Transformaciones en la Narrativa Española entre 1940 y 1970

La novela de los años 40

Dadas las dramáticas circunstancias de la primera posguerra, no sirven de modelo ni la novela “deshumanizada” novecentista ni las formas vanguardistas de autores como Ayala o Gómez de la Serna. Solo la obra de Baroja puede servir de ejemplo.

Sin incluir la narrativa del exilio, que refleja el mundo peculiar del expatriado, con autores como Arturo Barea (La forja de un rebelde) o Ramón J. Sénder (Crónica del alba), podemos constatar distintas tendencias en la narrativa de estos años:

  • Realismo convencional y nacionalista: Juan Antonio de Zunzunegui, con novelas que pretenden ser “trozos de vida” (La úlcera, 1949), donde no rehúye aspectos sórdidos y descarnados. Otros narradores en esta línea son Ignacio Agustí o José María Gironella, que ofrece una interpretación católica y muy convencional de la guerra.
  • Se acogen a las técnicas del realismo tradicional, pero luego evolucionarán a formas más innovadoras autores como Miguel Delibes (La sombra del ciprés es alargada, 1948) o Gonzalo Torrente Ballester (Los gozos y las sombras).
  • Novela tremendista: Tras la guerra, relata historias truculentas en muchos casos de ambiente bélico, con un neorrealismo que utiliza un lenguaje bronco y expresivo que refleja ambientes miserables. Ofrece una visión degradante de la vida y el hombre, siendo la versión española del existencialismo que se desarrolla al final de la década.

Sus antecedentes son la picaresca de Quevedo, el naturalismo decimonónico, el esperpento o las novelas expresionistas de principios de siglo. La corriente se iniciaba con autores que exaltaban la victoria bélica como Rafael García Serrano, pero Camilo José Cela irrumpe en ese panorama con un drama humano más profundo y no marcado por el maniqueísmo partidista: La familia de Pascual Duarte.

Realismo existencial: Novela sobre la incertidumbre de los destinos humanos y la ausencia o dificultad de comunicación personal desde una postura negativa, reflejando la amargura de la vida cotidiana. Los temas son la soledad, inadaptación, frustración y muerte. Los personajes son marginales, desarraigados, desorientados y angustiados.

Se tiende a la reducción del espacio; los personajes sufren presiones insoportables en un ámbito enrarecido. Los narradores prescinden de los artificios estilísticos, aunque algunos son innovadores. Normalmente, se derivan hacia el enfoque social. Las obras más clave son Nada de Carmen Laforet y Algo pasa en la calle de Elena Quiroga.

La novela de los años 50: Novela del realismo social

Renace la novela española con una nueva generación de escritores que, junto a la primera generación de posguerra, desarrollan una narrativa comprendida. La obra más importante de Camilo fue La colmena en 1951, germen de una actitud crítica que luego desarrollarán muchos novelistas. En ella se documenta la España de los primeros años 40 con sus secuelas de pobreza, miseria y desigualdades sociales.

Fue prohibida por la censura. El protagonista colectivo y la unidad provienen del ambiente de la miseria en el que viven los personajes. Es un ejemplo de relato objetivista; el tiempo queda reducido a tres días y el espacio es limitado a una zona.

Este tipo de novela social y neorrealista refleja la realidad española y sirve como instrumento de denuncia de las injusticias sociales. El tratamiento formal se caracteriza por:

  • Objetivismo: El narrador se limita a dar cuenta de los hechos sin emitir juicios de valor, como si fuese una cámara. Es un tratamiento conductista, pero es inevitable la selección de los hechos, ambientes y personajes, por lo que la objetividad no puede ser total. Predomina el diálogo.
  • Protagonista colectivo: No interesa la caracterización de un personaje en particular; habrá alguno más representativo de un grupo social.
  • Desarrollo breve de la acción: En reducidos espacios, la concentración también es temporal; en muchos casos, la acción transcurre en poco tiempo.
  • Lenguaje sencillo: Aunque hay obras con pasajes profundamente líricos.
  • Reflejo fiel de la realidad: Utilizan a menudo la técnica cinematográfica y se detienen más en las conductas de los personajes que en su psicología. El deseo de transformación social, más que inculcarse, se deja entrever de modo que sea el lector quien traiga conclusiones.

Destacan los siguientes temas:

  • El mundo de lo cotidiano: El fulgor y la sangre (1954) de Ignacio Aldecoa muestra la épica de los pequeños oficios; Los bravos de Fernández Santos, la monotonía y dureza de la vida en el campo.
  • La soledad y la incomunicación del individuo dentro de una sociedad provinciana: Fiesta al noroeste (1953) de Ana María Matute.
  • La visión crítica del pensamiento y la cultura de la época: Aunque es un tema común a todos los autores, sobresale El Jarama (1956) de Rafael Sánchez Ferlosio.

Dos tendencias del realismo social de los 50:

  • Objetivismo: Tiene como modelo la narrativa conductista americana y como referente más próximo el nouveau roman francés, del que toman técnicas como el objetivismo en las descripciones, la relación en tiempos simultáneos, la importancia del entorno y los objetos.
  • Realismo crítico: Comparte sus mismos rasgos en muchas ocasiones, pero muestra una intencionalidad de crítica social más explícita. Sus personajes suelen ser tipos predefinidos que encarnan los valores propios de la clase social o grupo al que representan.

La novela de los 60 y los principios de los 70

Durante los años 60 se produce de manera paulatina la decadencia del realismo social de la década anterior y su progresiva sustitución por nuevos modos expresivos: literatura experimental e incluso neovanguardismo.

Esto produce un alejamiento de la concepción de la literatura como arma de lucha política. No falta la intención crítica, pero se centra el interés del escritor en la experimentación técnica y lingüística.

Hay un boom hispanoamericano con la publicación en 1963 de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Otros antecedentes del extranjero son Marcel Proust y del nouveau roman francés, de donde se extraen técnicas novedosas y se produce una ruptura con la narrativa tradicional.

Características de la novela experimental de los 60:

  • La trama narrativa pierde importancia; el argumento se difumina y la acción es mínima. Se mezclan sucesos verosímiles con otros imaginarios o fantásticos.
  • Los personajes sufren profundas transformaciones; normalmente se reduce el número de los secundarios. El protagonista puede ser el centro de la novela, pero ser definido como un ser amorfo sin perfiles nítidos.
  • El espacio tiende a ser reducido e incluso se convierte en un marco impreciso.
  • Hay cambios en el tiempo novelesco: se evita el relato cronológicamente lineal; la temporalidad se fragmenta con saltos atrás y anticipaciones prospectivas.
  • En cuanto a la estructura, al no haber progresión lineal de la acción, suele perderse la distribución tradicional en exposición, nudo y desenlace. Encontramos novelas de estructura abierta; a veces ni siquiera hay un final definido.
  • Fluctuación del punto de vista: desde el objetivismo pasando por el narrador omnisciente, el narrador personaje o el uso de la segunda persona, hasta la combinación de estos métodos en una misma obra. Son habituales las intromisiones del narrador con disgregaciones y comentarios.
  • La renovación lingüística y estilística es también significativa: léxico rebuscado, rupturas sintácticas, oraciones largas y complejas.
  • Se ponen en juego recursos técnicos de inusitada variedad: descripciones, diálogos, monólogos… En ocasiones se suprimen los signos de puntuación, se eliminan los capítulos y se sustituyen por fragmentos separados por espacios en blanco.

Técnicas narrativas: Destacan el contrapunto o estructura caleidoscópica, el monólogo interior, la incorporación de otros textos literarios o no literarios…

Exige del lector una sólida preparación cultural para advertir las estrategias narrativas y una participación activa para entender el sentido de la obra.

Autores y obras significativas:

Las obras literarias tienden a indagar la experiencia personal y reflejar estados de conciencia. 1962 fue un año decisivo con la publicación de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, que está considerada como elemento clave en la evolución de la literatura española del siglo XX. Recorre diversos ambientes y lugares de Madrid, deteniéndose y ampliando los sucesos objetivos con los monólogos interiores de los personajes, descripciones y mostrando los prostíbulos madrileños, la vida cultural y la miseria de la clase media.

En estos años, Miguel Delibes llega a su cúspide narrativa con 5 horas con Mario (1966), un largo monólogo interior en el que una mujer bella habla a su marido recién fallecido durante una noche en la que salen a relucir las frustraciones y culpabilidades.

Luego, para la vanguardia literaria, volverá a una narrativa más convencional, recuperando el tono social con Los santos inocentes y abordará el de la novela histórica con El hereje.

Juan Benet con Volverás a Región, Torrente Ballester con La saga/fuga de J.B. (1972) o Juan Goytisolo también son relevantes. A partir de 1975, cansados de la experimentación, recuperan el placer de narrar con obras como La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza.

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