El teatro anterior a 1939
Los gustos del público burgués determinan en gran manera la orientación del teatro anterior a 1936. Por eso se habla de dos tendencias: el teatro de éxito comercial y el teatro renovador. El primero, destinado a satisfacer las exigencias del público, es un teatro costumbrista, cómico o melodramático que rehúye los planteamientos ideológicos y continúa con las formas dramáticas tradicionales. El segundo es renovador en las formas y en los temas, y hubo de esperar muchos años para ser valorado en su justa medida.
El teatro tradicionalista
Tres tendencias: la comedia burguesa, el teatro poético y el teatro cómico.
La comedia burguesa
Refleja los vicios y defectos de la burguesía. Máximo representante: Jacinto Benavente (1866-1954): Superó el carácter melodramático y la pomposidad verbal del drama posromántico, imponiendo en la escena española un naturalismo levemente crítico. Pintó ambientes suntuosos y cosmopolitas que propiciaban la evasión idealista, y trasladó a un entorno rural sus dramas de honra y sangre. Obras: La malquerida y Los intereses creados.
El teatro poético
Drama basado en la historia nacional, impregnado de fuerte ideología tradicionalista y empeñado en recuperar el verso del teatro clásico español. Representantes: Francisco Villaespesa (Doña María de Padilla) y Eduardo Marquina (El rey trovador).
El teatro cómico
Género que más complacía al público de principios de siglo era el teatro cómico, que perseguía la risa del espectador. Autores: Los hermanos Serafín (1871-1938) y Joaquín (1873-1944) Álvarez Quintero cultivaron la comedia de costumbres andaluza, construida sobre una imagen estereotipada de Andalucía (La malvaloca). Carlos Arniches (1866-1943): el más famoso autor de sainetes de su tiempo. A partir de La señorita de Trevélez, “farsa cómica” de 1916, evolucionó hacia una “tragedia grotesca”, en la que el humor y el costumbrismo se combinan con la crítica social. Pedro Muñoz Seca (1879-1936), creador del astracán, género que solo busca provocar la risa mediante situaciones disparatadas (La venganza de don Mendo).
El teatro renovado
Junto a este teatro comercial, existió otro inspirado por las corrientes innovadoras europeas, que no solía llegar a la representación. Entre los escritores que experimentaron con el lenguaje dramático sobresalen Valle-Inclán y Federico García Lorca. También Unamuno y Azorín.
El teatro de ideas
Entre los autores que utilizaron el teatro como vehículo de exposición y difusión de ideas destacan Unamuno y Jacinto Grau. Miguel de Unamuno (1864-1936) escribió un teatro desnudo, sin concesiones escenográficas, de honda significación moral. La acción es esquemática y los personajes encarnan ideas o valores. En sus obras, los conflictos se plantean con gran intensidad, pero la densidad conceptual de los diálogos dificulta la representación. Son piezas destacadas Fedra, El otro y El hermano Juan. Jacinto Grau (1877-1958) fue un dramaturgo de carácter intelectual, que aspiró a restaurar la tragedia como género teatral (El conde Alarcos). Su obra más lograda fue El señor de Pigmalión, una “farsa tragicómica” en torno al poder y los peligros de la creación.
El teatro vanguardista
Hubo un teatro experimental que sirvió para ensayar nuevas técnicas de representación escénica, pero que constituyó un rotundo fracaso las pocas veces que llegó a las tablas. Son exponentes de esta tendencia Ramón Gómez de la Serna, estética surrealista (Los medios seres); Azorín, teatro antirrealista que incluye el subconsciente y lo maravilloso (la trilogía Lo invisible) o Rafael Alberti, teatro vanguardista (El hombre deshabitado), teatro político (Noche de guerra en el Museo del Prado) y teatro poético (El adefesio). Hay que añadir las dos figuras más destacadas del teatro renovador: Valle-Inclán y Lorca. Consideración aparte merece el teatro poético de Alejandro Casona, autor del drama simbólico La dama del alba.
Valle-Inclán y el esperpento
Su personalidad excéntrica se ve reflejada en la originalidad y la teatralidad de sus escritos. Por su oposición a la estética realista burguesa, rompe con los movimientos precedentes e inicia una revolución en el mundo de las letras que le lleva a investigar distintas vías que confluyen en la creación del esperpento. La renovación temática y formal es una constante en su obra que permite agrupar su producción teatral en varios ciclos:
Ciclo modernista
Se aleja del teatro realista y convencional para acercarse al esteticismo modernista de rasgos decadentistas y simbolistas. (El marqués de Bradomín)
Ciclo mítico
Partiendo de su Galicia natal, crea un mundo mítico e intemporal, donde los personajes se rigen por la irracionalidad, la violencia, el poder, la lujuria, la avaricia y la muerte. Trilogía: (Comedias bárbaras y la obra Divinas palabras)
Ciclo de la farsa
Grupo de comedias recogidas en el volumen Tablado de marionetas para educación de príncipes.
Ciclo esperpéntico
El esperpento, más que un género literario, es una forma de ver el mundo, ya que deforma y distorsiona la realidad para hallar la imagen auténtica que se oculta tras ella. El teatro esperpéntico se inicia con Luces de Bohemia.
Ciclo final
Última etapa, representada por el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, Valle-Inclán lleva a su extremo las propuestas dramáticas anteriores: presencia de lo irracional e instintivo, personajes esquematizados y guiñolescos, técnica del esperpento.
Federico García Lorca y la tragedia
La concepción del teatro de Lorca (1898-1936) se inscribe en la línea de los intentos de renovación dramática llevados a cabo por otros autores vinculados a la Generación del 27. El teatro lorquiano se diferencia de otras experiencias teatrales renovadoras por reflejar las obsesiones personales del autor –la muerte anunciada, el destino trágico, la violencia…–, comunes a su teatro y poesía. Los aspectos fundamentales del teatro de Lorca son los siguientes:
- Intención didáctica;
- La plasmación del conflicto entre la realidad y el deseo;
- La fusión de la dimensión humana y la dimensión estética;
- La combinación de lo culto con lo popular.
En la evolución del teatro lorquiano hay tres etapas: primeras obras, dramas vanguardistas y teatro de plenitud.
Primeros tanteos dramáticos: una obra de tipo romántico (El maleficio de la mariposa); farsas para teatro de guiñol (Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita y El Retablillo de don Cristóbal); drama histórico que supuso su primer éxito (Mariana Pineda); y farsas para actores (La zapatera prodigiosa y Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín).
La segunda etapa está marcada por la experiencia vanguardista surgida a partir del viaje de Lorca a Estados Unidos en 1929. A este periodo pertenecen (El público) y (Así que pasen cinco años), dramas irrepresentables surrealistas. Se aborda la frustración del individuo que se enfrenta a la represión de sus deseos más íntimos.
En la etapa de plenitud, Lorca escribe más piezas trágicas (Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba) y el drama Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores. Las tres tragedias rurales son obras protagonizadas por mujeres que se debaten entre el principio de autoridad y el de libertad individual, conflicto que origina frustración y muerte. Bodas de sangre: una boda por intereses económicos que pretende ocultar una pasión amorosa auténtica, finaliza con un enfrentamiento sangriento.
La novela española de 1939 a 1975
La novela del exilio
Los novelistas de los años treinta se habían orientado hacia un tipo de novela social comprometida con los conflictos políticos que desembocarían en el enfrentamiento de 1936. Como consecuencia de la defensa de la causa republicana por parte de estos escritores se vieron forzados al exilio. Desde los países de Latinoamérica siguieron escribiendo y publicando, pero sus obras apenas fueron conocidas en España por la censura. Tres rasgos comunes de los novelistas: la rememoración del conflicto bélico y de la España que abandonaron; la presencia de los nuevos lugares en los que tienen que vivir y la reflexión sobre temas que afectan a la propia naturaleza y existencia del hombre. Narradores en el exilio: Ramón J. Sender (1901-1982), Réquiem por un campesino español; Max Aub (1903-1972), que escribió el ciclo El laberinto mágico, integrado por seis novelas sobre la Guerra Civil; Francisco Ayala (1906-2009), autor de obras como Muertes de perro y El fondo del vaso (1962), que abordan el tema de las dictaduras militares y Rosa Chacel (1898-1994), autora de Memorias de Leticia Valle (1945).
La novela de la inmediata posguerra (1942-1954)
La vida literaria quedó reducida a la producción propagandística de los escritores del nuevo régimen, como Agustín de Foxá o Rafael García Serrano. La represión, hambre y pobreza hicieron presa en una sociedad atemorizada. Se impuso una censura. De ese clima sórdido y opresivo dieron testimonio dos novelas: La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (1916-2002), y Nada, de Carmen Laforet (1921-2004). La familia de Pascual Duarte presenta como narrador a un parricida que justifica su biografía criminal mientras espera ser ejecutado en el garrote vil. Fue esta novela la que hizo acuñar la etiqueta “tremendismo”, corriente narrativa cuyas obras escritas en un lenguaje bronco, estaban llenas de personajes bárbaros, marginales o tarados, de conducta brutal. Nada obtuvo el Premio Nadal en 1945. Su autora vertió en ella su propia experiencia como estudiante en la Barcelona gris de la posguerra. La obra es un retrato de la vida cotidiana envenenada por las secuelas del enfrentamiento civil que plantea temas como las relaciones familiares, sórdidas y crueles, el duro contraste entre ricos y pobres o la falta de futuro de los personajes. Otros novelistas destacados son Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada, y Gonzalo Torrente Ballester, con Javier Mariño.
La novela social en los años cincuenta (1954-1962)
La novela de compromiso social adoptó dos expresiones:
- El neorrealismo, caracterizada por su vocación testimonial y su solidaridad con cualquier forma de alienación o sufrimiento humano. Dos novelas destacadas son: La colmena, donde Cela denuncia la miseria material y moral en la que está sumido el Madrid de posguerra; y El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, donde el narrador se limita a transcribir los distintos momentos vividos por unos jóvenes en un día de excursión. Características de las dos obras: enfoque objetivo con el que el narrador suele consignar los acontecimientos sin entrar en valoraciones; escasa importancia del argumento; existencia de un protagonista colectivo; concentración temporal y espacial de los hechos y sencillez; y claridad del lenguaje. Otras obras: Las ratas, de Miguel Delibes; El fulgor y la sangre, de Carmen Martín Gaite y Primera memoria, de Ana María Matute.
- El realismo crítico, con acentuada intencionalidad política, pretende contribuir a la transformación de la sociedad por medio de la denuncia de la injusticia social, y se lleva a cabo convirtiendo la obra literaria en un documento acusatorio. Tiende a utilizar personajes representativos de una clase social. Novelistas: Alfonso Grosso (La zanja), Armando López Salinas (La mina), Jesús López Pacheco (Central eléctrica)…
La renovación de los años sesenta: La novela experimental (1962-1975)
Luis Martín Santos (1924-1964) publica Tiempo de silencio, que inaugura la novela experimental, y pretendía compaginar la experimentación estructural y lingüística con el compromiso cívico o la crítica social. Rasgos:
- Paso del argumento a un segundo término;
- Multiplicidad de puntos de vista (perspectivismo);
- Destrucción de la linealidad temporal del relato;
- Empleo de la narración en segunda persona y del monólogo interior en el que los personajes expresan libre y desordenadamente sus pensamientos;
- Tratamiento innovador del lenguaje;
- Modificación del papel del lector.
Autores: Juan Goytisolo (Señas de identidad), Juan Marsé (Si te dicen que caí), Miguel Delibes (Cinco horas con Mario), Carmen Martín Gaite (El cuarto de atrás).
La novela desde 1975
Surge una nueva novela que recupera el interés por el argumento. En 1975 se publica La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, que supuso un giro en la evolución de la narrativa española. Destacan los subgéneros:
- Novela de aventuras (El capitán Alatriste);
- Policiaca y de intriga;
- Histórica;
- Intimista y lírica;
- Novela de la memoria generacional;
- Novela metaficcional;
- Novela testimonial.
En la última década del siglo XX surgen tres focos: el neocostumbrismo juvenil, la apelación a un autobiografismo moral y el llamado realismo abierto.
Poesía de 1939 a finales del siglo XX
Generación de 1936
Constituida por poetas que padecieron la Guerra Civil y sufrieron la cárcel o el exilio. Dos grupos: las revistas Escorial y Garcilaso y el de las revistas Proel, Corcel y Espadaña. Dámaso Alonso denominó a la primera de estas corrientes, poesía arraigada, y a la segunda, poesía desarraigada.
Grupo de las revistas Escorial y Garcilaso: Poesía arraigada
Este grupo está constituido por escritores vinculados al bando nacional. Emplean las estrofas y metros clásicos y sus temas están vinculados a la ideología franquista. Autores: Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero y José García Nieto.
Grupo de las revistas Proel, Corcel y Espadaña: Poesía desarraigada
Expresa en sus poemas el malestar y la angustia ante una realidad sórdida. En la aparición de esta poesía tuvieron un papel decisivo la edición en 1944 del libro Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, donde el autor manifiesta su sensación de incertidumbre y dolor existencial ante la sociedad de posguerra. Autores: Eugenio de Nora, Victoriano Crémer, José Hierro, Gabriel Celaya y Blas de Otero.
Grupos marginales: El postismo y el grupo de Cántico
Surgen en la década de los cuarenta dos movimientos poéticos. Los postistas preconizaban un retorno al surrealismo. Los poetas cordobeses de Cántico proponían preservar la estética purista y neorromántica de la generación del 27.
Poesía del exilio
Autores como León Felipe, la mayoría de la generación del 27 o su maestro, Juan Ramón Jiménez. Los primeros años de exilio estos poetas escribieron sobre la derrota en la guerra, la nostalgia de la patria perdida, o el régimen franquista, al que criticaron.
Poesía social
En la década de los cincuenta se produce una evolución del egocentrismo de la poesía existencial a la denuncia y el testimonio de la injusticia y la opresión que afligen a la sociedad. El poeta se muestra solidario con los oprimidos. Los mismos poetas, como Blas de Otero (Pido la paz y la palabra), Gabriel Celaya (Cantos iberos), José Hierro (Quinta del 42), etc.
Generación de los años 50
Grupos geográficos:
El núcleo barcelonés:
Jaime Gil de Biedma (Las personas del verbo), José Agustín Goytisolo (Palabras para Julia y otras canciones) y Carlos Barral.
El grupo madrileño:
formado por Ángel González (Palabra sobre palabra), José Ángel Valente (La memoria y los signos), José Manuel Caballero Bonald (Vivir para contarlo). Los poetas muestran una actitud distanciada, irónica y escéptica que alcanza con frecuencia a la figura del propio escritor. Prestan notable atención al lenguaje. La búsqueda de rigor estilístico es constante. En cuanto a la métrica, predomina el verso libre.
La generación de los años 70: Los “novísimos”
Jóvenes poetas que apuestan por la experimentación. 1966, año de la publicación de Arde el mar de Pere Gimferrer, libro que rompe con las poéticas anteriores, y 1970, año en que José María Castellet publica Nueve novísimos poetas españoles, antología que da nombre a la generación y recoge los poetas más innovadores del momento: Leopoldo María Panero, Ana María Moix, Félix de Azúa, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero y Vicente Molina Foix. Otros poetas no incluidos en la antología son el neobarroco Antonio Carvajal, el neorromántico Antonio Colinas, el clasicista Jaime Siles, el neodecadentista Luis Antonio de Villena o el intelectualista Andrés Sánchez Robayna.
La poesía desde 1975
El movimiento que define las tendencias estéticas y literarias dominantes en el último tercio del siglo XX y principios del siglo XXI es la posmodernidad, caracterizada por su visión transgresora de la cultura y de su papel en la sociedad.
Rasgos de la poesía desde 1975:
- Rehumanización y recuperación del yo,
- Afán de comunicación,
- No se renuncia al culturalismo, se prefieren referencias más amplias y se da cabida a mitos, temas y personajes de la cultura de masas,
- Renovación lingüística,
- En el plano métrico se alternan las formas clásicas con el verso libre,
- Humor e ironía,
- Influencia del “realismo sucio”,
- Presencia frecuente de la metapoesía.
Tendencias y corrientes
Poesía de la experiencia
De carácter realista, habla de la vida y la realidad cotidiana, el desengaño amoroso, el fracaso, el desencanto, la droga, la incomunicación o el consumismo. Uso de la narratividad, el monólogo y el diálogo dramático, las expresiones coloquiales y el sentido del humor. El protagonista indiscutible de esta poesía es el yo recreado con una clara vocación de comunicación con los lectores, por lo que se hace uso de un lenguaje poético accesible.
Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, Jon Juaristi, Carlos Marzal, Vicente Gallego…
Poesía del silencio o neopurismo
Jaime Siles, Andrés Sánchez Robayna o Álvaro Valverde meditan sobre la naturaleza de la poesía y del acto creativo, influenciados por la poesía mística, la pura y la estética de José Ángel Valente y Jorge Guillén.
Neosurrealismo
Recupera rasgos surrealistas como el verso largo, las imágenes innovadoras, la sentimentalidad neorromántica, y el mundo de la alucinación y de lo onírico. Como nombres destacados en esta línea se pueden citar Luis Miguel Rabanal, Juan Carlos Mestre, Fernando Beltrán y Blanca Andreu, que ejerció una gran influencia en los poetas jóvenes de ese momento.
Poesía épica
Poetas como Jorge Riechmann y Juan Carlos Suñén indagan en los problemas colectivos desde una óptica realista y crítica. En otra línea más minoritaria, voces como las de Julio Martínez Mesanza y Julio Llamazares ahondan en los tiempos míticos de la comunidad para buscar sus valores auténticos.
Poesía elegíaca
En la tradición de Cernuda, el grupo Cántico y Gil de Biedma, se cultiva una poesía elegíaca en la que el poeta, con un tono desengañado, reflexiona sobre el paso del tiempo y la pérdida, como en la obra de Eloy Sánchez Rosillo.
Poesía clasicista
La obra de poetas como Luis Antonio de Villena se caracteriza por su anhelo de belleza, reflejado en rasgos como una cuidada elaboración formal y la abundancia de referencias míticas.
Neoerotismo
Autoras como Ana Rossetti renuevan la poesía amorosa a partir de la transgresión de los tópicos típicamente masculinos.
En los últimos años del siglo XX se ha producido una eclosión de poetas jóvenes que no han modificado el paisaje de eclecticismo estético de los años ochenta. El cultivo de la forma clásica coexiste con el verso libre, el estilo coloquial con el barroquismo lingüístico, el culturalismo con un resurgir de la poesía social que busca la complicidad política con el lector, la lírica de la experiencia cotidiana con la poesía como exploración metafísica. Algunos de los nuevos nombres son los de Miguel Casado, Almudena Guzmán, Luisa Castro, Andrés Neuman, Benjamín Prado, Roger Wolfe, Clara Janés, Olvido Guzmán Valdés, Diego Doncel, Vicente Gallego, Carlos Marzal o Álvaro Valverde, que cuentan ya con una obra estimable.