La narrativa española en las primeras décadas del siglo XX
La narrativa española de las primeras décadas del siglo XX se desarrolla en un contexto de profunda crisis histórica, social y cultural. La pérdida de las últimas colonias en 1898, la crisis de 1917 y las secuelas de la Primera Guerra Mundial generaron un clima de descontento que afectó especialmente a las clases populares. A nivel cultural, se produjo un rechazo al positivismo y una inclinación hacia el pesimismo y la introspección existencial, con gran influencia de pensadores como Nietzsche, Schopenhauer y Kierkegaard.
En este periodo conviven distintas corrientes literarias:
Por un lado, la estética realista y naturalista sigue presente a comienzos del siglo, representada por autores como Blasco Ibáñez, quien destaca por su vívida descripción del mundo rural valenciano (La barraca, Cañas y barro), o Felipe Trigo, que denuncia la situación rural extremeña desde una óptica naturalista y regeneracionista.
Sin embargo, el mayor impulso narrativo lo da la Generación del 98, integrada por autores como Azorín, Baroja, Unamuno, Maeztu y Valle-Inclán. Esta generación se caracteriza por dos grandes preocupaciones: la reflexión sobre España (identidad nacional, historia, decadencia, casticismo) y la dimensión existencial del ser humano (muerte, Dios, sentido de la vida).
Desde el punto de vista formal, los autores del 98 introducen importantes innovaciones. Rechazan la retórica decimonónica y buscan una prosa más directa y cuidada. Abandonan el argumento tradicional para dar prioridad al estilo, a las descripciones del paisaje y al análisis psicológico. En la novela aparece el subjetivismo, se rompen las estructuras narrativas convencionales y se incorporan elementos ensayísticos y filosóficos.
Autores destacados de la Generación del 98:
Azorín, con novelas de trama débil centradas en la evocación del tiempo y la melancolía (La voluntad, Antonio Azorín).
Baroja, autor prolífico, con estilo sencillo y directo, presenta personajes inconformistas o derrotados (Zalacaín el aventurero, El árbol de la ciencia).
Unamuno, el más preocupado por los conflictos espirituales y existenciales, propone la “nivola” como forma innovadora de novela (Niebla, San Manuel Bueno, mártir).
También se debe mencionar a la Generación del 14, más racionalista y europeísta, con autores como Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala y Wenceslao Fernández Flórez, quienes continúan la renovación narrativa con nuevas influencias estéticas y filosóficas.
En Extremadura, la literatura evoluciona más lentamente debido a la falta de espacios culturales. Predomina un regionalismo conservador representado por Luis Chamizo, mientras que Felipe Trigo se acerca más a los ideales del 98 con una narrativa crítica y de denuncia social.
En conclusión, este periodo representa una etapa de gran riqueza para la narrativa española, marcada por la innovación temática y formal. La novela se convierte en un espacio para la introspección, la crítica social y la búsqueda de nuevas formas expresivas que reflejen la crisis del individuo y del país.
El teatro anterior a 1936
El teatro español del primer tercio del siglo XX (hasta 1936) presenta una dualidad entre dos tendencias principales: por un lado, el teatro comercial, que triunfó por su capacidad de atraer al gran público, y por otro, el teatro innovador, que apostó por la renovación artística, aunque no siempre fue comprendido ni representado en su época.
Teatro comercial
Este tipo de teatro se dirige a un público burgués y popular, con un enfoque claramente destinado al entretenimiento, una crítica social superficial y una fuerte presencia de estructuras dramáticas tradicionales.
Una de las corrientes más destacadas fue el teatro poético, que retomaba formas del romanticismo y el modernismo, abordando temas históricos y fantásticos. Sus principales representantes fueron Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa y los hermanos Machado.
El teatro cómico, por su parte, estuvo ligado al llamado género chico (sainetes, zarzuelas, etc.), con autores como:
Carlos Arniches, que creó la «tragedia grotesca» con crítica social desde el humor castizo.
Pedro Muñoz Seca, creador del «astracán«, donde deformaba la realidad para provocar risa (La venganza de don Mendo).
Los hermanos Álvarez Quintero, que retrataron una Andalucía idealizada y sentimental.
El teatro burgués tuvo gran éxito en las primeras décadas del siglo. Su principal autor fue Jacinto Benavente, Premio Nobel en 1922, que intentó una renovación moderada del teatro mediante comedias de salón con una crítica social elegante pero poco profunda. Sus obras más destacadas son Los intereses creados, una farsa crítica hacia los valores burgueses, y La malquerida, un drama rural.
Teatro innovador
A diferencia del anterior, esta corriente busca romper con las formas teatrales tradicionales, renovar el lenguaje y las técnicas escénicas, y conectar con las vanguardias europeas, aunque sin gran aceptación entre el público de la época.
En esta línea, encontramos autores como:
Unamuno, con dramas filosóficos como Fedra, donde prima la reflexión sobre el conflicto humano.
Azorín, que propone un teatro simbólico y experimental (Lo invisible).
Jacinto Grau, que en El señor de Pigmalión reflexiona sobre el papel del autor y sus personajes, con influencias del teatro de guiñol.
Ramón María del Valle-Inclán es el autor más innovador y relevante. A lo largo de su evolución dramática, pasa del modernismo al esperpento, una nueva estética que deforma grotescamente la realidad para mostrar su verdad oculta. Esta técnica se consolida en su obra maestra, Luces de bohemia.
Luces de bohemia: estructura y sentido
En Luces de bohemia, Valle-Inclán narra la última noche de vida de Max Estrella, un poeta ciego y bohemio que recorre diversos escenarios del Madrid de la época. A lo largo de quince escenas, el autor realiza una crítica feroz de la España decadente y corrupta, utilizando la estética del esperpento.
Las vanguardias
Entre 1909 y 1930, especialmente en el periodo de entreguerras, surgieron en Europa una serie de movimientos artísticos que buscaban una renovación radical del arte. Estos movimientos, conocidos como vanguardias o ismos, se desarrollaron en diversas disciplinas como la pintura, la música, la escultura y, especialmente, en la literatura. Su auge coincidió con los “felices años veinte”, una etapa de efervescencia cultural y experimentación artística. Estas corrientes rompieron totalmente con la tradición anterior, adoptando un enfoque provocador, anti sentimental y deshumanizado. Las vanguardias concebían el arte como juego, libertad y experimentación, alejándose de toda lógica convencional. Además, muchas de ellas surgieron como reacción al trauma provocado por la Primera Guerra Mundial, que supuso la quiebra de los valores europeos tradicionales.
Movimientos vanguardistas europeos importantes:
El Futurismo, fundado en 1909 por Marinetti, que mostraba una profunda admiración por el progreso, la tecnología, las máquinas y la velocidad. En literatura, rompía con la sintaxis tradicional e incluso sustituía los signos de puntuación por símbolos matemáticos.
El Cubismo, que nació en la pintura con Picasso y se trasladó a la literatura con Apollinaire, especialmente a través de los caligramas. Introdujo el collage como técnica literaria, integrando materiales diversos.
El Dadaísmo, surgido en 1916 con Tristán Tzara, tenía un carácter destructivo, provocador y absurdo. Su nombre fue elegido al azar, y proponía liberar la fantasía y el lenguaje de toda lógica. Aunque fue un movimiento breve, sirvió de base para el Surrealismo.
El Expresionismo, de carácter político y crítico, exageraba y deformaba la realidad para denunciar el malestar social, sobre todo el generado por la guerra.
El Surrealismo, el más influyente, impulsado por André Breton en 1916, se centró en el mundo del subconsciente, los sueños y lo irracional. Mediante técnicas como la escritura automática, buscaba expresar lo reprimido y liberar la imaginación. Supuso una renovación del lenguaje poético, con imágenes sorprendentes y asociaciones inesperadas, y tuvo gran impacto en la literatura posterior, especialmente en autores de la Generación del 27 como Lorca y Alberti.
Las vanguardias en España:
En España, las vanguardias también tuvieron gran desarrollo y se dividen en tres etapas:
Nacimiento (1909-1918): Ramón Gómez de la Serna fue la figura clave. Difundió el arte nuevo y creó las greguerías, breves frases ingeniosas con humor y metáforas.
Auge (años 20): Se consolidaron dos movimientos:
Ultraísmo: eliminó lo narrativo y destacó la metáfora y los temas modernos.
Creacionismo: impulsado por Vicente Huidobro y en España por Gerardo Diego, proponía el poema como una creación autónoma.
Etapa final (años 30): El Surrealismo introdujo emoción y libertad creativa. Influyó mucho en la Generación del 27.
El Grupo Poético del 27
El Grupo Poético del 27 es uno de los movimientos más importantes de la poesía española del siglo XX. Sus miembros nacieron entre 1892 y 1905 y destacaron por combinar la renovación vanguardista con el respeto por la tradición literaria española. Su obra se vio influida por las nuevas corrientes del momento (como el simbolismo, las vanguardias y la poesía pura) y por autores clásicos como Góngora, Garcilaso, Quevedo o los místicos. El poeta Juan Ramón Jiménez fue su gran maestro e inspiración inicial.
El grupo
Estos autores formaban parte de una generación más amplia de escritores, y entre ellos existió una fuerte amistad, por eso se ha hablado de la «generación de la amistad«. Coincidieron en lugares como la Residencia de Estudiantes de Madrid y en actos culturales como el homenaje a Luis de Góngora en 1927, que da nombre al grupo. Publicaron en revistas como La Revista de Occidente y La Gaceta Literaria.
Los poetas principales del grupo son: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Rafael Alberti y Luis Cernuda. También se relacionan con ellos Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, y de forma especial, aunque más joven, Miguel Hernández.
Características
Entre las características más destacadas del grupo se encuentran:
Equilibrio entre tradición y modernidad: mezclan el verso libre con formas clásicas como el soneto.
Influencia de autores modernos como Rubén Darío, Machado y especialmente Juan Ramón Jiménez.
Amor por la poesía popular española, como el cancionero tradicional y el romancero.
Atracción por las vanguardias (ultraísmo, creacionismo, surrealismo).
Diversidad y originalidad en sus estilos, aunque con afinidades comunes.
Evolución desde una poesía más pura y formal hacia una poesía más humanizada y comprometida, especialmente tras la Guerra Civil.
Autores principales
Pedro Salinas: Poeta del amor. En La voz a ti debida celebra el amor con alegría; en obras posteriores como Razón de amor y Largo lamento, muestra un tono más melancólico.
Jorge Guillén: Representante de la poesía pura. En Cántico, expresa una visión optimista de la realidad. Más tarde, en Clamor, muestra una visión más crítica del mundo.
Gerardo Diego: Cultivó tanto poesía tradicional como vanguardista. Escribió sonetos amorosos (Sonetos a Violante), poesía creacionista (Manual de espumas) y religiosa (Versos divinos).
Vicente Aleixandre: Premio Nobel de Literatura en 1977. Usó el verso libre y metáforas grandiosas. Su poesía expresa la unión del hombre con el universo y tiene un tono pesimista. Destacan La destrucción o el amor y Historia del corazón.
Dámaso Alonso: Tras la guerra escribe Hijos de la ira, donde muestra la angustia existencial y el dolor humano. Se considera un poeta “a rachas”, por sus largos silencios creativos.
Federico García Lorca: Poeta carismático que fusionó tradición y vanguardia. Destacó en el neopopularismo (Romancero gitano) y el surrealismo (Poeta en Nueva York). Su poesía refleja dolor, frustración y defensa de los marginados. Otras obras: Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, El diván del Tamarit.
Rafael Alberti: Poeta de gran variedad temática. Su obra pasa del neopopularismo (Marinero en tierra) al surrealismo (Sobre los ángeles) y, más tarde, a la poesía social y política (Entre el clavel y la espada).
Luis Cernuda: Su tema central es el conflicto entre el deseo y la realidad. Fue marcado por su homosexualidad y exilio. Su poesía transmite soledad y búsqueda de un mundo mejor. Reúne su obra bajo el título La realidad y el deseo. Libros importantes: Donde habite el olvido, Los placeres prohibidos.
Miguel Hernández: Aunque de una generación posterior, se vincula al 27. Su obra une neopopularismo y compromiso social. Destacan: El rayo que no cesa (sobre la vida, el amor y la muerte), Viento del pueblo y Nanas de la cebolla. Fue puente entre el 27 y la poesía de posguerra.
La narrativa desde la Guerra Civil hasta los años 50
La Guerra Civil Española (1936-1939) supuso una ruptura decisiva en la evolución de la narrativa española. Más allá de su impacto político y social, la guerra y sus consecuencias condicionaron profundamente la producción literaria, marcando un antes y un después en las tendencias narrativas previas. Durante la contienda, la narrativa tuvo un papel propagandístico. Se escribieron obras en ambos bandos, aunque con escaso valor artístico. Tras la guerra, el panorama narrativo se vio afectado por el exilio, la censura y un empobrecimiento cultural generalizado. La producción novelística de los años 40 es escasa, marcada por la represión y el aislamiento internacional.
En esta primera etapa destaca Camilo José Cela, que inicia el llamado «tremendismo» con La familia de Pascual Duarte (1942), novela centrada en la violencia, la miseria y personajes marginales. Más adelante, su obra La colmena (1951), aunque publicada en el extranjero por la censura, refleja un Madrid gris de posguerra, mediante múltiples personajes y técnicas narrativas modernas como el narrador objetivista y el desorden temporal. Esta obra es fundamental como transición hacia el realismo social de los años 50.
Otra obra clave de este primer periodo es Nada (1945), de Carmen Laforet, que inaugura el realismo existencial en la narrativa femenina.
También en los 40 destaca el debut de Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada. En su obra posterior desarrolla una narrativa muy personal, que contrasta lo rural y lo urbano, y que se distingue por un estilo sobrio, preciso y con un lenguaje muy rico. En su Trilogía del campo y Trilogía de la ciudad trata temas como la infancia, la muerte o la alienación social, con una sensibilidad profunda hacia el entorno.
Años 50: Realismo social
En la década de 1950 se impone el realismo social, centrado en los problemas de la sociedad contemporánea. Este tipo de novela pretende reflejar de forma objetiva y crítica la vida cotidiana de los españoles. A veces con narrador objetivo (sin juicios ni reflexiones), otras veces con intencionalidad crítica clara.
Uno de los principales representantes es Rafael Sánchez Ferlosio, autor de El Jarama (1955), que narra un día en la vida de unos jóvenes en una excursión al río. La obra utiliza un estilo objetivo, con abundantes diálogos y ausencia de narrador omnisciente. Refleja la monotonía y el vacío existencial de la juventud de la época.
También se consolida la presencia de escritoras como Ana María Matute y Carmen Martín Gaite, que dan voz a nuevas sensibilidades. Carmen Martín Gaite, por su parte, se da a conocer con Entre visillos (1957, Premio Nadal), donde retrata el ambiente opresivo de la burguesía de provincias y la vida femenina reducida al espacio doméstico. Su estilo es realista.
En paralelo, Gonzalo Torrente Ballester representa una línea más independiente. Su novela Los gozos y las sombras inicia una trilogía que mezcla historia, análisis social, etc.
La lírica española desde la posguerra hasta finales de los años 50
Tras la Guerra Civil española (1936–1939), la poesía nacional sufre una fuerte ruptura. Muchos de los poetas activos hasta ese momento se exilian, y los que permanecen en el país se enfrentan a la censura franquista y al aislamiento cultural. En este contexto, la lírica española de posguerra se diversifica en varias corrientes, marcadas por el impacto de la guerra, la situación política y la necesidad de redefinir el papel del poeta en una sociedad herida.
Un poeta clave en este periodo es Miguel Hernández, cuya obra El rayo que no cesa aparece en 1936. Su poesía representa una transición entre el Grupo del 27 y las nuevas generaciones, combinando elementos formales con una intensa preocupación social y humana.
La poesía en el exilio
En el exilio, muchos poetas del 27 como Luis Cernuda, Rafael Alberti o Juan Ramón Jiménez, centran sus obras en la nostalgia, el recuerdo de España y el dolor del destierro. Esta poesía refleja el desarraigo y la añoranza por la patria perdida, como se ve en títulos como Ocnos, Recuerdos de lo vivo lejano o Dios deseado y deseante.
Tendencias poéticas en España (años 40)
Dentro de España, en los años 40, surgen dos tendencias opuestas:
La poesía arraigada, cultivada por los vencedores de la guerra, apuesta por el orden, la belleza formal y los valores tradicionales como la religión y el amor. Inspirados en Garcilaso, estos poetas se agrupan en torno a la revista Garcilaso. Destacan Luis Rosales (La casa encendida) y Leopoldo Panero (Escrito a cada instante).
En contraposición, surge la poesía desarraigada, de tono existencialista, marcada por la angustia, el sufrimiento humano y la desesperanza religiosa. Representada en la revista Espadaña, esta poesía abandona el esteticismo para centrarse en una expresión más cruda y directa. Obras fundamentales son Hijos de la ira de Dámaso Alonso y Ancia de Blas de Otero. También destaca Gabriel Celaya, que al igual que Otero, evolucionará hacia una poesía más comprometida.
A finales de los años 40 y durante los 50, surgen otras propuestas al margen de esta polarización. Un poeta destacado es José Hierro, considerado inclasificable por su evolución poética y su obra rica en contenido humano (Cuanto sé de mí, El libro de las alucinaciones). También emergen corrientes más innovadoras como el Postismo, fundado por Carlos Edmundo de Ory, que apuesta por el juego, la imaginación y la libertad expresiva. Igualmente, el Grupo Cántico de Córdoba defiende una poesía intimista y estética. En este periodo también sobresalen voces singulares como Gloria Fuertes y Carmen Conde.
La poesía social (a partir de 1955)
A partir de 1955 se consolida la poesía social, que supone un giro del enfoque existencial al colectivo. Esta corriente denuncia las injusticias y refleja el compromiso del poeta con su sociedad, pasando del “yo” al “nosotros”. Destacan Blas de Otero (Pido la paz y la palabra), Gabriel Celaya (Cantos íberos) y Vicente Aleixandre (Historia del corazón). Su estilo es claro y directo, con intención comunicativa.
El teatro desde la posguerra hasta los años 50
El teatro español posterior a la Guerra Civil vivió una etapa difícil, marcada por la censura, el exilio de numerosos autores y la pérdida de referentes anteriores como Valle-Inclán o García Lorca. Esta situación truncó el proceso de renovación teatral iniciado en los años 20 y generó un panorama escénico muy limitado durante los primeros años del franquismo. Además, las empresas teatrales apostaron por productos comerciales, dirigidos a un público burgués y conservador, lo que dificultó aún más la representación de obras innovadoras o comprometidas.
Durante esta etapa (1940–1955) pueden distinguirse tres grandes corrientes dentro del teatro:
La alta comedia
Fue el tipo de teatro dominante, vinculado a la tradición benaventina. Se trataba de obras bien construidas, con diálogos cuidados, ambientadas en salones o entornos burgueses. La finalidad era entretener y ofrecer una imagen idealizada de la realidad, sin cuestionamientos sociales ni conflictos profundos. Destacaron Adolfo Torrado, José M.ª Pemán, José López Rubio y Joaquín Calvo Sotelo, autor de La visita que no tocó el timbre.
El teatro cómico y humorístico
Enrique Jardiel Poncela, cuya obra supuso una ruptura con el teatro costumbrista tradicional. Apostó por un humor intelectual, disparatado y anti-realista. Ejemplos como Eloísa está debajo de un almendro o Los ladrones somos gente honrada destacan por su crítica sutil a la sociedad a través del absurdo y lo inverosímil. Jardiel rechazaba el realismo, afirmando que el teatro debía escapar de lo cotidiano.
Miguel Mihura, autor de Tres sombreros de copa, escrita en 1932 pero no representada hasta 1952, obra que se anticipa al teatro del absurdo. En ella se combina humor y melancolía para denunciar la rigidez de la sociedad burguesa. La historia, ambientada en un hotel de provincias, muestra el contraste entre un joven apático y un mundo de fantasía y libertad que apenas roza. Aunque la obra fue innovadora, no fue bien recibida inicialmente, y el propio Mihura reconoció que luego tuvo que adaptarse a los gustos del público. A pesar de ello, es uno de los autores más importantes del teatro español del siglo XX.
El teatro comprometido
A finales de los años 40, el teatro español comenzó a ser un espacio de reflexión y denuncia social, alejándose del escapismo. Antonio Buero Vallejo fue su máximo exponente, con obras como Historia de una escalera (1949), que marcaron un cambio al combinar crítica social con esperanza. Sus temas principales fueron la libertad, la opresión y la lucha por la verdad. En obras como En la ardiente oscuridad y El tragaluz usó símbolos para provocar la reflexión y la conciencia crítica.
Buero desarrolló el «posibilismo trágico«, mostrando la dureza de la realidad pero también la posibilidad de superarla. Su teatro busca inquietar y curar al espectador y destaca por innovar con técnicas como el efecto de inmersión, que permite vivir la realidad desde la perspectiva de un personaje.
La narrativa española desde la década de los 60 hasta la actualidad
Durante los años 60, en plena dictadura pero con ciertos avances sociales y culturales, la novela realista social comenzó a perder protagonismo, dando paso a nuevas formas narrativas más experimentales. Inspiradas en autores como Proust, Joyce, Kafka y la novela hispanoamericana de Vargas Llosa y García Márquez, estas novelas introdujeron innovaciones en el punto de vista (múltiples perspectivas, monólogo interior), la estructura (ausencia de capítulos tradicionales, narrativas fragmentadas) y el manejo del tiempo (saltos temporales, flashbacks). Obras clave de esta etapa son Tiempo de silencio de Luis Martín Santos y Señas de identidad de Juan Goytisolo.
En los años 70, con la muerte de Franco y el inicio de la transición, la novela comenzó a recuperar la narratividad y el argumento, alejándose del experimentalismo excesivo. Eduardo Mendoza fue uno de los autores pioneros en esta recuperación con La verdad sobre el caso Savolta. Durante esta época conviven diversas generaciones de escritores: desde los maestros de posguerra como Cela y Delibes, pasando por la generación del 68 con autores como Javier Marías y Juan José Millás, hasta los novelistas más jóvenes de los años 80 y 90 como Antonio Muñoz Molina y José Ángel Mañas.
Tendencias narrativas destacadas:
Metanovela: Relatos que incluyen la narración del proceso mismo de escritura, como en obras de José María Merino y Juan José Millás.
Novela lírica: Centradas en la calidad poética del lenguaje, como las de Francisco Umbral o Julio Llamazares.
Novela histórica: Recupera la tradición con novelas que combinan hechos históricos con ficción, ejemplificada en Mendoza, Antonio Gala o Sánchez Adalid.
Novelas generacionales y de crónica social: Que revisan críticamente la historia reciente y el franquismo.
Novela de intriga y policiaca: Una mezcla entre novela negra y crónica social con autores como Vázquez Montalbán y Pérez Reverte.
Realismo renovado: Obras que mezclan lo real con elementos imaginativos o irracionales, destacando Luis Mateo Díez, Luis Landero, Muñoz Molina y Javier Cercas.
Novela psicológica e introspectiva: Autores que exploran el mundo interior de sus personajes, como Javier Marías o Soledad Puértolas.
Novela femenina: Voces que muestran la sociedad española desde la perspectiva femenina, con Carmen Martín Gaite, Dulce Chacón o Almudena Grandes.
Novela urbana y contracultural: Reflejan problemas juveniles y estilos influenciados por la contracultura, como José Ángel Mañas o Ray Loriga.
Novela erótica: Con presencia de autores como Antonio Gala.
Además, el relato y el microrrelato se consolidan como géneros populares, ampliando la diversidad literaria.
El teatro desde los años 60 hasta la actualidad
Década de los 60: Realismo crítico y teatro social
En los últimos años del franquismo, con un cierto aperturismo político y social, el teatro se convierte en una vía de denuncia social. Surgen autores que muestran los problemas de la sociedad española: precariedad laboral, desigualdad, represión, etc. Aunque muchos textos fueron censurados, se afianza un teatro comprometido.
Antonio Buero Vallejo inicia una nueva etapa en su teatro, el social-existencial. Combina crítica con esperanza. Introduce innovaciones escénicas (efectos de luz, sonido, proyecciones…). Obras como El tragaluz (1967) o El concierto de San Ovidio combinan historia y denuncia.
Antonio Gala empieza a destacar con Los verdes campos del Edén o Noviembre y un poco de hierba, que tratan temas como la memoria o la posguerra.
Años 70: Teatro experimental y fin de la censura
Con la transición a la democracia, se acaba la censura y el teatro vive una gran libertad. Aparecen nuevas formas escénicas, influenciadas por el teatro europeo de vanguardia (Brecht, Ionesco, Beckett).
Características del nuevo teatro español:
Antirrealismo: se superan las limitaciones del teatro tradicional.
Lenguaje simbólico y personajes como “tipos” o símbolos.
Se potencia lo visual: efectos sonoros, iluminación, objetos simbólicos…
Creación colectiva frente al autor individual.
Grupos destacados:
Els Joglars (Albert Boadella), Fura dels Baus, Els Comediants en Cataluña.
Tábano en Madrid.
Autores clave:
Fernando Arrabal, creador del teatro pánico, mezcla de absurdo, crueldad y humor. Ejemplo: Pic-Nic.
Francisco Nieva, creador del teatro furioso, surrealista y barroco. Obras como La carroza de plomo candente.
También siguen en activo Buero y Gala, adaptando su estilo a los nuevos tiempos: Buero con La Fundación (1974) y Gala con Anillos para una dama (1973).
De los años 80 a la actualidad: Diversidad y profesionalización
Consolidada la democracia, el teatro se profesionaliza. Desaparecen muchos grupos independientes, y se refuerza el papel del autor individual. Se produce una gran diversidad de estilos y temas, con apoyo institucional y aparición de nuevas voces.
Autores importantes:
José Sanchis Sinisterra: mezcla reflexión teatral y memoria histórica en obras como Ñaque (1980) y ¡Ay, Carmela! (1987).
Fernando Fernán Gómez: Las bicicletas son para el verano (1982), éxito que refleja la vida cotidiana durante la Guerra Civil.
Alonso de Santos: autor de teatro popular y cercano, como La estanquera de Vallecas y Bajarse al moro (1985).
Paloma Pedrero, Ana Diosdado, María Manuela Reina, entre otros, traen una voz más intimista y femenina al teatro español.
Conclusión
Desde los años 60 hasta hoy, el teatro español ha pasado del compromiso social y la censura, al experimentalismo y la libertad escénica. En democracia, conviven estilos diversos: desde el teatro de autor, pasando por propuestas visuales y vanguardistas, hasta obras de marcado carácter social o emocional. La evolución ha sido rica, plural y abierta a todo tipo de influencia.
La novela hispanoamericana en el siglo XX
La novela hispanoamericana del siglo XX experimenta una notable evolución desde el realismo tradicional hasta convertirse en uno de los movimientos literarios más innovadores y reconocidos a nivel mundial. Esta evolución puede dividirse en tres etapas: la pervivencia del realismo (principios del siglo XX hasta 1945), la renovación narrativa y el surgimiento del realismo mágico (1945-1960) y, finalmente, el «Boom» de los años 60, que se prolonga hasta la actualidad.
Primera etapa: Pervivencia del realismo (principios del siglo XX – 1945)
En la primera etapa, se mantiene la influencia del realismo decimonónico, aunque adaptado a las peculiaridades del continente americano. La naturaleza salvaje e inexplorada se convierte en un elemento clave en novelas como Doña Bárbara de Rómulo Gallegos o La vorágine de José Eustasio Rivera, donde el entorno domina la vida del hombre. También destaca el tema indigenista, con obras como Huasipungo de Jorge Icaza y El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría, que denuncian la opresión del indígena por parte de las clases dominantes. Por último, los problemas políticos y sociales también se reflejan en la novela revolucionaria, sobre todo en México, con autores como Mariano Azuela (Los de abajo) y Martín Luis Guzmán (La sombra del caudillo), que abordan la violencia y la inestabilidad política.
Segunda etapa: Renovación narrativa y realismo mágico (1945-1960)
La segunda etapa, entre 1945 y 1960, supone una superación del realismo tradicional. Se mantiene el compromiso temático, pero con una fuerte renovación formal. Se introduce lo fantástico, lo mítico y lo legendario, dando origen al llamado realismo mágico o “lo real maravilloso”.
Aparecen figuras clave como Jorge Luis Borges, que en obras como Ficciones o El Aleph explora temas como el tiempo, la identidad y lo infinito, con una gran riqueza conceptual. También destacan Miguel Ángel Asturias, con El señor Presidente, y Alejo Carpentier, que mezcla historia y fantasía en El siglo de las luces. Juan Rulfo, con Pedro Páramo, rompe la linealidad temporal y mezcla realidad y fantasía con una intensidad emocional y estética que marcó a las generaciones posteriores.
Tercera etapa: El Boom de los años 60 hasta la actualidad
La tercera etapa corresponde al Boom de los años 60, cuando los escritores hispanoamericanos alcanzan un éxito internacional sin precedentes. Se consolidan las técnicas innovadoras: ruptura de la estructura lineal, múltiples puntos de vista, monólogo interior, lenguaje poético y experimentación formal.
Entre los autores más destacados está Gabriel García Márquez, con Cien años de soledad, una obra clave del realismo mágico que narra la saga de los Buendía en el mítico pueblo de Macondo. Mario Vargas Llosa, con La ciudad y los perros, muestra una sociedad violenta a través de estructuras narrativas complejas. También destacan Julio Cortázar, con Rayuela, una novela experimental y abierta, y Carlos Fuentes, con La muerte de Artemio Cruz, donde se combinan distintas voces narrativas y saltos temporales. Otros autores relevantes del periodo son Ernesto Sábato, Isabel Allende, Laura Esquivel, Onetti, Roa Bastos o Lezama Lima, entre muchos otros.