El teatro español desde 1939 hasta la actualidad

El teatro anterior a 1939:

En las primeras décadas del S.XX, la escena teatral estaba dominada por el drama realista y las obras de J. Echegaray de estilo muy retórico, impostado y dirigido al público burgués. Se trató de renovar el teatro, gracias a autores como Unamuno, Valle-Inclán o Lorca, pero no hubo éxito. Se desarrollaron dos tendencias: una preferida por un amplio público cuyo fin era divertirse y otra para minoría donde su fin era hacer tomar conciencia. En el teatro comercial se encuentran las obras de Benavente, que hace una descripción de determinados vicios de la burguesía a través de una crítica muy suave ya que no se les podía herir con determinados comentarios. Destaca Los intereses creados (1907) sobre el poder y la influencia del dinero y La malquerida (1913); y El teatro cómico que tiene una finalidad lúdica. Autores destacables: los hermanos Álvarez Quintero reflejan en sus obras una vida amable destacando el diálogo gracioso; Pedro Muñoz destaca por crear el género astracán, basado en la comicidad de acciones, situaciones y personajes y destaca La venganza de don Mendo (1918). Carlos Arniches destaca por el sainete y por la tragedia grotesca y destaca La señorita de Trevélez (1916). El teatro no solo está diseñado para divertir sino también para pensar, reflexionar sobre los problemas que rodean al hombre. Se encuentra influido por las obras de autores europeos como El pájaro azul de Maeterlinck, Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello entre otros. Los primeros renovadores del teatro español parten de la Generación del 98. Azorín presenta un teatro influido por el expresionismo europeo. Destaca su trilogía Lo invisible, cuyos temas giran en torno a la muerte, al paso del tiempo, etc. Unamuno propone un teatro más desnudo donde no haya interferencias con los decorados o la iluminación y así facilitar la concentración del espectador en el drama. Está influido por las corrientes existencialistas y pesimistas. Destacan sus obras El otro o La venda. Pero dentro de la Generación del 98 destaca Valle-Inclán, que se inicia en el teatro de estilo modernista como El marqués de Bradomín o El yermo de las almas. Después sus obras se orientan en temas como la codicia, la envidia, la crueldad, la lujuria, la magia, etc. Destacan Comedias bárbaras o Divinas palabras. Valle-Inclán también compone farsas y así pudo realizar críticas a la monarquía, ejército, burocracia y demás estamentos sociales. Destacan La cabeza del dragón o La reina castiza. Aun así, su mejor aportación teatral es la creación del esperpento donde la realidad queda desenfocada. Esa deformación se da a nivel físico, espiritual y lingüístico. En el lenguaje mezcla palabras cultas con coloquiales, palabras de la jerga o del mundo callejero con otras ya en desuso. Sus obras maestras esperpénticas son Luces de Bohemia o la trilogía de Martes de Carnaval.



Narrativa 1939/75:

Después de la Guerra Civil de 1936/1939, la novela de posguerra arranca sin sus referentes anteriores porque autores como Unamuno o Valle-Inclán murieron, otros fueron exiliados. La censura se impone y es difícil evadirla con un panorama desolador. En España no llegaron las nuevas novedades de Europa o EEUU. La década de los años 40 viene marcada por dos tendencias: una seguidora del régimen franquista que defiende los valores tradicionales como el honor, el valor español, la religión y la familia. Destaca Madrid, de corte a checa de Agustín de Foxá; y otra de carácter realista orientada hacia el existencialismo y el pesimismo. Surge por tanto una novela existencial que refleja la angustia de la posguerra, el descontento, la desolación y destaca La familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela, que inaugura el género tremendista que retrata un mundo muy duro, marcado por la violencia, la miseria y el horror. Estas novelas reflejan la angustia existencial, la tristeza y la frustración de la vida cotidiana y sus personajes se adaptarán a estos temas; pero en ninguna de estas novelas encontraremos una crítica o denuncia directa, y se caracterizan por su sencillez y tradicionalidad, por la narración cronológica lineal, empleo del narrador en tercera persona y la ausencia de saltos temporales. En los años 50, se inicia una apertura hacia el extranjero y España era un país políticamente anticomunista y el mundo vivía inmerso en la Guerra fría entre EE.UU y la Unión Soviética. La censura se relaja. A pesar de este contexto surge una literatura social y realista. Estas obras están influidas, paradójicamente, por las teorías marxistas y existencialistas de Jean Paul Sartre. Por tanto, las novelas de los años 50 reciben el nombre de realismo social y las más célebres son: de Miguel Delibes, El camino (1950); Luis Romero La noria (1951); de Camilo J. Cela La colmena (1951). A estos autores se les suman las nuevas voces del 50 como Ignacio Aldecoa El fulgor y la sangre, Carmen Martín Gaite Entre visillo entre otros. Tienen unas características muy concretas pero dentro de ella hay dos corrientes: una pura, marcada por el objetivismo, en donde apenas interviene el narrador; y otra tendencia crítica, que pretende influir y concienciar al lector. Destacan La zanja de Alfonso Grosso y Central eléctrica de López Pacheco. En la década de los 60 se inicia un periodo de renovación y experimentación novelística. Se inaugura gracias a la publicación de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, en donde describe y reflexiona sobre la España de los años 40. Se critica abiertamente la dureza y la pobreza de la vida. Están influidas por obras como En busca del tiempo perdido de Proust, entre otros y de las obras de los grandes autores del Boom hispanoamericano destacan Vargas Llosa o García Márquez. Otras obras maestras del género son Señas de identidad de Juan Goytisolo y Cinco horas con Mario de Miguel Delibes. En la década de los 70 se sigue experimentando con nuevas técnicas narrativas, pero aun así surgirán autores que, cansados de tanta renovación, acaben realizando parodias de toda esa experimentación como La saga/fuga de JB de Torrente Ballester y otros volverán a retomar el interés por la historia y diversidad temática como Eduardo Mendoza en La verdad sobre el caso Savolta. A partir de estos autores todas las corrientes son válidas. El género narrativo se divide en novela histórica El manuscrito carmesí de Antonio Gala, novela erótica Las edades de Lulú de Almudena Grandes, metanovela La orilla oscura de José María Merino, novela poética La lluvia amarilla de Julio Llamazares, policiaca, literatura lésbica Beatriz y los cuerpos celestes de Lucía Etxebarría, etc. La novela, como es un género abierto, permite tratar cualquier tema.



1939 hasta nuestros días:

La guerra civil del 36/39 fue un corte profundo para la trayectoria de nuestro teatro. Al terminar el conflicto, unos dramaturgos murieron (Lorca, Valle-Inclán…); otros sufrieron el exilio (Casona, Alberti, Max Aub…). Predominan las obras de divertimento y entretenimiento, pero el cine le sacaba mucha ventaja al teatro, por ello el teatro tuvo una crisis. En el teatro de posguerra pueden reconocerse unas etapas y unas tendencias paralelas a las que se dieron en la novela y en la poesía. Durante los años 40 y parte de los 50 continúan las tendencias más tradicionales pero se buscan otros caminos y aparece un teatro existencial. Las líneas teatrales son: a) Alta comedia al estilo del teatro de Benavente con autores como Pemán, Luca de Tena, Edgar Neville; b) teatro cómico. Destacan dos autores: Jardiel Poncela, que quiso renovar la risa introduciendo lo inverosímil, pero no fue aceptado por el público. Destacan Eloísa está debajo de un almendro, Los ladrones somos gente honrada o Los habitantes de la casa deshabitada; Miguel Mihura manifiesta un teatro al estilo del absurdo, humor disparatado y poético. Destacan Tres sombreros de copa o Maribel y la extraña familia. Aquí también destaca la obra Pic-nic de Fernando Arrabal; c) teatro existencial. Este teatro es grave, preocupado e inconformista. Destacan también dos autores: Antonio Buero Vallejo, que en 1949 estrena Historia de una escalera; y Alfonso Sastre, que estrena en 1953 Escuadra hacia la muerte. Su teatro está relacionado también con la denuncia social. Buero Vallejo escribe obras como En la ardiente oscuridad o El concierto de San Ovidio, o La fundación o El tragaluz. Detrás de sus obras, está la crítica a la dictadura franquista. Mediada la década de los 50, hay un teatro realista y social, destaca el Teatro de Agitación Social o el Grupo de Teatro Realista que pusieron en práctica sus ideas con obras como La cornada o Muerte en el barrio. La consolidación del realismo es tarde, ya entrados en los años 60. Destacan Los inocentes de la Moncloa de Rodríguez Méndez; El tintero de Carlos Muñiz; La camisa de Lauro Olmo o Los salvajes en Puente San Gil de Martín Recuerda. A medida que avanzan los años 60 y entramos en los 70, se nota el cansancio del realismo social y se producirán intentos de un nuevo teatro, un teatro experimental, con carga crítica. Ciertos autores se lanzan hacia una renovación de la expresión dramática y surge una nueva vanguardia teatral. Destacan autores como José Ruibal, Francisco Nieva, Martínez Mediero, Fernando Arrabal. También destaca Antonio Gala con Los verdes campos del Edén o Anillos para una dama. Las características más importantes de este teatro son que presentan un enfoque simbólico o alegórico, es de carácter protestante y denuncia social y política. Surgen los grupos de teatro independiente Los Goliardos, Teatre Lliure o La fura dels baus, entre otros, caracterizados por el carácter provocador, de agitación de conciencias y preocupación por lo lúdico y el juego. Finalmente, la implantación de la democracia elimina buena parte de los obstáculos de censura, etc., sin llegar a surgir grandes obras. Aquí también se produce un cansancio y retroceso de las vanguardias, con excepciones como Francisco Nieva con Pelo de tormenta que continuó hasta los 90. Hay un retorno a la línea tradicional y destaca el actor Fernando Fernán Gómez con Las bicicletas son para el verano (1982), de un realismo depurado. De corte realista pero con trasfondo trágico son las obras de Ignacio Amestoy Una pasión española o Fermín Cabal ¡Esta noche gran velada!. A partir de este momento todas las corrientes son válidas.

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