Las Aventuras de Pulgarcito: Un Cuento Clásico de Charles Perrault

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Pulgarcito

Autor: Charles Perrault

Había una vez un pobre campesino. Una noche se encontraba sentado, atizando el fuego, y su esposa hilaba junto a él, a la vez que lamentaban el hallarse en un hogar sin niños. En esta casa siempre hay silencio, mientras que en los demás hogares todo es alegría y bullicio de criaturas.

—¡Es verdad!

Resultó que al poco tiempo la mujer se sintió enferma y, después de siete meses, trajo al mundo un niño bien proporcionado en todo, pero no más grande que un dedo pulgar. ¡Va a ser nuestro querido hijo, nuestro pequeño!

Pulgarcito y la carreta

Un día, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar leña.

—¡Oh, padre! La carreta llegará a tiempo al bosque.

El hombre se echó a reír y dijo:

—¿Cómo podría ser eso? Eres muy pequeño para conducir el caballo con las riendas. Tan pronto como mi madre lo enganche, yo me pondré en la oreja del caballo y le gritaré por dónde debe ir.

—¡Está bien! —contestó el padre—, probaremos una vez. ¡Arre! —En ese momento, dos extraños pasaban por ahí.

—¡Cómo es eso!

Cuando Pulgarcito divisó a su padre, le gritó:

—Ya ves, padre, ya llegué con la carreta. Ahora, bájame del caballo. —Cuando los dos extraños divisaron a Pulgarcito, quedaron tan sorprendidos que no supieron qué decir.

La venta de Pulgarcito

—No —respondió el padre—, es mi hijo querido y no lo vendería por todo el oro del mundo.

Pero al oír esta propuesta, Pulgarcito se trepó por los pliegues de las ropas de su padre, se colocó sobre su hombro y le dijo al oído:

—Padre, véndeme; sabré cómo regresar a casa.

Entonces, el padre lo entregó a los dos hombres a cambio de una buena cantidad de dinero.

—¿En dónde quieres sentarte? —le preguntaron.

—¡Ah!, pónganme sobre el ala de su sombrero; ahí podré pasearme a lo largo y a lo ancho, disfrutando del paisaje y no me caeré.

Cumplieron su deseo, y cuando Pulgarcito se hubo despedido de su padre, se pusieron todos en camino. ¡Las aves también me dejan caer a menudo algo encima! ¡Bájenme rápido!

El hombre tomó de su sombrero a Pulgarcito y lo posó en un campo al borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente, enfiló hacia un agujero de ratón que había localizado, gritándoles en tono burlón.

Acudieron prontamente y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratón, pero su esfuerzo fue inútil. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se habían marchado, salió de su escondite.

Pulgarcito y los ladrones

Felizmente, encontró una concha vacía de caracol. ¡Gracias a Dios! Un momento después, cuando estaba a punto de dormirse, oyó pasar a dos hombres, uno de ellos decía:

—¿Cómo haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su dinero?

Pulgarcito, al oír esto, se puso a gritar con todas sus fuerzas:

—¿Quieren todo lo que hay aquí?

Los ladrones se estremecieron y le dijeron:

—Baja la voz para no despertar a nadie.

Pero Pulgarcito hizo como si no entendiera y continuó gritando:

—¿Qué quieren? ¿Les hace falta todo lo que hay aquí?

La cocinera, quien dormía en la habitación de al lado, oyó estos gritos, se irguió en su cama y escuchó, pero los ladrones asustados se habían alejado un poco. Pulgarcito quería descansar ahí hasta que amaneciera y después volver con sus padres, pero aún le faltaba ver otras cosas antes de poder estar feliz en su hogar.

Pulgarcito en la vaca y el lobo

Como de costumbre, la criada se levantó al despuntar el día para darles de comer a los animales. Pulgarcito, que se había escondido en el establo, fue tragado por una vaca. Dentro de ella, exclamó:

—¡Dios mío! ¿Cómo pude caer en este molino triturador?

Pronto comprendió en dónde se encontraba. Tuvo buen cuidado de no aventurarse entre los dientes, que lo hubieran aplastado; mas no pudo evitar resbalar hasta el estómago. El amo, al ver que la vaca comía sin parar, gritó: ¡Ya no me envíen más paja!

Corrió a toda prisa donde se encontraba el amo y él gritó:

—¡Ay, Dios mío! ¡Señor cura, la vaca ha hablado!

—¡Está loca! —respondió el cura—. ¡Ya no me enviéis más paja! —Pulgarcito intentó por todos los medios salir de ahí, pero en el instante en que empezaba a sacar la cabeza, le aconteció una nueva desgracia. Un lobo, que pasaba por ahí, se comió a la vaca. Dentro del lobo, Pulgarcito le dijo:

—¿Dónde hay que ir a buscarlo? —contestó el lobo.

—En tal y tal casa. No tienes más que entrar por la trampilla de la cocina y ahí encontrarás pastel, tocino, salchichas, tanto como tú desees comer.

El lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por la noche entró por la trampilla de la cocina y, en la despensa, disfrutó todo con enorme placer. Pulgarcito, desde dentro, le advirtió: ¡Vas a despertar a todo el mundo! ¡Yo también quiero divertirme!

Cuando vieron al lobo, el hombre corrió a buscar el hacha y la mujer la hoz.

—¡Al fin! —dijo el padre—. ¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo! —Después fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le abrieron el vientre y sacaron al pequeño.

—¡Qué suerte! ¡Qué preocupados estábamos por ti! —exclamaron los padres.

—¡Por fin, puedo respirar el aire libre! —dijo Pulgarcito.

—Pues, ¿dónde te metiste? —preguntaron los padres.

—Ahora, me quedaré a vuestro lado —respondió Pulgarcito.

—Y nosotros no te volveríamos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del mundo.

FIN

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