La Novela en el Cambio de Siglo (XIX-XX)
La transición del siglo XIX al siglo XX se caracteriza en Europa por una honda crisis espiritual, fruto de los cambios que se producen en esos años. Las ideas de Schopenhauer, Nietzsche o Bergson, en las que priman la intuición y los impulsos vitales frente a la razón, acentúan el pesimismo y la desorientación vital, propios de la literatura de los primeros años del siglo XX.
Se produce un rechazo a la sociedad y al arte burgueses de finales del XIX que, en el ámbito hispánico, se añadirá a la conciencia del atraso económico, científico y cultural de sus países con respecto a Europa y Estados Unidos. Ello lleva a los autores a un deseo de modernidad a la vez que afirman sus raíces autóctonas, lo que dará lugar al Modernismo. En España, a esto se suma la derrota en Cuba frente a Estados Unidos. Por ello, en los primeros años del siglo XX se produce una reacción (el llamado regeneracionismo) que pretende encontrar la solución a los «males de la patria».
En este ambiente, una serie de jóvenes autores (Ganivet, Unamuno, Azorín, Maeztu, Machado y parte de la obra de Valle-Inclán), la denominada Generación del 98, y un grupo de mujeres pertenecientes a la misma generación histórica, como Carmen de Burgos «Colombine», Consuelo Álvarez «Violeta» y Concha Espina, manifiestan, junto a su angustia existencial y su protesta y afán de reforma de las costumbres decadentes de la sociedad española, un deseo de europeización, de modernidad, con la incorporación de nuevas técnicas expresivas.
En torno a 1914, surge un nuevo grupo de escritores e intelectuales, encabezados por Ortega y Gasset, que busca la modernización definitiva de España, a través de la formación científica y cultural y el cultivo de un arte intelectual que abandone el sentimentalismo decimonónico para ajustarse al espíritu del siglo XX: el Novecentismo.
En los años 20 y 30, la narrativa española seguirá dos tendencias: la novela deshumanizada propia del Novecentismo, con influencia también de las vanguardias, y la novela social, propia de actitudes más preocupadas por la situación de España y del mundo en esos momentos.
La Generación del 98 en la Novela
Temas Centrales
- El tema de España: Desde una perspectiva particular en cada autor. Pretenden descubrir el alma de la nación a través del paisaje, sobre todo Castilla; la historia, pero no la de los grandes conflictos bélicos o reyes, sino la del hombre anónimo, a la que Unamuno llamó «intrahistoria»; y la literatura, volviendo a autores como Larra y a clásicos como Berceo, Rojas o Manrique, y, especialmente Cervantes y el Quijote, que ven como un reflejo de las conductas de los españoles.
- El tema existencial: También tratado de forma distinta en cada autor, que se preocupa por el sentido de la vida y la existencia, el tema del tiempo o las relaciones del hombre con Dios.
Técnica Estilística
En cuanto a la técnica estilística y literaria, los autores del 98 defienden la sencillez y claridad, pero sin perder la fuerza expresiva (antirretoricismo). Tienden a la sencillez sintáctica y a la precisión léxica, pero con palabras cargadas de valoraciones subjetivas. La fecha clave es 1902, cuando se publican cuatro títulos con una nueva concepción novelística: La voluntad, de Azorín, Camino de perfección, de Pío Baroja, Sonata de Otoño, de Valle-Inclán y Amor y pedagogía, de Unamuno.
Autores Destacados
Miguel de Unamuno
Autor de carácter crítico, obsesivo y con grandes inquietudes filosóficas, lo que se refleja en su obra, que abarca todos los géneros. Unamuno evoluciona desde lo que él llama una escritura «ovípara» (basada en la documentación y en la observación) a la escritura «vivípara» (en la que predomina la imaginación creativa). Este proceso condujo a la nivola, de cuya producción destaca Niebla (1914), sobre todo por dos razones: por el enfrentamiento entre el protagonista, «ente de ficción», y el autor, que había previsto su muerte, para gritarle: «¡Quiero vivir, quiero ser yo!», y por la intervención de Unamuno escribiendo en primera persona en el famoso capítulo 31.
Otras novelas de Unamuno son La tía Tula, en torno al sentimiento de maternidad, y San Manuel Bueno, mártir, la historia de un cura que, aun habiendo perdido la fe, se sacrifica por sus feligreses.
Pío Baroja (1872-1956)
Baroja es el gran novelista de la generación. De una sinceridad absoluta, fue un hombre solitario y amargado, tímido, escéptico y pesimista, pero capaz de sentir una inmensa ternura por los seres más desvalidos. Baroja concibe la novela como «un género multiforme, proteico», en el que todo cabe, la novela abierta. No se preocupa por la composición ni por la unidad de acción, sino por los episodios, las anécdotas, las digresiones. Para él, las cualidades del buen novelista eran la invención, la imaginación y la observación.
Se ha tachado el estilo de Baroja de vulgar, incorrecto o con poca intencionalidad artística; pero esto responde al antirretoricismo propio de su generación, a la vez que confiere a sus narraciones fuerza expresiva y amenidad. En ellas predominan los párrafos breves y la frase corta, el léxico es claro y sencillo, con coloquialismos. Un rasgo típico de su prosa es la descripción impresionista, que nos pinta una realidad con pocas pinceladas.
José Martínez Ruiz, «Azorín» (1873-1967)
Este autor dedicó toda su vida al periodismo. Desde 1904 utilizó el seudónimo de «Azorín», protagonista de sus primeras novelas. Su peso como ensayista ha hecho que algunos críticos subestimen sus aportaciones a la novela, que son como fotos fijas, con un estilo lento y lírico. Sus cualidades son la claridad, la precisión y riqueza léxica. En sus descripciones se observa la técnica miniaturista, llena de detalles, junto a la descripción sensorial en pocos trazos, modernista.
Su primera novela es La voluntad (1902). Su acción transcurre en Yecla, un pueblo estancado, que representa la visión que el autor tiene de España. Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo siguen la misma línea que la anterior.
Carmen de Burgos (1867-1932)
Periodista, escritora, traductora y activista de los derechos de la mujer. Escribió principalmente bajo el seudónimo de «Colombine». Su vinculación al 98 es tanto cronológica como por su pensamiento regeneracionista, que plasmó en muchos de sus artículos periodísticos. De hecho, es considerada la primera periodista profesional de España, además de corresponsal de guerra (entró a formar parte de la Asociación de Periodistas en 1907, junto a Consuelo Álvarez Poo, «Violeta»).
Entre sus obras, que pertenecen a varios géneros, destacan La misión social de la mujer y la novela Puñal de claveles, que cuenta el suceso real que originó también Bodas de sangre, de García Lorca.
Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936)
Valle-Inclán, autor genial e inconformista, a la búsqueda incansable de nuevas formas de expresión, no puede adscribirse totalmente al 98, pues comparte rasgos de estilo y actitud con el Modernismo e incluso con las más modernas vanguardias.
Su primera obra narrativa se inscribe en el Modernismo por su estilo lírico, señorial y aristocrático, carácter decadente y provocador, erotismo, etc. Son las Sonatas (1902-1905): Sonata de otoño, Sonata de estío, Sonata de primavera y Sonata de invierno, que se relacionan con las distintas fases del proceso amoroso. Están protagonizadas por el Marqués de Bradomín. Posteriormente, lleva a la novela su teoría del esperpento con obras como Tirano Banderas (1926) o El ruedo Ibérico (1927), trilogía incompleta de tema histórico.
Concha Espina (1869-1955)
Escritora y periodista, coetánea de la generación del 98. Comenzó publicando poesía desde muy joven, aunque destaca sobre todo por su obra periodística y narrativa. Mujer ilustrada, independiente y de profundas inquietudes intelectuales, era famosa la tertulia literaria que celebraba en Madrid, ya divorciada de su marido. Pese a ello y a la fama que alcanzó por su obra, fue rechazada en varias ocasiones para entrar a formar parte de la RAE. Su novela, alejada de las preocupaciones sociales y las innovaciones estilísticas del 98, está impregnada, no obstante, de lirismo y rigor estético, lo que atestigua que fuese propuesta para obtener el Premio Nobel de Literatura y el Premio Nacional de Literatura, que le fue concedido en 1927 por su novela Altar mayor.
En su obra narrativa cobran gran importancia los personajes femeninos, muchos del entorno rural, como sucede en su primer gran éxito, La luz de Luzmela (1909); a veces, estas mujeres se debaten entre el deber y el deseo, tal es el caso de La esfinge maragata. En cuanto a su estilo, está alejado de las innovaciones narrativas de sus coetáneos, aunque sus ensayos no son totalmente ajenos a las preocupaciones noventayochistas, como lo demuestra el estudio Mujeres del Quijote (1916).
Narrativa Novecentista
Autores que suceden a los de la Generación del 98 y alcanzan su plenitud en el siglo XX.
Ramón Pérez de Ayala (1880-1962)
Es el autor de las llamadas «novelas intelectuales», entre las que destacan A.M.D.G., caricatura de la vida en un colegio de jesuitas y Belarmino y Apolonio, protagonizada por dos zapateros que representan la doble visión de la realidad: la del que actúa y la del que la contempla. Su última obra, en dos volúmenes, trata el tema del honor ultrajado: El tigre Juan y El curandero de su honra.
Gabriel Miró (1879-1930)
Las «novelas líricas», melancólicas y esteticistas de Miró enlazan con el Modernismo, gracias a la sensorialidad de sus descripciones (sinestesias, musicalidad, plasticidad, etc.). Entre sus novelas destacamos Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso, que tratan de la represión de la iglesia y los clérigos de la época sobre una familia, a la que impiden ser feliz y vivir normalmente su destino.
Ramón Gómez de la Serna (1888-1963)
Gómez de la Serna constituye en sí mismo una vanguardia (el «Ramonismo»), pues desborda cualquier tipo de clasificación. De su obra destacan las greguerías, definidas como el «atrevimiento de definir lo indefinible», y como la suma de «humor + metáfora». Sus novelas (El doctor inverosímil, La viuda blanca y negra o El incongruente) no responden a la definición tradicional del género.
El Teatro en el Siglo XX
El teatro español del siglo XX se desarrolla de espaldas a la renovación del teatro europeo y mundial. Los autores, para poder vivir del teatro, tuvieron que adaptarse a los gustos del público y sus obras apenas han soportado el paso del tiempo. Este teatro comercial, hecho a gusto de la burguesía y del público que paga para divertirse, con leves toques críticos, humor y sentimentalismo, es el que predomina durante las dos primeras décadas del siglo. Quienes crearon un teatro renovador y se negaron a someterse a esos gustos, quedaron relegados y sus textos no subieron a las tablas.
Sin embargo, dos figuras de este periodo justifican por sí solas el teatro de todo el siglo: Ramón María del Valle-Inclán, con la publicación en 1924 de la versión definitiva de Luces de bohemia, obra maestra con la que desarrolla de forma teórica y práctica el esperpento, y, en los años treinta, Federico García Lorca, sobre todo con sus «dramas rurales», protagonizados por mujeres.
El Teatro Comercial y de Éxito
A finales del siglo XIX se producen varios intentos de acabar con el teatro melodramático heredado del Romanticismo, que tenía su mayor representante en José de Echegaray (premio Nobel en 1904).
Galdós trata de introducir un teatro naturalista, pero será Jacinto Benavente (1866-1954) quien dé con la clave del éxito, con obras de crítica leve. Desde que esto ocurre, se limita a pulir y repetir esta fórmula sin descanso. Cuando recibió el Nobel (1922), su estilo era ya reprobado por buena parte de la intelectualidad española. Sus dramas presentan problemas poco conflictivos y diálogos elegantes e ingeniosos. Entre sus obras destacamos dos de ambiente rural: Señora ama y La malquerida, un melodrama de pasiones incestuosas. Los intereses creados (1907) es su obra más valorada. En ella, los personajes de la commedia dell’ arte italiano (Polichinela, Colombina…) actúan en una trama en la que el amor y el dinero pugnan por salir triunfantes.
La comedia costumbrista consigue el éxito mezclando aspectos de la zarzuela y del género chico, breves sainetes en un acto que alternaban diálogos con partes musicales. Se caracteriza por el ambiente pintoresco, la creación de personajes típicos, un lenguaje vulgar y humorístico y su conservadurismo ideológico. Destacan:
- Carlos Arniches (1866-1943): el más conocido autor de sainetes, en el ambiente castizo y achulado de Madrid, con La señorita de Trevélez.
- Los hermanos Álvarez Quintero: con sus sainetes costumbristas y comedias ambientadas en una Andalucía irreal y tópica (Malvaloca).
- Pedro Muñoz Seca: quien usó el astracán, mezcla de género chico y vodevil, que busca la comicidad a toda costa, con chistes vulgares y chabacanos. La venganza de don Mendo es su obra más conocida.
El Teatro Renovador y Marginado
En la generación del 98, Unamuno utiliza el drama como el instrumento más adecuado para plasmar los problemas que le obsesionaban (Fedra, El otro). Azorín desarrolla su labor teatral sobre todo como crítico. En sus obras, muy estáticas, usa la técnica del montaje cinematográfico.
El teatro en torno a la Generación del 27 depura el «teatro poético», incorpora las formas de vanguardia y busca acercar el teatro al pueblo. Pedro Salinas escribe casi todo su teatro en el exilio. Rafael Alberti estrena antes de la guerra El hombre deshabitado, y Fermín Galán, sobre un héroe republicano fusilado; después realiza su obra más importante, Noche de guerra en el Museo del Prado (1956), y otras como El adefesio (1944). Miguel Hernández, tras un auto sacramental (¿Quién te ha visto y quién te ve?, 1934) cultiva un teatro social en verso con ecos de Lope (El labrador de más aire, 1934) y obras «de combate», para representarse en el frente.
Alejandro Casona (1903-1965) es un dramaturgo puro. Combina humor y lirismo con obras como La sirena varada o Nuestra Natacha (1936). Ya en el exilio, su obra más importante es La dama del alba (1944), en la que esa dama representa a la muerte que llega a una pequeña aldea a cobrar una presa.
Max Aub (1903-1972) fue pionero en la frustrada revolución escénica. Su teatro está a la altura del de Valle o Lorca. En España escribe «comedias de vanguardia» con el tema de la incapacidad del hombre para comprenderse, entender la realidad y comunicarse como Narciso (1928), pero su gran obra es la del exilio: piezas breves, Los transterrados (1944), y grandes dramas sobre el nazismo, la guerra mundial y sus secuelas: San Juan (1943), Morir por cerrar los ojos (1944), No (1952), etc.
Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) y el Esperpento
La originalidad, riqueza y fuerza del teatro de Valle-Inclán, a años luz de lo que había hasta ahora, lo relegaron a ser teatro para leer. La adscripción de Valle a la generación del 98 ha dado lugar a muchos debates. Su evolución ideológica es contraria a la de los noventayochistas; su crítica es mucho más radical, así como su incansable búsqueda artística desde el Modernismo a la creación de un género propio: el esperpento. En su evolución teatral pueden señalarse tres etapas:
Primera etapa: Modernismo
Como en su novela, el primer teatro de Valle se inscribe en el Modernismo, en su faceta más decadente (evasión, estilo brillante y actitud rebelde).
Segunda etapa: Ciclo Mítico
En su búsqueda de nuevos cauces expresivos, Valle lega a las Comedias bárbaras (Águila de blasón (1907), Romance de lobos (1908) y Cara de plata (1922)), ambientadas en la Galicia mítica y rural, en la que los personajes, hidalgos, mendigos o seres tarados, actúan gobernados por instintos y pasiones violentas y primitivas. En este grupo también se puede incluir Divinas palabras. En estas obras, aunque hay rasgos modernistas como las sensaciones y la impresión de misterio y vaguedad, la técnica es diferente: hay largas acotaciones, casi narrativas, el ambiente es tétrico y miserable, se usa la técnica de la animalización, que veremos en el esperpento. Uno de los temas es la crítica a la religión.
Tercera etapa: El Esperpento
En 1920 Valle publica cuatro obras dramáticas: Farsa italiana de la enamorada del rey, Farsa y licencia de la reina castiza, Divinas palabras y Luces de bohemia. En las farsas, lo grotesco y la caricatura convierten a los personajes en fantoches y marionetas ridículas, que crean un retablo satírico y despiadado de la España isabelina.
En los años siguientes escribe tres esperpentos: Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927), recogidos después con el título Martes de carnaval. En los que muestra una visión muy crítica con la realidad.
Luces de bohemia es la primera obra a la que Valle-Inclán da el nombre de esperpento y contiene la teoría del nuevo género, expuesta por Max Estrella, el protagonista. Así, de la imposibilidad de la tragedia, surge el esperpento.
Compuesta por quince escenas, cuenta la última noche de la vida de Max Estrella, poeta miserable y ciego, inspirado en la figura del novelista Alejandro Sawa. Pero, a partir de esa figura real, Luces de bohemia trasciende para convertirse en una parábola trágica y grotesca de la imposibilidad de vivir en una España injusta, absurda, donde, según Valle, no encuentran sitio la pureza, la honestidad o el arte noble. El esperpento supone una crítica de la situación de España.
El Teatro de Federico García Lorca
Federico García Lorca, reconocido poeta y dramaturgo, destacó por su dedicación absorbente al teatro en sus últimos años de vida. Su teatro, llamado propiamente poético, se caracteriza por el uso abundante del verso, la lírica en sus argumentos y lenguaje. Lorca consideraba que el teatro era la poesía que cobraba vida en escena, requiriendo personajes con «traje de poesía» que mostraran tanto su esencia lírica como su realidad.
La temática de sus obras teatrales refleja sus preocupaciones poéticas: el deseo imposible y la frustración, especialmente encarnados en mujeres, simbolizando la tragedia de vidas condenadas a esterilidad y frustración, tanto metafísica como social. Lorca se inspiró en diversas fuentes, desde el guiñol hasta tragedias griegas, Shakespeare y teatro vanguardista, lo que se refleja en la variedad de géneros que abordó, como farsa, teatro surrealista, tragedia y drama rural.
En cuanto al estilo, su teatro evolucionó desde obras completamente en verso hasta un predominio de la prosa, destacando la intensidad de sus diálogos que combinan poesía y realidad. Su evolución teatral se dividió en tres momentos: tanteos en los años 20, experimentación vanguardista en los primeros 30 y una etapa de plenitud en sus últimos años.
Lorca logró éxito con obras como Bodas de sangre, basada en un hecho real en Almería, Yerma, que explora la tragedia de la infecundidad, y La casa de Bernarda Alba, considerada la culminación de su teatro, donde se enfrentan autoridad y libertad, realidad y deseo. Estas tres obras, parte de una trilogía rural, destacan por la índole sexual de los problemas, protagonismo femenino, ambientación en el campo andaluz, final trágico y la fusión de prosa y verso, realismo y poesía.
Su teatro evolucionó con etapas de tanteo, experimentación vanguardista y plenitud, marcando hitos difíciles de superar en el teatro español. Aunque Lorca dejó un borrador inacabado de una comedia revolucionaria, el autor Alberto Conejero completó el acto I con el título El sueño de la vida, estrenada en 2019.
