Transformando la Educación Literaria: Desafíos y Propuestas para la Lectura Crítica

I. Origen de la Educación Literaria: Un Vínculo Roto con la Lectura

Si nos remitimos a la infancia, debo admitir que nunca me entusiasmó la clase de literatura; eso sí, amaba con locura la lectura. Esta no es una situación original: ya le ocurría a maestros como Dámaso Alonso y a muchos otros. Y tenía amigos a los que les pasaba lo mismo. El sentir general de los alumnos era el de un odio más o menos profundo por las clases de lengua y literatura.

Hoy, veo lo absolutamente ridículo que era presentar ese inmenso caudal de datos de obras y autores sin apenas una muestra de cada una de ellas. Como si a las clases de gimnasia no hubiéramos tenido que ir en chándal y la profesora se limitara a explicarnos la teoría de la educación física, del fútbol o del baloncesto. Exactamente igual. La práctica de la lectura tenía en las aulas la misma relación con la asignatura de lengua que con la de matemáticas.

Es necesario saber cómo se ha llegado a esta situación para poder cambiar absolutamente ese divorcio absurdo entre una cosa y la otra, que en realidad debían ser una: teoría y práctica, sin la mencionada práctica ‘trituradora’ tan habitual en las clases de lengua.

La educación literaria en España ocupa un lugar oficial desde mediados del siglo XIX, cuando con la Ley Moyano pasa a tener cabida en la universidad. Hasta entonces, más que una educación literaria reglada, existían lecturas de textos literarios de cuyos contenidos se aprendía: los libros de ensayo, novela y poesía eran obras para el deleite y el aprendizaje por igual. Existía, por supuesto, el estudio de la Retórica, el arte del buen hablar o escribir, pero era claramente una materia diferente.

II. La Brecha entre Investigadores y Docentes en la Enseñanza Literaria

Hay algo que parece obvio, pero que quizá nos convenga resaltar ahora: los historiadores conciben las historias de la literatura desde la investigación más que desde la docencia. Aunque, por supuesto, el utilitarismo está presente y así lo manifiesta, por ejemplo, David T. Gies cuando concede que a veces estas obras se escriben porque hay gente que quiere leerlas y las casas editoriales fomentan su aparición.

Es (la historia de la literatura que Gies defiende) el diálogo entre autores y críticos, lectores y público, vivos y muertos a lo largo de diez siglos. Pero siempre hay que pagar algún peaje, y añade: «Y si queremos crear ‘ficciones útiles’, necesitamos aceptar la inquietud de la exclusión». Es interesante ver que el debate sobre los contenidos y enfoques de las historias literarias o historias de la literatura sigue vigente, al igual que la escritura de las mismas.

Desde el punto de vista didáctico, Pozuelo y Aradra reivindican las historias de la literatura por el ahorro de esfuerzo y tiempo que suponen para quien acude a ellas. Pero llevamos más de un siglo con historias y manuales… ¿dónde está el fallo para no haber alcanzado el rendimiento esperado?

Creo que, justamente, en el uso o mal uso de esta herramienta. Precisamente, en el inmovilismo, en la falta de formación real del docente en su propia educación literaria. Aunque son numerosos los estudios sobre la necesidad de cambiar el enfoque en la enseñanza de la literatura.

Lo importante de este planteamiento es que, al menos, considera al profesor reflexionando sobre el hecho lector, aunque sus prejuicios anulen lo que parecería un paso adelante en la identificación de la clase de literatura con la lectura. Tenemos que ser conscientes, pues, de la enorme distancia que hay entre el investigador/fijador de documentos (autor de las obras) y el docente que hace uso de ellas. Que haya excelentes Historias de la literatura no quiere decir que la literatura se haya enseñado bien. Ni siquiera que se haya enseñado. Como leíamos en la cita de Barthes, sencillamente se había enseñado historia de la literatura, que es otra cosa.

IV. Del Itinerario Lector a la Formación Docente: Rompiendo el Círculo Vicioso

Es un círculo vicioso: quizá la falta de formación literaria sólida en muchos de los más jóvenes, futuros maestros o profesores, impida durante otra generación más romper con el pasado. Es fruto precisamente de esa falta de formación lectora y, por tanto, de la creación del sentido crítico lo que los inmoviliza en general, salvo excepciones que aceptan el reto como un desafío ilusionante, precisamente cuando el problema ya está diagnosticado con toda claridad.

Insisto, entre nuestros alumnos hay excepciones, pero lo que hay que conseguir es que se invierta la proporción, y pasen a ser la excepción los conservadores pasivos, aquellos que reproducen lo que ya saben que falló con ellos.

Por supuesto que se está trabajando mucho y muy bien en el campo de la literatura infantil y juvenil. Sobre todo infantil. Ahora hay que conseguir congeniar la investigación con las programaciones, las aplicaciones en el aula, etc. Si realmente casi nadie reconoce su propio itinerario lector en la escuela, es imprescindible que esto cambie.

Y si vamos a seguir como hasta ahora, no pretendamos vincular la literatura con la lectura; creemos un espacio aparte para esta última, que se sienta libre y ajena, tan cercana a la clase de literatura como a la de ciencias sociales o a la de física. Quizá sea lo mejor: una asignatura que solo sea Lectura.

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