado decadente y sin vida del olmo, utilizando adjetivos como «carcomido» o con un musgo «amarillento». Esta imagen contrasta vivamente con la de «los álamos cantores». En estos versos, el poeta expresa su deseo de «anotar» este hecho excepcional antes de que el árbol sea destruido, ya sea por la mano del hombre para un fin utilitario o por la fuerza de la naturaleza que lo arrastre («el río hasta la mar te empuje»).

Tercera parte (versos 28-30)

Corresponde a los tres versos finales, que revelan la conexión íntima entre el milagro del olmo y el deseo personal del poeta. Es aquí donde el poema adquiere su pleno sentido subjetivo: «mi corazón espera […] / otro milagro de la primavera».

Métrica y ritmo: la silva machadiana

El carácter literario del texto se manifiesta en su pertenencia al género lírico y en su estructura estrófica. Se trata de una silva de 30 versos que combinan endecasílabos y heptasílabos con rima consonante, a excepción del verso 24, que queda suelto. El esquema métrico es el siguiente: 11A 7b 11A 11B / 11C 11D 11C 11D / 11E 11F 11E / 11F 11G 11G / 11H 11H 11I 11J 11I 11J 7k 11K 11L 11- 7l 11F 11M 7f 11M 11F.

Esta forma métrica, por su flexibilidad, permite a Machado expresar el ritmo emocional con una gran riqueza de matices. Los versos heptasílabos aportan un tono más sorpresivo y contundente (ej. «y en su mitad podrido», «mi corazón espera»), mientras que los endecasílabos, predominantes, se reservan para una mayor expansión imaginativa (ej. «no será, cual los álamos cantores»). El ritmo también se ve acentuado por los numerosos encabalgamientos suaves presentes a lo largo del poema (vv. 6-8, 13-14, etc.).

Influencia modernista

Los primeros catorce versos de la composición evocan la estructura de un soneto modernista, reflejando las innovaciones formales de este movimiento: el uso de serventesios en lugar de cuartetos, la irregularidad métrica en algunos versos y la variación de rimas entre las estrofas.

El lenguaje del símbolo

El poema es una clara construcción simbolista. Machado utiliza elementos de la naturaleza para representar conceptos abstractos, conectando así su etapa modernista con la posterior, más cercana a la Generación del 98. Algunos de los símbolos más relevantes son:

  • El olmo: Símbolo de arraigo, de la vida que resiste.
  • El mar: Imagen recurrente de la muerte.
  • El río: Alegoría del paso inexorable del tiempo (tempus fugit).
  • La primavera: Representación de la plenitud vital y la posibilidad de renacimiento.
  • El camino: Metáfora de la vida.

La descripción del olmo: entre la vida y la muerte

Machado describe el olmo viejo junto al Duero con una aparente objetividad, rota por exclamaciones como «¡El olmo centenario en la colina!». El poeta subraya la idea de destrucción y decadencia mediante una cuidada selección de adjetivos:

  • viejo
  • hendido
  • podrido
  • centenario
  • amarillento
  • blanquecino
  • carcomido
  • polvoriento

Todos estos términos evocan la muerte y la tristeza. En contraposición, resulta muy eficaz la metáfora de los «álamos cantores», que simbolizan la alegría y la vida (asociados a los ruiseñores y sus trinos). Esta antítesis se refuerza con la imagen de las «hormigas» y las «arañas» que «urden sus telas», contribuyendo a la muerte del árbol, mientras que los álamos «guardan el camino», es decir, acompañan la vida.

El verso suelto como símbolo de la ruptura

La idea de la muerte inminente queda expresada de forma contundente en el verso 24: «antes que el río hacia la mar te empuje». Significativamente, este es el único verso que queda suelto en el complejo esquema de rimas del poema. No se trata de un descuido, sino de un recurso deliberado: Machado rompe la armonía de la rima para representar el sinsentido de la muerte y la ruptura abrupta de la vida.

La intimidad del yo poético

Machado no menciona explícitamente a Leonor, manteniendo una delicada contención. Su implicación personal solo se revela en los tres versos finales, a través de la aparición del yo poético en primera persona y la elección de palabras cargadas de subjetividad como «corazón» y «milagro» («Mi corazón espera…»). Con ellas, enfatiza la emoción y la esperanza en ese «milagro de la primavera», un anhelo que se enfrenta a lo que la razón parece indicarle.

El paisaje castellano como reflejo del alma

Este poema es una pieza clave de Campos de Castilla. Contiene referencias explícitas al paisaje soriano, como el río Duero. Sin embargo, a diferencia de otros poemas del libro como «El mañana efímero» (con su crítica a «la España de charanga y pandereta / […] sagrado y sacristía»), aquí no hay connotaciones sociopolíticas. Es un ejemplo perfecto de la visión machadiana del paisaje: la realidad exterior se convierte en un reflejo del estado emocional del poeta, de sus obsesiones. Como él mismo afirmó, «el paisaje es un estado del alma».

Conclusión: entre el realismo y el milagro

«A un olmo seco» es un canto a la esperanza, pero también un poema de un realismo penetrante. El autor es consciente de que, tanto en el olmo como en su mujer, por dentro, «tejen sus telas grises las arañas». Ante esta cruda realidad, a Machado solo le queda el gesto de «anotar en [su] cartera» la gracia efímera de esa rama verde —quizás una metáfora de los últimos días de Leonor— y, a pesar de todo, aferrarse a la posibilidad de un milagro:

Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Esta tensión entre el deseo y la realidad es una constante en su obra. Se aprecia de forma similar en el poema «A José María Palacio», donde pregunta por el renacer de la naturaleza con una esperanza que sabe inalcanzable:

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? […]
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?…

La respuesta, implícita y dolorosa, es que no hay milagro, solo la realidad de la ausencia: «sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra».

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