El Discurso Forense: Claves y Características
El discurso forense es aquel que se pronuncia en el foro, el lugar público donde en la Antigüedad se impartía justicia y se celebraban los negocios jurídicos. En Roma, la palabra forum pasó a ser sinónimo de justicia o ley, de donde derivan las palabras fuero, foral y forense. En sentido estricto, discurso forense es aquel razonamiento que se pronuncia oralmente en sede jurisdiccional. En un sentido más amplio, es el usado por los profesionales del Derecho en cualquiera de sus actividades. Sin embargo, hay que centrar la cuestión en la actividad oratoria que realizan los abogados en la defensa de los intereses particulares de sus respectivos patrocinados.
En este sentido, las características especiales que se atribuyen al discurso forense serían:
Claridad y Rigor
Si todo discurso ha de ser claro, un discurso forense debe expresar de forma directa, precisa y correcta su contenido, evitando la sensación de artificialidad. El orador debe centrarse principalmente en los hechos que fundamentan su posición, exponiéndolos de forma nítida e inequívoca. Conviene precisar que una buena narración ha de ser ordenada y sencilla, atendiendo a los hechos fundamentales y recalcando los detalles que interesen a los fines del orador, en definitiva, para influir sobre la razón de los jueces.
Considerando que el discurso forense es casi siempre polémico (es decir, el orador discute con un contrincante, defendiendo y atacando principios), la claridad debe referirse también a la refutación de las pruebas y los argumentos del contrario. Una norma de sentido común aconseja refutar sólo los argumentos empleados por el adversario, puesto que anticiparse presentándolos para impugnarlos puede ser contraproducente, pues a veces sirven para dar ideas y contraargumentos al oponente.
En definitiva, las tres partes principales del discurso forense son la narración (fáctica), la argumentación (jurídica) y la refutación de las posiciones del adversario. No obstante, estas tres partes no bastan. De hecho, se han dado casos de intervenciones brillantes de abogados que han fracasado porque falta en ellas lo fundamental, que es el objetivo del discurso, lo que sería el epílogo. El abogado debe siempre concretar su exposición con una proposición o petitum, una solicitud concreta hecha al juzgador y que resume el contenido de su discurso.
En este petitum se resume y se concentra el sentido de la intervención: que admita una prueba, que abra juicio oral, que dicte auto de sobreseimiento, que dicte sentencia en su favor, etc. A veces el abogado puede tener la impresión de que su petición es evidente porque está implícita en su discurso, que no hace falta que la formule porque se desprende de forma natural de su intervención, pero el hecho es que nunca se debe dar por sobreentendido qué es lo que el letrado pretende conseguir con sus palabras.
Adecuación al Nivel y Contenido
Resulta evidente que un rasgo esencial del discurso forense es su lenguaje culto y técnico, caracterizado por la precisión terminológica. A menudo se acusa al lenguaje forense de ser oscuro y poco comprensible para una persona profana. Esa aparente oscuridad deriva del hecho innegable de que se trata de un lenguaje técnico dotado de expresiones acuñadas tras un largo proceso de decantación jurídica, y que se usa, no por un prurito de originalidad, sino precisamente para facilitar la exactitud y la comprensión de los profesionales que lo emplean, y evitar así malentendidos. El orador forense ha de conseguir una preparación personal que le permita el uso con soltura de este vocabulario técnico, aparte de la capacidad de sintetizar la realidad para exponer de forma comprensible los datos precisos para conseguir la persuasión del juez.
Cortesía y Formalidad
En el ámbito forense, la cortesía ha de ser extrema y se dirige hacia todos los presentes en la sala. El hecho de que el discurso forense sea polémico no legitima al abogado para emplear contra el adversario un lenguaje hiriente, despectivo o agresivo. Indiscutiblemente, la defensa de los intereses del propio cliente o la imputación de delitos, cuando se trate de una acusación, hará inevitable que se empleen expresiones que puedan resultar ofensivas y que molesten a la contraparte cuando el abogado exponga su discurso. Pero, en la medida de lo posible, se han de medir las palabras tratando de describir los hechos de la forma más objetiva, evitando calificaciones subjetivas o reproches subidos de tono. Incluso desde el punto de vista de la utilidad práctica, una actitud comedida puede resultar más convincente que una sobreactuación que recalque de forma demasiado cruda el comportamiento antijurídico del contrario.