Grand tour historia

T4 El Gran tour Viaje romantico


Viaje emprendido tradicionalmente en Europa por jóvenes de las clases más altas de la sociedad. Su práctica se sitúa desde mediados del siglo XVII y hasta bien entrado el siglo XIX, cuando jóvenes de toda Europa situados en las capas media y alta de la sociedad, asimilaron la experiencia del viaje como parte de su formación. Se entendía que la planificación y experiencia de un viaje serviría para cerrar la etapa educativa combinando estudio y esparcimiento. Pese a que inicialmente se asoció este tipo de viajes con la nobleza británica y con la alta burguesía, desplazamientos de características parecidas fueron llevados a cabo por jóvenes de las naciones protestantes del norte de Europa y también, en la segunda parte del siglo XVIII, por otros procedentes de América Latina y de Estados Unidos. La tradición llegó a extenderse a las clases medias una vez que el viaje resultaba menos costoso. El Grand Tour combinaba dos claras dimensiones: la artístico-cultural y la política. Gracias al viaje, estos jóvenes podrían ver de cerca aquellos objetos de estudio que durante tanto tiempo les habían ocupado, el arte clásico y el del Renacimiento, fundamentalmente; y efectuar contactos con quienes mejor consejo y apoyo pudieran proporcionarles en su vida futura. El Grand Tour se considera como un rito tradicional de paso. El Grand Tour no era un peregrinaje al modo religioso pese a que siempre implicaba una estancia en Venecia y otra en Roma. Y tampoco era un viaje escolar. LOS PRIMEROS GRAND TOURS. En Gran Bretaña, el viajero
Thomas Coryat y sus libros de viajes se consideran la primera y más clara expresión de lo que luego se denominará Grand Tour. Coryat emprendió en 1608 una gira por Europa tras la que publicó en 1611 un volumen. El libro elabora un retrato de la vida europea del momento y, en especial, de las actividades musicales. Salió de nuevo en 1612, esta vez en un viaje que le llevaría a Asia, visitando Grecia, la zona oriental del Mediterráneo, Persia y la India. Envió cartas que describen sus experiencias. Arundel, acompañado de su esposa y su hijo, recorrió Italia hasta Nápoles e 1613-1614, junto con el conocido arquitecto Íñigo Jones, un buen número de viajeros comenzaron sus recorridos tras la paz de Münster en 1648. Viajar por curiosidad o por placer del conocimiento era ya una idea bastante desarrollada en el siglo XVII. Los viajes servirían para facilitar la apertura de la mente y el conocimiento del mundo. Algunos han querido ver un antecedente español de Grand Tour ya en el siglo XVI. Felipe de Austria, más tarde conocido como el rey Felipe II, hizo un viaje de tres años de duración (1548-1551), cuando tenía solo 21 años. Tenía su destino en Bruselas. Por la duración del viaje, la edad del viajero y el circuito recorrido, bien podría caracterizarse como un Grand Tour. El periplo debía servir también para que el príncipe completara su formación, conociera a sus súbditos, descubriera el placer del viaje y contactara con otros gobernantes europeos. EL GRAND TOUR Y EL VIAJE ROMÁNTICO. CARACTERÍSTICAS E ITINERARIOS. La imagen típica del viajero del siglo XVIII era la de un observador estudioso deseoso de conocer tierras extranjeras con el fin de alcanzar conclusiones que mejoran el conocimiento de la naturaleza humana. El Grand Tour se convirtió en un símbolo de riqueza, de prestigio y también de libertad. El Grand Tour podía durar varios meses o incluso varios años y se solía efectuar llevando como compañía a un cicerone, un guía de confianza o un tutor. Generalmente se consideraba obligatoria la visita a Francia e Italia. Para un viajero inglés, el Grand Tour solía iniciarse en Calai, desde donde se partía hacia París, o bien en los Países Bajos, desde donde se visitaba Bélgica y posteriormente o bien se pasaba a París y Francia, o a Alemania. También había quien viajaba en barco directamente a Italia, para luego regresar por tierra. La visita de Francia solía realizarse bajando al sur desde París, visitando el valle del Ródano, Lyon y Aviñón, hasta la Provenza, y el Languedoc. Las visitas a Suiza, sobre todo Ginebra, se popularizaron en las décadas de 1760 y 1770.
En el recorrido por Italia se visitaba Turín, Milán y Venecia, como centros culturales más modernos, y se bajaba al sur, a Florencia, a contemplar las obras del Renacimiento. Roma se consideraba una visita obligada. La visita a Italia solía concluir en Nápoles, en cuyas cercanías se admiraban también las ruinas de Pompeya.
El escritor alemán Johann W. von Goethe viajó por Italia entre 1786 y 1788 destinando los meses de marzo, abril y mayo de 1787 a visitar Sicilia. De sus recuerdos de ese viaje publicó en 1817 Viaje a Italia. Allí recogió las condiciones de vida en el entonces Reino de las Dos Sicilias, especialmente las de Nápoles. Goethe tuvo ocasión de admirar la historia clásica, el arte y la literatura y también de estar en contacto con la gente común y con los aristócratas. El regreso desde Italia solía hacerse directamente en barco, desde Livorno o Génova, vía Francia, o bien cruzando los Alpes y entrando en Suiza, Austria o Alemania. El recorrido de Alemania se popularizó tras el fin de la guerra de los A N U que desaconsejaba viajar a Francia, y la creciente fama literaria de Alemania, hizo que, a comienzos del siglo XIX, el viaje a Alemania se hiciera mucho más popular y extenso, visitándose ciudades balneario, como Baden-Baden. En el caso de los viajeros ingleses, el retorno a Inglaterra se realizaba entrando a los Países Bajos, embarcándose en Hamburgo o entrando en Francia por la ciudad alsaciana de Estrasburgo. Aunque el Grand Tour fue popularizado por los viajeros ingleses, estos no eran los únicos que lo realizaban. Las visitas a Italia eran cosa común también para los jóvenes alemanes, franceses, españoles y suecos de buena posición. A modo de recuerdos que los viajeros se llevaban de vuelta, se pusieron de moda las visitas de Venecia y Roma, de pintores como Canaletto y Giovanni Paolo Pannini, así como los grabados de ruinas romanas de Piranesi. Incidieron en la evolución del arte inglés, tanto en la pintura como en la arquitectura y las artes decorativas de los siglos XVIII y XIX. El italiano Giuseppe Baretti, a instancia de su amigo Samuel Johnson, realizó un completo tour por España, por entonces un país muy desconocido para los viajeros, en la década de 1760, que relató en su obra. Sus visitas a Granada, Sevilla, Córdoba y el Levante español, se popularizaron con el Romanticismo. Los viajes realizados a menudo se planteaban en obras literarias. Tras la llegada del transporte de vapor, alrededor de 1825, el Grand Tour podría haberse mantenido en los viajes que en la década de 1960 fueron organizados por profesores estadounidenses que en autobuses visitaban con sus graduados diversos países de Europa durante ocho semanas. EL GRAND TOUR Y EL VIAJE ROMÁNTICO POR ESPAÑA. En el itinerario estándar y clásico del Grand Tour España estuvo muy poco presente, aunque eso no significa que no hubiera durante el siglo XVIII viajeros extranjeros que visitaran el país a modo de precursores de los viajeros románticos. Los motivos por los que lo hacían eran variados pero sí solían coincidir en una parecida visión crítica y negativa de lo que en España veía en contraste con el resto del mundo. De España se destacaba el fanatismo religioso, la crueldad, la indolencia, la sensualidad, la ignorancia y la vanidad. El paisaje se describía como una enorme estepa polvorienta, repleta de caminos infernales, posadas inhabitables y monumentos ruinosos. En definitiva, una España negra. Al inicio del siglo XIX esta visión negativa de España y lo español cambió y lo hizo en la misma medida que los ideales de la Ilustración fueron dejando paso al Romanticismo. Mientras que la Ilustración planteaba un mundo armónico, la revolución francesa y la revolución industrial ponían sobre la mesa la confrontación, la sangre, el desarraigo y la desigualdad. La reacción a estos nuevos acontecimientos se manifestó en una clara desconfianza frente al intelecto, la valoración de los sentimientos, el rechazo al presente, y la evocación de un pasado más o menos lejano. Las campañas de Napoleón proyectaron bruscamente a España al primer plano de la conciencia europea. Unos trescientos mil franceses de toda extracción social camparon por España para combatir con los pueblos. Tanto para los franceses como para los ingleses, el espectáculo de un pueblo en armas luchado heroicamente contra el invasor estimuló su admiración. Suscitó en Europa una cierta simpatía, en los inicios de la época romántica. Con el descubrimiento de España en general, se descubrió su arte. La península vio llegar a un gran número de curiosos y viajeros románticos. o aquello que había alimentado su marginación anterior se veía ahora como una inagotable fuente de emoción. Sus tres grandes estigmas, la crueldad de un pueblo amante de las corridas de toros, la omnipresencia de un clero al que se hacía responsable del atraso del país y los bandoleros, delincuentes autóctonos, inspiraban ahora las más románticas loas. Todo lo que en España había sido antes objeto de las más negras críticas resultaba ahora admirable, hasta el punto de que llegó a convertirse en el escenario de un Grand Tour romántico. Dentro de España, Andalucía resultaba mucho más interesante porque se entendía que era allí donde la gran diferencia española menos se había alterado. Andalucía se reconocía más atrasada que el resto de las regiones españolas y conservaba el tesoro de las auténticas esencias en nada asimilables al resto de Europa: fiestas populares, rincones pintorescos y trajes regionales. Los libros de viajes y la elaboración poética de algunos mitos concretos contribuyeron de forma decisiva a elaborar una visión fabulosa de Andalucía. La mayoría de los libros de viajes completaban sus descripciones con láminas de monumentos y tipos populares.

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