Tres sombreros de copa eloisa esta debajo de un almendro scribd

-En el exilio.
En los países americanos, prosigue la actividad dramática de los exiliados
españoles ligados al mundo del teatro.
Así, en Buenos Aires triunfa la más conocida
actriz de la época republicana, Margarita Xirgu, quien estrenó allí obras tan
significativas del teatro español como El adefesio, de Alberti, La dama del alba, de
Casona, y La casa de Bernarda Alba, de Lorca. A los dramaturgos que marcharon fuera
de España, como Jacinto Grau, Rafael Alberti, José Bergamín, Rivas Cherif, hay que
añadir los nombres de:
►Max Aub. Entre su extensa obra dramática, cuyos temas son la Guerra Civil, los
campos de concentración, el nazismo y sus secuelas, el exilio…, puede destacarse Morir
por cerrar los ojos…
► Alejandro Casona escribíó una veintena de piezas dramáticas en sus años de exilio.
Entre ellas, destacan Prohibido suicidarse en primavera y La dama del alba, Los
árboles mueren de pie…
-En España. El teatro en la inmediata posguerra: los años cuarenta.
Las limitaciones comerciales e ideológicas hacen impensable la continuación de
un teatro vanguardista e innovador que, por otra parte, tampoco contó con excesivo
seguimiento popular antes de la guerra. Si a eso unimos la censura franquista que
impide la llegada de cualquier innovación foránea, encontraremos durante
prácticamente toda la posguerra teatral en España dos grupos bien diferenciados: un
grupo de autores “conformistas” que practican un teatro que llega a las tablas y un
conjunto de autores “soterrados” que escriben, pero no llegan a representar. A lo largo
de los primeros años, y pese a la pobreza de medios, se aprovecha la tradición teatral
anterior (lo que llamamos el teatro que triunfa) como vehículo de propaganda política,
como es el caso de la dramaturgia, de escasa calidad de Pemán, Marquina y, por
supuesto, Jacinto Benavente, que aún perdura… Pasados los primeros años tras la
Guerra Civil, atenuadas la militancia ideológica y el triunfalismo nacionalista, las obras
que se escriben durante estos años siguen fundamentalmente dos líneas:
►El drama burgués, continuación de la comedia benaventina, que defiende valores
conservadores en piezas de correcta construcción y diálogos elegantes. Práctica
ausencia de crítica a los valores socio-políticos del momento, y, si llega a presentarse,
siempre de forma amable y nada reivindicativa. Dramaturgos de esta corriente son,
aparte de los anteriormente citados, Joaquín Calvo Sotelo, Víctor Ruiz Iriarte,
Claudio de la Torre, Juan Ignacio Luca de Tena…
►El teatro de humor, que es quizá, lo más interesante del período. Miguel Mihura
escribíó en 1932 Tres sombreros de copa, pero la obra permanecíó sin ser representada
hasta veinte años más tarde. Sus comedias empezarán a estrenarse sistemáticamente en
la década de los cincuenta, y, por tanto, de él nos ocuparemos después. Enrique Jardiel

Poncela romperá con las formas tradicionales del humor por alejarse de la lógica, la
huida del tópico y por su libre concepción de la técnica teatral y del espacio escénico
–en la línea del teatro del absurdo de Becket e Ionesco-. Sin embargo, chocará con un
público y una crítica cerrados a su originalidad. Eloísa está debajo de un almendro es
una de sus obras más conocidas de este período. Otras obras del mismo autor son
Cuatro corazones con freno y marcha atrás y Los ladrones somos gente honrada. A
medio camino entre las dos tendencias quedan los otros miembros de la conocida como
“otra generación del 27”: “Tono”, Edgar Neville y José López Rubio.
-Los años 50 y 60: el teatro realista.
La década de los cincuenta se abre con tres importantes estrenos: Historia de una
escalera, de Antonio Buero Vallejo, Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura y
Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre. Con ellos se vio la posibilidad de hacer un
teatro distinto, un teatro inconformista y preocupado por los problemas humanos, que
reflejara los problemas del momento, desde una preocupación existencialista que
derivará después hacia la preocupación social.
Buero y Sastre son los autores clave de
esta generación. Sus temas abordan problemas de obreros, estudiantes, etc., poniendo de
relieve las desigualdades sociales. Se trata, en estos dos casos, de un teatro social, del
gusto del nuevo público juvenil universitario, facilitado por una censura algo más
relajada que permite ciertos mínimos enfoques críticos. Se trata de un teatro de
testimonio y denuncia pero, en muchos casos, con piezas que nunca llegaron al
escenario, por lo que puede hablarse de un teatro soterrado. Alfonso Sastre es el más
inquieto del grupo al adoptar distintas maneras de compromiso, como la serie de
manifiestos para la renovación del teatro español que inició en 1950, cuando formó el
TAS –Teatro de Agitación Social o, más adelante, con el Grupo de Teatro Realista -, y
la denuncia del militarismo en Escuadra hacia la muerte (obra retirada de escena y
prohibida por su antimilitarismo). Ya en los sesenta seguirá con obras que denuncian el
autoritarismo, como La mordaza o Guillermo Tell tiene los ojos tristes y las que él
mismo denominó “tragedias complejas”, como La sangre y la ceniza o La taberna
fantástica.
Antonio Buero Vallejo durante la Guerra participó del lado republicano en tareas
propagandísticas y militares. Al acabar la contienda, se encontraba en Valencia y, tras
haber conseguido llegar a Madrid, colaboró con grupos clandestinos comunistas que
pretendían reorganizar la resistencia antifranquista. Pero fue detenido y condenado a
muerte, pena que se le conmutó por la de treinta años de prisión. Comenzó entonces un
doloroso peregrinar por cárceles y penales. Tras sucesivas rebajas de condena, salíó en
libertad provisional en 1946. Su vida cambió radicalmente al obtener el Premio Lope de
Vega en 1949 con Historia de una escalera. El éxito fue rotundo y, a partir de entonces,
se convirtió en un dramaturgo imprescindible durante décadas en la escena española.
Obtuvo el Premio Cervantes en 1986. Su producción está marcada por el compromiso
ante los temas humanos, ya sean de tipo existencial o social. El género adoptado por
Buero es la tragedia y su teatro resulta doblemente problemático para el espectador
porque no sólo le enseña los problemas sino que, a diferencia de otras obras, no ofrece
soluciones, planteando así el dilema de cómo resolverlos; al instar a que sea el mismo
espectador quien las busque logra conmover a este mucho más. El lenguaje de los
diálogos se caracteriza por su hondura, densidad y precisión: gracias a él van
conformándose los personajes. El espacio escénico suele estar descrito con
minuciosidad en las acotaciones y adquiere una significación simbólica concreta, como
ocurre en su obra El tragaluz.
Aparte de las obras mencionadas, destacan los dramas

históricos, que sirven como modelo de hechos o conductas actuales que así puede
criticar –en realidad, la ambientación histórica es un recurso para sortear la censura-, Un
soñador para un pueblo, El concierto de San Ovidio o (posteriormente) El sueño de la
razón. Otra constante a lo largo de su trayectoria serán los dramas de personajes con
taras, cuyas limitaciones físicas (ceguera, sordera u otras) simbolizan las limitaciones
humanas para enfrentarse con la realidad, como en el drama En la ardiente oscuridad.
En sus obras posteriores a 1970 puede señalarse un mayor propósito experimental, en
consonancia con la literatura de la época (La Fundación).
Junto a Buero y Sastre, otros dramaturgos posteriores en cuyas obras es patente la
crítica social son Lauro Olmo (La camisa), José María Rodríguez Méndez (Los
inocentes de la Moncloa), José Martín Recuerda (Las salvajes en Puente San Gil), o
Carlos Muñiz (El tintero). Se trata de autores y obras que se centran en problemas muy
concretos: el trabajo deshumanizado, la burocracia, la vida mezquina en el Madrid de la
época, la emigración obrera, la intolerancia política, etc. Un teatro comprometido que,
técnicamente, se vale de recursos propios del sainete, el esperpento o el simbolismo,
aunque su desarrollo y puesta en escena sean eminentemente realistas.
Pero, como ya hemos dicho, no es este teatro crítico el más habitual en las salas
españolas de los años cincuenta y sesenta, sino un teatro de consumo que oscila entre el
melodrama conformista y el humor intrascendente. En esta línea, el más prolífico
abastecedor de la escena de la época es Alfonso Paso, autor de más de un centenar de
comedias; un autor que, aunque comenzó con un teatro inquieto, con obras como Los
pobrecitos, en seguida dio con la fórmula del éxito teatral (“el pacto”, como estudian
diferentes críticos del teatro del momento) y abarrotó los escenarios durante casi dos
décadas. Sus rasgos carácterísticos son la fácil intriga y la ideología reaccionaria. En la
vertiente más humorística, alcanzaron el éxito otros muchos autores (ya en los sesenta y
setenta) como Jaime Salom o Juan José Alonso Millán.
El caso de Miguel Mihura es revelador de las limitaciones que impone el teatro
comercial español durante el Siglo XX: su primera y espléndida comedia, Tres
sombreros de copa, compuesta en los años treinta, no se representó hasta veinte años
después, pese a los reiterados intentos de su autor. El fracaso de la obra en los años 30
cortó las alas literarias de Mihura, que no regresó al teatro hasta los años cincuenta,
realizando ahora (con sus propias palabras) “un teatro comercial o de consumo, al
alcance de la mentalidad de los empresarios, de los actores y de las actrices y de ese
público burgués que, con razón, no quiere quebrarse la cabeza después de cerrar el
negocio. En resumen y para abreviar: había decidido prostituirme.” Aunque hay un
indudable cinismo provocador en estas palabras de Mihura, describen con precisión su
trayectoria dramática. En efecto, sus muchas obras estrenadas a partir de 1953, pese a la
habilidad dramática e ingenio de su autor, están muy por debajo de Tres sombreros de
copa. Resultan frecuentes en ellas las concesiones melodramáticas y la suavización de
toda crítica. Algunas piezas de este período son ¡Sublime decisión!, Melocotón en
almíbar Maribel y la extraña familia, Ninette y un señor de Murcia o La bella Dorotea.

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