Orden social en bernarda alba

SENTIDO Y SIGNIFICADO

La acción transcurre en un espacio cerrado, hermético, y está enmarcada por la primera y la última palabra que Bernarda pronuncia: “¡silencio!”.
Del primero al último “¡silencio!” impuesto por la voluntad de Bernarda se desarrolla un conflicto entre dos grandes principios:
el principio de la autoridad encarnado en Bernarda y el principio de la libertad representado por las hijas (Adela especialmente) y verbalizado desde el espacio de la locura (espacio libre e irracional) representado por Mª Josefa. El principio de autoridad responde a una visión clasista del mundo en el que cristaliza una moral social fundada en la represión donde “el qué dirán” es uno de los principios rectores y en el que el espacio de la mujer está marcado por la idea de “decencia” entendida como sumisión a los designios del hombre y a la moral católica tradicional así como a las apariencias: “hilo y aguja”, “silencio”, “luto”, “virginidad”, “obediencia”…, son consignas claves par las hijas de Bernarda. 
En el universo cerrado de su casa, Bernarda impone “su verdad” y el “orden” que le corresponde; ella es el “poder” absoluto, tan implacable que no sólo niega toda libertad y toda pasión sino también la realidad misma: Bernarda no es sólo el poder despótico que niega la libertad individual sino también el poder absoluto capaz de negar la realidad (“aquí no pasa nada”, “la hija de Bernarda Alba ha muerto virgen”….: Bernarda niega toda realidad que no se ajuste a su idea de orden). Estamos ante un instinto de poder irracional.

Frente a este instinto de poder se opone otro instinto no menos elemental: el sexo, el erotismo

. Con ello, el principio de la libertad que e enfrenta al de la autoridad se revela como otro absoluto. La consecuencia es la imposibilidad absoluta de toda comunicación. Bernarda y sus hijas están frente a frente aisladas e incomunicadas. Del enfrentamiento sólo puede resultar la destrucción de una de las fuerzas enfrentadas porque las dos tienen como raíz lo irracional e instintivo (el instinto de poder frente al instinto sexual). 
En un universo así estructurado sólo caben dos salidas en el caso de no aceptar la autoridad impuesta por Bernarda: o la locura (Mª Josefa), que no es sino la forma extrema de la evasión, o el suicidio (Adela), que no es sino la forma extrema de la rebelión y la única que trágicamente pone en cuestión ese universo. Pero ponerlo en cuestión no es destruirlo, pues las palabras finales de Bernarda (“La hija menor de Bernarda Alba ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”) cierran aún más herméticamente ese mundo y lo consolidan contra la verdad.

Es éste un “drama de las mujeres en los pueblos de España” tal y como lo subtitula Lorca:

un retrato que refleja con “realismo”, tal y como él quería en esa etapa de su vida y su obra, la condición de la mujer en la España rural (la mujer como víctima de una sociedad clasista y machista a la vez). Sin embargo, el “drama” no se agota en ese retrato realista porque Lorca apunta a un conflicto universal, a la esencialidad de las pasiones humanas, para lo que vuelve a poner en escena la oposición de dos fuerzas: la ilusión y el deseo v.s. la realidad, la autoridad y el orden v.s. la libertad y el instinto…, y ninguna de esas fuerzas se rige por la razón, son fuerzas irracionales e irreconciliables cuyo único resultado es la frustración, la locura o la muerte. 

EL LENGUAJE TEATRAL


En toda obra dramática podemos distinguir entre texto dramático primario (lo que escuchan los espectadores en la representación de boca de los actores) y texto dramático secundario (aquellas indicaciones que el autor considera necesarias para una mejor puesta en escena de su obra. Son las acotaciones). Dentro del texto primario distinguimos, además, tres formas distintas de expresión: aparte, monólogo y diálogo.

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Las acotaciones proporcionan información sobre la puesta en escena y la intención comunicativa del personaje. Hay en La casa… gran variedad de acotaciones: sobre el espacio y el ambiente (lugar y decorados), sobre el vestuario y objetos caracterizadores de los personajes (vestidos negros, enaguas blancas, abanicos, flores, bastón, etc.), sobre el tiempo (es verano, es de noche), sobre los gestos y los movimientos de los actores (furiosa, sale lentamente, da un golpe en el suelo, etc.), sobre la intención comunicativa y el tono de voz ( con pasión, sobrecogida, con odio, con sorna, etc.).

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Los apartes son las palabras que dice un personaje pero que no son percibidas por su interlocutor. Lorca los usa en esta obra para que un personaje insulte a otro (las mujeres del duelo a Bernarda o Martirio a Adela).

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Los monólogos son discursos de un solo personaje, que expresa su sentir u opinión sobre los acontecimientos. En La casa… sólo aparece uno: el de la Criada al principio de la obra. Como los apartes, es usado para criticar.

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Los diálogos que usa Lorca en esta obra son, sobre todo, de dos tipos, según su extensión: a) De exposición y respuesta breve, propios de las discusiones y de las conversaciones insustanciales (los de Bernarda con las mujeres del duelo); b) De exposición amplia y respuesta breve, en los que uno de los personajes relata alguna historia o expone los motivos de su actuación, mientras su interlocutor acepta, interroga o se interesa por algún aspecto de la exposición (la conversación de Poncia con las hijas en la secuencia inicial del segundo acto). A veces, ambos tipos se alternan en una misma escena.

Ante todo, es patente la maestría del diálogo en esta obra: por su fluidez, su intensidad, a veces su sentenciosidad, y, sobre todo, por la asombrosa unión de realidad y poesía.

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