El mundo interior y el conflicto central en La casa de Bernarda Alba
Lo que impresiona al lector o espectador de La casa de Bernarda Alba, más que la anécdota argumental, es el mundo interior representado en escena: las relaciones humanas y sociales que se establecen entre los personajes, los conflictos que se desarrollan dentro de la casa y los sentimientos apasionados que provocan el drama.
En la obra, el eje nuclear de la acción dramática es la represión ejercida por una moral estricta y autoritaria y las ansias de libertad de las personas esclavizadas por esta moral. Es decir, es el enfrentamiento entre dos actitudes vitales y dos ideologías:
- Modelo de conducta autoritario y rígido: Una actitud que defiende una forma de vida dominada por las apariencias, las convenciones sociales y la moral tradicional basada en el autoritarismo. Está representada por Bernarda, tiránica y anuladora de ilusiones, que impone su poder sobre sus hijas: «Hasta que salga de esta casa…».
- Modelo abierto y progresista: La otra actitud que proclama, por encima de todo, la libertad del individuo para pensar, opinar y actuar, encarnada por María Josefa y Adela.
En este enfrentamiento reside el tema central y estructurador de la obra. El resto de los temas, secundarios, completan la visión dramática de Lorca. Entre estos destacan:
- El amor sensual y la búsqueda del varón.
- La hipocresía (el mundo de las falsas apariencias).
- Los sentimientos de odio y de envidia.
- La injusticia social y la marginación de la mujer.
- La honra.
La imposición de la moral puritana
La oposición se plantea desde el principio. Bernarda, dueña de una moral muy puritana, niega a sus hijas y a su madre la libertad de poder decidir qué hacer con sus vidas e intenta imponer sus normas opresivas basándose en la autoridad que le concede su posición de «cabeza de familia».
Por ejemplo, impone un luto de ocho años y ello provoca una leve protesta de Magdalena que es sofocada de inmediato: «Aquí se hace lo que yo mando…». Frente a la posición de Bernarda está la de las criadas, la abuela y las hijas, que son las personas esclavizadas, las que más sufren, sobre todo la menor, que no quiere «perder su blancura» encerrada. Esto genera en ellas un ansia de libertad y una pasión incontrolable.
Rebelión frente a resignación
María Josefa (madre de Bernarda) y Adela (hija menor de Bernarda) intentan rebelarse y hacer frente a su dominio, mientras que las demás hijas (Angustias, Magdalena, Amelia y Martirio) aceptan con resignación su suerte, siendo Martirio la que ocasionalmente se enfrenta a su madre. La Poncia y la criada viven bajo el dominio y autoridad de Bernarda, pues le temen, no se atreven a enfrentarse a ella y se limitan a murmurar a sus espaldas.
El autoritarismo como eje del carácter de Bernarda
El autoritarismo de Bernarda es una constante en su actitud y en su carácter. Se manifiesta desde su primera intervención, siendo «¡Silencio!» la primera y última palabra que Bernarda pronuncia en el drama. El principio de autoridad responde, aparentemente, a una visión clasista del mundo en donde cristaliza una moral social fundada en preceptos negativos, limitaciones y constricciones.
Además, este principio está condicionado por «el qué dirán» y por la necesidad de defenderse. La dictadura de Bernarda pretende salvar la apariencia, como confiesa a Angustias en el tercer acto: «Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar».
El comportamiento de Bernarda se orienta a salvar la «buena fachada» familiar y, pese a su vigilancia, el sepulcro blanco que es su casa-cárcel contiene una negra tormenta que acabará estallando. Por ello, marca rígidamente la relación que deben tener sus hijas con los hombres y la que desobedezca sufrirá las consecuencias: «una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en enemiga».
Cuando Angustias reivindica su derecho a saber por qué el Romano, su novio, ronda la casa hasta las cuatro de la madrugada, su madre le contesta: «Tú no tienes más derecho que a obedecer». Del mismo modo, restablece el orden cuando sus hijas discuten: «Silencio digo…». Todas las mujeres de la casa deben someterse a su disciplina: «Mi vigilancia lo puede todo».
El instinto de poder y la ceguera ante la realidad
Bernarda impone en el universo cerrado de su casa el único orden posible, necesario y verdadero, y contra el cual no se admite protesta ni desviación alguna. A lo largo del drama aparece el instinto de poder como otra fuerza más oscura y primitiva que sirve de base del principio de autoridad instaurador de un orden indiscutido.
Poder que se quiere absoluto y que negará no solo toda libertad personal —la propia y la de los demás—, sino todo sentimiento, deseo o aspiración, e, incluso, toda realidad. Bernarda no es solo autoritaria, tirana, fría y cruel, como la van definiendo la Poncia y la criada, sino que es fundamentalmente ese instinto de poder el que le niega la misma realidad.
Frente a este instinto de poder se opone, como fuerza conflictiva, otro instinto no menos elemental: el sexo, tan ciego como el instinto de poder. La consecuencia es la imposibilidad de toda comunicación, de todo compromiso. Bernarda y sus hijas están frente a frente, aisladas e incomunicadas. De este enfrentamiento solo puede resultar la destrucción de una de las dos partes enfrentadas.
La rebeldía de Adela y el trágico final
Sin embargo, el deseo de libertad y el impulso amoroso de Adela son más fuertes que su temor a la autoridad materna. Desde el comienzo de la obra manifiesta su rebeldía:
- Lleva un abanico de flores rojas y verdes en lugar del abanico negro prescrito por el luto.
- Se prueba su vestido verde y lo luce ante las gallinas.
- Expresa sus deseos de libertad y su decisión de romper con las normas de Bernarda: «Nadie podrá evitar que suceda…», «Mi cuerpo será de quien yo quiera…».
Al final se produce el enfrentamiento directo con su madre, le arrebata el bastón (símbolo de autoridad), lo parte en dos y defiende su recuperada libertad: «¡Aquí se acabaron las voces de presidio!… ¡En mí no manda más que Pepe!».
Las salidas ante la tiranía: Locura o suicidio
Quien no acepte ese mundo estructurado bajo la ley impuesta por Bernarda solo tiene dos salidas: la locura o el suicidio.
- La locura: Es la única vía de escape para el personaje de María Josefa, maltratado y enclaustrado en una habitación. Su prisión es más asfixiante que la de las hijas, pues su espacio vital es más reducido. Pero su locura le da fuerzas para proclamar sus deseos de libertad, enfrentarse a Bernarda y denunciar su tiranía y sufrimiento, así como el sometimiento de las otras mujeres.
- El suicidio: Por otro lado, Adela acaba suicidándose como último signo de rebelión en defensa de una libertad imposible.
La posibilidad de conseguir la libertad contra la tiranía ha tomado cuerpo en escena. Este hecho acaba con el camino de libertad para sus hermanas. De nuevo se impone la dominación de Bernarda y sus hijas se ven condenadas a vivir encerradas sin esperanza. Si alguna de ellas tuviese la tentación de soñar con el amor o con la libertad, se le haría presente el amargo final de Adela por haberse atrevido a desafiar la autoridad de Bernarda.
Las palabras finales de Bernarda: «La hija menor de Bernarda Alba ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!» cierran aún más herméticamente ese mundo y lo consolidan contra la verdad y contra la muerte. Nadie, a partir de ahora, intentará una nueva rebelión. Todas conocen la verdad, pero ninguna romperá el silencio.
