Capítulo XXXIII: La lealtad de Sancho y el engaño de Dulcinea
Después de la cena, la duquesa le pide a Sancho que la acompañe a un lugar fresco. Sancho accede y, tras asegurarse de que no haya espías, la entretiene con historias de sus aventuras con don Quijote. Le confiesa que, aunque sabe que don Quijote está loco, permanece a su lado por lealtad. Sancho le relata cómo engañó a su amo con el supuesto encantamiento de Dulcinea, pero la duquesa lo convence de que el engañado fue él, asegurándole que Dulcinea fue transformada realmente en una campesina. Sancho también le habla a la duquesa de su discusión con la dueña Doña Rodríguez, y la duquesa se compromete a garantizar que el rucio reciba los mejores cuidados.
Capítulo XXXIV: La cacería y la llegada de Montesinos
El duque y la duquesa invitan a don Quijote y a Sancho a una cacería de jabalíes. Durante la cacería, Sancho se asusta e intenta trepar a un árbol. El duque le explica que la caza perfecciona las habilidades de un gobernador para la guerra, pero Sancho mantiene su aversión por dicho deporte. De repente, el bosque se inunda con el sonido de tambores y gritos de batalla moriscos. Aparece un diablo para anunciar la llegada de Montesinos, quien dará instrucciones a don Quijote sobre cómo desencantar a Dulcinea. El estruendo continúa y aparecen tres carromatos tirados por bueyes con antorchas en los cuernos, cada uno con un encantador que se presenta antes de seguir su camino.
Capítulo XXXV: La penitencia de Sancho para desencantar a Dulcinea
Llega un enorme carro con penitentes vestidos de blanco lino y una hermosa doncella con un velo dorado. Merlín, con rostro de calavera, también viaja en el carro y se dirige a don Quijote en verso. Le revela que, para desencantar a Dulcinea, Sancho debe darse 3.300 azotes en sus desnudas posaderas, y debe hacerlo de buena gana. Esta noticia angustia a Sancho, quien replica que el encantamiento de Dulcinea no es su problema. La doncella del carro, que se hace pasar por Dulcinea, reprende a Sancho por su reticencia a ayudarla. El duque, por su parte, amenaza con retirarle el gobierno de la ínsula si no obedece. Sancho finalmente accede, aunque advierte que se aplicará los azotes solo cuando le apetezca. La escena complace enormemente al duque y a la duquesa, quienes, como era de esperar, son los artífices de toda la farsa.
Capítulo XXXVI: La llegada de la Condesa Trifaldi
Sancho le muestra a la duquesa una carta que ha escrito a su esposa, Teresa Panza, para anunciarle su nuevo cargo de gobernador. La duquesa muestra la carta al duque durante el almuerzo. Tras la comida, al son de tambores, aparece un hombre que se presenta como Trifaldín de la Barba Blanca y solicita al duque que escuche la difícil situación de su dueña. El duque afirma haber oído hablar de sus desgracias y la invita a pasar.
Capítulo XXXVII: El temor de Sancho y la defensa de las dueñas
Dada su complicada historia con las dueñas, Sancho teme que estas interfieran en su gobierno. Doña Rodríguez defiende su profesión y se burla de escuderos como Sancho. El duque les pide que escuchen a la dueña de Trifaldín, a quien en adelante se referirán como la condesa.
Capítulo XXXVIII: La historia de la Condesa Dolorida
Cervantes interviene para señalar que Cide Hamete Benengeli explica que el nombre de la condesa Trifaldi (que significa «la condesa de las tres faldas») deriva de su vestimenta. Benengeli relata cómo llega acompañada de una docena de dueñas, todas cubiertas con opacos velos negros. La condesa se postra ante don Quijote y le ruega su ayuda, que él le promete sin dudar. La condesa relata que ayudó a un caballero de la corte a acceder a los aposentos de la princesa, a quien ella servía. Como resultado, la princesa quedó embarazada y tuvo que casarse con el caballero.
Capítulo XXXIX: El castigo del gigante Malambruno
La condesa explica que la indiscreción de la princesa conmocionó de tal manera a su madre, la reina, que esta murió tres días después. Para castigarlos, el gigante Malambruno convirtió a la princesa en una mona de bronce y al caballero en un cocodrilo de metal sobre la tumba de la reina. Malambruno también colocó entre ellos un pilar de metal con una inscripción que indica que solo don Quijote puede salvarlos. Finalmente, como castigo por la traición de la condesa, Malambruno hizo que a ella y a todas las demás dueñas les crecieran barbas imborrables.
Capítulo XL: La promesa de Clavileño el Alígero
Don Quijote jura vengar a la condesa y a la princesa. La condesa le anuncia que el gigante enviará un caballo volador de madera llamado Clavileño el Alígero, y que don Quijote debe volar en él esa misma noche hasta su país para enfrentarse al gigante. A Sancho no le gusta la idea de volar en un caballo de madera, pero la duquesa lo convence de que debe ir con su amo.
Capítulo XLI: El vuelo y la burla de Clavileño
Mientras esperan en el jardín, aparecen unos salvajes con un gran caballo de madera. Se lo entregan a don Quijote con la instrucción de que tanto él como Sancho deben vendarse los ojos para el viaje. Don Quijote lleva a Sancho aparte y le pide que se dé unos cientos de azotes para iniciar el desencanto de Dulcinea, pero Sancho se niega. Con los ojos vendados, montan a Clavileño. Los demás les soplan viento en sus rostros y acercan fuego a sus cabezas para convencerlos de que están volando y aproximándose a la región del fuego. A continuación, encienden petardos en el vientre de Clavileño, y el caballo estalla, arrojando al suelo a don Quijote y a Sancho. Al despertar, descubren que siguen en el jardín y encuentran una nota que dice que, con solo haber intentado la hazaña, don Quijote ya la ha cumplido. La condesa se ha marchado, feliz y sin barba. Sancho le cuenta a la duquesa que se asomó y vio la Tierra no más grande que un grano de mostaza. Más tarde, don Quijote le susurra a Sancho que creerá su historia sobre las cabras del cielo si Sancho cree la suya sobre la Cueva de Montesinos.
Capítulo XLII: Consejos para el gobernador Sancho Panza
El duque y la duquesa, complacidos, deciden enviar a Sancho a su gobierno de inmediato. Lo visten con ropajes de gobernador y lo envían a un pueblo, que él cree que es una ínsula. Don Quijote le da a Sancho una serie de consejos sobre cómo gobernar, recordándole que nunca se avergüence de su origen humilde y que muestre piedad e indulgencia con los delincuentes.
Capítulo XLIII: Más consejos y la astucia de Sancho
Don Quijote continúa con sus consejos para Sancho. Le advierte que debe:
- Abstenerse de comer ajos y cebollas, pues solo los villanos lo hacen.
- Andar despacio y hablar con pausa.
- Comer poco y beber con moderación.
- No eructar.
- No ensartar tantos refranes en sus conversaciones.
Don Quijote lamenta que Sancho sea analfabeto, pero este le asegura que ocultará su deficiencia fingiendo que tiene la mano derecha tullida. Don Quijote le asegura que será un excelente gobernador precisamente por su actitud humilde.
Capítulo XLIV: La partida de Sancho y la melancolía de Don Quijote
Cervantes interviene para señalar que «la verdadera historia original» afirma que Cide Hamete Benengeli escribió este capítulo como una queja contra sí mismo por no incluir tantas digresiones como en la Primera Parte. Al partir, Sancho le comenta a don Quijote que uno de los mayordomos se parece a la condesa Trifaldi, pero don Quijote desestima su observación. Tras una sentida despedida, Sancho se pone en camino. Al notar que don Quijote extraña a su escudero, la duquesa le ofrece la compañía de sus doncellas, pero él rechaza la oferta para evitar la tentación. Desde su habitación, escucha a una doncella, Altisidora, cantar una balada de amor, y concluye que está enamorada de él.
Capítulo XLV: El juicio y la sabiduría de Sancho gobernador
Los habitantes del pueblo reciben a Sancho y lo sientan en la silla del gobernador. Tras escuchar un pregón, pide que nadie lo llame «don», pues no le corresponde tal tratamiento. A continuación, juzga una serie de casos que le presentan los lugareños, todos relacionados con algún tipo de engaño. Sancho resuelve cada caso con un ingenio y una sabiduría que impresionan al pueblo, demostrando su gran capacidad para gobernar.
Capítulo XLVI: La serenata y el ataque de los gatos
Por la mañana, don Quijote se cruza con Altisidora, quien finge desmayarse. Él pide un laúd para cantar esa noche una balada a Dulcinea. Ansiosa por gastarle una broma, Altisidora informa al duque y a la duquesa. Mientras don Quijote canta, los sirvientes bajan un saco lleno de gatos con cascabeles en la cola. El estruendo asusta a todos, y un par de gatos entran en la habitación de don Quijote. Uno de ellos le salta a la cara, mordiéndole la nariz y arañándolo, hasta que el duque logra quitárselo de encima.
Capítulo XLVII: El gobierno de Sancho y el médico Pedro Recio
En su primera noche en la supuesta ínsula, Sancho se sienta a cenar hambriento, pero un médico le prohíbe comer de todos los platos por temor a que le sienten mal. Sancho, furioso, lo expulsa de la sala. Poco después, llega un mensajero con una carta del duque, advirtiéndole de un complot para atacar la ínsula y matarlo. Sancho se convence de que el médico es uno de los conspiradores. Más tarde, un labrador le pide ayuda y dinero, lo que enfurece a Sancho, quien amenaza con castigarlo severamente.
Capítulo XLVIII: La visita nocturna de Doña Rodríguez
En mitad de la noche, Doña Rodríguez se desliza en la habitación de don Quijote para pedirle un favor. Le cuenta la historia de su hija, seducida por el hijo de un labrador rico que ahora se niega a casarse con ella. El duque no interviene porque el padre del joven le presta dinero. Don Quijote se compromete a ayudarla. Ella le revela también que la duquesa mantiene su hermosa tez gracias a unas fuentes que le aplican en las piernas. En ese instante, alguien irrumpe en la habitación y propina bofetadas y pellizcos a ambos.
Capítulo XLIX: Las rondas nocturnas del gobernador
Durante sus rondas nocturnas, Sancho resuelve dos incidentes y luego se encuentra con una joven vestida de hombre. Ella le cuenta que su padre viudo la mantiene encerrada y que se escapó por curiosidad. Mientras hablan, un guardia detiene a su hermano. Sancho los acompaña a ambos a casa y les aconseja tener más cuidado en el futuro.
Capítulo L: Las artífices de la broma y las cartas a Teresa Panza
Cervantes nos revela que la duquesa y Altisidora estaban escuchando tras la puerta y fueron ellas quienes irrumpieron y pellizcaron a don Quijote y a Doña Rodríguez. La duquesa envía un paje a Teresa Panza con la carta de Sancho, una carta propia y un collar de corales. Teresa se muestra encantada y corre a contárselo a Sansón Carrasco y al cura, quienes no le creen hasta que hablan con el paje. Teresa desconfía de Sansón y prefiere que un sacristán le escriba la respuesta a su marido.
Capítulo LI: La justicia salomónica de Sancho
A la mañana siguiente, Sancho debe resolver un caso que los jueces no han podido dirimir: en un puente, se ahorca a quien miente sobre su destino y se deja pasar a quien dice la verdad. Un hombre ha llegado y ha jurado que va a morir en esa horca, creando una paradoja. Sancho resuelve el dilema liberando al hombre, argumentando que siempre es mejor inclinarse por la misericordia. Después, dicta las únicas leyes de su gobierno:
- Se puede importar vino de cualquier lugar, siempre que se indique su origen.
- Se rebaja el precio del calzado.
- Se fijan los salarios de los criados.
- Se prohíbe a los ciegos cantar milagros que no sean auténticos.
Estas leyes, cuenta Cervantes, agradan tanto a la población que son conocidas como «Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza».
Capítulo LII: El duelo pendiente y las cartas de Teresa
Ya curado de los arañazos, don Quijote decide partir hacia las justas de Zaragoza. Sin embargo, antes de que pueda pedir permiso, Doña Rodríguez y su hija se arrojan a sus pies, suplicándole que repare el agravio que les ha infligido el hijo del labrador. Don Quijote promete hacerlo, y el duque accede a organizar un duelo. Regresa el paje con cartas de Teresa Panza para la duquesa y para Sancho. En ellas, Teresa expresa su deseo de ir a la corte en coche para honrar el cargo de su marido y le cuenta las noticias del pueblo. El grupo aplaude, ríe y se maravilla con las cartas.
