La Elocución: El Arte de la Expresión en el Discurso
La elocución (elocutio) es la tercera fase fundamental en la elaboración de un discurso. Se centra en la expresión lingüística de los argumentos desarrollados en la inventio. Mientras que la inventio se ocupa de las ideas (res), la elocutio se enfoca en las palabras (verba). La dispositio, por su parte, abarca ambos aspectos, ya que no solo organiza los conceptos, sino también la manera de ordenar las expresiones lingüísticas y disponer las figuras retóricas.
La función primordial de la elocución es la elección de las palabras adecuadas y su combinación a lo largo del discurso. De esta selección y combinación depende la belleza resultante del mensaje y, por ende, su capacidad de persuasión.
Virtudes y Defectos del Discurso
Las virtudes del discurso son las cualidades positivas que la elocución debía poseer para ser considerada hermosa y efectiva. Los errores, o vicios, consisten en la ausencia de estas virtudes. Los retóricos clásicos elaboraban listas que servían como elementos reguladores, proporcionando al orador los criterios y límites del buen hablar.
Es importante destacar que un mismo fenómeno lingüístico podía ser considerado bueno o malo según la pertinencia de su uso. Algo que en principio parecía un defecto podía incluso convertirse en un elemento de adorno. No existen elementos intrínsecamente buenos o malos; su valor depende siempre del contexto. Si las desviaciones del lenguaje se realizan con una intención estética, se aceptan y se denominan licencias. Sin embargo, si resultan en algo carente de arte, se convierten en vicios y deben evitarse.
El discurso está, por tanto, sometido a los preceptos de dos artes fundamentales: la gramática y la retórica.
Principios de la Elocución: Puritas y Cualidades Retóricas
Puritas (Pureza Lingüística)
La puritas se refiere a la corrección y pureza del lenguaje. Para determinar si una forma era correcta, se recurría a varios criterios:
- Razón: Se creía que el lenguaje era un sistema lógico, y se usaba la lógica para averiguar la corrección de una forma. Se postulaba una relación necesaria e intrínseca entre significado y significante.
- Antigüedad: Tanto griegos como romanos consideraban que el uso de arcaísmos confería majestuosidad al discurso.
- Autoridad: Relacionado con el punto anterior, si un autor prestigioso (antiguo o contemporáneo) utilizaba una palabra, se consideraba correcta basándose en su autoridad literaria.
- Costumbre: Este es el criterio predominante en la actualidad. Si una palabra es utilizada por una cantidad suficiente de hablantes, se acepta. Lo que ayer pudo ser un error, mañana puede ser aceptado por ser la forma usual.
Cualidades Retóricas Esenciales
Además de la puritas, la retórica clásica enfatizaba otras cualidades cruciales para la efectividad del discurso:
- Claridad: Implica transparencia, no solo en la elección de las palabras, sino también en la estructuración del discurso. Se refiere a usar palabras adecuadas para lo que se quiere significar y mantener una ordenación normal. Un hipérbaton, por ejemplo, puede ser una licencia si contribuye a la claridad o al efecto deseado.
- Propiedad: Esta cualidad recibe gran importancia en los manuales de retórica, ya que de ella depende la calidad del discurso, aunque su definición a menudo es etérea. Requiere una congruencia interna y externa. El discurso debe ser adecuado a las circunstancias en las que se pronuncia (congruencia externa). La coherencia interna implica tener claro el tipo de discurso para encontrar el tono apropiado.
Ornato (Ornatus): El Adorno del Discurso
La retórica, en gran medida, evolucionó hacia el estudio del ornatus, el arte de adornar el discurso. Se enseñaba a embellecer el lenguaje, incluso para el escritor literario, siguiendo preceptos específicos. Esto llevó a la creación de una terminología retórica dedicada al adorno del discurso.
La palabra ornatus proviene del latín ornare, que originalmente significaba ‘dotar de elementos a algo’. Con el tiempo, su sentido se amplió y se hizo más figurado, refiriéndose a elementos estéticos que hacían algo más hermoso o rico. Así, ornare pasó a significar ‘embellecer’, aunque conservando su sentido original.
Adornar un discurso implica dotarlo de elementos, principalmente figuras estilísticas, con la finalidad de transformar una expresión neutra en una expresión hermosa y llamativa. En latín, ‘condimentar’ se dice condire, y se hablaba de una condita oratio o un conditio sermo (discurso sazonado, condimentado, aliñado) para designar aquel discurso enriquecido con figuras estilísticas.
Las figuras estilísticas se definían metafóricamente como flores, lumina o colores del discurso. El término que se ha generalizado es figura, que también tiene un origen metafórico.
El Concepto de Figura Estilística
La palabra figura en latín significaba una materia a la que se le da forma, y en un plano más abstracto, la forma resultante. También podía referirse a una imagen o al aspecto externo de algo, incluyendo no solo la estructura, sino también características como el color o el tacto, ampliando así su sentido.
Este término se aplicaba a la forma que un cuerpo humano adopta para ser bello, es decir, la pose. Era paralela a la palabra griega que dio origen a esquema (estructura), utilizada también para designar la posición artística del cuerpo.
Cuando la disciplina de la retórica llegó con su lenguaje especializado, los griegos adoptaron su palabra para esquema para designar lo que hoy llamamos figuras estilísticas. Los latinos, al encontrarse con este concepto, lo tradujeron como figura, ya que en latín esta palabra había evolucionado de significar ‘postura del cuerpo’ a designar ‘figuras estilísticas’.
En resumen, una figura estilística es un recurso mediante el cual se dota a las palabras de una calidad estética que antes no poseían. Su propósito es alejar la expresión de lo anodino y es producto de una voluntad consciente y artística de elevar la categoría del lenguaje.