Miguel de Unamuno: Pensamiento y Obra
Miguel de Unamuno, figura central de la cultura española, desarrolló un concepto fundamental: el de «mirar adentro». Esta idea implicaba dejar de mirar hacia fuera, hacia Europa, para centrarse en la introspección. Unamuno manifestó un notable desprecio por las ciencias y la razón pura, abogando por una visión más humanista y espiritual. Una de sus frases célebres encapsula esta postura: «Que nosotros seamos reservorios de valores de la humanidad; dejen que ellos inventen».
De carácter vasco, en sus obras se aprecian dos ejes fundamentales:
- La constante preocupación por España, enmarcada en la Generación del 98.
- Los sentimientos y conflictos religiosos y existenciales.
La Figura de Don Quijote en Unamuno
Su obra Vida de don Quijote y Sancho comienza con «El Sepulcro de don Quijote», que representa la locura idealizadora del hidalgo. Unamuno lo concibe como un personaje agonista, luchador, lleno de angustia. Sin embargo, en sus ensayos, se muestra como un pensador más sereno, con un lenguaje parco.
En el Capítulo I de Vida de don Quijote y Sancho, titulado «Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha», Unamuno reflexiona sobre la falta de conocimiento acerca de la infancia y juventud del Quijote, su linaje y la formación de su personalidad. La frase «Mas él era de los linajes que son, y no fueron» subraya que su linaje comienza con él mismo, forjado por sus propios méritos, y que su importancia radica en su individualidad, no en sus antepasados, resonando con la máxima «cada cual es hijo de sus obras».
Unamuno insiste en la «realidad» de don Quijote, describiéndolo como «un hidalgo pobre», aunque «hijo de bienes», y «pobre y ocioso», es decir, no trabajador.
La Pobreza y la Ociosidad como Fuentes de Esperanza
«Nada más ingenioso que la pobreza en la ociosidad.»
«La pobreza le hacía amar la vida, apartándole de todo hartazgo y nutriéndole de esperanza, y la ociosidad debió de hacerle pensar en la vida inacabable, en la vida perturbadora.»
Esto significa que la pobreza le permitió a Don Quijote mantener la esperanza, ya que quien está saciado de placeres carece de ella, al poseerlo todo en el presente. Gracias a la ociosidad, Don Quijote pudo reflexionar sobre la vida eterna y perturbadora, es decir, sobre Dios, lo inacabable y la muerte. Don Quijote era un contemplativo, con los «ojos del alma» abiertos.
Unamuno destaca que Don Quijote no teme a la honra ni a la fama. La fama es lo que permanece en el tiempo, al igual que la tradición. Entonces, ¿qué es la fama sino entregarnos a la tradición para vivir en ella y así no morir del todo? La tradición es riqueza, fuente de vida, que nunca retrocede, siempre avanza. La frase «Ayer era hijo de Pedro y nieto de Sancho; ahora se llama hijo de sus obras», enfatiza que Don Quijote es descendiente de sí mismo. Unamuno nos devuelve el valor del mérito individual.
La Crisis Existencial y la Inmortalidad
Unamuno fue religioso desde niño, pero experimentó una profunda crisis de fe, una desesperación que lo llevó a perder la creencia en la vida eterna y la trascendencia del alma de forma abrupta. Se le considera un «existente que filosofa», el primer existencialista en la literatura española, cuyo pensamiento se basa en su propia experiencia. La inmortalidad es su gran cuestión:
«Si el alma no es inmortal, nada vale nada ni hay esfuerzo que valga la pena.»
La Poesía y el Sentir en Unamuno
Unamuno concebía la poesía como una expresión del sentir más profundo:
«Que tus cantos tengan nidos en la tierra.»
Los «nidos» representan el origen, la necesidad de que los cantos partan de la experiencia y del sentir, una poesía hecha de vivencias, para que estos cantos no se pierdan.
«Peso necesitan, en las alas peso.»
Esto no se refiere a un peso material, sino al contenido contundente del poema; no debe ser liviano, pues se disiparía en el aire. El contenido le otorga peso al poema. La poesía necesita de la experiencia; antes del sentir está la experiencia. El poeta debe encarnar el alma del contenido, la pureza total.
Poema para después de mi muerte: La Conmoción ante lo Eterno
En su Poema para después de mi muerte, el poeta reflexiona sobre su experiencia de lo eterno. Esta meditación ha sacudido el pozo de su alma, enturbiando su espíritu con la tristeza de un sedimento existencial, o bien, moviendo y agitando la idea de lo eterno. Los «vientos abismales» sacudieron el sedimento apozado en el fondo de su alma, dejando su conciencia agitada y sus ideas conmovidas. Este «concho» (residuo) entristece todo, porque el pensamiento de lo eterno lo confronta con la muerte, deseando ser recordado cuando ya no esté.
Los «vientos abismales» simbolizan la conmoción que provoca en el alma la reflexión sobre lo eterno. El «él» se refiere al hombre, que es un compendio de ideas, instinto, goce, dolores, etc., como una mazorca compuesta por infinitos granos (amores, ideas, sentimientos, etc.). El poeta, ya muerto, se siente triste. La frase «Tuyas serán estas palabras mías que sonarán en otra boca» expresa una profunda melancolía ante la idea de que no somos más que una estela en el agua, destinados a la muerte. Le sigue un terrible lamento de tristeza y, finalmente, la aceptación de la propia aniquilación.
Temas y Sentimientos
- Tema: La conmoción provocada por la experiencia de enfrentarse a la nada, por el pensamiento de la eternidad confrontado con la aniquilación.
- Sentimientos: Tristeza ante la inevitabilidad de la muerte, angustia, ansia, hambre, sed (Unamuno es desmedido en su expresión), desolación al saber que su obra no puede otorgarle la eternidad; pérdida de la esperanza, una expresión desolada de que no hay salida.
- Recursos literarios: Metáfora, personificación, adjetivación (ej. «abismales»).
La Intencionalidad de la Palabra Unamuniana
Las «novelas esqueléticas» de Unamuno, cargadas de «sentires», revelan la intencionalidad intrínseca de su palabra. ¿Qué tipo de objetos y relaciones anuncia? ¿Qué expresividad contiene? ¿Qué apelaciones están insertas en ella?
- Poéticamente, la palabra unamuniana refleja los sentires del alma vibrante de don Miguel, convertidos en canto que puede contemplarse en su vida autónoma.
- Se ha «extrañado lo entrañable», ha convertido la vivencia en criatura poética. Su obra transmite una sensación de extrañamiento objetivo. El intento de convertir en forma la íntima vivencia puede parecer titánico, pero la empresa es esculpir la niebla.
- El significado más propio de su obra reside en los «sentires». La palabra fundamental es expresión. Los problemas antes señalados resultan de la paradoja implicada en el empeño de objetivar lo expresivo. Los «sentires» son profundas vivencias que tienen un sentido metafísico, de ahí que «la filosofía y la poesía son hermanas gemelas» y que se deba «sentir el pensamiento y pensar el sentimiento». La poesía, según Unamuno, «sigue siempre la primera dirección». En las palabras poéticas se expresa el sentir puro, la vivencia antes de todo esfuerzo por clarificar la idea. Dominan los valores expresivos.
Unamuno como Pensador y Escritor
La palabra en Unamuno es como un grito, como un aullido. Es una apelación al prójimo para conocerlo, una llamada a Dios (la poesía como oración anunciada). En la medida en que Miguel sufría una terrible vivencia íntima del silencio y la soledad —a veces como plenitud y frecuentemente como fantasma de la nada—, grita cada vez más alto para encontrar respuesta. Esta congoja íntima es la que da sentido al agonismo de don Miguel. Este grito se convierte en testimonio de nuestro ser, en protesta ante la posibilidad de aniquilación y en llamada liberadora. Son vivencias típicas de la palabra poética.
El Pensamiento de Unamuno: Más Allá del Sistema
Unamuno, como pensador, trata de hacer lúcidos estos sentimientos, es decir, de «pensar el sentimiento». Todo el vasto mundo de ensayos, grandes y pequeños, brota de su pluma, pero su finalidad no es la constitución de un cuerpo trabado de ideas en un sistema, sino que la constitución misma de su pensamiento es la negación de esta posibilidad. Ni siquiera pretende comunicar ideas al lector, sino, como él mismo decía, «No tengáis ideas para poder pensar», buscando más bien poner en marcha las posibilidades del pensamiento en momentos culminantes.
La palabra unamuniana no es transmisora de contenido objetivo; es una palabra constructora, una palabra que guía hacia el descubrimiento que debe producirse en la interioridad del lector. Es una palabra de patencia, especialmente de la fragilidad del existir y de vivencializaciones hondas de las mismas, de revelaciones que se evaden en la realidad. La mayor parte de las veces se trata de describir un conflicto: «el Ser y la Nada», «Hombre y la naturaleza», «Yo y el otro», etc. Unamuno no busca lograr una síntesis innovadora de la tesis y la antítesis, sino la producción de un estado psíquico cargado de vitalización del pensar (intensidad vital).
Para Unamuno, escribir fue un acto de frustración; la palabra siempre lo frustró y sufrió la limitación que esto significa frente a la vida de carne y hueso. Fue un escritor sufriente, insatisfecho de su herramienta, calificando la escritura como un «miserable menester el de escribir».
La Creación Literaria como Acto de Supervivencia
«Terrible es la palabra
y su poder, poder del mal agüero;
muere en ella la idea cuando crece
enterrada en su cuerpo
como muere al dar fruto
de todos nuestro anhelo.»
La creación literaria es para Unamuno un conato salvador. Escribe empujado por el afán radical de su existencia: sobrevivir (ser siempre, ser eterno). Es una lucha por la pervivencia frente a la muerte. «Cuando yo ya no sea, serás tú canto mío», expresa su deseo de trascender a través de su obra.
Esta «ex-sistencia» (del latín ex-sistere) implica que la vida es sobrevivida, un levantamiento sobre nuestra finitud y confinamiento, trágico para un ser cuya razón se dilata sobre la propia individualidad. Es una voluntad creadora que consiste en arrancar fragmentos del ser a la oscuridad de la nada. La obra de Miguel de Unamuno es un ensayo desesperado de prolongación de quien se siente en mera sombra, de quien sintió la nada en su corazón como un «gusano». Esta metáfora se convierte en vivencia.
La conexión existencial, desde una vivencia angustiada de ser implorante de salvación, es la que se establece entre don Miguel y la palabra escrita. Así, Miguel se siente en el universo de su creación como en carne propia, se reencarna en su propia obra. Su proyección es explícita y constante: los personajes son fracciones de su alma polémica y multiforme; los cantos son sus hijos (poemas).