El Teatro Español tras la Guerra Civil
El Teatro durante la Guerra Civil
Durante la Guerra Civil, el teatro español se limitó en buena parte a servir de instrumento de agitación política en los dos bandos enfrentados. En el lado republicano proliferaron las organizaciones teatrales, entre las que destacan las Guerrillas del Teatro, que ofrecían espectáculos propagandísticos o de entretenimiento en las ciudades o en los frentes de guerra. Autores como Rafael Alberti y Miguel Hernández crearon un teatro de urgencia que animaba a los soldados al combate. En la zona nacional también surgieron organizaciones como el Teatro de la Falange, que montaba dramas y zarzuelas. Autores como José María Pemán y Luca de Tena se inclinaron también por un teatro de evasión o de propaganda.
El Teatro en el Exilio
Al final de la contienda, el teatro español había perdido a grandes dramaturgos como Valle-Inclán, Federico García Lorca y Miguel de Unamuno. Algunos autores se ven obligados a exiliarse y siguen escribiendo en sus países de acogida obras que presentan diversidad de tendencias, pero que tienen en común el tema de España como paraíso perdido. Los autores más representativos del teatro en el exilio son:
- Rafael Alberti, que escribe un teatro político lleno de símbolos y en ocasiones cercano al esperpento. Algunas de sus obras son estrenadas en España después de 1975 con gran éxito. Destacan: El adefesio y Noche de Guerra en el Museo del Prado.
- Max Aub, que escribe un teatro testimonial en el que censura la triste suerte del hombre contemporáneo, víctima de intereses y absolutismos. Destacan las obras San Juan, Morir por cerrar los ojos y El cero.
- Alejandro Casona, quien cultiva un teatro poético, de evasión, con tintes simbólicos, entre cuyas obras destacan La dama del alba, Los árboles mueren de pie y La casa de los siete balcones. Vuelve a España en 1962 y es reconocido por el público y por la crítica.
El Teatro en España tras la Guerra Civil
Dentro de España, la Guerra Civil había provocado la muerte y el exilio de dramaturgos, directores, escenógrafos y actores. A esto había que añadir las presiones comerciales y la presión ideológica que, mediante la censura, afectó tanto a los textos como a las representaciones.
El Teatro Burgués (Años 40 y 50)
Durante los años 40 y 50 domina la escena un teatro burgués, heredero de la «alta comedia» de Jacinto Benavente. Son obras bien construidas, con sólidos diálogos y una intriga que mantiene el interés del espectador. Sus protagonistas se mueven en ambientes acomodados y pertenecen a la clase media burguesa, cuyas formas de vida y costumbres retrata, a veces con alguna crítica, pero nunca con acritud. El amor, los celos, la infidelidad o los problemas entre padres e hijos suelen ser los asuntos predilectos.
Obras y dramaturgos representativos de este teatro de entretenimiento, con final feliz, son Hay siete pecados de José María Pemán, Dos mujeres de Ignacio Luca de Tena, Celos del aire de José López Rubio, El baile de Edgar Neville, Una muchachita de Valladolid de Joaquín Calvo Sotelo.
El Teatro Humorístico (Años 40 y 50)
En estos años sobresalen dos autores dentro del teatro humorístico: por una parte, Enrique Jardiel Poncela, combina con ingenio el humor verbal con el de situación (hechos disparatados y situaciones inverosímiles) con el objetivo de romper con las formas tradicionales de lo cómico, sujetas hasta entonces al chiste fácil y lo verosímil. Entre sus obras destacan Eloísa está debajo de un almendro (1940), Los ladrones somos gente honrada (1941) y Cuatro corazones con freno y marcha atrás (1946). Por otra parte, Miguel Mihura también fue un renovador del teatro de humor. En su obra maestra, Tres sombreros de copa (estrenada en 1952, aunque escrita antes de la guerra), el protagonista masculino, Dionisio, descubre, la víspera de su boda, la experiencia de la auténtica libertad con Paula, lo que le hace darse cuenta del mundo gris y rutinario en el que vivía hasta entonces; sin embargo, el miedo a contravenir las normas lo aboca al fracaso. La ridiculización de personajes y acciones de la vida cotidiana es una constante en su producción teatral. Entre sus obras destacan El caso de la señora estupenda, Maribel y la extraña familia y Ninette y un señor de Murcia.
El Teatro Existencialista y Social (Años 50)
Durante los años 50 se fragua el teatro existencialista y social basado en el compromiso con la realidad inmediata y el rechazo hacia el teatro de evasión o costumbrista. El hito que marca el comienzo de esta nueva tendencia es el estreno en 1949 de Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo, obra que refleja la miseria de la sociedad española a través de la vecindad de una escalera. Con esta gran obra y con Escuadra hacia la muerte (1953), de Alfonso Sastre, arranca este tipo de teatro de denuncia, disconforme con la situación sociopolítica. En las obras posteriores de Buero predomina la búsqueda de la verdad de un personaje inmerso en un malestar que sirve para testimoniar y criticar la mediocridad de la vida cotidiana y de la sociedad. Otra de sus grandes obras es El tragaluz (1967).
Por su parte, Alfonso Sastre pretendió reflejar de modo más directo el malestar del individuo, que siempre acaba derrotado. Su intención fue concienciar a los ciudadanos y transformar la sociedad con su teatro comprometido de signo antifranquista. La censura prohibirá dos de sus mejores obras, La sangre y la ceniza y La taberna fantástica, que serán estrenadas tras el fin de la dictadura.
El Teatro Realista y Social (Años 60)
En los años 60, influidos por Buero y Sastre, un grupo de dramaturgos continúa el teatro realista y social que da testimonio de la situación injusta de la época con un tono desgarrado y una visión cercana al esperpento. Temas frecuentes en estos dramas son la intolerancia, la insolidaridad, la explotación de los trabajadores, la pobreza o el desarraigo de un personaje angustiado dentro de una atmósfera social opresiva. Algunas de las obras más representativas de este grupo son las siguientes: Los inocentes de la Moncloa, de Rodríguez Méndez; La madriguera, de Rodríguez Buded; El tintero, de Carlos Muñiz; La camisa, de Lauro Olmo, y Las salvajes de Puente Genil, de José Martín Recuerda. Este teatro realista de intención social tuvo muchas dificultades para ser representado a causa de la censura y la falta de apoyo de los empresarios teatrales y los espectadores, que preferían en su mayoría un teatro comercial.
Es significativo el caso de Alfonso Paso, quien abandona la crítica social de sus obras iniciales, entre las que destaca Los pobrecitos, para escribir comedias ligeras y divertidas como Usted puede ser un asesino o ¡Cómo está el servicio!, que lo convirtieron en el dramaturgo de más éxito comercial durante los años 60.
En este decenio también comienza a estrenar sus primeras obras un autor de difícil clasificación: Antonio Gala. Durante los 70 y 80 se convertirá en el dramaturgo más popular con obras como Los buenos días perdidos y Anillos para una dama. La soledad, el amor y la libertad son los temas principales de su teatro, caracterizado por el tono poético, el simbolismo y cierta propensión al mensaje moral o didáctico.
El Teatro Renovador y Experimentalista (Años 70)
Hacia 1970 surge un teatro renovador y experimentalista en el que pierde importancia la acción y el texto literario en favor de otros elementos del lenguaje escénico: la luz, la expresión corporal, la escenografía, el sonido, el vestuario, etc. Lo grotesco, el absurdo, la deshumanización de los personajes y la crítica social son características habituales en este tipo de obras que no consiguieron llegar al gran público. Uno de los autores más relevantes es Francisco Nieva, que cultiva un teatro vanguardista donde da cabida a lo onírico y lo simbólico con la intención de provocar una catarsis en el espectador. Algunas de sus obras de esta época son: Es bueno no tener cabeza, Pelo de tormenta, El baile de los ardientes y Nosferatu. En realidad, su teatro será conocido en nuestro país a partir de 1976.
Grupos de Teatro Independiente
También hay que destacar la aparición, desde 1965, de grupos o compañías de teatro independiente que se rebelan contra el teatro comercial: Tábano, La Cuadra, La Cubana, Teatre Lliure, Els Comediants, Teatro Universitario de Murcia o Els Joglars. Representan sus obras en salas pequeñas para un grupo minoritario.