Evolución y Figuras del Teatro Postguerra en España

El Teatro Español de Posguerra: Un Recorrido por sus Corrientes y Autores

El Teatro del Exilio: Alejandro Casona

Tras la Guerra Civil, muchos autores marcharon al exilio. Entre ellos destaca Alejandro Casona, representante de un teatro poético que ya había triunfado antes de la guerra, como La sirena varada o Nuestra Natacha, en el que realidad y fantasía se mezclan. En Argentina estrena obras como La dama del alba o La barca sin pescador, hasta que, a partir de los años sesenta, se reincorpora al ambiente teatral español, estrenando obras como El caballero de las espuelas de oro, sobre Quevedo.

El Teatro de Evasión y la Comedia Benaventina

Lo normal es acudir al teatro en busca de evasión, que se encuentra en los géneros tradicionales: el drama y la comedia. Siguiendo el modelo de Benavente, se escribe un teatro con diálogos elegantes, fluidos, ágiles e ingeniosos, y temas de tipo moral o social, tales como problemas familiares, envidias, ambiciones… Unas veces en un tono grave o ideológico: el drama (J. I. Luca de Tena, J. M.ª Pemán, J. Calvo Sotelo); otras en un tono más ligero, amable o sentimental: la comedia (Edgar Neville, López Rubio, Víctor Ruiz Iriarte).

El Humor Escéptico: Jardiel Poncela y Mihura

Mención aparte merece la obra de dos autores: Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. Su teatro desarrolla las posibilidades cómicas del lenguaje mediante equívocos, diálogos brillantes y juegos de palabras disparatados. Pero ese humor esconde una visión amarga y escéptica de la realidad. Ambos comparten lo que se podría llamar «absurdo lógico», ya que sorprenden al espectador presentando situaciones disparatadas o absurdas que se van explicando a lo largo de la obra.

  • Jardiel Poncela, novelista y dramaturgo, entre sus obras destacan: Cuatro corazones con freno y marcha atrás o Eloísa está debajo de un almendro.
  • Miguel Mihura escribió teatro, guiones de cine y periodismo humorístico (es fundador y director de La Codorniz). Su obra Tres sombreros de copa subraya lo ridículo y frustrante de los convencionalismos sociales que acaban triunfando, lo que confiere a la obra un tono amargo, a pesar de su indudable comicidad basada en el lenguaje y lo disparatado de las situaciones. Evoluciona hacia un teatro más comercial en el que suaviza los argumentos conflictivos, aunque conserva el chiste absurdo, el lenguaje disparatado y el tono satírico, por ejemplo en Maribel y la extraña familia.

El Realismo Social en el Teatro

El realismo social, con un ligero retraso sobre la novela, surgió en la segunda mitad de los años cincuenta con la llamada Generación Realista. El realismo social llevado al teatro produjo una serie de dramas caracterizados por:

  • Temas sociales: la injusticia social y política, la emigración, la intolerancia.
  • Un tono pesimista, amargo y desesperanzado.
  • Personajes planos, sin complejidad psicológica.
  • Un lenguaje sencillo, directo, violento en ocasiones, con abundante presencia de giros coloquiales.
  • Un ambiente realista que pronto adquirió un carácter más alegórico, expresionista o de farsa, con una estética más simbólica que puramente realista.

Representantes destacados son Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte), Carlos Muñiz (El tintero) y Lauro Olmo (La camisa).

Renovación Teatral y Vanguardias (Finales de los 60)

A finales de los años sesenta, la renovación teatral supone la superación definitiva del realismo y la experimentación de nuevas formas dramáticas, siempre en un ambiente de crítica social, moral y política. En general, se inclinan por el teatro concebido como un espectáculo de tono vanguardista experimental en el que importa más la puesta en escena que el propio texto literario. Otros recogen la herencia renovadora de los dramaturgos europeos de la segunda mitad del siglo XX, como Bertolt Brecht y su teatro épico comprometido políticamente; Antonin Artaud, cuyo teatro de la crueldad intentó llevar a los escenarios algunos de los postulados del surrealismo; Samuel Beckett y Eugène Ionesco, representantes del teatro del absurdo, que pone en escena obras sin argumento coherente, protagonizadas por personajes carentes de psicología, que hablan sin escucharse en medio de disparatados escenarios, con la intención de plasmar en la escena la falta de sentido de la existencia humana, sometida a circunstancias inesperadas e inexplicables. Junto a los grupos teatrales se pueden citar algunos dramaturgos vanguardistas como Francisco Nieva o Fernando Arrabal, quien triunfó con su provocador teatro pánico.

Vuelta al Teatro Tradicional y Figuras Clave

En los últimos años del siglo se produce una vuelta a un teatro de tipo tradicional. Entre los primeros, y como autor tardío, se ha revelado el actor y escritor Fernando Fernán Gómez con Las bicicletas son para el verano, obra ambientada en la Guerra Civil. En el mismo ambiente se desarrolla ¡Ay, Carmela!, de José Sanchís Sinisterra. Representan la segunda tendencia obras como La estanquera de Vallecas o Bajarse al moro, de José Luis Alonso de Santos. Recogen elementos del esperpento y del sainete y suelen plantear temas actuales. Con todo, el principal nombre es Antonio Buero Vallejo.

Antonio Buero Vallejo: Temas y Estilo

Antonio Buero Vallejo se dio a conocer en 1949 ganando el premio Lope de Vega con Historia de una escalera. Su teatro plantea un problema moral: la búsqueda de la verdad difícil y dolorosa, pero necesaria. Y es trágico, al modo clásico, porque cada personaje es el responsable de sus actos, que la sociedad condiciona, pero no determina, y debe sufrir sus consecuencias. La contemplación de su tragedia surte efecto en otros personajes y en el espectador.

Las obras son realistas en el sentido de estar construidas con diálogos verosímiles en escenarios reales, pero son a la vez simbólicas porque transcienden esa realidad y se cargan de significado. Lo mismo ocurre con los personajes. Por ejemplo, los niños (esperanza de salvación), o los personajes con taras físicas o psíquicas, símbolo de las limitaciones humanas o de la soledad del hombre, que, sin embargo, desarrollan un sexto sentido que les hace superar esas limitaciones, produciéndose la paradoja del «loco lúcido» o el «ciego vidente». Los ciegos son precisamente sus personajes más repetidos.

En cuanto a los temas, las obras de Buero presentan un doble plano: el existencial, es decir, la reflexión sobre el sentido de la vida y la condición humana; y el social, la denuncia de las injusticias sociales y de la situación política. Ambos planos se entrecruzan en la mayor parte de sus obras.

Clasificación de la Producción de Buero Vallejo

Tradicionalmente, se viene dividiendo su producción en tres grupos:

  • Dramas realistas: Suponen un examen crítico a la sociedad española. Se identifican en general con los primeros años de su carrera dramática (Historia de una escalera, Hoy es fiesta).
  • Dramas históricos: El pasado se convierte en el vehículo idóneo para analizar de forma distanciada las cuestiones del presente. Es lo que se llamó el «posibilismo» (aprovechar los resquicios que poco a poco iba cediendo la censura para plantear conflictos sociales o políticos, situando los problemas del presente en un marco histórico). Por ejemplo, Las meninas, El concierto de San Ovidio, Un soñador para un pueblo, La detonación.
  • Obras de carácter simbólico: Marcadas por la creciente presencia de procedimientos escenográficos que introducen al espectador en el paisaje interior de los personajes: así oímos el tren inexistente que obsesiona al padre en El tragaluz; o no oímos nada, como el sordo Goya en El sueño de la razón.

Comentario: Historia de una escalera

La escalera permanece siempre impasible a través de los actos y de las generaciones, como testigo mudo a lo largo del tiempo. El ambiente social que se refleja en la obra es el de una España de posguerra, donde se tiene que trabajar en empleos ocasionales y acumular trabajillos. Solo los que tienen más suerte y logran entrar en el sistema consiguen un poco más de dinero.

El narrador utiliza en sus acotaciones un lenguaje culto, pero completamente accesible a todo público; por el contrario, los protagonistas tienen un lenguaje muy familiar, a veces tosco, vulgar. Los diálogos son muy fluidos y se logra sentir los sentimientos y las características de cada personaje por su manera de expresarse.

El narrador interviene en tercera persona y es completamente externo (entre paréntesis, para dar explicaciones), sin dar un punto de vista ni observaciones personales. Deja la historia en manos del lector para que este forme su propio punto de vista de cada personaje y de la historia en sí. El narrador se limita a contar lo que sucede en un tono neutro.

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