Los santos inocentes resumen por capitulos

LA DENUNCIA SOCIAL


En esta novela
Delibes denuncia directamente y mediante las actitudes y el comportamiento de los personajes, la injusticia en que viven los pobres que protagonizan la novela y que son, a su vez, el símbolo de todos los humillados. Por eso se elige como marco un cortijo, un espacio en que en el tiempo de la narración, década de los sesenta del siglo XX, todavía pervive ese espíritu feudal en el que los pobres viven en semiesclavitud, en un mundo en que la idea de clan dominado por el rico es lo normal, así se desprende cuando la Régula no alcanza a comprender por qué el señorito de la Jara ha echado del cortijo a su hermano.
Se denuncia la actitud despreciativa hacia el prójimo que muestran los señoritos hacia la gente que de ellos depende, significada en la expresión “cacho maricón” que siempre tiene en la boca Iván; pero se denuncia también la pasividad de los explotados que aceptan sin rechistar el mundo que les ha tocado, perfectamente sintetizado en la muletilla de la Régula, “a mandar que para eso estamos”. Por eso, la actitud del Quirce es una puerta abierta a la esperanza y a la dignidad de las nuevas generaciones. El Quirce simboliza la superación de un mundo semifeudal en que los campesinos son una parte más de la hacienda de los señoritos, por un mundo en que las relaciones se han de basar en lo laboral. Hay que separar, quiere señalar Delibes, la vida individual de la vida laboral.
Aunque se afirma y se defiende la dignidad que deben tener los oprimidos, la crítica, no se basa en postulados radicales, por eso, sino a la concepción cristiana que Delibes posee de la existencia. En ningún momento de la novela se alude a la necesidad de una distribución de la tierra, y menos todavía se exige una expropiación de la misma. La denuncia de Delibes no es material, es espiritual, es ética. El autor denuncia la falta de solidaridad y respeto hacia el prójimo amparándose en la fuerza y el poder del dinero.
A Delibes le indigna y denuncia esa actitud cobarde y pasiva, aunque él sabe que no puede existir otra y por eso lo denuncia, que los oprimidos muestran ante los caprichos de los generosos. Son múltiples los momentos que lo ilustran: el miedo de Paco ante el señorito de la Jara, la aceptación de salir a cazar con la pierna escayolada o el silencio cuando don Pedro se lleva a Nieves para que sirva en su casa.  Esta actitud de sumisión y conformismo cruza toda la novela, pues es la misma que tiene don Pedro cuando pregunta a Iván por Purita. Existen unas jerarquías que todos aceptan porque así está estipulado en ese mundo que es el único que han conocido.
Un aspecto importante para entender la denuncia es el modo de presentarla. Los personajes, ya se ha dicho, aceptan el mundo que les ha tocado, pero es esa aceptación sumisa la que hace reaccionar al lector. Es el lector quien se rebela directamente contra la injusticia social a través del trato denigrante que sufren los personajes, y ese es uno de los méritos de Delibes, que consigue enervar mediante la lectura, que consigue introducir al lector, con capacidad de reacción, en el mundo injusto de los personajes. Ellos no protestan, resignadamente aceptan y se callan, pero de su silencio de “santos inocentes” nace la solidaridad.
De modo menor también se critica el papel que tiene en España la Iglesia oficial, ligada al franquismo, aunque se atisba la nueva Iglesia que nacerá en el Concilio Vaticano II. En cuanto a la denuncia política no se ejerce con claridad, aunque sí se menciona el atraso cultural que existe en España mediante la conversación entre Iván y René.

Estructura

La estructura externa, se presentan personajes o situaciones que poseen entre sí cierta independencia, y cuyo lazo de unión más poderoso es la uniformidad temporal y espacial en que se sitúa la historia. La estructura interna atiende a la narración del acontecimiento y se aglutina en torno al suceso final, la muerte del señorito Iván a manos de Azarías. .
La estructura externa cuenta con seis capítulos a los que Delibes denomina “libros”,  a cada uno de los cuales le da como título el nombre de diferentes personajes o acontecimientos que suceden en la novela, como “Azarías” o “El crimen”. Esta relativa independencia de cada uno de los libros obliga al lector a reconstruir la trama porque sólo al final termina de ligarse y poner en conjunción todos los elementos que hasta entonces habían sido presentados. Sin embargo, la acotación de la historia en un tiempo preciso y delimitado, el periodo de unos meses en los años sesenta, y el espacio, la hacienda del cortijo, casas y tierras y poblaciones cercanas, ayudan a cohesionar la trama.
La estructura interna presenta una interpretación subjetiva basada en el contenido del texto. Si la novela se justifica en el final, porque simbólicamente se resuelve la injusticia social, todo lo que hasta entonces ha sucedido se ordena como una concatenación de acontecimientos ligados por relaciones de causa/efecto. Entendiéndolo así, son cinco los momentos que definen la trama y la estructura interna:

Situación inicial

Son los cuatro primeros libros de la novela y en ellos el autor presenta la vida cotidiana de los personajes, estableciendo ya las relaciones que se establecen entre ellos, sobre todo las de opresión entre los poderosos y los servidores.

Perturbación

En el libro quinto se produce el accidente el Paco el Bajo y la frustración de Iván porque la cacería ha resultado un fiasco. Este suceso rompe el equilibrio, tanto en la narración –la descripción deja paso a la acción- como en los acontecimientos, Iván ha de buscar otro secretario.

Restablecimiento de un falso equilibrio

Cuando aludimos a un “falso desequilibrio” queremos significar dos ideas: la primera, la engañosa recuperación de Paco y la segunda, otra vez consecuencia de esta, que, aunque en apariencia las cosas han vuelto a la normalidad, esta no existe porque ni Quirce ni Azarías pueden cumplir la función de Paco.

Perturbación

Esta vez la ruptura de la acción se deriva de la muerte de la milana.

Restablecimiento final

La muerte de Iván hay que entenderla no como un crimen, aunque ese sea el título del capítulo, sino como la única venganza posible y ejecutada por la única mano posible, que al oprimido le queda contra el opresor.
La concatenación de estos sucesos permite comprender y justificar no sólo el crimen, sino, más importante aún, que la trama se orienta hacia la consecución de un fin, es decir, que el relato se justifica en el acto final y que, por lo tanto, la ligazón va más allá de los libros quinto y sexto pues, aunque es en ellos donde se produce la concentración, los motivos, como se ha visto, arrancan mucho antes.


LOS PERSONAJES


Los personajes de esta novela aparecen escindidos en dos grupos:

Los que pertenecen a una clase social alta, que agruparemos bajo el genérico de “los poderosos”. Estos personajes representan a las clases dominantes durante el franquismo y en la novela toman cuerpo en los grandes terratenientes. Son ricos y poderosos y aparecen descritos con todos los indicativos de su condición social: No viven en el cortijo, al que solo acuden para la celebración de fiestas y cacerías, sino en la ciudad; se relacionan con los altos cargos de la Iglesia o del Gobierno, y, lógicamente, tienen la propiedad de la tierra y de los hombres y mujeres que trabajan en ella. El señorito Iván es el personaje que los simboliza, pero completan el grupo: la Marquesa, Miriam, el Ministro, etc.
El otro grupo es el de los sirvientes, individuos sometidos a los señoritos porque son ellos quienes les dan el trabajo y la morada. Su capacidad de decisión es mínima porque son parte de la hacienda. Entre ellos cabe distinguir dos grupos: quienes gozan de relativa autonomía y cierto poder y son a la vez sirvientes y amos, simbolizados en don Pedro, y los explotados, los jornaleros del cortijo. Estos últimos están sometidos a una existencia de supervivencia ya que no tienen tierra, ni casa, ni incluso, como se aprecia en el destino de la Nieves, pueden decidir su futuro y el de sus hijos. Su falta de instrucción los convierte en presas fáciles de los poderosos por lo que son las víctimas de la injusticia. Sus rasgos más notables son la obediencia, la sumisión y la resignación. Paco, el Bajo, es el paradigma de ellos porque, Azarías –lo mismo que la Niña Chica, por su retraso mental y su vida, cuando no vegetativa como el de la muchacha, sí de reacciones biológicas primarias- pertenece al submundo de los inocentes, es decir, de aquellos que aunque sufren los mismos abusos que los sirvientes, no son conscientes de la opresión social en la que viven.
Pueden agruparse los personajes en protagonistas, soportan el peso de la historia y son sus acciones las que determinan la trama –Azarías, Iván y Paco, el Bajo-, y secundarios, el resto de personajes cuya función principal es completar y perfilar la historia, especialmente con las relaciones que entablan con el grupo de protagonistas. Pero tanto unos como otros son personajes que responden a una concepción psicológica equiparable a la de los seres humanos reales y cuyo comportamiento sufre o puede sufrir alteraciones.

Azarías

Existe una nota esencial en la personalidad de Azarías que determina su caracterización como personaje: su retraso mental y una profunda necesidad de afecto, especialmente de entregarlo, siendo la Nina Chica y los pájaros los principales receptores de dicho afecto. Es un ser elemental que actúa movido por pasiones primarias y naturales. Físicamente su características más definitoria es su falta de higiene.
Azarías, a pesar de, o mejor dicho, desde su marginación social, representa perfectamente el desdén que los personajes “positivos” de Delibes muestran por una sociedad que no comprenden, que los arrincona y en la que no quieren integrarse.  

El señorito Iván

Es un personaje caracterizado negativamente. Es egoísta, autoritario, cínico, cruel, vanidoso, irascible y desprecia al prójimo porque solo ve en los demás un instrumento para su conveniencia o su placer, placer que en la novela aparece representado por su afición desmedida a la caza y, en menor medida, porque es un episodio puntual, en la seducción de Purita. Pero por encima de todo el señorito Iván es el símbolo de los opresores.  

Paco, el Bajo

Frente a otros personajes en los que poco importa una prosopografía, en Paco sí parece prudente mencionar al menos dos rasgos físicos relevantes, su estatura, el Bajo, y su nariz achatada, como de perro pachón, en realidad, un olfato extremadamente sensible que le permite ventear las piezas, y que, en definitiva, va a ser la cualidad por la que, frente a los otros sirvientes, establezca lazos con el señorito Iván. Mientras que en su etopeya sobresalen términos como: resignación, conformidad, bonhomía, fidelidad, cualidades estas que pueden ser englobadas bajo un término genérico que las agrupa a todas: servilismo. Paco es servil porque está atado a una sociedad que acepta totalmente a pesar de que su papel en ella, el de siervo, roza por momentos la esclavitud. Sin embargo, la caza, en la que desarrolla ese don especial de rastrear las piezas abatidas, le confiere esa notoriedad que le devuelve por momentos su condición de ser humano. Aunque a ojos del lector todo es una gran trampa, pues, paradójicamente, lo que él siente como su gran triunfo personal, para los señoritos no es más que la constatación de su degradación, un atisbo de animalización sino fuera porque el autor mira y describe con ternura al personaje, y, sin embargo, en su descripción no se libra de esa condición entre el hombre y el animal, es decir, el siervo-perro. .

Régula

Servicial, escéptica y parca en palabras, nunca pronuncia más allá de las suficientes, son adjetivos que caracterizan con precisión a Régula. Su escepticismo se basa en que siempre pone en tela de juicio las ideas y las propuestas de Paco, no cree nada ni en nada. Es servicial por naturaleza, pues no solo acata sin ninguna objeción las órdenes de los señoritos –su principal tarea es abrir el portón para que los coches no tengan que detenerse-; sino que también lo es con los suyos, especialmente con Azarías a quien a pesar de la carga añadida que supone, no piensa abandonar. Y no porque sea su hermano, sino porque encarna una tradición cuyo máximo valor es la familia y los miembros que la forman: “ae, mientras yo viva un hijo de mi madre no morirá en un asilo” (p. 111). Y aunque ese espíritu de servicio –“a mandar que para eso estamos” es la frase con la que siempre termina sus diálogos con sus amos-, entronca con la resignación, no es la de Régula una resignación ciega, pues en los momentos en que siente que pueden lesionar sus derechos se defiende y es capaz de dar su punto de vista –como el transcrito destino del hermano- o de encarar al señorito Iván señalándole lo inapropiado de su conducta: “a ver si esto nos va a dar que sentir, señorito Iván” (p. 138), le dirá cuando se lleve a Paco a la cacería con la pierna escayolada. Y, este rasgo es importante, posee cordura y sensatez, quizá por ello, sus palabras, como se ha dicho, son escasas pero sentenciosas, cargadas de significado, casi siempre introducidas con ese “ae” con el que parece que quiere predisponer a su receptor. Así, cuando Paco utiliza muchas palabras para mencionarle la posibilidad de recuperar su vida sexual, a ella le basta una frase para cortar de raíz las pretensiones del esposo: “ae, para volver a ser jóvenes tendría que callar ésta” (p. 45).Aunque no tiene cultura, Paco la considera inteligente cuando reconoce que la Nieves ha heredado de su madre el “talento”: “tu talento saca” (p. 42), un talento que entronca directamente con su obrar sensato.

Nieves

Representa, ante todo, el sentido común, la inteligencia práctica y útil, basada en una desbordante capacidad de pensar con lógica, con la que Delibes siempre suele caracterizar a alguno de sus personajes rurales. Su saber queda circunscrito a emplear la lógica o a aprender con rapidez aquello que le enseñan. “la Nieves era espabilada” concluye Delibes estableciendo con precisión el límite entre ser inteligente y ser listo, vivaz.
Un episodio curioso, porque entra en confrontación la madurez aludida con un comportamiento infantil, es su voluntad de celebrar la comunión, una idea que producirá estupor y risa en don Pedro porque, además de pobre, Nieves es casi una mujer que es capaz de turbar y encender el deseo sexual de Iván.
Por último hay que señalar que ella es el testigo presencial de la relación entre Iván y doña Purita, “descubrió al señorito Iván y a doña Purita besándose ferozmente a la luz de la luna bajo la pérgola del cenador” (p. 149), pero, a propuesta de su padre, sabe perfectamente cuál debe ser su actitud, el silencio porque a ellos no les incumbe la vida de los señoritos. Hay que ver y callar.


Nieves


Representa, ante todo, el sentido común, la inteligencia práctica y útil, basada en una desbordante capacidad de pensar con lógica, con la que Delibes siempre suele caracterizar a alguno de sus personajes rurales. Su saber queda circunscrito a emplear la lógica o a aprender con rapidez aquello que le enseñan. “la Nieves era espabilada” concluye Delibes estableciendo con precisión el límite entre ser inteligente y ser listo, vivaz.
Un episodio curioso, porque entra en confrontación la madurez aludida con un comportamiento infantil, es su voluntad de celebrar la comunión, una idea que producirá estupor y risa en don Pedro porque, además de pobre, Nieves es casi una mujer que es capaz de turbar y encender el deseo sexual de Iván.
Por último hay que señalar que ella es el testigo presencial de la relación entre Iván y doña Purita, “descubrió al señorito Iván y a doña Purita besándose ferozmente a la luz de la luna bajo la pérgola del cenador” (p. 149), pero, a propuesta de su padre, sabe perfectamente cuál debe ser su actitud, el silencio porque a ellos no les incumbe la vida de los señoritos. Hay que ver y callar.

El Quirce y el Rogelio

Son los dos hijos varones de Paco y cada uno de ellos encarna una postura frente a la vida. El Quirce es taciturno y silencioso y, por tanto, tiene tendencia al aislamiento, lo que no implica que no sea un muchacho despierto y habilidoso. Rogelio es activo y bullidor, por lo que está más integrado en la vida del cortijo y en el trabajo, puesto que domina las máquinas por las que, además, siente gran afición.  Rogelio se muestra solidario y con plena conciencia de clan.
El Quirce tiene otra función dentro de la obra: mostrar el tibio cambio que se produce en los jóvenes frente a la sumisión absoluta de sus padres con respecto a los señoritos. Quizá pueda explicarse la actitud del Quirce con el señorito Iván por su carácter reservado, pero la conclusión que extrae el lector es que asume al señorito como un “jefe laboral”, no como el dueño que puede disponer arbitrariamente de su vida. De su boca ha caído la cantinela: “A mandar que para eso estamos”, porque además de hermético, el Quirce es altivo. Obedece porque está en el sistema y sabe que pertenece a ese mundo, pero no muestra ninguna mansa servidumbre hacia el señorito Iván, a quien se enfrenta desde una pasividad que saca de quicio al señorito. “mire, ni me aburro ni me dejo de aburrir, y tornaba a guardar silencio, ajeno a la batida” (p. 145); “mas el Quirce, chitón, sí, no, puede, a lo mejor, hosco, reconcentrado, hermético, que más parecía mudo pero, a cambio, el jodido se daba maña con el cimbel, que era un virtuoso” (p. 128) son respuestas y actitudes que muestra el Quirce cuando acompaña a Iván a cazar.
El Quirce es en la novela el símbolo de la anticipación del nuevo mundo que se viene, en el que ya no cabe esa gratitud de vasallo. Él cumple lo que se le manda pero porque es su trabajo y posee plena conciencia de que la dignidad personal ni se compra ni se regala, por eso marca el resquebrajamiento del mundo semifeudal que subsiste en los cortijos en el tiempo de la narración y, por ende, la entrada en un nuevo orden de las relaciones. Por eso, no hace suyo el entusiasmo del señorito por la caza, ni se siente un privilegiado por haber sido elegido entre los otros para desempeñar dicha función. Siendo así, la relación entre Iván y el Quirce es imposible: “el señorito Iván intentaba ganarse al Quirce, insuflarle un poquito de entusiasmo, pero el muchacho, sí, no, puede, a lo mejor, mire, cada vez más lejano y renuente” (p. 145).

La Niña Chica

La Charito, la Niña Chica, es, sobre todo, un símbolo que junto a Azarías representa, así los nombra Régula, a los inocentes del título. Son, en realidad, dos retrasados. Ella padece una subnormalidad profunda: “hacia la Niña Chica, cuya cabeza se ladeaba, como desarticulada, y sus ojos desleídos se entrecruzaban, y miraban al vacío sin fijarse en nada” (p. 29), o, “la Charito, cuyo cuerpo no abultaba lo que una liebre y cuyas piernecitas se doblaban como las de una muñeca de trapo, como si estuvieran deshuesadas (p. 66). Él, ya lo hemos definido, es un retrasado. Posiblemente por ello les unan unos lazos invisibles, una relación sin palabras a la que no pueden acceder los otros personajes de la trama. Precisamente de esa condición le viene el apodo, aunque es la mayor de los hijos del matrimonio, con que se la nombra en la novelaLa Niña Chica es un ser absolutamente pasivo, vegeta más que vive, está en cuerpo sin alma y solo da muestras de vida con esos chillidos lastimeros que rompen el corazón de quien los escucha: “mira, como la Charito, que la Charito, la Niña Chica, nunca decía esta boca es mía, que no se hablaba la Charito, que únicamente, de vez en cuando, emitía un gemido lastimero que conmovía la casa hasta sus cimientos” (p. 38).
Azarías la trata con amor, pero con el mismo amor con que trata a las “milanas”. De hecho no hay diferencia alguna cuando vierte sobre ellas su afecto. A ambas, las aves y la niña, les rasca la cabeza mientras recita el soniquete de “milana bonita, milana bonita”:.

La Marquesa

Por su aparición puntual y su función en la novela cabe pensar que se trata de un personaje más simbólico que “redondo”. Pertenece, por su condición social, a los opresores, pero frente a la arbitrariedad y las bruscas maneras de su hijo Iván, ella encarna el cierto paternalismo de raigambre feudal con que los poderosos gobiernan sus haciendas. Aunque ella, en su intimidad, piensa que los pobres, sus servidores, son una casta inferior, muestra hacia ellos una cierta bondad y una cierta generosidad que no es más que, como se ha dicho, el reflejo de un trasnochado feudalismo patriarcal: y, al terminar, subía a la Casa Grande, e iba llamando a todos a la Sala del Espejo, uno por uno, empezando por don Pedro, el Périto, y terminando por Ceferino, el Porquero, todos, y a cada cual le preguntaba por su quehacer y por su familia y por sus problemas y, al despedirse, les sonreía con una sonrisa amarilla, distante, y les entregaba en mano una reluciente moneda de diez duros,Se desprende del fragmento una doble intención.
Por una parte, la dádiva, la generosidad con la que se quiere hacer partícipe de la propia felicidad a los subordinados, a los que, sin embargo, la Marquesa conoce y con quienes directamente contacta en las grandes ocasiones, como lo es en el texto la comunión del nieto. No son, pues, sus sirvientes una masa homogénea, lo que se ve bien claro cuando descubre a Azarías por primera vez en el cortijo. Existe hacia ellos cierta consideración; pero no hay que equivocarse, en ningún momento opta por mejorar sus condiciones de vida. Los trata con tacto y sabe quién son y qué hacen, pero como resultado de ese estado patriarcal que se ha definido al inicio, nunca por un atisbo de justicia social. Es por ello que las buenas maneras y modales, un comportamiento educado, como corresponde a su condición social, son las marcas distintivas del personaje: 

Miriam


Aunque por su estatus social pertenece a la clase de los poderosos, se diferencia de su madre o de su hermano porque muestra hacia los oprimidos una actitud de comprensión que más tiene que ver con la conmiseración que con la justicia social. Miriam ni puede tener ni tiene atisbos de conciencia social, lo que posee, dada la posición social del personaje es caridad cristiana, a la que se suma la ingenuidad propia de la juventud. Comprensión e ingenuidad que propician la tolerancia que muestra, bien cuando se deja coger de la mano por Azarías y es arrastrada por él para ver a la Niña Chica, un dolor al que no es inmune Miriam porque dicha visión supone la confrontación con un mundo totalmente impensable para ella bien cuando muestra una tolerancia mayor que los otros hacia los humillados: “después de todo, mamá, ¿qué mal hace aquí? en el Cortijo hay sitio para todos” (p. 111); bien cuando reivindica el derecho de Nieves, que a ella le parece justo, de realizar la comunión. Incluso en este momento parece que en su voz asome un tono de reproche por el olvido a que están sometidos los pobres: “y ¿qué hay de mal en ello? / y entre tanta gente, ¿es posible que no haya una persona capaz de prepararla?” (p.59).

Don Pedro y doña Purita

No pueden entenderse el uno sin el otro porque los actos de ella, la coquetería y, finalmente, la relación con el señorito Iván, determinan también el comportamiento del esposo. Ella es, ante todo, coqueta, hermosa, frívola, provocativa y muestra un desamor y un desprecio absoluto por su marido. Él en la relación con ella es un ser sin voluntad, un hombre atormentado por los celos, un fantoche capaz de degradarse ante los demás, servidores incluidos, por un amor que en el instante en que lo conoce el lector está lejos de ser correspondido.
Doña Purita bien podría representar a la muchacha que ha salido de la pobreza a causa de su hermosura alcanzado un cierto estatus de confort mediante el matrimonio. Por eso, cuando tiene la posibilidad de progresar, de cambiar el campo por la ciudad, se entrega sin dudarlo al señorito aun sabiendo que su papel será el de querida. Sus lagunas culturales y la indolencia que muestra con respecto a las labores del hogar son un indicativo del rol que se asume en la novela. Purita se vale de su belleza para llevar la vida que pretende. Se sabe y se siente bella en las miradas cargadas de deseo de Iván y en los celos desaforados de don Pedro, a quien humilla mediante continuas amenazas. Posee Purita un carácter fuerte y dominante, mientras que don Pedro es, frente a ella, un ser débil, de carácter pusilánime que incluso se sirve del ataque a los más débiles para esconder sus carencias.

Don Pedro es un personaje a medio camino entre los poderosos y los sirvientes. En puridad, y a pesar del trato cordial y casi familiar que recibe por parte de la Marquesa, es un sirviente, puesto que aunque gobierna la finca en nombre de ellos, no deja de estar sometido en última instancia a su voluntad, hecho que queda muy de manifiesto cuando es humillado abiertamente por Iván, instante este en que por la ironía del señorito se rompe cualquier vínculo de proximidad que pudiera existir. En este sentido, y pese que frente a los sirvientes ocupa el lugar de los señoritos pues él, junto a Crespo, el Guarda Mayor, planifica el trabajo en la hacienda, don Pedro aparece ante los ojos del lector como un personaje más degradado. Don Pedro termina siendo un cornudo consentido. Se advierte en este detalle una gran diferencia con los sirvientes que aún denigra más la figura del périto. Paco se rebaja porque sabe que su destino es servir y callar, incluso halla recompensa en la confianza que el señorito ha depositado en él como secretario; pero don Pedro, un hombre con carrera, no pertenece a ese mundo, ha llegado a él ocasionalmente y vive en ese mundo mientras mantenga con el mismo una relación laboral. Paco y el resto de sirvientes están ligados en gran medida a la tierra, Don Pedro es un asalariado que al final demuestra ser tan esclavo del señorito como los sirvientes.

Manolo, el médico

Por su actitud debe alinearse al lado de los poderosos, puesto que si es cierto que le aconseja a Iván que deje reposar a Paco: “lo siento, Vancito, pero tendrás que agenciarte otro secretario […] este hombre debe estar cuarenta y cinco días con el yeso” (p. 133); previamente, porque conoce el carácter egoísta e intransigente de Iván, ya ha dejado sentado que él solo es el médico y que la decisión, en última instancia, no le corresponde a él: “yo te digo lo que hay, Iván,  luego tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra” (p. 132).

René, el francés

Aunque es evidente que pertenece a una clase social adinerada, pues era un asiduo de las batidas, muestra, posiblemente por ser francés, una dignidad que es desconocida para Iván y para sus amigos. El enfrentamiento Iván / René sobre la situación social de España y que termina con la “derrota” de este -“y, en la mesa, todos a reír indulgentemente, paternalmente, menos René, a quien se le había aborrascado la mirada, y no dijo esta boca es mía” (p. 109)-  es uno de los momentos más interesantes de la novela para constatar esa denuncia de la injusticia social que realiza Delibes.


Esa despreocupación que opera en lo real se observa también cuando decide contratar unos profesores que erradiquen el analfabetismo. Les paga durante tres veranos para que enseñen las letras y las cuatro reglas a sus servidores, pero se despreocupa de los resultados, porque, en conclusión, piensa como Azarías, que de nada les va a servir saber leer y escribir.

Miriam

Aunque por su estatus social pertenece a la clase de los poderosos, se diferencia de su madre o de su hermano porque muestra hacia los oprimidos una actitud de comprensión que más tiene que ver con la conmiseración que con la justicia social. Miriam ni puede tener ni tiene atisbos de conciencia social, lo que posee, dada la posición social del personaje es caridad cristiana, a la que se suma la ingenuidad propia de la juventud. Comprensión e ingenuidad que propician la tolerancia que muestra, bien cuando se deja coger de la mano por Azarías y es arrastrada por él para ver a la Niña Chica, un dolor al que no es inmune Miriam porque dicha visión supone la confrontación con un mundo totalmente impensable para ella bien cuando muestra una tolerancia mayor que los otros hacia los humillados: “después de todo, mamá, ¿qué mal hace aquí? en el Cortijo hay sitio para todos” (p. 111); bien cuando reivindica el derecho de Nieves, que a ella le parece justo, de realizar la comunión. Incluso en este momento parece que en su voz asome un tono de reproche por el olvido a que están sometidos los pobres: “y ¿qué hay de mal en ello? / y entre tanta gente, ¿es posible que no haya una persona capaz de prepararla?” (p.59).

Don Pedro y doña Purita

No pueden entenderse el uno sin el otro porque los actos de ella, la coquetería y, finalmente, la relación con el señorito Iván, determinan también el comportamiento del esposo. Ella es, ante todo, coqueta, hermosa, frívola, provocativa y muestra un desamor y un desprecio absoluto por su marido. Él en la relación con ella es un ser sin voluntad, un hombre atormentado por los celos, un fantoche capaz de degradarse ante los demás, servidores incluidos, por un amor que en el instante en que lo conoce el lector está lejos de ser correspondido.
Doña Purita bien podría representar a la muchacha que ha salido de la pobreza a causa de su hermosura alcanzado un cierto estatus de confort mediante el matrimonio. Por eso, cuando tiene la posibilidad de progresar, de cambiar el campo por la ciudad, se entrega sin dudarlo al señorito aun sabiendo que su papel será el de querida. Sus lagunas culturales y la indolencia que muestra con respecto a las labores del hogar son un indicativo del rol que se asume en la novela. Purita se vale de su belleza para llevar la vida que pretende. Se sabe y se siente bella en las miradas cargadas de deseo de Iván y en los celos desaforados de don Pedro, a quien humilla mediante continuas amenazas. Posee Purita un carácter fuerte y dominante, mientras que don Pedro es, frente a ella, un ser débil, de carácter pusilánime que incluso se sirve del ataque a los más débiles para esconder sus carencias.
Don Pedro es un personaje a medio camino entre los poderosos y los sirvientes. En puridad, y a pesar del trato cordial y casi familiar que recibe por parte de la Marquesa, es un sirviente, puesto que aunque gobierna la finca en nombre de ellos, no deja de estar sometido en última instancia a su voluntad, hecho que queda muy de manifiesto cuando es humillado abiertamente por Iván, instante este en que por la ironía del señorito se rompe cualquier vínculo de proximidad que pudiera existir. En este sentido, y pese que frente a los sirvientes ocupa el lugar de los señoritos pues él, junto a Crespo, el Guarda Mayor, planifica el trabajo en la hacienda, don Pedro aparece ante los ojos del lector como un personaje más degradado. Don Pedro termina siendo un cornudo consentido. Se advierte en este detalle una gran diferencia con los sirvientes que aún denigra más la figura del périto. Paco se rebaja porque sabe que su destino es servir y callar, incluso halla recompensa en la confianza que el señorito ha depositado en él como secretario; pero don Pedro, un hombre con carrera, no pertenece a ese mundo, ha llegado a él ocasionalmente y vive en ese mundo mientras mantenga con el mismo una relación laboral. Paco y el resto de sirvientes están ligados en gran medida a la tierra, Don Pedro es un asalariado que al final demuestra ser tan esclavo del señorito como los sirvientes.

Manolo, el médico

Por su actitud debe alinearse al lado de los poderosos, puesto que si es cierto que le aconseja a Iván que deje reposar a Paco: “lo siento, Vancito, pero tendrás que agenciarte otro secretario […] este hombre debe estar cuarenta y cinco días con el yeso” (p. 133); previamente, porque conoce el carácter egoísta e intransigente de Iván, ya ha dejado sentado que él solo es el médico y que la decisión, en última instancia, no le corresponde a él: “yo te digo lo que hay, Iván,  luego tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra” (p. 132).

René, el francés

Aunque es evidente que pertenece a una clase social adinerada, pues era un asiduo de las batidas, muestra, posiblemente por ser francés, una dignidad que es desconocida para Iván y para sus amigos. El enfrentamiento Iván / René sobre la situación social de España y que termina con la “derrota” de este -“y, en la mesa, todos a reír indulgentemente, paternalmente, menos René, a quien se le había aborrascado la mirada, y no dijo esta boca es mía” (p. 109)-  es uno de los momentos más interesantes de la novela para constatar esa denuncia de la injusticia social que realiza Delibes.

ESPACIO Y TIEMPO

El espacio es determinante en las obras de Delibes, especialmente la oposición entre las ambientaciones rurales y las ambientaciones urbanas.
Los santos inocentes
es una novela rural, pero que frente a otras incorpora el espacio urbano cuando aparece descrito el grupo de los poderosos, y no porque la novela traslade sus escenarios, sino porque la oposición mundo rural / mundo urbano se convierte en la oposición espacio abierto / espacio cerrado. Los espacios abiertos se identifican con la vida que está en consonancia con la naturaleza y, por lo tanto, según la perspectiva de Delibes, por ellos transitan aquellos personajes en los que Delibes vuelca sus simpatías y preferencias: Paco, Azarías…; mientras que el lugar propio de los poderosos es el interior de las casas, de modo que cuando salen a los espacios naturales es para agredirlos, entendiendo por agredirlos, romper la armonía natural mediante el ejercicio de la caza. De hecho, la muerte del señorito Iván sucede porque ha trasgredido de modo injusto y violento el orden natural. El espacio externo, pues, representa la autenticidad del ser humano, los espacios cerrados se asocian a la falsedad y la hipocresía social.  


Si el espacio geográfico no está exactamente delimitado, la acción sucede cerca de la frontera con Portugal desde Salamanca hasta Huelva, sí se describen con precisión las diferentes casas que aparecen en la novela.  
En primer lugar existen dos cortijos: el de la Jara, donde vivía Azarías, y el de la Marquesa. El cortijo viene definido como un conjunto de construcciones, casas y almacenes, que se agrupan en torno a una explanada, el corralón. Es significativo el nombre que se le da a cada una de las casas porque en última instancia es el reflejo semántico de la condición de sus moradores. Tres son las casas mencionadas en el cortijo de la Marquesa:

La casa junto a la verja

Recibe este nombre porque hace las veces de portería, ya que está situada en la entrada principal del cortijo, el portón que Régula debe abrir cada vez que llega un coche. En ella habita la familia de Paco. Es un casa pequeña como corresponde a su categoría social. La casa de Arriba, donde viven don Pedro y su esposa, denota un rango social superior. Este espacio responde a lo señalado sobre los espacios interiores. La casa grande, permanece deshabitada gran parte del año y se utiliza cuando se celebran en la hacienda festejos de cierta importancia. Además cabe citar la casa que está en la Raya de lo de Abendújar, más que una casa una choza en medio de la nada y en la que viven los sirvientes que están destacados en los límites de la hacienda y que, pese a todo, aparece descrita con un intenso carácter bucólico.
Al hablar del tiempo en la novela debemos diferenciar entre el tiempo de la narración y el tiempo cronológico en que esta se ubica. El tiempo en que se produce la acción es durante la década de los sesenta, como se desprende de dos referencias: la celebración del Concilio Vaticano II y una alusión a la emigración a las ciudades. Los sucesos se producen en un periodo inferior a un año que abarca desde la primavera –comunión del nño- hasta finales del otoño.  
En cuanto a la temporalidad interna aparecen la de “resumen”, el tiempo real es mayor que el tiempo narrativo, que se asocia a la parte narrativa, y la de “escena”, en la que el tiempo de la historia coincide con el del relato, una temporalidad importante en la novela al ser los diálogos una parte sustancial de la misma.
En los primeros capítulos el tempo narrativo es más lento pues se vincula a la falta de acción, es decir, prevalece en estos capítulos la exposición, la anécdota, la analepsis que busca profundizar en el personaje o en el porqué de una situación de presente. Existe pues un predomino de la descripción sobre la narración y es aquella tan importante que, incluso, cuando en los dos últimos libros el acontecimiento gana en interés, el relato no termina de desprenderse de lo descriptivo, aunque sí ha quedado en gran medida subordinado a la narración del hecho.

Técnicas narrativas

  Las técnicas narrativas más destacadas de la novela son el punto de vista, modo en que el narrador ofrece su relato al lector; los usos lingüísticos o literarios que ayudan a desvelar el estilo de Delibes, estilo que básicamente se asienta en la propiedad léxica, en el uso del habla coloquial y en un acertado empleo del diálogo como técnica narrativa; un empleo singular de los signos de puntuación, puesto que solo aparece un punto al final de cada libro, y una mezcla de los estilos indirecto libre y directo libre. Con estas técnicas Delibes pretende conseguir una identificación narrador / personaje que facilite la comprensión de la denuncia social, objetivo último de la novela. 
 Tres son las voces narrativas bajo las que aparece el narrador: “narrador-testigo, narrador-subjetivo y las voces de los distintos personajes”. El narrador-testigo es básicamente un observador directo de los acontecimientos narrados, está fuera de la acción y aparece en el texto mediante la tercera persona. El narrador-subjetivo es una voz que se introduce para comentar o valorar los acontecimientos, que cuenta una parte de esa historia, pero sin emplear la primera persona que delataría ese uso partidista que Delibes quiere evitar y evita.  Las voces de los personajes aparecen en el diálogo y caracterizan a los personajes desde su propia interioridad.

Son también importantes


el empleo de un lenguaje de base oral y coloquial, un uso que sobre todo manifiestan los personajes pero que en ocasiones también aparece en la voz del narrador con el fin de cohesionar el relatola utilización del estilo indirecto e indirecto libre, por un lado, y, por otro, el directo libre, como medios fundamentales de reproducir los diálogos. Se desprende de este uso una mayor vivacidad de los diálogos y una mayor proximidad y cercanía al lector. 
Aunque en ocasiones se suprimen los verbos dicendi, y siempre las convenciones ortográficas propias del diálogo literario –guiones, comillas-, lo habitual es que aparezcan estos verbos o, en su defecto, se explique la acción que motiva el parlamento. 

El estilo directo libre

Enunciación de cada parte del diálogo por los respectivos interlocutores sin que aparezcan convenciones ortográficas ni verbos dicendi– suelen aparecer, en conversaciones directas en las que los personajes ya han sido presentados dentro de la escena. 
Otras técnicas narrativas son la enumeración iterativa y la preferencia por el polisíndeton o la yuxtaposición, ambas con idéntico efecto estilístico. Utiliza una enumeración basada en la repetición de elementos para provocar un efecto de proximidad y afectividad en el lector. Polisíndeton y yuxtaposición provocan agilidad y rapidez a la narración y con ese fin se emplean.
En cuanto a la ausencia de puntos obedece a una voluntad de estilo ligada a los experimentalismos narrativos cuando dicha corriente, sin embargo, ya no estaba en boga. Hay que recordar que en la novela sólo existen seis puntos, cada uno de ellos al final de los seis capítulos. Lógicamente la primera palabra de cada uno de los libros se escribe en mayúscula que solo se usa además para nombres propios.
Los parlamentos suelen ser breves, como corresponde al intento de plasmar en el relato, con la mayor fidelidad posible, el habla coloquial. El uso de este registro es otra de las características técnicas importantes pero que se desarrolla en epígrafe propio. 

EL HABLA POPULAR

Una de las notas más distintivas en la narración de Los santos inocentes es el empleo del registro coloquial que no solo se verifica, como parece lógico en los diálogos que los personajes mantienen entre sí, sino que dicho uso coloquial es también la marca más significativa de la narración, el narrador no quiere romper la frontera entre sus palabras y la de los personajes, lo que refuerza sin duda el carácter unitario de la novela y, especialmente, la interpretación uniforme que realiza el lector. Es obvio que Paco y su familia, por su falta de cultura y educación, deben expresarse en el registro elegido, pues, si así no fuera, la novela perdería credibilidad y, lógicamente, la denuncia de la injusticia social como objetivo último de la misma


no sería tan efectiva. Pero no solo es Paco y su familia, es el señorito Iván y don Pedro en sus discusiones con Purita y hasta el médico o el señorito de la Jara, quienes emplean este registro para relacionarse entre sí. El lenguaje es, pues, de base oral, lo que se consigue no solo por el léxico y el registro coloquial, sino también por la transcripción de un lenguaje que pertenece a la cultura rural y tradicional. Con esta oralidad que presenta el relato, consigue Delibes una mayor aproximación del lector a los oprimidos, a quienes identifica por su lenguaje llano, sencillo, directo, pero también efectivo.
Además del registro coloquial, el léxico es de suma importancia en la novela, pues mediante el mismo Delibes transcribe con gran fidelidad el entorno que rodea a los personajes. Destaca el léxico que se relaciona con la caza, con la naturaleza y con el entorno rural humano. 
 Los términos del campo léxico aluden sobre todo a acciones propias de esta actividad, como: chaleco-canana, la repetidora americana, batida, ojeadores, cornetines, etc., pero también expresiones como: poner el ojo o tomar los puntos
De la flora, nombres de plantas o árboles: torvisca, madroño, jara, tomillo, espliego, alcornoque, carrasca…
De la fauna, nombres de pájaros que se cazan, perdices, tórtolas, gangas, gorriones; pero también animales importantes en la vida de Azarías: grajeta, búho, milana; y otros animales de caza mayor como el venado o el rebeco.
Del entorno humano cabe separar los espacios topográficos que pertenecen al mundo natural en que se mueven los personajes: Cerro de las Corzas, encinar, piornal, vaguada, Raya de lo de Abendújar, etc.; y de los espacios físicos creados por el hombre pero propios del medio rural: aseladeros,  zahurdones, patio, chamizo, Cortijo…
Entre los coloquialismos que usa el narrador encontramos: sin ton ni son, dicho y hecho, en un periquete, le tocó la china, salirse del tiesto. De los coloquialismos de los personajes ejemplificaremos con los de Iván, quien más utiliza el registro coloquial, a veces salpicado de vulgarismos: marica, maricón,  tú ya sabes cómo las gasto, tengamos la fiesta en paz, no hay cosa que más me joda que que me birlen los pájaros,  a que no tienes huevos,  ¡las hijas de la gran puta!
Otros recursos lingüísticos que cabe destacar son: la onomatopeya (brrrr, brrrr, brrrr, ¡pim-pam!, ¡pim-pam!, ¡pim-pam!); los pronombres pleonásticos (¿de dónde te vienes, di?, también te tienen unas cosas). No suele usar eufemismos, pero: ¿diste de vientre? Relevante es la utilización del nombre propio de persona precedido de artículo y del apodo, pero nunca de ambos a la vez. Así, Paco, el Bajo, puede o no aparecer con el apodo, aunque lo normal es que se aluda a él como Paco, el Bajo, pero nunca aparece con el artículo “el Paco”. Ello se debe al poder actualizador que posee el artículo, de modo que Régula y Azarías, que carecen de apodo que los individualice, siempre son la Régula y el Azarías. También ocurre lo mismo con el Quirce, el Rogelio, la Niña Chica, o la Nieves.  
Son propios también del registro coloquial los vocativos por su gran carga afectiva, sobre todo el recurrente “milana bonita” con el que el narrador exterioriza la ternura y la capacidad de amar de Azarías porque el vocativo se aplica a todo aquello que ama, sea el búho, la grajilla o la Niña Chica.

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