El Derecho a la Propia Historia: Libertad y Creación Literaria en Don Quijote

El Episodio de los Galeotes: ¿Ingenuidad o Principio Filosófico?

Este suceso ocurre en el capítulo XXIII de la primera parte. Don Quijote topa en los caminos con unos pobres diablos que van condenados a las galeras. Los esperan años de esclavitud mal disimulada, pobreza extrema, enfermedades y muertes seguramente terribles. Son delincuentes a quienes el caballero interpela, y ellos le cuentan los infortunios que los condujeron a tan oscuro trance. Don Quijote obtiene así las distintas versiones de unas idas y unas faltas que no le parecen censurables; al menos, no al extremo de justificar la pérdida de la libertad de esos hombres. Sin pensarlo demasiado, procede a liberarlos de los custodios.

Surge la pregunta fundamental: ¿Por qué don Quijote cree en las versiones de estos individuos, que sin excepción se consideran a sí mismos exentos de toda culpa? ¿Es este el signo de una ingenuidad sin límites?

La Elección de la Fe y la Refutación de la Credulidad Absoluta

Examinemos esa posibilidad. Si de ingenuidad se tratara, de credulidad sin remedio, parecería que don Quijote es un individuo dispuesto a creerlo todo. Esto explicaría su fe en las historias que narran los libros de caballería, credulidad que, al fin y al cabo, es la causante de su locura. Pero, si de credulidad se tratara, entonces estaríamos ante un personaje más bien propicio a convertirse en el paradigma del tonto. Quien cree todo lo que le dicen o todo lo que lee, no tiene posibilidad alguna de forjarse una opinión coherente y lógica acerca de tema alguno. Tantas versiones como las hay, de tantas cosas diferentes, son incompatibles entre sí, y quien las crea todas irremediablemente es estúpido, porque sostiene lo insostenible, y probablemente ni siquiera se da cuenta de que así es.

Este no resulta ser el caso de don Quijote. A través del libro lo vemos muchas veces discutir con otros personajes, cuyas opiniones refuta con sólidos argumentos que hacen que muchos admitan haberse equivocado, o en todo caso se admiren de lo inteligente que ha resultado el loco. Don Quijote no es un creyente absoluto de todo cuanto le llega a los oídos o a los ojos. Él elige en qué creer.

La Libertad Humana como Principio Innegociable

Don Quijote ha elegido creer, en primer lugar, en la libertad del ser humano. Es una elección que en el siglo XVII, como en el XXI, no es poco problemática; recuérdese, por ejemplo, el planteamiento de la dicotomía liberal/determinismo en *La vida es sueño*. No todos creían, hace cuatrocientos años, que el ser humano es libre; es decir, sucedía entonces como ahora. Y cuando don Quijote elige pensar que los seres humanos son libres por naturaleza, lo hace afirmando que Dios los ha hecho así; por lo tanto, no está bien que unos hombres determinen acabar con la libertad de otros, que son sus semejantes. Esta es la razón fundamental por la cual hay que liberar a los galeotes: la voluntad del rey, que los ha condenado, no debe imponerse sobre la voluntad de Dios, que los hizo libres.

El Respeto por la Historia Personal: El Derecho a Escribir el Yo

Don Quijote rescata otra cosa que me interesa más, pues la justificación de la libertad del ser humano como una decisión divina no deja de parecerme problemática: *Yo soy un seguidor de Sartre cuando afirma que o hay Dios o hay libertad*. Me interesa que cuando cada galeote le cuenta su historia, se trata de las historias de sus vidas personales. Estas le pertenecen a cada uno de ellos y el caballero no está dispuesto a corregirlos de ningún modo. Lo que cada cual dice sobre sí mismo debe respetarse.

¿Cuál es el motivo de tan tremendo apego a la versión que un individuo da sobre sí mismo? Creo que don Quijote está convencido del derecho de cada uno de nosotros de escribir la historia de nuestra vida. Este derecho es, a la larga, el que el propio Quijote está ejerciendo cuando decide salir al mundo como caballero andante. Es el que intentan arrebatarle el cura y el barbero primero, y más tarde el bachiller Sansón Carrasco, cuando se lanzan a perseguirlo para hacerlo volver a casa. Alonso Quijano ha decidido escribir el libro de su vida, y ha decidido que esa, su vida, será en adelante la de don Quijote de la Mancha. Este derecho de cada cual de contar su propia historia debería respetarse; de aquí que don Quijote se apegue a la palabra de los galeotes.

Así pues, habría que elegir entre la versión de un Quijote sumamente ingenuo, que está dispuesto a creer todo lo que se le diga, y un Quijote que simplemente defiende el derecho de cada cual de decir y sostener su propia historia, como una afirmación de su libertad.

La Literatura como Acto de Legítima Defensa

Esto implica, según mi modo de ver las cosas, una justificación de la literatura, una justificación de la fe en la literatura, que, como todo el mundo sabe, termina por volver loco a Alonso Quijano, pero también sabio. Pues la literatura no es más que la versión que cada cual da de sí mismo. No se trata aquí de pretender una suerte de autobiografismo obligatorio de lo literario. Más bien, de la comprensión profunda de la tan manida frase de Flaubert: *«Madame Bovary soy yo»*. Lo que está de por medio es que la escritura es un proceso de elaboración del yo en la palabra, es el proceso mediante el cual el yo se hace, se construye en el lenguaje.

«Madame Bovary soy yo» no significa que Flaubert fuese una damisela francesa o contrajese matrimonio con un mediocre médico de provincias, significa que el texto se escribe como un todo que dice a Flaubert, o, al menos, dice la versión de Flaubert acerca de sí mismo. Esa versión que don Quijote considera irrefutable, pues es el acto supremo por el que la libertad se ejerce en la palabra.

Por eso, yo tengo para mí que cuando don Quijote libera a los galeotes, está efectuando un acto de legítima defensa del derecho personal de decir cada cual libremente su propia historia, contra la voluntad de curas, barberos y bachilleres, o hasta de la misma justicia del rey. No olvidemos que al caballero lo persiguen durante casi todo el tiempo que se extiende el relato. La historia de don Quijote ocurre solo en la medida en que el cura, el barbero y Carrasco no logran tener control sobre el caballero; son estos los responsables del retorno de don Quijote, hacia el final de la primera parte, y por supuesto de su derrota final. ¿Y qué consecuencia tienen estos episodios, el del regreso de don Quijote enjaulado y supuestamente encantado, y el de don Quijote derrotado? Pues una que nos duele a todos los lectores: los finales de la primera parte y de la segunda, respectivamente. Las acciones de curas, barberos y bachilleres se traducen en cortes de las historias, en finales de texto, palabra truncada, fatal silencio. Ahí muere la libertad.

La Aventura Marginal de la Imaginación

Todo el libro se puede leer como la historia de un hombre, Alonso Quijano, que al menos por un tiempo logra escapar de las galeras de la «normalidad» a las que quieren condenarlo otros personajes. Se escapa con su imaginación, que le permite elaborarse a sí mismo como don Quijote de la Mancha; se escapa con el lenguaje. La novela quijotesca existe porque ese lenguaje y esa imaginación logran huir de las galeras, aunque sea por espacio de unas páginas, hasta que las garras de los enemigos de la libertad lo vencen. Cervantes no es un ingenuo que piense que la libertad no tiene perseguidores, ni que estos no terminen imponiéndose a menudo.

Esto nos conduce a plantearnos que el *Quijote* puede leerse como una demostración de que la literatura es un espacio de aventura «marginal» en el sentido más extremista: la literatura es la aventura de la imaginación, el restablecimiento de la libertad al margen de la ley que quisiera reducir a los seres humanos a sentencias condenatorias, como las que pesan sobre los galeotes. Lo que don Quijote hace con los galeotes es desoír la sentencia que los condena y, en lugar de eso, prestar atención a la palabra que cada cual elabora, imaginativa y libremente sobre sí mismo. La literatura nos libera de pensarnos y decirnos como otros lo han decidido en nuestro nombre; nos da la libertad para pensarnos y decirnos con la imaginación. Es el espacio en que podemos huir de la Santa Hermandad que para llevarnos a galeras nos quisiera reducir a esas fórmulas consabidas que nos condenan a la misma vida de siempre, donde se pierden nuestras diferencias: fórmulas de rutina, mediocridad y tedio, como las que acosaban a Alonso Quijano antes de sus salidas. Recuérdese también que los galeotes iban reducidos a silencios por sus captores, que ceden ante la petición de don Quijote de hablar con los delincuentes, al mismo tiempo que consideran ridícula esa petición.

La Paradoja de la Locura y la Justicia del Rey

No cuesta nada darse cuenta de que el pasaje de los galeotes problematiza la noción de justicia que defendían el rey y sus instituciones, y demuestra que don Quijote no comparte esa noción. Esta es la lectura más obvia, que no debería pasar por alto el hecho de que Cervantes, para sostener tal desacuerdo o tal desconfianza ante la justicia establecida, se vale de la figura de un loco. Solo un loco puede permitirse una actitud como la de don Quijote en la España inquisitorial del siglo XVII. Además, como si se tratara de una prueba de la absurdidad de la conducta del loco, el episodio termina cuando los galeotes apedrean tanto a don Quijote como al bueno de Sancho. Es como si todo concluyera con la demostración de que don Quijote se ha equivocado al cuestionar la justicia del rey, lo que podría tener como objetivo salvar el pellejo de Cervantes.

La Fe en la Palabra Libre

Pero repensemos estos asuntos. En primer lugar, admitámoslo sin tapujos: don Quijote está loco. Loquísimo. Ahora repensemos la causa de la locura quijotesca: don Quijote ha creído en los libros, ha creído en la verdad de la imaginación que se hace lenguaje y narra las historias de personajes que los demás suponen falsos, ficticios, pero él cree reales. Su locura consiste en un acto de fe. Fe que, como he tratado de explicar, es fe en la libertad con que cada ser humano puede decirse a sí mismo. El hombre es libre, si no irrestrictamente en cuanto a sus actos, sí lo es, al menos transitoriamente, en cuanto a su palabra.

No es raro, entonces, que se sostenga la palabra de los galeotes. Otra cosa hubiera debido sorprendernos. Tampoco es raro que el episodio termine mal, con la lluvia de pedradas sobre las espaldas de caballero y escudero. Este libro no es ingenuo y sabe que las libertades de los seres humanos no se ejercen sin conflicto entre ellas. Había un problema: la justicia del rey irrespetaba las libertades personales de los galeotes; luego, hubo otro: los galeotes no se mostraron agradecidos con el caballero andante. Parece mejor el segundo problema: al fin y al cabo, no se irrespeta entonces la libertad de nadie. Diríamos, entonces, que es cierto, el episodio ha terminado mal, pero agreguemos que ha comenzado peor. La mejoría es lo que importa.

Conclusión: La Clave del Quijote

El pasaje de los galeotes puede leerse como uno en que se halla una clave para entender todo el texto del *Quijote*. Lo entiendo, pues, como el episodio en que se afirma el derecho a escribir el propio *Quijote*. A la larga, los galeotes seguramente fueron recapturados. Del mismo modo, a don Quijote le dieron alcance curas, barberos y bachilleres, lo que implicó el final de sus aventuras, la muerte no tanto de su cuerpo (cosa inevitable y común), como la de su imaginación, la de su poder literario. Pero mientras su captura no se produce, ahí están la libertad, la imaginación y el lenguaje; mientras esa captura no se produce, ahí está el texto, ahí está el *Quijote*.

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