Miguel Hernández: Exploración Poética del Amor, la Vida y la Muerte

La Poesía de Miguel Hernández: Vida, Amor y Muerte

Miguel Hernández realiza en su poesía una codificación literaria y simbólica de un sentimiento real: su amor por Josefina Manresa, novia y esposa; y por María Cegarra, poetisa y amiga. Esta conjunción perfecta entre literatura y vida se apoya sobre un tópico de gran tradición y de gran poder expresivo: el amor cortés, el amor entendido como vasallaje, como sumisión total y absoluta al imperio de la amada; el platonismo. La amada inalcanzable, intocable, es la novia casta antes del matrimonio —«te me mueres de casta y de sencilla»—. Hernández asume la voluntad de Josefina como el mandato de su amada-diosa. De ahí el erotismo desinhibido, fusionado con la presencia de ecos religiosos (barro, arcángeles, polvo, vientre).

Por otro lado, algunos poemas de El rayo que no cesa están dedicados a María Cegarra. El poeta venera a una María que solo le corresponde con su amistad y, al percibir el interés amoroso del poeta, con la indiferencia.

El Amor en la Obra de Miguel Hernández

El amor en la obra de Miguel Hernández pasa por distintos momentos a lo largo de su producción. En El rayo que no cesa, donde las heridas hernandinas («La de la vida, la del amor, la de la muerte») comienzan a sentirse, vemos cómo el amor es para el poeta un rayo, un cuchillo, un limón, una estalactita… una fuerza irresistible de la que no puede librarse —«no cesará este rayo que me habita»—, fuerza que le causa un enorme dolor con el que tiene que convivir a cada momento. Está presente la idea de que la vida es muerte por amor. De ese modo, no hay cántico posible para la plenitud feliz y gozosa del encuentro amoroso entre los amantes. También podemos ver en la elegía a Ramón Sijé que la vida para Miguel Hernández ya se nos revela atravesada por el sentimiento, el dolor de la muerte como experiencia, pero sobre todo como idea («Un carnívoro cuchillo», «Me llamo barro aunque Miguel me llame»).

El amor vuelve a ser tema central en Cancionero y romancero de ausencias, pero en este momento es un amor consumado, carnal, tierno, familiar, relacionado con la guerra y con la muerte, con la destrucción: «Besarse, mujer», «Llegó tan hondo el beso». Pero es un amor añorante, en la distancia de la guerra y la prisión: «Ausencia en todo veo». Amor que se dirige ahora, además de a la esposa, al hijo: «Nanas de la cebolla»…

La Vida y la Muerte en la Poesía de Miguel Hernández

En cuanto a la presencia de la vida y la muerte, comenzamos observando que en Perito en lunas están ausentes. No hay vitalismo, sino esteticismo; no hay muerte, sino pura forma. La vida y la muerte se reducen, en Perito en lunas, a lo que pueden dar de sí como generadores de belleza plástica y lingüística. «Toro», «Palmera», «Gota de agua», «Horno y luna», «Noria» son elementos naturales o culturales transformados en imágenes estéticas de simbolismo leve.

El toro no es aún destino trágico, sino la muerte como acto de gloriosa belleza en toros y toreros; y la noria no supone condena para nadie más que para sí misma.

El amor, como hemos visto, es en Miguel Hernández, además de una convención literaria heredada, la expresión de una pasión interior no exenta de angustia y dolor, incluso con un presentimiento de muerte.

La paradoja se completa cuando observamos que en obras más tardías, sin ir más lejos, la última, Cancionero y romancero de ausencias, la que concibió en sus últimos momentos —pensando que sobreviviría a la enfermedad—, la muerte, ahora tan cercana, tan vivida por la experiencia de la guerra, se ha convertido en una presencia casi imperceptible, que está a punto de devorarlo todo pero se oculta detrás de un velo sutil, el velo de la cotidianidad, de la convivencia natural. El Cancionero es el gran libro escrito desde la ausencia y la añoranza de los seres queridos y dedicado a la vida soñada; es un libro idealista donde el sueño de felicidad se ve amenazado constantemente por una —solo en apariencia— vaga idea de la muerte. Miguel Hernández consigue un gran equilibrio en la expresión del deseo de vivir y la amenaza de esa vieja conocida: la parca. Recordemos a este respecto textos como «El cementerio está cerca», el final del «Vals de los enamorados», «El sol, la rosa y el niño», «Besarse, mujer».

En Viento del pueblo, la vida y la muerte se han convertido en dos cuestiones que mantienen un perfecto equilibrio y que a su vez aparecen estrechamente relacionadas con el deber impuesto por las circunstancias. Vivir y morir por las gentes de España, por la justicia, por la revolución. Vivir para cantar, ser eco de las injusticias que se cometen contra el pueblo. Morir como consecuencia de ello si es necesario. La vida es una ofrenda, así como la propia muerte. En «Sentado sobre los muertos», leemos, entre otros esclarecedores versos, los siguientes: «aquí estoy para vivir/
mientras el alma me suene/
y aquí estoy para morir,/
cuando la hora me llegue,/
en los veneros del pueblo/
desde ahora y desde siempre/
varios tragos es la vida/
un solo trago es la muerte».

En «Vientos del pueblo me llevan», estos: «Si me muero, que me muera/
con la cabeza muy alta…». Pero Miguel Hernández practica la poesía revolucionaria, y la misma idea que practica consigo mismo, la difunde entre sus compañeros. En la «Canción del esposo soldado» leemos «es preciso matar para seguir viviendo», de ahí la constante incitación a la lucha, a dar la vida y ofrecer la muerte por la justicia. Pero no todo es vida combativa en Viento del pueblo. En este libro, la muerte es también una asechanza sobre las esperanzas y las ilusiones de la vida sentimental y familiar.

El hombre acecha trata del origen de todos los males del hombre, del origen y la causa de tanta muerte. Miguel Hernández se desmorona al saber que la causa del dolor, de la muerte, de la destrucción, de la guerra es el hombre y nadie más que el hombre. En el mundo caótico donde se está desarrollando la vida de Miguel Hernández, la vida es natural, pero la muerte ha dejado de serlo. El ser humano, los animales y las plantas viven de forma natural, pero mueren a manos del hombre. La muerte queda identificada con el ser humano, principal depredador de sí mismo. Y ese afán destructor nace del hambre: «el hambre es el primero de los conocimientos:/ tener hambre es la cosa primera que se aprende».

En medio de tanta desolación, guarda Miguel Hernández un lugar para el petrarquismo —amor más allá de la muerte—. La muerte es heroica y demanda solemnidad cuando ronda a los soldados en «El soldado y la nieve» o a los heridos en «El tren de los heridos». La muerte convertirá al poeta en un corazón helado en «Llamo a los poetas». Y es una ofrenda a la madre España, a la tierra, a quien termina por ofrecer también las vidas de su mujer y su hijo en los versos «Además de morir por ti, pido una cosa».

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