Del Eurocentrismo al Poscolonialismo
A lo largo de la historia, no ha habido ninguna literatura que haya tenido una evolución independiente y aislada del resto, sino que todas se mezclan, contaminan, influencian… Ninguna literatura europea se ha desarrollado sobre una base puramente nacional y, dado que esto es así, los conceptos de historia de la literatura y de literatura comparada se superponen, ya que son idénticos en muchos puntos. La mención de las unidades en que se basa la literatura comparada supone una Europa civilizada dividida en compartimentos (literaturas nacionales) interrelacionados.
Possnett, autor de este trabajo, afirma en él que la literatura nacional es resultado de la vida nacional, el vínculo espiritual de la unidad nacional, que ningún estudio ecléctico o ciencia cosmopolita podrá sustituir, añadiendo que las literaturas nacionales requieren una vida vigorosa y continua.
La complejidad de las situaciones generadas por la imposición cultural, la poliglosia, la multiplicidad de tradiciones literarias, religiosas, etc. y la presencia de diversas literaturas (muchas veces orales) autóctonas son hechos tradicionalmente ignorados por el comparatismo más tradicional (como el de Possnett), que trabajaba a la luz de valores nacionalistas. Los manuales de literatura comparada más difundidos durante décadas consideraban (si lo hacían) estas cuestiones de manera superficial y fugaz, sin entrar en el problema de la literatura colonial, las literaturas criollas, exófonas, de los pueblos sometidos.
La reciente incorporación de la cuestión poscolonial o imperial a los estudios literarios se debe en gran medida a factores extraliterarios. El proceso descolonizador permitía asistir a la institución de nuevas literaturas, literaturas nacionales (o neonacionales), afirmación de nuevas identidades nacionales y lingüísticas. No obstante, el comparatismo europeo se mantuvo mucho tiempo al margen de estas cuestiones y procesos, contemplando la realidad literaria todavía desde una mirada eurocéntrica, por lo que se lo ha criticado en décadas posteriores.
Son excepciones las voces que han hablado sobre esta realidad, que han supuesto una ruptura de carácter epistemológico con la teoría literaria tradicional.
En el ámbito anglosajón, las expresiones teoría literaria poscolonial y crítica poscolonial son de uso común desde finales de los años 80. Aquí también ha habido una crítica: en los años 90, algunos señalaban que la teoría literaria como disciplina llegó a consolidar, institucionalizar incluso, un modelo de análisis textual claramente occidental, basado en el estudio de textos, formas, géneros… Estas posturas suponen, en definitiva, una desautorización de la teoría literaria eurocéntrica.
Por ello, no es raro que algunos críticos contemporáneos definan la teoría literaria poscolonial por oposición o alternativa a la teoría europea tradicional, o, de una manera más prudente, como una renovación de los paradigmas de la teoría literaria europea mediante la incorporación, por una parte, de nuevos problemas, intereses, puntos de vista, métodos de análisis, y por otra, un nuevo horizonte político. Los nuevos estudios sobre las huellas textuales del imperio y las literaturas poscoloniales reúnen las preocupaciones de los comparatistas y los teóricos de la literatura. Como era habitual en el comparatismo del siglo XX, estos estudios se interesan por los panoramas de la literatura supranacional, universal; por la determinación de vastos y amplios conjuntos literarios, que pueden venir dados atendiendo a diferentes criterios: literatura imperial, neonacional, del tercer mundo… Podría, pues, hablarse de una teoría o crítica poscolonial del mismo modo que se habla de la estética de la recepción, no como oposición al formalismo ruso, que cimentaba su teoría y su aparato de análisis en el estudio del texto, sino como resultado del desplazamiento del interés crítico del texto hacia el receptor, que había estado ausente como elemento de relevancia en la crítica anterior. También podría hablarse de comparatismo poscolonial porque este propone nuevos vínculos políticos de la literatura, nuevos centros de interés en el estudio de la lengua literaria, los géneros, los temas y, en definitiva, nuevos modos de aproximarse a la literatura general y universal.
Los estudios coloniales supusieron en un momento una gran agitación y transformación en los estudios literarios, ya que implicaron un cambio de paradigma, de punto de vista y de actitud con que se observaban los fenómenos culturales. Estudios como Literatura europea y edad media latina, de Curtius; o Mímesis, de Auerbach, que apostaban por una visión europeísta, hoy ya no tienen la representatividad y el valor modélico que tenían hace 50 años.
Sin embargo, la disputa sobre el canon continúa, ya que es una discusión eterna. Se discute sobre modelos literarios, tipos de textos… lo que implica que otros se desestiman (produciéndose así una elección). La cultura no debería usarse como un arma para la defensa de determinadas particularidades (étnicas, religiosas, sociales…). Para Edward Said, la cuestión se resume en el concepto de mundanidad. De otra forma, contemplaremos estas obras como testimonios de carácter meramente etnográfico, restándoles su potencial artístico. La mundanidad es, así, la recuperación de un lugar para esas obras y las interpretaciones que generan en el escenario global. Es entonces necesario que nos involucremos en las obras literarias de esta manera, cosmopolita, universal (porque son de todos y, por tanto, de nadie), haciendo un esfuerzo por observar los flujos literarios universales.
Una gran parte de las propuestas teóricas más frecuentes ha sugerido que las obras literarias están determinadas por su situación y que los lectores, en sus lecturas e interpretaciones, están también determinados por sus respectivas situaciones culturales. Las obras literarias transmiten valores que habitan en géneros diferentes y, a riesgo de simplificar, puede decirse que, en definitiva, no importa quién escribiera un texto o cómo se escribiera, sino cómo se ha leído y se lee.
La idea de que Platón y Aristóteles deberían perder su crédito por su misoginia y aceptación de una sociedad esclavista como la griega es tan limitada como la de sugerir que su obra solo debería leerse por el hecho de que estaba dirigida a las élites. Nebrija, en el prólogo de su gramática, afirmó que la lengua es compañera del imperio.
La crítica poscolonial ha dedicado sus esfuerzos a investigar, a partir de algunos conceptos puestos en circulación por Said, sobre lo que se conoce como formas de la contraescritura, así como también por la lectura en contrapunto y los procesos de formación discursiva del imperio. Por ello, sería conveniente preguntarse si la experiencia de la lucha anticolonial puede obtener una representación adecuada en las formas literarias del «opresor». La explicación hay que buscarla en la influencia de la tradición religiosa (alocución del testigo que habla), centrada en el yo, más cercana a la autobiografía, lo que la hacía una forma más accesible a las clases bajas. La adopción de formas ajenas no había sido posible más que tras un proceso agónico, que afectó a varias generaciones y dejó huella en los textos y las convenciones de la escritura.
El término contraescritura, fundamental en la escritura poscolonial (desarrollada en los países antiguamente colonizados), hace referencia a una escritura que intenta desautorizar los valores propuestos por la literatura del imperio. En 1981, Ashcroft, Tiffin y Griffiths escriben The Empire Writes Back (El imperio contraescribe), un manual sobre las literaturas poscoloniales, aludiendo a la forma que ya había utilizado Rushdie. Este contraataque constituía una forma de designar el conjunto de la producción literaria de las excolonias. La contraescritura implica entonces una tarea política que pretende mostrar abiertamente los presupuestos ideológicos de esas literaturas, traer a primer plano lo que para los lectores europeos es secundario, en definitiva, buscar nuevos itinerarios de lectura.
En The Empire Writes Back, esta idea de contraescritura aparece también como una nueva estrategia subversiva.
La contraescritura puede definirse como una forma literaria vicaria y apendicular, ya que está constituida por obras que dependen de otras anteriores. Pero, más allá de esto, también podemos definirla como un acto crítico frente a las formas canónicas metropolitanas. Por su eficacia, hay quien entiende la contraescritura como recurso subversivo y defiende que esta práctica invalida la pretendida universalidad de los valores literarios occidentales. Es más, la contraescritura de una obra canónica no afectará solo al texto que tiene como base, sino a la totalidad del campo discursivo al que pertenece esa obra. Otros críticos prefieren hablar de ruptura de las representaciones, entendida como un instrumento de resistencia literaria, ya que reaprovecha materiales de la literatura metropolitana, pero colocándolos al servicio de otros intereses. No falta quien entiende la contraescritura como la estrategia más importante de la descolonización cultural, ya que el colonizado reinterpreta a los autores sagrados de la cultura occidental con otros parámetros, apropiándose de una tradición para llevarla más allá de sus límites.
La contraescritura podría entenderse como una forma de dependencia (de la escritura anterior), incluso como un cierto homenaje hacia el texto canónico que se contraescribe, aunque sea un homenaje que funciona por antifrasis (Said se refiere a estas prácticas con el nombre de reinscripción, que supone una apropiación de las herramientas de la representación colonial y es también una forma de resistencia cultural.
Contradiscurso, disrupción… La tempestad, de Shakespeare, es probablemente la obra que más ha sido objeto de contraescrituras coloniales. Calibán se ha convertido así en un emblema recurrente de la crítica poscolonial, una figura simbólica para representar un proyecto de emancipación política.
La contraescritura es, en definitiva, una práctica metropolitana cuya tradición literaria contiene implícitamente sus propias contestaciones, sabotajes, venganzas textuales… Por ejemplo, el libro IV de la Farsalia de Lucano puede entenderse como una contraescritura republicana a la ideología imperial del libro IV de la Eneida de Virgilio; como también sucede con textos de Panero y Neruda, Quevedo y Góngora, las dos versiones del Quijote… Así, podemos designar como contraescritura a cualquier relación abierta de intertextualidad y transformación.
J. Culler, en Sobre la deconstrucción había identificado como una de las grandes aportaciones de la crítica feminista a la deconstrucción el concepto de la hipótesis de lectura: el modo en que miremos el texto condiciona su interpretación. Al abordar teóricamente la posibilidad de leer como una mujer, Culler había hecho notar que esta no era una especulación ni ociosa, ni absurda ni irrelevante, ya que lo que hay detrás es la posibilidad de cambiar nuestra mentalidad. Este problema es el mismo que había detectado Fanon en Piel negra, máscaras blancas en términos parecidos al estudiar cómo los niños negros asumen los valores de los blancos, de tal modo que identifican lo negro con lo negativo y lo inferior. En ambos casos, las nuevas hipótesis de lectura parten de un desplazamiento de la representación o de una revelación de los presupuestos implícitos de la obra (que la crítica tradicional había pasado por alto).
Kate Millet, Elaine Showalter formaron parte de la crítica feminista de los 70, especulando con la posibilidad de llevar a cabo una lectura no cooperativa, una lectura no cómplice, insumisa, en la que el lector, por diversos motivos, no sucumbe a la identificación, no cede. Sartre, tras leer la obra de Fanon, se dio cuenta de que el libro Los condenados de la tierra no se dirigía a nosotros (blancos occidentales), sino que hablaba a otros (sometidos, excluidos) de nosotros. Así, acuña el término la mirada de vuelta, la del colonizado, hasta ahora sin voz, pero que toma la palabra: es la mirada devuelta del colonizado sobre el colonizador, el negro sobre el blanco, la mujer sobre el hombre. Tiene la virtud de convertir en tema al tradicional colonizador, transformando el discurso del poderoso en el tema.
Si tomamos Jane Eyre, de Charlotte Brontë, y Wide Sargasso Sea, de Jean Rhys, observamos que, cuando Rhys lee Jane Eyre, se da cuenta de que Bertha Mason, la esposa loca de Rochester, a la que tiene encerrada, es una criolla jamaicana. En este sentido, podríamos decir que toda contraescritura exige una lectura peculiar del texto matriz, que Said denomina lectura en contrapunto. En Cultura e imperialismo, Said trata a la literatura como uno de los instrumentos más destacados de resistencia ideológica, la resistencia a los modos de representación y la construcción activa de formas de contrarrepresentación. Las ideas de Said sobre la representación como acto de poder, muy relacionadas con las teorías de Foucault sobre las connivencias del lenguaje, la razón y el poder, son quizás las más adecuadas para dar cuenta de este fenómeno de la contraescritura en el contexto colonial.
Desde este punto de vista, los textos se presentan como escenarios de tensión y, a la vez, herramientas para ejercer un determinado poder. En cualquier caso, se perciben como escenarios donde se libra la batalla de la identidad, la ideología…
Apuntes de Estela (again)
El adjetivo poscolonial se refiere al territorio conquistado, es decir, al que ha vivido una conquista colonial. Hay que distinguir post-colonial de poscolonial, ya que existen dos sentidos: por un lado, post-colonial establece una distinción cronológica, indicando que sigue a la experiencia de la colonización; por otro lado, poscolonial es un rasgo que se utiliza para caracterizar formal y temáticamente los textos. Es la literatura que, críticamente, diferencia entre unos determinados valores. El adjetivo poscolonial designa una práctica discursiva, aunque la distinción entre los dos no tiene, en realidad, demasiado fundamento; lleve o no lleve guion, el término puede referirse a ambos conceptos.
Ya se refiera a la literatura posterior a la colonización o ya a la literatura que incide en determinados conflictos frente al poder colonial, esta palabra, calco del inglés, se generaliza a finales de la época de los 80 (Francia, Portugal…). En español no es demasiado frecuente; ha comenzado a asentarse entre algunos (todavía pocos) estudiosos de las literaturas para referirse a las literaturas latinoamericanas, así como también en el ámbito de la traducción y la literatura comparada. La expresión, literatura poscolonial, enfatiza la presencia de la experiencia colonial o anticolonial, destacando también la existencia en las literaturas coloniales de huellas metropolitanas muy genéricas, relacionadas con la tradición literaria. El imperio contraescribe, publicado en 1989 con gran éxito, se proponía precisamente estudiar la teoría y la práctica de las teorías literarias poscoloniales, con un prólogo donde demuestra su punto de vista. Las diversas acepciones del término se combinan y desarrollan a lo largo de una gran extensión temporal, acabando por convertir lo poscolonial en una denominación convencional aplicable a cualquier texto escrito en una colonia y del que pueda afirmarse que desmantela o denuncia las relaciones de poder establecidas.
Los imperios coloniales europeos se han ido sucediendo desde el siglo XVI, y todavía hoy, bajo otras formas, Europa sigue sometiendo a otros territorios del planeta. En términos políticos, el colonialismo dio paso a un movimiento generalizado de nacionalismos, entendidos como práctica liberadora, como una experiencia en la que muchos vieron la oportunidad para expresarse e identificarse libremente con sus raíces culturales y su modo de vida. Por ello, la investigación sobre las consecuencias del imperialismo y de la descolonización conduce necesariamente al estudio del neonacionalismo poscolonial y del complejo de prácticas que suele denominarse nacionalismo cultural. Llegamos así al nacionalismo.
La idea de nacionalismo es algo que asociamos a un escenario lleno de ideales, de proyectos, que no se entiende sin su contrario: el exilio, el desarraigo. Todos los nacionalismos necesitan, pues, una conciencia de exilio, y todos llevan implícita una cierta condición de extrañamiento. El nacionalismo considera que un ethos colectivo constituye la sustancia de la que están hechos los pueblos. Así, el sociólogo francés Pierre Bourdieu lo denominaba habitus, que hace que personas de un entorno social homogéneo tiendan a compartir estilos de vida parecidos. El nacionalismo es…