La Narrativa Española de Principios del Siglo XX
Del 98 a la Guerra Civil
La narrativa en estos años está marcada por tres momentos: el empuje de la Generación del 98, el intelectualismo de la Generación del 14 y la politización de la novela en los años previos a la Guerra Civil.
La Generación del 98
La Generación del 98 revitaliza la novela. Cuatro obras de 1902 coinciden en el rechazo al realismo del siglo XIX y en la angustia vital propia de toda época de crisis. Se impone la preocupación existencial, social, filosófica, la preocupación por la situación del país. Los del 98 huyen del costumbrismo y la retórica simple antigua, por eso tienen un estilo sobrio, sencillo y natural.
Hay varios temas recurrentes: la preocupación por España y la historia, buscando las raíces del «alma española». Los libros de viajes se cultivarán mucho y criticarán aspectos negativos de los pueblos con intención reformista. Son comunes el uso de palabras tradicionales, la técnica impresionista y los diálogos densos que hacen pensar, pero cada autor tiene su individualidad: cuidan la expresión para conseguir belleza (Valle-Inclán), minuciosidad (Azorín), reflexión (Unamuno) y rapidez (Baroja).
Valle-Inclán evoluciona desde el modernismo de sus Sonatas (1902-1905), llenas de melancolía y evasión espacio-temporal características, hasta el expresionismo desagradable de sus esperpentos, en los que deforma grotescamente la realidad con personajes fantoches, para retratar la sociedad sin virtudes de la nobleza: valor, justicia, generosidad, etc. En su obra Tirano Banderas critica un dictador americano y en la trilogía El ruedo ibérico satiriza la corte de Isabel II. Entre medias publica su trilogía La guerra carlista, atraído por el heroísmo romántico de los carlistas.
Azorín, en La voluntad, en boca de Yuste defiende la nueva novela. Sus novelas tienen mucho de ensayo y algunas de autobiografía. Es el que más atención presta al paisaje, a los clásicos como Cervantes y a la reinvención de personajes conocidos. Sus temas preferidos son la angustia por el paso del tiempo, el hastío, la angustia vital.
Unamuno dará a sus novelas un nombre nuevo: nivola; son textos en los que cabe todo. Así, en Amor y pedagogía, introduce al final un tratado de papiroflexia como burla grotesca. Es el autor más intelectual. Busca la esencia española en el paisaje y la historia anónima de sus gentes. La angustia vital y los conflictos religiosos provienen de su imposibilidad de encontrar sentido a su existencia y a la de Dios.
Baroja suele agrupar sus novelas en trilogías (La lucha por la vida, La raza) y otras en volúmenes como en Memorias de un hombre de acción. Baroja piensa que la novela es «un saco donde cabe todo» (lo filosófico, lo psicológico, la aventura, etc.). Sus personajes de obras como La busca o El árbol de la ciencia parecen que buscaran una felicidad que no encuentran, bien por su apatía o por las circunstancias. Azorín le llama «pesimista irreductible».
La Generación del 14 o Novecentismo (1906-1926)
Integra a intelectuales que están entre el noventayochismo y las vanguardias. Son más vitales que los del 98, más europeístas y liberales. Aparte de sus ensayos y cuentos, también destacan en dos tendencias narrativas: la lírica y la intelectual.
En la novela lírica resalta Gabriel Miró quien, como dice Dámaso Alonso, es el «gran poeta en prosa». La melancolía y lo sensorial recuerdan la prosa modernista, pero su búsqueda de perfección formal es novecentista. Destaca por la sensibilidad y la sensorialidad hacia la luz, color, aromas, sonidos; por la musicalidad y el lirismo, hasta el punto de hacer de la acción algo secundario. Nuestro Padre San Daniel (1921) y El obispo leproso (1926) son las obras más interesantes.
En la novela intelectual destaca Ramón Pérez de Ayala, que escribe novelas generacionales como A.M.D.G., muy crítica con su colegio de jesuitas, y también novelas «poéticas» sobre la vida española, con la técnica del contraste vida/muerte; alegría/dolor, etc. La etapa de madurez es la de novelas de temas universales o intelectuales: Belarmino y Apolonio trata el problema de la incomunicación de los seres humanos; Luna de miel, luna de hiel el del amor y la educación sexual de los adolescentes y Tigre Juan, del honor del hombre vinculado a la fidelidad o no de la mujer. Hay perspectivismo incluso en la forma o en los personajes.
También hay novela humorística como la de Wenceslao Fernández Flórez en Las siete columnas, ficción sobre qué pasaría si desaparecieran los siete pecados capitales, y Ramón Gómez de la Serna, cuya novela El torero Caracho distorsiona la visión de la fiesta de los toros. La novela corta muere con los novecentistas.
A finales de los años 20 destaca un grupo de autores, llamados los prosistas del 27, influidos por Ortega y Gasset. Practican una literatura deshumanizada o prosa de vanguardia; lo importante para ellos es la originalidad, la fantasía, la imaginación, el humor, el ingenio y la ironía, por ello, la obra no debe mostrar preocupaciones morales, sociales y políticas. Se centran tanto en la estructura como en el estilo. Destacan Francisco Ayala, Max Aub, Corpus Barga o Rosa Chacel.
En 1930 se publica el ensayo El nuevo romanticismo de José Díaz Fernández donde se defiende la necesidad de «rehumanizar el arte».
A mediados de los años 30, años de la República y la preguerra civil, la novela se politiza, y encontramos los llamados «novelistas sociales de la preguerra», como Ramón J. Sender o Max Aub. Durante la guerra, la novela tendrá menor presencia que la lírica.