La literatura española del siglo XX
El Novecentismo y la Generación del 14
Dentro del Novecentismo o Generación del 14 se incluye a un grupo de intelectuales situados a caballo entre los escritores modernistas y del 98 y las vanguardias. Estos escritores empiezan a escribir a comienzos del s. XX y adquieren relevancia en torno al 1914, pero no tienen realmente conciencia de pertenencia a grupo alguno. Sin embargo, sí podemos observar características comunes:
- Tienen una gran formación intelectual, lo cual se refleja tanto en la profundidad y rigor de su pensamiento como en la propia creación literaria.
- Sus obras son elaboradas y reflexivas, y se preocupan mucho por la pulcritud y el cuidado formal de sus textos.
- Pueden concebir el arte como puro juego, alejado completamente de la vida; algunos, incluso, escriben solo para las minorías cultas.
- No olvidan el problema de España, pero lo tratan con mayor serenidad y menos dramatismo que los autores del 98; frente al localismo del 98 tienden a un mayor universalismo.
- El ensayo es, junto con la novela, el género que más cultivan.
Ramón Pérez de Ayala, autor marcadamente intelectual que emplea un lenguaje cuidado y elegante (Luna de miel, luna de hiel). José Ortega y Gasset, uno de los intelectuales más relevantes y de mayor prestigio de todo el siglo XX, destaca fundamentalmente por su producción filosófica y ensayística (La rebelión de las masas; La deshumanización del arte). Gabriel Miró, creador de una prosa poética de exquisita sensibilidad (El obispo leproso).
Las Vanguardias
Entre las dos guerras mundiales (1918-1939) se producen en Europa multitud de movimientos estéticos caracterizados por su afán experimental y su voluntad de ruptura con respecto al arte anterior: son las llamadas Vanguardias (Futurismo, Surrealismo, Cubismo, Dadaísmo…), movimientos muy diversos y de muy diferente fortuna.
En España el iniciador de las vanguardias es Ramón Gómez de la Serna, famoso sobre todo por sus greguerías: composiciones de una sola frase que combinan la metáfora, el humor y la agudeza conceptual.
A partir de 1918 comenzaron a desarrollarse el Creacionismo y el Ultraísmo, las dos vanguardias de origen hispánico. El Creacionismo fue iniciado por el chileno Vicente Huidobro, considera al poeta un pequeño dios capaz de crear con su poesía objetos nuevos e independientes de la realidad. El Ultraísmo, cuyo principal promotor fue Guillermo de la Torre, integra las vanguardias de aquellos años. Su propio nombre sugiere el deseo de ir más allá para crear una nueva estética: primacía de la metáfora, concepción del arte como juego, supresión de los signos de puntuación, creación de poemas visuales…
Las vanguardias, más abundantes en manifiestos, planteamientos teóricos e intenciones que en creación artística, propiciaron un clima literario de renovación y prepararon el camino para que se desarrollasen las grandes obras de los poetas del 27.
La Generación del 27
La Generación del 27 está integrada por un grupo de escritores, principalmente poetas, nacidos entre los últimos años del s. XIX y los primeros del s. XX, que se caracterizan fundamentalmente por su intento de renovar la poesía aunando tradición y vanguardia.
Estos poetas desarrollaron actividades comunes en la Residencia de Estudiantes y participaron en la conmemoración del tercer centenario de la muerte de Góngora, acto cultural que dio origen al nombre de la generación. Aunque todos sus componentes son fuertes individualidades, pueden señalarse características comunes:
- Lograron renovar sin rechazar tajantemente la tradición.
- Supieron integrar lo culto y lo popular.
- Crearon obras originales y personales en las que coexistían lo universal y lo español.
Así, reciben influencias de las vanguardias (creacionismo, ultraísmo, surrealismo) y de autores contemporáneos (especialmente Juan Ramón Jiménez), pero también sintieron veneración por nuestros clásicos (Garcilaso, Góngora). No solo volvieron los ojos a estos autores, sino también a la lírica popular y tradicional, de donde recuperaron versos y estrofas que conviven con el verso libre.
En la evolución de estos autores podemos distinguir tres etapas:
1.- Hasta 1927 aproximadamente
En una primera fase, predomina la tendencia a una poesía pura, deshumanizada, debido a la influencia de las vanguardias, de Ramón Gómez de la Serna y de Juan Ramón Jiménez, autor al que en un principio tomaron como modelo. Al tiempo, se produce la recuperación de la poesía clásica (fundamentalmente Góngora) y de la poesía popular.
2.- De 1927 a la Guerra Civil
El homenaje a Góngora marca el comienzo de una segunda fase en la que se produce la humanización de la poesía, debido sobre todo a la influencia del Surrealismo, que supone un intento deliberado de transmitir el estado caótico, incongruente, de la mente del artista. El resultado es una poesía difícil, dirigida al subconsciente del lector, y no a la interpretación racional. Con el Surrealismo penetran de nuevo en la literatura los problemas humanos y existenciales, junto a la protesta social y política.
3.- Después de la guerra
La Generación del 27 fue casi toda republicana, por lo que no debe extrañar que casi todos sus miembros se exiliasen a distintos países europeos y americanos. El grupo quedó disperso y, a partir de entonces, cada uno siguió su propia evolución poética personal.
- Aleixandre: La destrucción o el amor, Sombra del paraíso.
- Guillén: Cántico, Clamor.
- Salinas: La voz a ti debida, Razón de amor.
- Cernuda: La Realidad y el Deseo.
- Alberti: Marinero en tierra, A la pintura.
- Lorca: Poema del Cante Jondo, Romancero Gitano, Poeta en Nueva York.
El Teatro hasta 1936
A la altura de 1900 continúan representándose obras de autores realistas como Galdós, Echegaray, etc. Pero surgen además nuevas tendencias y autores afines al modernismo y, en esta línea, comienza su carrera Jacinto Benavente. Su primera obra, El nido ajeno (1894), alejada de la grandilocuencia del teatro de Echegaray, fue alabada por los jóvenes modernistas. Posteriormente evolucionó hacia el conservadurismo tanto estético como ideológico y su éxito fue desde entonces permanente: Los intereses creados (1907), La malquerida (1913).
Pero la corriente teatral más típicamente modernista es el llamado teatro poético, que reivindica una vuelta a la tradición teatral española y se inspira en las comedias barrocas y en los dramas románticos. Se recrean asuntos de la historia nacional y se utiliza un verso sonoro y retórico. Destaca Eduardo Marquina: Las hijas de Cid (1908), El Gran Capitán (1916).
Dentro del teatro cómico la figura más destacada es la de Carlos Arniches, prolífico autor de sainetes de ambiente madrileño en los que crea un peculiar lenguaje castizo que pasaría luego de la lengua literaria al uso popular. La decadencia del sainete llevó su teatro, a partir del estreno de La señorita de Trevélez, por el camino de lo que él denominó tragedia grotesca, en la que se funde lo cómico y lo patético, lo risible y lo conmovedor.
Dos autores brillan con luz propia: Valle-Inclán y García Lorca. Valle-Inclán es el creador de un teatro muy personal y alejado de los convencionalismos de su época. Simplificando, podemos dividir su producción dramática en dos etapas: la etapa del primitivismo y la etapa de los esperpentos.
A la primera pertenece la trilogía Comedias bárbaras, en la que nos presenta la violencia, la barbarie, las pasiones desbordadas, así como el mundo rural con sus leyendas, mitos y supersticiones populares.
De la segunda etapa destacan Divinas palabras y, sobre todo, Luces de bohemia, la obra clave de su producción dramática y un hito en la historia del teatro. A lo largo de quince escenas, la obra refiere las últimas horas de Max Estrella, un poeta ciego y fracasado que, en compañía de don Latino de Hispalis, recorre durante una noche un Madrid absurdo, brillante y hambriento.
También el teatro de Lorca se separa de los moldes dramáticos dominantes. Lorca se inclinó desde muy pronto al teatro, género al que atribuyó una función social y una función didáctica. Su producción dramática es muy variada: escribió farsas para guiñol, farsas para personas (La zapatera prodigiosa), teatro vanguardista (El público, Así que pasen cinco años); pero la cima de su teatro la constituyen sus tres tragedias: Bodas de sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936). El tema central de éstas surge siempre de un conflicto entre lo que se ha llamado principio de autoridad y principio de libertad, entre el deseo y la realidad, con la frustración como resultado. Los personajes sufren por la opresión del círculo familiar o social, y su lucha contra las normas o restricciones impuestas constituye su auténtico drama, es decir, su vida.
La Novela Española desde 1939 hasta 1974
La novela existencial: los años cuarenta
A la ruptura social provocada por la Guerra Civil y a la desorientación lógica en los primeros años de la posguerra, se añade el aislamiento cultural e intelectual por la rigurosa censura del régimen franquista.
Aunque hubo una narrativa de tema bélico (de escasa calidad), la corriente novelística más interesante es aquella que empezó a tratar la realidad del momento. El malestar, el desconcierto, la desesperanza, la angustia ante la amarga y absurda experiencia de la vida, son los temas de muchas novelas, que han sido englobadas bajo la denominación de realismo existencial. Suele haber un protagonista único (son novelas de personaje), que se siente perdido o prisionero en un ambiente cerrado y amenazador. Los dos títulos más representativos son La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, y Nada (1945) de Carmen Laforet.
La novela social: los años cincuenta
A principios de los años cincuenta comienza el llamado realismo social. La publicación en 1951 de La colmena, de Camilo José Cela, marca una nueva etapa, con la sustitución del protagonista individual por el protagonista colectivo. En esta década se da a conocer una nueva generación de novelistas preocupados más por la situación social del país que por lo individual. Estos escritores asignan una función social a la literatura y reflejan de forma objetiva una realidad que pretenden transformar. Frenan la fantasía y la imaginación para centrarse en la vida cotidiana de las clases populares. Con un enfoque casi documental, reproducen fielmente su manera de hablar y sus modos de vida.
Denuncian la injusticia social así como la falta de autenticidad y los prejuicios de la burguesía adinerada y de las clases dirigentes.
Novelas representativas de este período, además de las ya citadas, son: El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio; La noria, de Luis Romero…
La novela experimental: desde los años 60 y 70
Durante los años sesenta la novela sufre una importante transformación que continuará en la década posterior. El cansancio de la literatura social así como le acercamiento a la novela europea moderna y a la novela hispanoamericana son las causas fundamentales de este cambio. La obra clave, punto de partida de la experimentación en la novela, es Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos.
Una de las características de estas novelas es que en ellas el contenido social va perdiendo importancia y hay una mayor preocupación por la técnica y la experimentación. Los nuevos procedimientos narrativos que utilizan los escritores son:
- El monólogo interior: reproducir el pensamiento de un personaje tal y como se produce en su mente, de forma libre y desordenada.
- El perspectivismo o diversidad de puntos de vista: las historias pueden contarse desde distintas perspectivas, de modo que cada una de ellas aporta una versión diferente de los hechos que se relatan.
- Complejidad de la estructura: saltos en el tiempo, alternar historias que se cuentan de forma simultánea, presentar historias cruzadas…
- Experimentación con el lenguaje. Las narraciones combinan distintos registros y niveles del lenguaje.
Son muchas las novelas interesantes de este período, tanto de autores conocidos como de otros que empiezan a publicar ahora: Señas de identidad, de Juan Goytisolo; Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes; Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, etc.