Panorama de la Lírica Española (1936-1975)

La Poesía Española: Guerra Civil y Años Cuarenta

La Guerra Civil española (1936-1939) supuso un trauma colectivo que influyó profundamente en la literatura del momento, y especialmente en la poesía, que se convirtió en un medio de denuncia, propaganda y testimonio. Durante el conflicto, poetas de ambos bandos emplearon el verso como arma ideológica, pero será en el bando republicano donde la poesía alcanzará una mayor dimensión humana y social, con Miguel Hernández como figura emblemática. Concluida la guerra, la represión franquista, la censura y el exilio crearon un panorama poético complejo, dividido principalmente entre la llamada *poesía arraigada* y la *poesía desarraigada*.

Miguel Hernández, puente entre la Generación del 27 y la del 36, se convirtió en el símbolo del poeta comprometido. Su obra es un testimonio vital que combina la pasión amorosa, el sufrimiento y la lucha por la justicia. Su evolución poética puede dividirse en tres etapas. En la primera, con *Perito en lunas* (1934), se aprecia la influencia gongorina y del 27, con una imaginería barroca y estructurada. Con *El rayo que no cesa* (1936), alcanza la madurez lírica, con una poesía amorosa dominada por el soneto y marcada por el dolor y la muerte, como en la “Elegía a Ramón Sijé”. Durante la guerra, escribe *Viento del pueblo* (1937) y *El hombre acecha* (1939), donde su poesía adopta un tono épico y combativo, pero sin perder la humanidad. En prisión, escribe *Cancionero y romancero de ausencias* (1938-1941), obra de gran intensidad emocional, donde el amor, la muerte y la falta de libertad se entrelazan. “Nanas de la cebolla” es quizá el poema más conmovedor de esta etapa.

Terminada la guerra, la poesía se bifurca en dos grandes corrientes según su actitud ante la realidad: la *poesía arraigada* y la *poesía desarraigada*. La primera, alentada por el régimen franquista, propone una visión armónica del mundo. Luis Rosales, figura clave, publica *La casa encendida* (1949), donde se aprecia una religiosidad serena y un tono intimista. Los poetas arraigados, como Leopoldo Panero o Dionisio Ridruejo, cultivan el soneto, cantan al amor, a la familia, a Dios y al paisaje castellano, en una línea clasicista inspirada en el Renacimiento y el Garcilasismo.

Frente a ellos surge la *poesía desarraigada*, que expresa una visión existencialista del mundo. Su obra más representativa es *Hijos de la ira* (1944), de Dámaso Alonso, en la que se abandona la forma clásica para adoptar un estilo desgarrado, con lenguaje brusco, versículos largos y tono de desesperación. Estos poetas, cercanos a las revistas *Espadaña* y *Garcilaso*, perciben a Dios no como refugio, sino como interrogación, y comparten una angustia vital que preludia la poesía social de los años cincuenta.

La Poesía Social en los Años Cincuenta

Durante los años cincuenta se consolida en España una poesía de fuerte compromiso social, que busca denunciar las injusticias y reflejar la realidad de un país empobrecido y oprimido por el franquismo. Se trata de una evolución natural desde la *poesía desarraigada* de los años cuarenta, pero con una voluntad de acción: la palabra poética se convierte en herramienta de transformación. La poesía social renuncia al esteticismo y apuesta por la claridad y la comunicación.

Gabriel Celaya representa como nadie esta nueva orientación. Su frase “la poesía es un arma cargada de futuro” se convirtió en lema del momento. En *Cantos íberos* (1955), se abandona la poesía intimista y surge una lírica directa, casi panfletaria, en la que se denuncian el paro, la represión, el hambre o la miseria. Celaya utiliza un lenguaje sencillo, coloquial, cercano a lo prosaico, pero cargado de intención crítica. En libros como *Las cartas boca arriba* o *Tranquilamente hablando*, su voz se proyecta hacia la colectividad, consciente de que el poeta tiene una función ética.

Blas de Otero, por su parte, sintetiza como pocos la evolución de la poesía española desde la angustia existencial hacia el compromiso político. Su primera etapa está marcada por la *poesía desarraigada* y religiosa. En *Ángel fieramente humano* o *Redoble de conciencia* (ambos luego reunidos en *Ancia*), expresa su crisis espiritual, con un Dios que guarda silencio ante el sufrimiento humano. Más adelante, su poesía gira hacia lo social: *Pido la paz y la palabra* (1955) o *Que trata de España* abordan temas como la libertad, la justicia o la dignidad humana. Emplea un verso libre, directo, con un lenguaje trabajado pero claro, buscando llegar “a la inmensa mayoría”.

Otros autores destacados en esta línea son José Hierro, con una poesía testimonial y humana que evoluciona hacia lo social (*Quinta del 42*), y poetas como Eugenio de Nora, Victoriano Crémer o Ramón de Garciasol. En todos ellos, España aparece como protagonista doliente, fragmentada, que necesita ser reconstruida con palabras cargadas de verdad y de solidaridad.

Esta poesía no pretende ser solo arte, sino acción. Busca despertar la conciencia del lector y fomentar un espíritu crítico. Aunque fue posteriormente cuestionada por su excesiva funcionalidad, dejó una profunda huella en la lírica española y preparó el terreno para las renovaciones de las décadas siguientes.

Renovación Poética: Años Sesenta y Setenta

A partir de los años sesenta, la poesía española experimenta una profunda renovación. Frente al discurso social de la década anterior, que algunos consideran ya agotado o ineficaz, surge un grupo de poetas que apuestan por la introspección, la reflexión y el cuidado del lenguaje. Es la llamada *Generación del 50*, a la que siguen los *Novísimos*, rupturistas y vanguardistas.

Los poetas del 50 —entre ellos José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Claudio Rodríguez o Caballero Bonald— apuestan por una poesía más personal, aunque sin olvidar del todo la dimensión social. El tiempo, la infancia, la amistad, la creación artística o el amor son temas centrales, tratados desde una óptica meditativa. Se busca un equilibrio entre emoción y pensamiento, y el poema se convierte en un instrumento de conocimiento.

José Ángel Valente es el exponente de una poesía intelectual y simbólica, que evoluciona hacia lo místico y fragmentario. En obras como *La memoria y los signos* o *Mandorla*, explora el lenguaje como vía de acceso a lo trascendente. Su estilo es sobrio, con influencias de la mística y del pensamiento filosófico.

Jaime Gil de Biedma, por el contrario, adopta un tono irónico y autobiográfico. Su obra, recogida en *Las personas del verbo*, refleja el paso del tiempo, la decadencia, la identidad y la crítica de la burguesía, incluida la suya propia. Usa un lenguaje coloquial pero muy trabajado, que huye del lirismo excesivo y recurre al distanciamiento reflexivo.

Hacia 1970 irrumpe una nueva sensibilidad: la *Generación del 68* o *Novísimos*, agrupada en la antología *Nueve novísimos poetas españoles* de Castellet. Rechazan el compromiso político y apuestan por una poesía esteticista, culturalista y experimental. Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero, Vicente Molina Foix o Ana María Moix son algunos de sus integrantes.

Su estilo se caracteriza por el uso de referencias cultas y populares (cine, cómic, música, mitología), el lenguaje opaco y hermético, la ruptura de las formas tradicionales y la intertextualidad. Practican el collage textual y la escritura automática, influenciados por las vanguardias históricas, los simbolistas franceses y la poesía beat. En *Arde el mar*, de Pere Gimferrer, se combinan la exuberancia barroca con imágenes visionarias y un sentido lúdico del lenguaje.

Esta nueva poesía representa una ruptura con el pasado inmediato y una búsqueda de nuevas formas de expresión. Aunque a veces se les ha criticado por su excesiva intelectualización o elitismo, los *Novísimos* ampliaron los horizontes estéticos de la poesía española e influyeron en las generaciones siguientes.

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