Etapa Primera
La pulgada de sangre
Fonda en el pueblo de Juan Godoy. Es una taberna donde se vende de todo, desde el vino, que se presenta en toneles, odres y cántaras, y comestibles; entre otros, charqui, que se exhibe colgado en ristras y el queso en zarandas, hasta los artículos femeninos de más lujo; igualmente, arreos de mineros y también perfumería. Naturalmente, hay mostrador o mesón y armario que corren adosados al muro de la izquierda. Una cortina disimula una puertecita que conduce a las habitaciones particulares de Don Patricio, el propietario del negocio, que es de un abigarramiento definitivo. Además de la puertecita de la izquierda, hay una gran puerta a la derecha abierta a la calle. El muro del foro juega, es decir, puede alzarse. Hay, desde luego, mesas y taburetes ocupados por los clientes, mineros en su totalidad.
A telón corrido, se oyen los últimos versos de una tonada, seguidos de una gran algazara.
Sube el telón. En este momento, La Risueña (Anita), una muchacha bajita, entrada en carnes, que tanto puede tener catorce como veinte años, huye, riendo a carcajadas, de Gabino Atienza, minero rico, que ha encontrado un filón riquísimo que lo ha hecho millonario de un día a otro. Atienza conserva sus gustos antiguos, cree que la felicidad consiste en todos los derroches y los realiza. El Cerro Alto (A. Donoso) sale de atravieso y coge a La Risueña. Simultáneamente hablan –como se detalla más adelante– los personajes. Sobre el sitio destinado al baile, que está al fondo ocupando más de la mitad de la escena y que consiste en una tarima como un pequeño escenario, están las dos Cantoras, de arpa y guitarra, y las Tañedoras. Detrás del mostrador, Don Patricio, gordo y satisfecho, muy cruel o muy indiferente, agente y promotor de todo lo que pueda producir dinero. Sentada en un piso bajo, La Planchada (Maclovia), una mujer de edad indefinible, flaca, sin formas; es una celestina consagrada y repugnante; junto a un brasero toma mate, muy alegre de lo que pasa. Ella y todos celebran la cacería a carcajadas. La Risueña ríe también, pero su risa cubre el llanto.
VOCES.- ¡A que no la pilla!
UNA CANTORA.- No te arranquís pa juera, zamba, porque te friegan.
EL CERRO ALTO.- Párate mejor, zamba, tenís que caer no más. Y t’estái encalillando mucho. Hoy día tenís qu’irte conmigo.
LA RISUEÑA.- (Asediada en forma terrible por los dos hombres, cae de rodillas implorante; pero siempre riendo. Entre carcajadas habla.) ¡Déjenme, háganlo por Dios; déjenme que ya me muero! ¡Ayayaicito!
(Cae entre convulsiones.)
VOCES.- Le dio la pataleta.
LA PLANCHADA.- Se hace la zorra renga. Es así cuando le quiere amarrar el cuero a alguien… Es así.., y cuando le da de veras… se le pasa con un trago.
GABINO ATIENZA.- Venga un vaso grande.
LA PLANCHADA.- (Pasándolo.) Aquí tiene. (Empiezan a dárselo. Trata La Risueña de defenderse y la inmovilizan, vertiendo después el vino en su boca cerrada, que le abren a la fuerza con un cuchillo. El vino corre por su cuello y busto. Todos se han aproximado y ríen con mucho placer.) Esto es pa que no te dé más la pataleta, pa que no engañís más a nadie.
LA RISUEÑA.- (Muy vejada y colmada de indignación, se levanta.) ¿De modo que no me pueo defender de estos hombres tan crueles y tan cobardes, y de estas mujeres tan malas? No ‘stoy enferma… ¡Quiero que me dejen tranquila! Me gustaría morirme… Morirme antes de estar aquí con ustedes ¡Me tratan peor que a una bestia! Y toos ustedes son bautizaos… ¡y han tenido madre y me tratan así! ¿Es que yo no soy mujer?
EL CERRO ALTO.- ¿Mujer? Qué vai a ser mujer vos… Soi… un peacito en cangalla pa que toos te lleven y te traigan… Vos tas aquí pa divertir… y si no lo querís hacer, me voy a divertir harto con vos.
(La tira hacia arriba, recogiéndola en el aire.)
LA RISUEÑA.- (Ríe y llora y dice como en un ritornello trágico, muy debilitada la voz.) Dejenmé, dejenmé…
EL CERRO ALTO.- ¡Te venís conmigo! ¡Vamos, ya!
LA RISUEÑA.- ¡No…, no pueo, no! ¡No quiero! ¡No! ¡Mátame, es mejor! ¡Mátame!
(Él la toma en sus brazos y se dispone a salir, cuando entra La Carmen, mujer de veinticinco años, morena y resuelta.)
EL CERRO ALTO.- (La suelta de golpe.) Carmencita, siempre tan guapa… Agora sí que voy a bailar… Toquen refalosa, niñas.
LA CARMEN.- (Que ha atendido a La Risueña) Conmigo no vas a bailar; yo no bailo con perros.
EL CERRO ALTO.- Ya le hago una biricoca, ya, y le doy muerte e conejo, por insolente. (Cuando este personaje habla, todos celebran, porque le temen; es de alta estatura y de fuerza poco común.) ¡Ya, vení a bailar!
LA CARMEN.- No quiero, ¿no me oíste?
ATIENZA- Tengamos calma, señores, divirtámonos como caballeros. Toos estamos aquí persiguiendo a la suerte, que pa muchos es color del viento; a toos nos llaman los derroteros que tienen riqueza y que tienen muerte. El cerro es como la mujeres, que se dan… algunas veces sin preguntar a quién, y otras veces… pa qué hablamos. Agora, que la cosa es sin picarse, Cerro Alto; somos harto amigos, y en nombre d’esa amistá hablo. Vengo de Copiapó a rendirle un homenaje a la Carmelita. Yo m’iba a mi tierra, debí embarcarme en Caldera hace cuatro días, pero no púe hacerlo sin despedirme d’ella, que me parece tan simpática y tan… hombre.
TODOS.- ¡Viva la Carmen! ¡Viva!
ATIENZA.- Toos los que no tengan plata, los enfermos, los tahúres perdidos, toos los que necesiten, aquí ‘stá Gabino Atienza, que tiene socorro pa toos, qu’está dispuesto a dar too lo que a él le dio el cerro. (Tira el dinero y lo arroja por la puerta izquierda.) A un perro le rompí las costillas a pataconazos. Don Patricio, quiero brindar por mi negra en este vasito. (Ha tomado un vaso de la mesa.) Póngame del barril del mejor vino que tenga, en este vasito; es pa ella, pa ella, ¿entiende?, y quiero que sea del mejor.
TODOS.- ¡Vivan los lachos que saben querer!
LA CARMEN.- Pero, señor, yo…
ATIENZA.- Niñita, zambita de oro, no me diga na, no hable na… El que en este momento habla soy yo, que le voy a rendir un homenaje; un modesto trago de mosto… Si quiere mi sangre, mi sangre le doy… Si quiere mi corazón pa echarlo al trapiche, échelo al trapiche… ¡Tan agraciá y tan tirana qu’es! ¡tan…, no es ni güenamoza y tanto que la quiero!
EL CERRO ALTO.- Amigo Gabino, le voy a dar en el gusto, porque veo que se le va a perder el derrotero, así como a mí y a toos. Si a esta damita -que toos sabimos quién es- no le gusta ni Dios del Cielo.
LA RISUEÑA.- Ella los quiere a toos.
DON PATRICIO.- Este barril tiene el mejor mosto.
(Lo ha escogido con todo sosiego, y con él, La Planchada, con la que ha cambiado gestos de inteligencia.)
ATIENZA.- Yo los dejo hablar no más, m’hijita, sé que voy bien… A mí los derroteros no me engañan. (Toma el vaso.) Por usté y pa usté este modesto traguito. (Vacían en el vaso todo el vino del barril, el vino se derrama y sale hasta la calle. Hay expectación; los presentes han formado un corro. Al centro, La Carmen, muy impresionada, sigue la operación. Cuando sale el último vino, el minero dice:) Aquí está el alma del vino…, el alma es pa usté. Sírvasela y en este momento piense en mí, que sería capaz de dale mi vía a tragos… Piense que el derrotero que m’hizo rico lo hallé nombrándola a usté. ¡Qué tiene esta zamba fea que uno la quiere tanto!
LA CARMEN.- Pensaré siempre en usté, porque sé que no merezco homenajes como éste, que le agradezco. Pero, créame, no quiero su cariño; ni creo en él, ni en el de nadie… Yo no soy más que una mujer más… Por usté…
ATIENZA.- Hágamela.
LA CARMEN.- Se l’hago… Estoy contenta; en este momento pienso en mi madre, ¡en nuestras madres, Risueña!
LA RISUEÑA.- ¡En nuestras madres, Carmen!
(Se abrazan.)
LA CARMEN.- (Bebe.) Por usté.
(Le da el vaso a Atienza.)
ATIENZA.- Por vos, que decís tantas cosas tristes; porque no se me brocee este cariño, que es el último, el más soñado y el más bonito.
(Beben; todos aplauden.)
DON PATRICIO.- ¿Y esas cantoras tan entumías? Un cogollo pa Gabino Atienza.
(Cantan las Cantoras una tonada que termina con el siguiente cogollo.)
La fortuna es inconstante
llega cuando no se piensa;
así llega el fino amante
que es don Juan Gabino Atienza.
Trae fortuna y amor,
trae una pasión inmensa,
pero es duro el corazón
del amor de Juan Atienza.
Para don Gabino Atienza
derrotero floreció,
que Dios le abra bien los ojos
y vea el corazón mío…,
y vea el corazón mío…
(Todos aplauden. Atienza les da dinero a manos llenas a las Cantoras y les llena la guitarra de pesos.)
ATIENZA.- ¡Una corría general, quiero que toos estén contentos, y que cada uno tome trago por mi zamba!