Tonto es que lo lea

Tenía la boca tan pequeña, que para decir tres, decía: uno, uno, uno.

tan rápido su desarrollo, que se hoy el ruído que hacía al crecer.

Era tan alto, tan alto, que de que alguien le pisara el callo, pasaban por lo menos diez minutos hasta que sentía el dolor.

Era tan, tan educado, que antes de empezar a hablar se quitaba el bigote.

Era tan tonto, que no

Era una adivina tan buena, tan buena, que no sólo adivinaba el futuro sino también el pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo.

Era tan alegre, tan alegre, que nunca comprendió la ley de la gravedad.

Era tan alto, tan alto, que se comió un yogurt y cuando le llegó al estómago ya estaba caducado.

Era tan alto, tan alto, que tropezó en un pueblo y cayó en otro.

Era tan alto, tan alto, que se llamaba Julio y doce días de Agosto.

Era tan alto, tan alto, que tropezó el jueves y se cayó el domingo.

Era tan alto, tan alto, que tenía una nube en el ojo.

Era tan alto, tan alto, que en la cabeza tenía pájaros.

Era tan alto, tan alto, que no tenía «sien» sino mil.

Era tan alto, tan alto, que hacía la digestión diez horas después de haber comido.



Era tan alto, tan alto, que cuando miraba hacia abajo le daba vértigo.

Era tan alto, tan alto, que por las noches se ponía una luz roja para que los aviones no chocaran con él.

Era tan avaro, tan avaro, que no pelaba patatas, las lijaba.

Era tan avaro, tan avaro, que no prestaba ni la menor atención.

Era tan avaro, tan avaro, que no se ponía al sol para no dar sombra.

Era tan baja, tan baja, que se ponía enferma para que el médico le diera de «alta».

Era tan bajo, tan bajo, que para atravesar la alfombra tenía que llevar brújula.

Era tan bajo, tan bajo, que la cabeza le olía a pies.

Era tan bajo, tan bajo, que no tenía «sien» sino cincuenta.

Era tan bajo, tan bajo, que en Semana Santa pasaba por debajo de la cama vestido de penitente.

Era tan bajo, tan bajo, que cuando escupía tenía que subirse a una silla para no ahogarse.

Era tan bajo, tan bajo, que las uñas de los pies le servían de visera.

Era tan bajo, tan bajo, que se sentaba en un duro y le sobraban cuatro pesetas.

Era un bebé tan feo, tan feo, que su madre en lugar de darle el pecho le daba la espalda.

Era un bebé tan feo, tan feo, que lo tuvo que parir la vecina porque a su madre le daba vergüenza.

Era un bebé tan feo, tan feo, que aprendió a caminar a los tres meses porque nadie lo cogía en brazos.

Era un bebé tan feo, tan feo, que cuando nació el médico le dio el cachete en la cara.

Tenía la boca tan grande, tan grande, que para hacer gárgaras necesitaba dos litros de agua.

Tenía la boca tan pequeña, tan pequeña, que para decir tres tenía que decir uno, uno, uno.

Tenía la boca tan pequeña, tan pequeña, que sólo podía comer espaguetis.

Era tan borracho, tan borracho, que para separarlo de la botella tenían que usar sacacorchos.

Era un boxeador tan profesional, tan profesional, que se ponía los guantes para pegar sellos.

Era tan bruto, tan bruto, que no usaba peine sino serrucho.

Tenía la cabeza tan pequeña, tan pequeña, que no le cabía la menor duda.

Era una calle tan ancha, tan ancha, que en lugar de pasos de cebra tenía pasos de elefante.

Era tan calvo, tan calvo, que se cayó de espaldas y se golpeó en la frente.

Era tan calvo, tan calvo, que se le veían las ideas.

Era un calvo tan bajo, tan bajo, que los limpiabotas le sacaban brillo a la calva.

Era tan calvo, tan calvo, que no tenía ni un pelo de tonto.

Tenía la cara tan ancha, tan ancha, que con un ojo veía el sol y con el otro la luna.

Era un cartero tan lento, tan lento, que cuando entregaba las cartas eran documentos históricos.

Era una casa tan grande, tan grande, que la familia tardaba varios días en reunirse.

Era una casa con un pasillo tan largo, tan largo, que sacaban la sopa hirviendo de la cocina y llegaba fría al comedor.

Era una casa tan pequeña, tan pequeña, que cuando entraba el sol tenían que salirse todos.

Era una casa tan pequeña, tan pequeña, que cuando venía el médico el enfermo tenía que sacar la lengua por debajo de la puerta.

Era una casa con el cuarto de baño tan pequeño, tan pequeño, que para peinarse tenían que sacar el codo por la ventana.

Era una casa con las ventanas tan pequeñas, tan pequeñas, que no entraban ni las moscas.

Era un cazador tan malo, tan malo, que los conejos en lugar de huir le pedían autógrafos.

Era una charca tan seca, tan seca, que las ranas llevaban cantimplora.

Era una chica tan mona, tan mona, que sólo comía cacahuetes.

Era un chiste tan malo, tan malo, que tuvieron que castigarlo.

Era un coche tan grande, tan grande, que en lugar de radio llevaba diámetro.

Era un coche tan malo, tan malo, que en lugar de matrícula tenía suspenso.

Era tan conformista, tan conformista, que se cayó por la ventana de un quinto piso y se consoló pensando que tenía que bajar a por tabaco.

Era una curva tan cerrada, tan cerrada, que más que curva era una circunferencia.

Era tan débil, tan débil, que si parpadeaba se caía para atrás.

Era tan delgada, tan delgada, que para hacer sombra tenía que pasar dos veces.

Era tan delgada, tan delgada, que cuando tomaba sopa se le calentaba la ropa.

Era tan delgada, tan delgada, que se tragó una aceituna y parecía que estaba embarazada.

Era tan delgada, tan delgada, que trabajaba limpiando macarrones por dentro.

Era tan delgado, tan delgado, que se hizo un traje de mil rayas y le sobraron novecientas noventa y nueve.

Era tan delgado, tan delgado, que cuando se duchaba no se frotaba mucho para no desaparecer.

Era tan delgado, tan delgado, que trabajaba limpiando mangueras por dentro.

Era tan distraído, tan distraído, que se pasó dos horas delante del espejo pensando dónde había visto antes aquella cara.

Era tan entrometido, tan entrometido, que no sólo leía las cartas ajenas, además las contestaba.

Era una escuela tan pobre, tan pobre, que el maestro tenia que poner los alumnos.

Era una familia tan numerosa, tan numerosa, que la cigüeña vivía con ellos.

Era tan feo, tan feo, que se ganaba la vida asustando niños.

Era tan feo, tan feo, que asustaba hasta los ciegos.

Era tan feo, tan feo, que cuando iba al zoo tenía que comprar dos entradas, una para entrar y otra para salir.

Era tan feo, tan feo, que fue a comprar una careta y le dieron sólo la goma.

Era tan fuerte, tan fuerte, que se pasaba el día doblando las esquinas.

Era un futbolista tan malo, tan malo, que la única vez que metió un gol lo falló en la repetición.

Era tan gafe, tan gafe, que se sentó en un pajar y se clavó una aguja.

Era tan gafe, tan gafe, que le atropelló un coche que estaba aparcado.

Era tan goloso, tan goloso, que entró en una pastelería, se le hizo la boca agua y se ahogó.

Era tan gorda, tan gorda, que se hizo un vestido de flores y acabó con la primavera.

Era tan gorda, tan gorda, que cuando se subía a un barco se convertía en submarino.

Era tan gordo, tan gordo, que cuando se pesaba de la báscula salía una tarjeta que decía: «por favor, suban de uno en uno».

Era un hospital con las habitaciones tan pequeñas, tan pequeñas, que los enfermos tenían que sacar la lengua en el pasillo.

Tenía la lengua tan larga, tan larga, que los que pasaban a su lado se la pisaban.

Era tan lento, tan lento, que cuando tiraba una moneda al aire caía al día siguiente.

Era tan lento, tan lento, que compitió en una carrera como único participante y llegó el último.

Era un lobo tan daltónico, tan daltónico, que cuando veía a Caperucita Roja le decía: «hola Caperucita Verde».

Era tan madrugador, tan madrugador, que por las mañanas se levantaba antes de que pusieran las calles.

Era tan mentiroso, tan mentiroso, que cuando llamaba a su perro para darle de comer no se lo creía.

Tenía una mirada tan penetrante, tan penetrante, que donde fijaba la vista quedaba una señal.

Era un niño tan delgado, tan delgado, que aunque iba al colegio le ponían falta.

Era un niño tan feo, tan feo, que cuando jugaban al escondite nadie le buscaba.

Era un niño tan pelota, tan pelota, que iba botando a la escuela.

Era un niño tan tonto, tan tonto, que lo llevaron al cine y exclamó: «¡Qué televisión más grande!»

Era tan optimista, tan optimista, que puso un negocio de venta de hielo en el Polo Norte.

Era tan parlanchina, tan parlanchina, que no se pintaba los labios sino los codos.

Era tan pequeña, tan pequeña, que en lugar de dar a luz, dio chispitas.

Era tan pequeño, tan pequeño, que se encontró una canica y exclamó: «¡El mundo en mis manos!».

Era tan pequeño, tan pequeño, que en lugar de viajar en «metro» viajaba en milímetro.

Era tan pequeño, tan pequeño, que se ahogó en la sopa.

Era tan pesimista, tan pesimista, que cuando se declaró a su novia le preguntó: «¿Quieres ser mi viuda?»

Tenía las pestañas tan largas, tan largas, que cuando parpadeaba abanicaba.

Tenía los pies tan grandes, tan grandes, que era más alto acostado que de pie.

Tenía los pies tan pequeños, tan pequeños, que jugaba al fútbol con una canica.

Era tan pobre, tan pobre, que sólo era «po».

Era tan pobre, tan pobre, que en lugar de dar a luz daba a oscuras.

Era un pollito tan inteligente, tan inteligente que en lugar de decir pi, decía 3,14…

Era tan presumida, tan presumida, que se casó con su espejo.

Era tan presumida, tan presumida, que cuando era su cumpleaños felicitaba a su madre.

Era tan previsora, tan previsora, que tuvo gemelos para tener un hijo de repuesto.

Era un príncipe tan feo, tan feo, que Cenicienta se fue del palacio a las nueve de la noche.

Era un pueblo tan húmedo, tan húmedo, que hasta las ranas tenían reuma.

Era un pueblo tan pobre, tan pobre, que los semáforos eran en blanco y negro.

Era un pueblo tan pobre, tan pobre, que el arco iris salía en blanco y negro.

Era un pueblo tan sano, tan sano, que cuando inauguraron el cementerio tuvieron que ir al pueblo de al lado a por muertos.

Era tan rápido, tan rápido, que el mismo día que nació, creció, murió y lo enterraron.

Era un río tan estrecho, tan estrecho, que sólo tenia una orilla.

Era un sabio tan despistado, tan despistado, que no inventaba nada porque se le olvidaba.

Era tan sucia, tan sucia, que se compró una casa redonda para no tener que barrer los rincones.

Tenía un sueño tan pesado, tan pesado, que amanecía debajo de la cama.

Era tan tímido, tan tímido, que antes de desvestirse le daba la vuelta al retrato de su novia.

Era tan tontín, tan tontín, que le llamaban campana.

Era tan tonto, tan tonto, que se compró una radio nueva porque no le gustaban las emisoras.

Era tan tonto, tan tonto, que no se compró una mesita de noche porque no sabía donde ponerla de día.

Era tan torpe, tan torpe, que se tiró al vacío y cayó fuera.

Era un tren tan largo, tan largo, que cuando los pasajeros se subían en Madrid ya estaba en Guadalajara.

Era un tren tan rápido, tan rápido, que antes de salir ya había llegado.

Era una vaca tan flaca, tan flaca, que en lugar de dar leche, daba pena.

Era tan vago, tan vago, que de no moverse echó raíces.

Era tan vago, tan vago, que madrugaba para estar más tiempo sin trabajar.

Eran dos vecinas que vivían tan cerca, tan cerca, que cuando una pelaba cebollas, la otra lloraba.

Era un verano tan caluroso, tan caluroso, que las gallinas ponían los huevos fritos.

Era un verano tan seco, tan seco, que las vacas daban leche en polvo.

Era tan viejo, tan viejo, que cuando era niño no montaba en los caballitos sino en los dinosaurios.

Era tan viejo, tan viejo, que lo seguían los buitres.

Era tan viejo, tan viejo, que no lo trajo la cigüeña sino un pterodáctilo. 

Era tan viejo, tan viejo, que fue a comprar un ataúd y se lo llevó puesto.

Era tan viejo, tan viejo, que cuando iba al colegio no había clases de historia.

Era tan viejo, tan viejo, que que no tenía espermatozoides sino «espermatozauros».

Era un vino tan añejo, tan añejo, que hasta la botella estaba arrugada.



Un niño entra gritando a un negocio: «¡QUIERO GASEOSA, QUIERO GASEOSA!»
Y el vendedor responde: «No me grites, que no soy sordo. ¿Qué GALLETITAS quieres?» (Matìas)
Le dice un tío a otro:
«Federico, tienes la boca abierta.»
Y responde Federico:
«Ya lo sé, la he abierto yo. (Chechu)
Le dice un gallego a un niño:
«Si adivinas cuántas gallinas tengo, te doy las tres.» (Guillermo Orma)
Dos rubias conversando. La primera pregunta:
-¿Qué queda mas lejos, la Luna o Londres?
A lo que la otra le responde:
-¡Tú si eres bruta! ¿Acaso puedes ver Londres?
(Dani)
¿Por que un gallego cuelga un preservativo en al ventana?
Para que no entre el polvo. (Pablo Bukovac)
¿Por qué los pastusitos (tontilandeses), ponen un hacha debajo del carro?
Para cortar camino. (David)
¿Qué es un esqueleto dentro de un armario?
Un lépero del Siglo XV jugando al escondite. (Fran Navajas Criado)
¿Qué hacía pepíto corriendo alrededor de la Universidad?
Sacando una carrera universitaria. (Rodrigo Javier Fried)
¿Cómo hacen en Tontilandia para purificar al agua?
La tiran de un séptimo piso para que se mueran los microbios. (Patricio)
Le pregunta un amigo a otro amigo:
¿Cuál es la mitad de uno?
Y el otro contesta:
El ombligo… (Francisco Marmolejos)
Había un señor tan tonto tan tonto que cuando alguien le dijo «mira la gaviota muerta», vio para arriba y dijo: «¿Dónde?» (Melissa)
Llega un soldado donde el cabo:
Cabo, no cabo en la calamita.
No se dice cabo se dice quepo.
Quepo, no cabo en la calamita. (Ma Alejandra)
¿Por qué en Tontilandia ponen azúcar bajo la almohada?
Para tener dulces sueños. (Jairo Antonio Hernán)
Un gitano le dice a su padre:
Papá, papá ¿Donde están los Pirineos?
Anda, dile a tu madre que lo lleva todo en el bolso. (David)
Manolo, me han regalado mil palomas.
¿Mensajeras?
No, no te exagero, mil palomas. (José María)
Manolo ¿Tienes hora?
No, pero mi reloj sí. (Jorge Sasa)
Manolo, he perdido a mi perro.
Pues pon un aviso en el diario.
No seas tonto, no sabe leer.
(Sorge Sasa)
Manolo plantaba vacas en la tierra y otro le dice:
¿Para qué haces eso?
Es que quiero hacer leche cultivada. (Sebastián Carriel)
¿Por qué los tontilandeses hacen sus termos con jaulas?
Para que no se escape el calor. (Diego García meza)
¿Qué hacen en Tontilandia cuando tienen frío?
Se acercan a la estufa.
¿Y cuando tienen mucho frío?
La prenden. (Humberto)
¿Por qué los tontilandeses bailan bajo los semáforos?
Porque creen que están en una discoteca. (Edgar)
¿Qué haces colgando ajos de las esquinas de las calles?
Me han dicho que es bueno para la circulación. (Gonzalo)
¿Cómo se sabe si un tontilandés roba un banco?
Porque hace un hoyo pora entrar y otro para salir. (Yanely Vega)
Un perro era tan tonto pero tan tonto que su nombre era HUESO y se comió sólito. (Grosvin Pineda)
¿Porqué un tontilandés guarda una botella vacía en la heladera?
Por si los invitados no quieren tomar nada. (Viko)
¿Por qué en Tontilandia entran hincados al supermercado?
Para ver si encuentran los precios más bajos.
Un señor pide un sello de correos, el estanquero se lo da y el cliente dice:
¿Me puede quitar el precio?, es que es para un regalo.
Oiga, ¿Usted cómo se llama?
Yo Gabriel, pero cuando estornudo me llaman Jesús.
¿Qué hace una tontilandesa tirándose del séptimo piso con las piernas abiertas?
Está probando las nuevas «Siempre Libre con Alas Protectoras». (Yazi)
Oye Manolo, ¿Tu mujer grita cuando hace el amor?
Ufff, mira, si gritara que la escucho del café. (Julián)
¿Por qué los tontilandeses no entran a la cocina?
Porque hay un frasco que dice Sal. (Juan José)
Esa gallina tiene una fiebre de 40 grados.
¡Hombre! Me alegro.
¿Por qué?
Porque así pondrá los huevos ya cocidos. (Carlos Ramírez)
Un hombre tan tonto, tan tonto, tan tonto, que lo mandaron a Colombia a por coca y vino con una lata de pepsi. (Ana)
¿Por qué un tontilandés se trajo una escalera a un bar?
Porque dicen que los tragos estaban por las nubes. (Antonio)
Por favor me da un bote de mayonesa.
¿YBARRA?
No, el pan ya lo he comprado. (Guille)
¿Por qué las mujeres de Tontilandia van al ginecólogo en grupos de 8 y de 10?
Porque en la puerta dice: Consulta de 8 a 10. (Bethzy)
¿Por qué se murieron 300 tontilandeses en el mar?
Porque se paró el barco y todos se bajaron a empujar. (Carlos)
Era un niño tan tonto, tan tonto, que cuando la maestra borraba la tarea del pizarrón, el la borraba de su cuaderno. (Alejandriux)
En Tontilandia se escondieron todos los de nombre Iván, porque oyeron que los gringos andaban detrás de un «Tal-Iban». (Beiba)
¿Cuantos tontilandeses se necesitan para ordeñar a una vaca?
400, uno que ponga el tarro y 399 para subirla y bajarl

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